LA FELICIDA O EL BIENESTAR
El bienestar no
es salir de compras, sino rodearnos de gente que nos quiera
Cuando aún no había cumplido la mayoría de edad, Alejandro
Cencerrado empezó a apuntar a diario en un cuaderno si se
sentía o no feliz. Ahora, con 37, este físico especialista en big
data es analista jefe en el Instituto de Felicidad de Copenhague y se
dedica a investigar sobre su propia experiencia, pero sobre todo, los factores
que influyen en la de todos. Lo cuenta en su libro En defensa de la infelicidad, el estudio científico más
largo jamás llevado a cabo sobre la felicidad del día a día.
¿Cómo terminó un físico dedicando su carrera a medir algo
tan aparentemente inmedible o arbitrario como un sentimiento?
De hecho, empecé a intentarlo con 18 años, cuando aún estaba en el instituto. No estaba muy a gusto: mis padres discutían mucho, tampoco me iba muy bien con mi pareja de entonces… Me di cuenta de que lo único que quería era ser feliz y empecé a apuntarlo.
Al principio solamente iba anotando con un rotulador números del 1 al 10 en un calendario. Aún los conservo pero, como no escribía nada más, hoy no puedo saber por qué estaba bien o mal. Unos seis años más tarde, fui a hablar con Carmelo Vázquez, catedrático de Psicología después de leer un artículo suyo sobre emociones y me recomendó que también registrase en un diario con quién había estado o qué había hecho ese día. Así lo hago desde 2011 y eso me ha ayudado más.Podría decirse que fuiste pionero del journaling.
¿Qué has aprendido en este tiempo?
El diario me ha ayudado a reflexionar sobre cómo me siento y
el porqué de lo que hago, pero llevo tanto tiempo haciéndolo que muchas de las
cosas que he aprendido me cuesta reconocerlas. Soy mucho más consciente de mis
emociones, algo que a menudo solo veo cuando hablo con los demás y compruebo
que lo que para mí es normal quizá no lo sea tanto.
¿Por ejemplo?
Hay muchos detonantes diarios de la infelicidad de los que
no nos damos cuenta y llevar un diario te ayuda a pensar más en ello. Creo que
lo cuento en el libro, pero un día, al mirarme en el espejo, me vi mal Empecé a
darle vueltas a que estaba muy delgado, justo había estado hablando antes con
una amiga sobre que fulanito lo estaba… Y ya me quedé rumiando que estaba
feísimo y que mi novia de entonces seguro que también me veía igual de mal. Nos
pasa a todos: nos vemos mal en una foto y le damos tantas vueltas que
terminamos con la autoestima por el suelo y ya ni nos acordamos de que es por
algo puntual como salir mal en una foto. En ese sentido, a pesar de que ese día
me dejé llevar, a base de haberlo visto muchas veces en mi diario, analizarlo y
reescribirlo he podido identificar perfectamente el momento en el que va a
empezar esa situación. También me pasa cuando me empiezo a sentir culpable por
algo con mi pareja y la culpa me lleva al enfado.
¿Cuánto afecta esa percepción a nuestra propia felicidad?
La mirada de los demás lo es todo. Tenemos dentro ciertas
inseguridades que nos vienen generalmente de la infancia y de la cultura en la
que crecemos y, si consigues liberarte de ellas, tienes mucho terreno ganado.
Uno de los mayores errores que cometen los libros de autoayuda es hacernos
creer que todo está dentro de nosotros, que todo depende de nosotros y que
nuestro contexto es secundario. No es así. De hecho, la mayor parte de lo que
podemos hacer como sociedad para mejorar la vida de la gente radica
precisamente en el contexto. Por mucho que te empeñes en quererte a ti mismo,
si tienes un jefe que desprecia tu trabajo o una pareja que solo señala tus
defectos, puede que consigas estar normal, pero vivirás en una lucha constante
para no estar mal. Sin embargo, si tienes un jefe, una pareja o unos padres que
te valoran, no hace falta que hagas tú el esfuerzo porque el contexto ya te
lleva a quererte más. Los humanos somos animales sociales y lo más importante
para sobrevivir es el sentirnos integrados en el grupo. Nuestro cerebro ha
evolucionado para eso, está continuamente escaneando la opinión que los demás
tienen de nosotros. Por mucho que medites y leas lo que de desapegarte de tu
propio ego, es inevitable que te afecte.
Tu libro se llama En defensa de la infelicidad en
un momento en el que vivimos obsesionados con ser felices. Aunque luego nadie
esté tan bien como parece.
Por eso lucho tanto contra eso. Defender la infelicidad es
especialmente importante ahora que estamos siempre mostrando nuestra mejor
sonrisa, el mejor momento de una fiesta o un viaje. Todos sabemos que nada es
tan guay como dicen nuestras redes, pero al final es inevitable que verlo te
afecte, sobre todo cuando tienes un día más bajo de ánimo y parece que todo el
mundo se lo está pasando bien menos tú. Hay que hacer un esfuerzo un poco
antinatural para mostrar el lado negativo, nuestra vulnerabilidad. Aunque pueda
haber más falsedad a veces, en general es algo que las mujeres
hacen bastante mejor que los hombres. Nosotros nunca mostramos ese lado
vulnerable y, al final, el efecto es que todos vivimos con los mismos
problemas o inseguridades en nuestra cabeza pero, como nadie lo dice, pensamos
que estamos solos.
Volviendo a la subjetividad de la felicidad, llama la
atención cómo los factores que influyen en la sensación de bienestar de las
generaciones más jóvenes difieren de las generaciones más senior. Dinamarca
puntuó como el lugar más feliz del mundo para las personas mayores de 60 años,
mientras que obtuvo el quinto lugar para sus habitantes más jóvenes. ¿Qué es lo
que hacen bien los países nórdicos con los más mayores?
El Estado de Bienestar. Cuando la gente se jubila, pega un
enorme salto en su felicidad, no solo en Dinamarca, también en España. A veces
pensamos que la gente puede perder el sentido de la vida al terminar su
carrera, pero estadísticamente la realidad es que la mayoría es más feliz. El
dejar de trabajar, sumado a la madurez de la edad –ya no te dejas llevar por
problemas de juventud y ya no te sientes tan responsable de tus hijos si los
tienes– hace que, en la mayoría de los países, la gente a partir de los 60 en
general sea muy feliz, aunque puedan aparecer achaques en la salud o sufran la
pérdida de gente cercana. Y esto sucede sobre todo porque pagamos impuestos
para que la gente no tenga que trabajar hasta los 90 años. Ahora que en España
se ha puesto de moda el decir que el Estado nos roba, hay que reivindicar que
no solo no nos roba sino que permite que seamos una de las sociedades más
felices del mundo. Aunque no lo seamos tanto como en Dinamarca.
España ha bajado del puesto 32 al 36. Eso a pesar de que
tenemos una de las esperanzas de vida más longevas del mundo y, a diferencia de
los países nórdicos, grandes cantidades de luz solar, buenas temperaturas y
estilo de vida mediterráneo que la ciencia ya ha demostrado que influye
positivamente en la salud mental.
Tenemos una idea muy superficial de lo que nos hace felices
y eso nos lleva a enfocarnos en las cuestiones equivocadas. Evidentemente, que
te dé un rayo de sol en un día frío o salir a tomarte unas cañas te hace feliz
un rato, pero el fondo no es ese. Cuando hablo con mis amigos de España, veo
que tienen un montón de problemas que mis amigos daneses no tienen: unos están
en el paro, otros tienen depresión o ansiedad y se tienen que dejar un pastizal
en psicólogos si es que pueden permitírselo, otros tienen unas condiciones
laborales lamentables y otros no pueden pagar un alquiler normal en un barrio. He
vivido diez años en Dinamarca y estaba deseando volver a España para tener
mejor clima y una relación más cercana con la gente, pero debemos tener claro
que nuestro día a día no es eso: es trabajar, es poder pagar el alquiler, es
tener ayudas cuando tenemos algún problema de salud mental o necesitamos
cuidado para nuestros padres… Cosas que allí se hacen muy bien. No es que sean
expertos en emociones ni nada de eso, simplemente tienen un Estado que les
ayuda a vivir mejor.
Dado que un factor importante de nuestro bienestar viene
dado por las condiciones materiales y económicas, ¿crees que en las grandes
ciudades es más difícil ser feliz por problemas derivados de la precariedad
laboral o el precio de la vivienda?
Es algo extraordinariamente complejo que tiende a
simplificarse y, analizándolo en profundidad, no es fácil sacar patrones. Por
un lado, es cierto que en las grandes ciudades es más difícil pagar un alquiler
y los desplazamientos son más largos, pero también es un entorno mucho más
heterogéneo y eso es bueno para muchas personas: quienes se han criado en un
pueblo en el que no encajaban pueden sentirse mejor y menos solos en Madrid al
encontrar que hay gente como ellos. Hace unos años, Naciones Unidas analizó si
la gente vivía mejor en ciudades o en pueblos –a nivel global y en genérico– y
las medias estadísticas indicaron que en los países pobres la gente suele estar
mejor en entornos urbanos porque pueden tener trabajo y mejores condiciones.
Sin embargo, según los países van haciéndose ricos, esa diferencia económica
entre zonas rurales y ciudades no es tan grande y empiezan a aparecer otros
factores como pueden ser el estrés, el tiempo perdido en desplazamientos o la
soledad.
Las métricas indican que está aumentando de forma
preocupante no solo en personas mayores, sino en jóvenes. ¿Es necesario
priorizarlo dentro de las políticas públicas?
Si nos hacemos llamar Estado de bienestar, este debería
intentar resolver la principal fuente de falta de bienestar como es la soledad
o la ausencia de relaciones sociales. Se tiende a pensar que es deber de cada
uno rodearse de amigos y tener un carácter amable que haga que la gente te
llame y, aunque en parte es así, hay muchas cosas que pueden mejorarse desde
las administraciones. Se ve muy bien en el caso de la gente mayor: uno de los
grandes problemas es que empiezas a perder movilidad, tu familia quizá vive en
otra ciudad o en un barrio distinto y te cuesta mucho llegar hasta ellos. Lo
mejor que podemos hacer para mejorar la vida de esas personas –que son muchas–
es fomentar entornos urbanos que faciliten el contacto frecuente con la gente
que tienes alrededor, y el progreso económico nos ha llevado en la dirección
contraria, fundamentalmente por la omnipresencia de los coches.
¿Afecta tanto a nuestra relación con los demás?
Es un factor fundamental. Cuando paseas por cualquier calle
de cualquier ciudad española, lo que ves es un espacio ocupado mayoritariamente
por una carretera. Está demostradísimo que eso hace que el sentimiento de
comunidad tanto en esa calle como en ese barrio desaparezca. La solución es
peatonalizar y crear lugares comunes: colocar un simple banco a la puerta de un
edificio permite a la gente mayor sentarse un rato y hablar frecuentemente con
sus vecinos para no sentirse tan sola.
La falta de espacios de encuentro afecta tanto a los
adultos como a los jóvenes.
Es que nuestro recuerdo de los pueblos con los vecinos
hablando en la puerta y los niños jugando en la calle se ha perdido y, al no
tener eso, la gente está obligada a conocerse en entornos muy concretos como el
trabajo. Cuando eres pequeño, en el colegio estás con gente de tu misma edad a
la que ves todos los días y que te acompaña año tras año; ahí es donde la
mayoría de nosotros generamos amistades muy cercanas y pensamos que siempre va
a ser así. Cuando llegas a la etapa universitaria, se mantiene pero ya no
tanto, y cuando entras al mercado laboral se rompe completamente porque tus
amigos o la gente de tu entorno cambia de ciudad. Así, prácticamente la única
fuente para establecer relaciones cercanas es el trabajo, un entorno donde
siempre suele haber cierta competitividad que hace más difícil abrirse. Eso es
lo que hace que al llegar a la edad adulta sea tan difícil hacer amigos. Se
suele hablar mucho de las redes sociales y de cómo estar siempre con el móvil
nos empuja a sentirnos más solos, pero yo creo que no es justo: si no fuera por
ellas, muchas veces estaríamos desconectados totalmente los unos de los otros.
Hay que incidir en que las amistades van y vienen y que no es tan fácil hacer
amigos: no es problema tuyo, sino de una sociedad que ha fomentado demasiado el
éxito laboral y ha olvidado el sentimiento de comunidad.
¿Podemos desmontar esa idea?
Hemos construido un sistema basado en el progreso económico
como fuente de bienestar. Eso tenía sentido hace 70 años, cuando apenas
teníamos qué comer, pero tenemos que empezar a cambiar la mentalidad: el
bienestar no solo depende de poder salir todos los días de compras. Lo que nos
hace felices a los humanos es tener una comunidad fuerte alrededor, gente que
nos quiera. Solo con empezar a darnos cuenta de que no todo es producir y
producir ya mejoraríamos bastante. La cantidad de horas que trabajamos en
España no son normales y es una de las grandes fuentes de malestar. ¿Cómo
vamos a crear tejido en los barrios si la gente no está y llega a su casa a las
ocho de la tarde tan agotado que solo quiere cenar, ver un vídeo en YouTube y
dormir? Reducir la jornada laboral no reduciría la productividad pero, aunque
la redujese, sería algo bueno para nuestro bienestar.
Hace unos años, se habló mucho del caso de Bután, que
instauró el Índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB) con indicadores como el
uso del tiempo, la educación, la salud o la resiliencia ecológica, cómo se
sentían los habitantes. El objetivo era privilegiar esa medida del bienestar
frente al PIB como único medidor del progreso. ¿Es realista pensar que podemos
encaminarnos hacia algo así?
Creo que sí. Tiene que haber cierta voluntad política y
social para hacerlo, pero es algo que está pasando: indicadores similares ya se
utilizan no solo en Bután, sino en Nueva Zelanda, en Noruega o en Finlandia, y
la OCDE cada vez insta más a los gobiernos a que midan el bienestar. La medida
de la felicidad no es perfecta porque es muy subjetiva: mientras la economía en
cierta medida es precisa y se regula sola –el precio de la barra de pan que
compras se ajusta entre lo que alguien está dispuesto a pagar y lo que quien
vende quiere ganar–, la felicidad no es así. Aunque todos apuntáramos si somos o
no felices, es muy difícil saber exactamente cómo enfocar las medidas hacia la
felicidad general. Dicho esto, el simple hecho de preguntar a la gente cómo se
siente, quién está mejor y quién peor, ayuda a ver cosas que la economía no
muestra: que nuestros mayores se sientan solos nunca saldrá reflejado en el PIB
porque es algo que no genera beneficios ni pérdidas. La felicidad sería una
buena medida paralela y algo a introducir en el debate público. Por ejemplo, en
el caso de la reducción de la jornada laboral, además de hablar de los gastos
para las empresas, es necesario incluir en la conversación el beneficio de ver
más a tus hijos, que es algo que ahora no está sobre la mesa.
En lo que esté en nuestra mano, ¿qué consejos darías para
intentar ser más felices?
Es muy difícil dar consejos en genérico porque cada uno
tenemos situaciones distintas pero sí que creo que, si estás valorando el dejar
de trabajar a jornada completa y puedes permitirte económicamente una media
jornada, te diría que lo hicieras. Casi siempre tener tiempo para tus cosas te
hace mucho más feliz que tener más dinero. También diría que si estás mal, te
sientes solo, te ves mal en el espejo o piensas que todo el mundo tiene planes
menos tú, no te obsesiones: todos estamos igual de mal y transitamos las mismas
emociones. La infelicidad es una parte inevitable de la vida y todos la
sentimos, por muy bien que parezca que les va a los demás. Otro asunto que se
suele pasar por alto y es una fuente de malestar muy grande son los problemas
de pareja: aunque sea algo costoso y difícil de hacer, si estáis mal,
recomiendo ir a terapia de pareja porque analizar y reflexionar sobre tus
comportamientos con un tercero ayuda muchísimo. En general, creo que la clave
está en tratar de centrarte mucho más en tus relaciones y mucho menos en todo
lo demás. No pensar solo en el éxito profesional o en acumular riquezas, sino
valorar estar con tu pareja o con tus hijos o llamar a ese amigo al que hace
mucho que no llamas. Eso y rodearte de gente buena.
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