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¿POR QUÉ ECOALDEAS?
TEXTO YA PUBLICADO EL 10.10.2012
Después de trabajar como astrofísico para la NASA hace 25
años, Robert Gilman decidió que “las estrellas podían esperar, pero el planeta
no”. Desde entonces se ha dedicado al estudio de la sostenibilidad global, a la
investigación de visiones futuras y a las estrategias de cambio social
positivo. Con Diane Gilman, es fundador de “Context Institute” http://www.context.org
Antes de entrar
en “¿Por qué ecoaldeas?” quisiera empezar por la cuestión de “¿en qué momentos
de la historia nos encontramos?” Veamos dónde nos encontramos físicamente.
El cuadro abarca del 1900 al 2100. Nos encontramos donde las líneas se quiebran. Hasta ese momento, habían crecido exponencialmente y lo seguirán haciendo hasta un punto que los teóricos de sistemas y ecologistas llaman “saturación y colapso”.
DOS FUTUROS POSIBLES
- Desarrollo sostenible
versus negocios convencionales
- Política y cambios de
actitud que podrían, a partir de 1995, conducirnos a un futuro sostenible
Tecnología
• Confianza decreciente
en los recursos no-renovables por unidad de producción industrial (reducida
ésta a la mitad en 20 años, al aumentar la eficiencia y el uso de renovables)
• Tecnologías agrícolas mejoradas y conservación del suelo
• Inversión decreciente en control de la contaminación (tasa de contaminación
reducida a la mitad en 20 años)
Consumo
• Producción industrial
per capita limitada a los niveles aproximados de 1995. El nivel de vida sube
con productos de más larga vida.
Población
• Acceso total a los
métodos de control de natalidad
• Cifra media de hijos por familia: 2
• Aumento de la inversión en servicios de tipo humano (50%)
Cuando alguna parte de un
sistema crece tanto que destruye y mina los recursos de los cuales depende,
pierde su capacidad de autosostenimiento y se colapsa. Este es un fenómeno muy
familiar para los biólogos. No hay indicio alguno de que los humanos como
especie nos libremos de este fenómeno. Esto está representado por la línea de
puntos. Lo positivo para mí está representado por la línea continua, los
cambios que podríamos hacer los humanos en el terreno físico. Puede que no sean
cambios fáciles en el plano social pero sí en el físico. Son cambios en la
tecnología, el consumo y la población. Me imagino estos tres campos
representados por un taburete de tres patas.
Cuando me hablan de la
necesidad de incidir sobre el consumo, la población o la tecnología suelo
responder: ¿qué pata del taburete lo mantiene en pie? Propongo esta metáfora
para que la estudiemos.
¿Y por qué son
importantes las comunidades, dados los cambios que debemos hacer en el plano
físico?
No hay manera de que
lleguemos a una sociedad sostenible si no abordamos el diseño de nuestras
comunidades.
Es decisivo corregir los niveles de consumo de recursos de nuestras
comunidades. Es bueno saber que aquí hay personas que están reduciendo el
consumo de energía en sus comunidades, y no sólo de energía. Sabemos cómo
hacerlo técnicamente pero no lo estamos haciendo.
Para saber en qué momento de la historia estamos es
también importante abordar el lado social y humano. Revisando la cultura de la
sostenibilidad, he descubierto tres períodos épicos y dos transiciones
intermedias. El primer periodo, el Tribal, ha sido el más largo. Le siguió la
transición a la agricultura y las ciudades, y después vino el Imperio. Creo que
ahora nos encontramos en otra transición, tan profunda como la primera.
Si nuestras vidas son a veces un poco esquizofrénicas es
porque nos hallamos en medio de dos etapas. Muchas de las características de
nuestras vidas hoy son las de la era en la que entramos, la Planetaria Sin
embargo las actuales instituciones tienen su origen en los pasados 5.000 años
de era Imperial. Cuando digo instituciones me refiero no sólo a los gobiernos
sino también a la mitología que utilizamos y de la que estamos empapados. El
crecimiento de la población y la tecnología lo que han hecho es acortar los
ciclos. El karma nos vuelve con mayor rapidez. Muchos grupos de diferente índole
están dándose cuenta de que no hay beneficio personal si no es a la vez
beneficio para la comunidad y el medio ambiente. Es como si nos viéramos
empujados a lo que antes era más bien una cuestión moral.
¿Y qué tiene esto que ver con las comunidades y las
ecoaldeas?
Creo que las ecoaldeas, las comunidades sostenibles y los
barrios con elevada conciencia ecológica son los asentamientos ideales para
impulsar la nueva cultura. Y ésta no existe si no se comparte con otros. Si
intentamos trabajar a gran escala, la cosa se diluye en abstracciones. Sólo a
escala humana podemos descubrir a los demás y a nosotros mismos.
Cuando redactamos el informe sobre ecoaldeas para Gaia
Trust, tuvimos que definir la ecoaldea y parece que la definición ha prendido:
“una ecoaldea es la escala humana”, o sea, un lugar donde conoces a los demás,
un “asentamiento integral”, no sólo una estructura de viviendas, agrícola o
empresarial sino todo ello a la vez, un asentamiento donde las actividades
humanas están integradas en el medio natural de manera inocua.
Tan importante como la relación con el medio natural es
que el asentamiento sea soporte de un desarrollo humano sano, y que haya un
sentido de celebración en él, como aquí en Findhorn.
Finalmente, la sostenibilidad. Es clave que “la vida de
la comunidad pueda continuar indefinidamente en el futuro”, de lo contrario,
estaríamos hipotecando ese futuro Si traducimos esto al nivel práctico vemos
que las ecoaldeas tienen hoy los siguientes retos:
Imaginémoslos como pisos de un edificio. El primer piso
es el estrato físico, o sea, los sistemas biológicos: tratamiento de aguas
residuales, producción de alimentos animales, etc. Luego está el entorno
construido: edificios, carreteras, etc. Estos dos pisos son partes decisivas de
una ecoaldea y, a veces, son las más sencillas, al menos a juzgar por la
experiencia de quienes los han levantado.
Debajo de todo está la parte humana: el sistema económico
y el gobierno. Si éstos no están bien fusionados, los niveles superiores
tampoco podrán estarlo.
Sin embargo, para hacer funcionar la economía, hace falta
algún tipo de hilo conductor en la comunidad, un espíritu, unos sentimientos y
una cultura comunes que mantenga unidos a sus miembros cuando se aborden los
temas difíciles. Y las dificultades muchas veces vienen del hecho de tener que
dar respuesta simultánea a muchas cuestiones; las relaciones se resienten
mientras las necesidades de nuestros hijos son también diversas. El desafío del
sistema en conjunto es lo que muchas veces colapsa a los miembros de la
comunidad o los unilateraliza.
Por tanto hay que descubrir cómo conservar el equilibrio.
Las ideas que en un tiempo pensamos podrían resolver los problemas del mundo
resultan hoy insuficientes. Debemos encontrar el equilibrio entre lo
comunitario y lo privado, entre el presente y el futuro, entre las estructuras
tangibles (los edificios) y las intangibles (el corazón, la mente y la
voluntad). A propósito de esto, una de las trampas en la que creo que caen las
comunidades es el desequilibrio de estas tres partes. Para mi, se trata, de
nuevo de un taburete de tres patas.
¿Por qué ecoaldeas?
Sencillamente porque creo que es el lugar que mejor nos
permite entender la esencia de nuestro tiempo, que no es ni más ni menos que
ser parteros de la cultura emergente. Y esto no podemos hacerlo individualmente
sino con los demás y a una escala comprensible para nosotros.
Y vamos con el tercer taburete de tres patas: nuestra
relación con el medio natural, con los demás respecto a los temas políticos y
sociales y la relación con nosotros mismos en términos de salud, crecimiento
personal y espiritualidad. Todo ello forma parte de nuestro propio yo.
Los sociólogos han trazado una curva en forma de “s” y le
han dado el nombre de “Difusión de Innovaciones”. Según ésta, ¿qué
estrategias necesitamos si queremos ser agentes del cambio, parteros de las
innovaciones?
Las mejores estrategias son las que van cambiando a
medida que avanzamos en la curva. Ocurre a menudo que se tiene una magnifica
estrategia en el momento equivocado.
¿Dónde están, pues, las ecoaldeas?
Creo que hasta ahora hemos estado en el terreno de la
“Experimentación” y de los “Proyectos Piloto” . Por experimentación entiendo lo
que los apasionados e irascibles excéntricos se atreven a hacer. De esta etapa
hemos aprendido mucho, pero aún queda mucho por hacer.
Por otra parte, y aunque los Proyectos Piloto deben
continuar, vamos entrando en la etapa de “Construcción de la Infraestructura y
de los Sistemas de Apoyo”. Y no me estoy refiriendo a la carreteras y las líneas
eléctricas, sino a la infraestructura social y de comunicación, a la Red Global
de Ecoaldeas y a esta Conferencia misma. Me dirijo a toda la gente que ha
estado trabajando en ecoaldeas de una manera aislada. Si nos mantenemos en
contacto podremos aprender unos de otros y entrar en la fase de
“Popularización”.
Los sociólogos han descubierto que la mejor manera de
divulgar una idea es contactar con la gente que está interesada y motivada, y
ayudarles a desarrollarla, ignorando a los detractores. Si lo que queremos es
boicotear las innovaciones, lo mejor es reunirles a todos ellos y enzarzarles
en una discusión. Un espejismo que nos ha hecho creer la democracia es que nada
cambia si primero no hay una discusión pública del tema y luego una acción
gubernamental.
Bueno, pues esta no es la manera como están cambiando las
culturas. Los empresarios y comerciantes lo saben muy bien: primero introducen
un producto en un mercado reducido, luego consolidan su consumo y de ahí pasan
a extenderlo a otros mercados hasta que logran tener una gran influencia sobre
el cambio social.
Una de las razones por las que las “Políticas Electorales
” van un poco retrasadas en la curva es que el momento de meterse en esas
políticas es cuando pueden ganar votos. No quiero decir con esto que no haya
leyes que cambiar ni algunos espacios políticos en los que meterse, sino que
creo más necesario dedicarse a los “Proyectos Piloto”, construir la
infraestructura, contactar con los que realmente están interesados en lo que
estamos haciendo y esperar el momento oportuno.
Esta conferencia llega en un momento interesante. Creo
que dentro de 5 años podremos decir que “en esta conferencia se hicieron muchos
contactos, se crearon muchas redes, se profundizó en la comprensión y surgieron
una gran variedad de eventos.
Aprendimos a tener un brillo especial en los ojos y al
volver a ver a miembros estresados de nuestras comunidades pudimos contestarles
así: “Entiendo lo que te pasa y, sin embargo, siento una gran alegría interior;
descubramos juntos la manera de arreglar el asunto” o lo que sea.
Sabemos cultivar alimentos que no nos envenenan; sabemos
construir espacios para los peatones y reducir drásticamente las necesidades de
transporte, incluso sabemos bailar juntos y sabemos escucharnos. Si somos capaces
de transmitir esta energía al mundo es que esta conferencia ha sido el germen
de algo excelente.
Las identidades colectivas y la espiritualidad
inmanente
Para que una comunidad sea sostenible, es decir para que
pueda perdurar en el tiempo conservando e incluso mejorando el espacio que la
contiene, no basta con implantar una serie de tecnologías “eco” ni con crear
estructuras políticas y sociales realmente democráticas e innovadoras. Se
necesita algo más. Se necesita crear una identidad, posiblemente variable, pero
capaz de estimular el deseo de pertenencia, liberando fuerzas integradoras
basadas en el respeto, la tolerancia y el apoyo mutuo, conformando ritos,
celebraciones y actos festivos que contribuyan a reafirmar esa identidad
colectiva. Todos somos conscientes del peligro de las identidades colectivas
que funcionan por exclusión (nacionalismos y fundamentalismos varios), pero no
todas las identidades colectivas comportan algo negativo, y sin duda son
necesarias.
La sociedad capitalista occidental está generando
poderosas fuerzas desintegradoras, que están acabando con los pocos núcleos de
autoapoyo y seguridad existentes –la gran familia, el barrio, la aldea, etc.–,
cuyas consecuencias son un recrudecimiento de las opciones individualistas y una
reafirmación colectiva aunque impersonal a través del consumo –las únicas
posibilidades de identificación actuales se realizan a través del gusto,
indefectiblemente ligado a un consumo–.
En el otro extremo se hallan todos los inadaptados del
sistema, aquellas personas que, despojadas de los atávicos lazos que antaño
conformaban las identidades grupales, no han sabido amoldarse al cariz de los
nuevos tiempos y se dedican a vagar por el espacio urbano dejando una amplia
huella de su insatisfacción, con marcadas frustraciones personales y, en
determinados casos, con fuertes desestructuraciones psíquicas. No nos
engañemos, no somos tan fuertes como para vencer en solitario los golpes que
nos da la vida, ni las magras recompensas de la tan aplaudida ambición personal
(en la línea de la ética utilitarista que subyace al capitalismo) nos han de
salvar de un naufragio cantado. Necesitamos de los demás, y necesitamos
identificarnos con ellos, reconocer sus carencias y sus afectos y sentirnos
reconocidos en las suyas.
Una comunidad sólo puede perdurar si es capaz de poner
los medios para que el aglutinante o la llama que la sostiene no se extinga, si
es capaz de reinventarse continuamente a sí misma como comunidad, teniendo
cuidado de no caer en la apatía y el desinterés general. Y para esto son
importantes los ritos, las celebraciones y las fiestas.
La antropología nos ha mostrado claramente el sentido de
los ritos en las comunidades primitivas. Los tiempos han cambiado, los ritos
también. Pero eso no quiere decir que hayan desaparecido. Cada colectivo tiene
sus propios ritos, en algunos casos no son más que adaptaciones de ritos
antiguos que se asumen como propios, en otros se trata de ritos nuevos, tal vez
más acordes con el origen social de quienes participan en ellos.
Gracias a todas estas manifestaciones externas se
reactualiza el deseo de pertenencia a un grupo, al hacernos sentir más cerca de
los demás, más fuertes en nuestra confirmada unidad, más seguros con nosotros
mismos.
Independientemente de los motivos por los que se decide
vivir en comunidad (ecológicos, políticos o espirituales, o por una mezcla de
todos ellos), más allá del acercamiento intelectual que permite el acuerdo o el
sereno debate sobre contenidos teóricos, se necesitan otros instrumentos para dar
forma a la corriente de flujos afectivos que recorre toda comunidad, algo que
permita hablar a los cuerpos en su propia búsqueda de sintonía más allá de la
palabra. Esto es el rito, la fiesta, la cálida corriente energética que se
eleva por encima de cada yo particular para conformar, aunque sólo sea por unos
instantes, un ser más fuerte del que todos nos sentimos partícipes.
Y esto es también la espiritualidad, tal y como yo la
interpreto. Nada de dioses transcendentes, por muy antropomorfizados que estén.
Nada de sacerdotes ni de gurús ni de líderes espirituales, por muy cercanos que
se nos quieran presentar. Nada de palabras sagradas, ni de rituales que nos
comprometen con un “Más Allá”. Pura corriente inmanente, que cristaliza en
determinados actos de sentido compartido. Creo que hasta aquí la espiritualidad
es algo que todas las personas podemos compartir, al menos todas las que no han
hecho de la razón su propio dios.
Y creo también que en este sentido es una componente
importante en toda comunidad sostenible, y que desde luego no falta en ninguna
ecoaldea. Si en ocasiones se halla ausente de ciertas comunidades radicales,
probablemente se deba a una falta de comprensión sobre los supuestos de la
espiritualidad inmanente. Otra cosa distinta es la creencia o la fe en un
conjunto de ideas externas a nosotros (que se nos presentan por tanto como un
dogma), inventadas por personajes históricos o actuales y que suelen ir
acompañadas de ciertos ritos de comunión.
No es necesario que tales ideas contengan la noción de un
Dios, más o menos antropomórfico, entre sus premisas: conceptos como Espíritu,
Energía o Unidad puede jugar dicho papel. Lo que caracteriza a la religión (que
es de lo que estamos hablando) es la sustitución o complementación de un
discurso racional (asumible por todos los seres humanos) por otro discurso que
sólo es asumible por los creyentes, pues ninguna evidencia racional o sensible
lo confirma, salvo la de la propia predisposición a creerlo (lo que sin duda
puede alterar en el creyente la sensibilidad receptiva y las formas de
representación). Muchas comunidades espirituales son, según la explicación
anterior, comunidades religiosas, con sus gurús y sus textos sagrados.
En la medida que tales comunidades se construyen sobre
creencias que implican una subordinación o sumisión de unas personas a otras,
llegando a crearse estructuras jerárquicas inmóviles, no pueden considerarse
como ecoaldeas, pues tales posiciones entran en abierto conflicto con lo que
hemos dicho en apartados anteriores. No estoy diciendo con ello que en una
ecoaldea no quepan actitudes religiosas –todavía mucha gente necesita de la
religión, incapaces de afrontar desde adentro las grandes preguntas de la vida,
consolándose con respuestas que les vienen de afuera–, simplemente mantengo que
tales actitudes se han de tratar como opciones individuales, que no tienen por
qué afectar a la comunidad en su conjunto. La aconfensionalidad es un
ingrediente necesario de toda ecoaldea, como lo es también el respeto por toda
opción religiosa individual.
Fuente: http://www.ecoaldeas.org/?q=node/77
http://buenasiembra.com.ar/ecologia/articulos/por-que-ecoaldeas-1054.html
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