LA INGENIERÍA EMOCIONAL
UNA VÍA A LA FELICIDAD
Baruch Spinoza, filósofo del siglo XVII, propuso una idea
radical: la felicidad no es una búsqueda abstracta, sino una práctica
fundamentada en la ingeniería emocional. Su enfoque sistemático para comprender
las emociones y comportamientos humanos—precursor del psicoanálisis de
Freud—sugiere que la felicidad surge al cultivar emociones racionales más
fuertes que se alineen con nuestra naturaleza intrínseca.
La filosofía de Spinoza parte de la premisa de que la mente y el cuerpo son dos aspectos de una misma sustancia, una unidad que él llamó Dios o Naturaleza. Este marco desmantela la visión dualista de las emociones como fuerzas caóticas separadas de la razón. En cambio, Spinoza consideraba que las emociones (afectos, en su terminología) son fenómenos naturales regidos por los mismos principios que el mundo físico. Según él, las emociones pueden entenderse, dirigirse e incluso transformarse para favorecer nuestro bienestar.
En la Ética de Spinoza, el mayor esfuerzo
humano es la búsqueda del amor intelectual de Dios, un estado de ser que
implica alinearse con el orden natural del universo. Este estado no se logra
mediante la adoración pasiva, sino a través de la comprensión activa y el
dominio de las propias emociones. Spinoza distingue entre emociones pasivas,
que nos esclavizan a fuerzas externas, y emociones activas, que nos empoderan
al fomentar la libertad y la alegría.
Antonio Damasio, en En busca de Spinoza, destaca
cómo las ideas de Spinoza se alinean con la neurociencia contemporánea. Damasio
diferencia entre emociones (reacciones preconscientes) y sentimientos
(interpretaciones conscientes de esas reacciones), lo que refleja la distinción
de Spinoza entre el apetito (el impulso) y el deseo (la conciencia de ese
impulso). Ambos sostienen que la salud emocional proviene de comprender estos
procesos y orientarlos hacia metas que afirmen la vida.
La visión de Spinoza sobre la ingeniería emocional
trasciende la autoayuda para ofrecer una perspectiva cósmica. Su Dios,
desprovisto de voluntad o juicio humano, representa el máximo Cuerpo sin
Órganos, un sustrato dinámico e ilimitado de la existencia. Alinearse con este
orden universal implica cultivar asombro y alegría intelectual, rechazando la
tiranía de las pasiones transitorias en favor de una felicidad duradera basada
en la razón.
Esta perspectiva influyó en pensadores como Deleuze, quien
celebró a Spinoza como un profeta de la filosofía encarnada, e incluso en
Philip Dick, cuyos paisajes ciberpunk evocan la interacción spinozista entre
mundos simulados y la modulación emocional. En estos diversos terrenos
intelectuales, el legado de Spinoza perdura como un modelo para armonizar mente
y cuerpo, promoviendo el florecimiento humano mediante la ingeniería deliberada
de las emociones.
En un mundo donde la manipulación emocional a menudo sirve a
intereses comerciales, el llamado de Spinoza a dominar nuestras emociones por
el bien de la verdadera libertad y la alegría es más relevante que nunca: una
invitación intemporal a transformarnos y, por extensión, transformar el mundo.
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