20/1/25

Tener tiempo para tus cosas te hace mucho más feliz que tener más dinero

LA FELICIDA O EL BIENESTAR                       

El bienestar no es salir de compras, sino rodearnos de gente que nos quiera

Cuando aún no había cumplido la mayoría de edad, Alejandro Cencerrado empezó a apuntar a diario en un cuaderno si se sentía o no feliz. Ahora, con 37, este físico especialista en big data es analista jefe en el Instituto de Felicidad de Copenhague y se dedica a investigar sobre su propia experiencia, pero sobre todo, los factores que influyen en la de todos. Lo cuenta en su libro En defensa de la infelicidad, el estudio científico más largo jamás llevado a cabo sobre la felicidad del día a día.

¿Cómo terminó un físico dedicando su carrera a medir algo tan aparentemente  inmedible o arbitrario como un sentimiento?

De hecho, empecé a intentarlo con 18 años, cuando aún estaba en el instituto. No estaba muy a gusto: mis padres discutían mucho, tampoco me iba muy bien con mi pareja de entonces… Me di cuenta de que lo único que quería era ser feliz y empecé a apuntarlo.

Al principio solamente iba anotando con un rotulador números del 1 al 10 en un calendario. Aún los conservo pero, como no escribía nada más, hoy no puedo saber por qué estaba bien o mal. Unos seis años más tarde, fui a hablar con Carmelo Vázquez, catedrático de Psicología después de leer un artículo suyo sobre emociones y me recomendó que también registrase en un diario con quién había estado o qué había hecho ese día. Así lo hago desde 2011 y eso me ha ayudado más.

Podría decirse que fuiste pionero del journaling. ¿Qué has aprendido en este tiempo?

El diario me ha ayudado a reflexionar sobre cómo me siento y el porqué de lo que hago, pero llevo tanto tiempo haciéndolo que muchas de las cosas que he aprendido me cuesta reconocerlas. Soy mucho más consciente de mis emociones, algo que a menudo solo veo cuando hablo con los demás y compruebo que lo que para mí es normal quizá no lo sea tanto.

¿Por ejemplo?

Hay muchos detonantes diarios de la infelicidad de los que no nos damos cuenta y llevar un diario te ayuda a pensar más en ello. Creo que lo cuento en el libro, pero un día, al mirarme en el espejo, me vi mal Empecé a darle vueltas a que estaba muy delgado, justo había estado hablando antes con una amiga sobre que fulanito lo estaba… Y ya me quedé rumiando que estaba feísimo y que mi novia de entonces seguro que también me veía igual de mal. Nos pasa a todos: nos vemos mal en una foto y le damos tantas vueltas que terminamos con la autoestima por el suelo y ya ni nos acordamos de que es por algo puntual como salir mal en una foto. En ese sentido, a pesar de que ese día me dejé llevar, a base de haberlo visto muchas veces en mi diario, analizarlo y reescribirlo he podido identificar perfectamente el momento en el que va a empezar esa situación. También me pasa cuando me empiezo a sentir culpable por algo con mi pareja y la culpa me lleva al enfado.

¿Cuánto afecta esa percepción a nuestra propia felicidad?

La mirada de los demás lo es todo. Tenemos dentro ciertas inseguridades que nos vienen generalmente de la infancia y de la cultura en la que crecemos y, si consigues liberarte de ellas, tienes mucho terreno ganado. Uno de los mayores errores que cometen los libros de autoayuda es hacernos creer que todo está dentro de nosotros, que todo depende de nosotros y que nuestro contexto es secundario. No es así. De hecho, la mayor parte de lo que podemos hacer como sociedad para mejorar la vida de la gente radica precisamente en el contexto. Por mucho que te empeñes en quererte a ti mismo, si tienes un jefe que desprecia tu trabajo o una pareja que solo señala tus defectos, puede que consigas estar normal, pero vivirás en una lucha constante para no estar mal. Sin embargo, si tienes un jefe, una pareja o unos padres que te valoran, no hace falta que hagas tú el esfuerzo porque el contexto ya te lleva a quererte más. Los humanos somos animales sociales y lo más importante para sobrevivir es el sentirnos integrados en el grupo. Nuestro cerebro ha evolucionado para eso, está continuamente escaneando la opinión que los demás tienen de nosotros. Por mucho que medites y leas lo que de desapegarte de tu propio ego, es inevitable que te afecte.

Tu libro se llama En defensa de la infelicidad en un momento en el que vivimos obsesionados con ser felices. Aunque luego nadie esté tan bien como parece.

Por eso lucho tanto contra eso. Defender la infelicidad es especialmente importante ahora que estamos siempre mostrando nuestra mejor sonrisa, el mejor momento de una fiesta o un viaje. Todos sabemos que nada es tan guay como dicen nuestras redes, pero al final es inevitable que verlo te afecte, sobre todo cuando tienes un día más bajo de ánimo y parece que todo el mundo se lo está pasando bien menos tú. Hay que hacer un esfuerzo un poco antinatural para mostrar el lado negativo, nuestra vulnerabilidad. Aunque pueda haber más falsedad a veces, en general es algo que las mujeres hacen bastante mejor que los hombres. Nosotros nunca mostramos ese lado vulnerable y, al final, el efecto es que todos vivimos con los mismos problemas o inseguridades en nuestra cabeza pero, como nadie lo dice, pensamos que estamos solos.

Volviendo a la subjetividad de la felicidad, llama la atención cómo los factores que influyen en la sensación de bienestar de las generaciones más jóvenes difieren de las generaciones más senior. Dinamarca puntuó como el lugar más feliz del mundo para las personas mayores de 60 años, mientras que obtuvo el quinto lugar para sus habitantes más jóvenes. ¿Qué es lo que hacen bien los países nórdicos con los más mayores?

El Estado de Bienestar. Cuando la gente se jubila, pega un enorme salto en su felicidad, no solo en Dinamarca, también en España. A veces pensamos que la gente puede perder el sentido de la vida al terminar su carrera, pero estadísticamente la realidad es que la mayoría es más feliz. El dejar de trabajar, sumado a la madurez de la edad –ya no te dejas llevar por problemas de juventud y ya no te sientes tan responsable de tus hijos si los tienes– hace que, en la mayoría de los países, la gente a partir de los 60 en general sea muy feliz, aunque puedan aparecer achaques en la salud o sufran la pérdida de gente cercana. Y esto sucede sobre todo porque pagamos impuestos para que la gente no tenga que trabajar hasta los 90 años. Ahora que en España se ha puesto de moda el decir que el Estado nos roba, hay que reivindicar que no solo no nos roba sino que permite que seamos una de las sociedades más felices del mundo. Aunque no lo seamos tanto como en Dinamarca.

España ha bajado del puesto 32 al 36. Eso a pesar de que tenemos una de las esperanzas de vida más longevas del mundo y, a diferencia de los países nórdicos, grandes cantidades de luz solar, buenas temperaturas y estilo de vida mediterráneo que la ciencia ya ha demostrado que influye positivamente en la salud mental.

Tenemos una idea muy superficial de lo que nos hace felices y eso nos lleva a enfocarnos en las cuestiones equivocadas. Evidentemente, que te dé un rayo de sol en un día frío o salir a tomarte unas cañas te hace feliz un rato, pero el fondo no es ese. Cuando hablo con mis amigos de España, veo que tienen un montón de problemas que mis amigos daneses no tienen: unos están en el paro, otros tienen depresión o ansiedad y se tienen que dejar un pastizal en psicólogos si es que pueden permitírselo, otros tienen unas condiciones laborales lamentables y otros no pueden pagar un alquiler normal en un barrio. He vivido diez años en Dinamarca y estaba deseando volver a España para tener mejor clima y una relación más cercana con la gente, pero debemos tener claro que nuestro día a día no es eso: es trabajar, es poder pagar el alquiler, es tener ayudas cuando tenemos algún problema de salud mental o necesitamos cuidado para nuestros padres… Cosas que allí se hacen muy bien. No es que sean expertos en emociones ni nada de eso, simplemente tienen un Estado que les ayuda a vivir mejor.

Dado que un factor importante de nuestro bienestar viene dado por las condiciones materiales y económicas, ¿crees que en las grandes ciudades es más difícil ser feliz por problemas derivados de la precariedad laboral o el precio de la vivienda?

Es algo extraordinariamente complejo que tiende a simplificarse y, analizándolo en profundidad, no es fácil sacar patrones. Por un lado, es cierto que en las grandes ciudades es más difícil pagar un alquiler y los desplazamientos son más largos, pero también es un entorno mucho más heterogéneo y eso es bueno para muchas personas: quienes se han criado en un pueblo en el que no encajaban pueden sentirse mejor y menos solos en Madrid al encontrar que hay gente como ellos. Hace unos años, Naciones Unidas analizó si la gente vivía mejor en ciudades o en pueblos –a nivel global y en genérico– y las medias estadísticas indicaron que en los países pobres la gente suele estar mejor en entornos urbanos porque pueden tener trabajo y mejores condiciones. Sin embargo, según los países van haciéndose ricos, esa diferencia económica entre zonas rurales y ciudades no es tan grande y empiezan a aparecer otros factores como pueden ser el estrés, el tiempo perdido en desplazamientos o la soledad.

Las métricas indican que está aumentando de forma preocupante no solo en personas mayores, sino en jóvenes. ¿Es necesario priorizarlo dentro de las políticas públicas?

Si nos hacemos llamar Estado de bienestar, este debería intentar resolver la principal fuente de falta de bienestar como es la soledad o la ausencia de relaciones sociales. Se tiende a pensar que es deber de cada uno rodearse de amigos y tener un carácter amable que haga que la gente te llame y, aunque en parte es así, hay muchas cosas que pueden mejorarse desde las administraciones. Se ve muy bien en el caso de la gente mayor: uno de los grandes problemas es que empiezas a perder movilidad, tu familia quizá vive en otra ciudad o en un barrio distinto y te cuesta mucho llegar hasta ellos. Lo mejor que podemos hacer para mejorar la vida de esas personas –que son muchas– es fomentar entornos urbanos que faciliten el contacto frecuente con la gente que tienes alrededor, y el progreso económico nos ha llevado en la dirección contraria, fundamentalmente por la omnipresencia de los coches.

¿Afecta tanto a nuestra relación con los demás?

Es un factor fundamental. Cuando paseas por cualquier calle de cualquier ciudad española, lo que ves es un espacio ocupado mayoritariamente por una carretera. Está demostradísimo que eso hace que el sentimiento de comunidad tanto en esa calle como en ese barrio desaparezca. La solución es peatonalizar y crear lugares comunes: colocar un simple banco a la puerta de un edificio permite a la gente mayor sentarse un rato y hablar frecuentemente con sus vecinos para no sentirse tan sola.

La falta de espacios de encuentro afecta tanto a los adultos como a los jóvenes.

Es que nuestro recuerdo de los pueblos con los vecinos hablando en la puerta y los niños jugando en la calle se ha perdido y, al no tener eso, la gente está obligada a conocerse en entornos muy concretos como el trabajo. Cuando eres pequeño, en el colegio estás con gente de tu misma edad a la que ves todos los días y que te acompaña año tras año; ahí es donde la mayoría de nosotros generamos amistades muy cercanas y pensamos que siempre va a ser así. Cuando llegas a la etapa universitaria, se mantiene pero ya no tanto, y cuando entras al mercado laboral se rompe completamente porque tus amigos o la gente de tu entorno cambia de ciudad. Así, prácticamente la única fuente para establecer relaciones cercanas es el trabajo, un entorno donde siempre suele haber cierta competitividad que hace más difícil abrirse. Eso es lo que hace que al llegar a la edad adulta sea tan difícil hacer amigos. Se suele hablar mucho de las redes sociales y de cómo estar siempre con el móvil nos empuja a sentirnos más solos, pero yo creo que no es justo: si no fuera por ellas, muchas veces estaríamos desconectados totalmente los unos de los otros. Hay que incidir en que las amistades van y vienen y que no es tan fácil hacer amigos: no es problema tuyo, sino de una sociedad que ha fomentado demasiado el éxito laboral y ha olvidado el sentimiento de comunidad.

¿Podemos desmontar esa idea?

Hemos construido un sistema basado en el progreso económico como fuente de bienestar. Eso tenía sentido hace 70 años, cuando apenas teníamos qué comer, pero tenemos que empezar a cambiar la mentalidad: el bienestar no solo depende de poder salir todos los días de compras. Lo que nos hace felices a los humanos es tener una comunidad fuerte alrededor, gente que nos quiera. Solo con empezar a darnos cuenta de que no todo es producir y producir ya mejoraríamos bastante. La cantidad de horas que trabajamos en España no son normales y es una de las grandes fuentes de malestar. ¿Cómo vamos a crear tejido en los barrios si la gente no está y llega a su casa a las ocho de la tarde tan agotado que solo quiere cenar, ver un vídeo en YouTube y dormir? Reducir la jornada laboral no reduciría la productividad pero, aunque la redujese, sería algo bueno para nuestro bienestar.

Hace unos años, se habló mucho del caso de Bután, que instauró el Índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB) con indicadores como el uso del tiempo, la educación, la salud o la resiliencia ecológica, cómo se sentían los habitantes. El objetivo era privilegiar esa medida del bienestar frente al PIB como único medidor del progreso. ¿Es realista pensar que podemos encaminarnos hacia algo así?

Creo que sí. Tiene que haber cierta voluntad política y social para hacerlo, pero es algo que está pasando: indicadores similares ya se utilizan no solo en Bután, sino en Nueva Zelanda, en Noruega o en Finlandia, y la OCDE cada vez insta más a los gobiernos a que midan el bienestar. La medida de la felicidad no es perfecta porque es muy subjetiva: mientras la economía en cierta medida es precisa y se regula sola –el precio de la barra de pan que compras se ajusta entre lo que alguien está dispuesto a pagar y lo que quien vende quiere ganar–, la felicidad no es así. Aunque todos apuntáramos si somos o no felices, es muy difícil saber exactamente cómo enfocar las medidas hacia la felicidad general. Dicho esto, el simple hecho de preguntar a la gente cómo se siente, quién está mejor y quién peor, ayuda a ver cosas que la economía no muestra: que nuestros mayores se sientan solos nunca saldrá reflejado en el PIB porque es algo que no genera beneficios ni pérdidas. La felicidad sería una buena medida paralela y algo a introducir en el debate público. Por ejemplo, en el caso de la reducción de la jornada laboral, además de hablar de los gastos para las empresas, es necesario incluir en la conversación el beneficio de ver más a tus hijos, que es algo que ahora no está sobre la mesa.

En lo que esté en nuestra mano, ¿qué consejos darías para intentar ser más felices?

Es muy difícil dar consejos en genérico porque cada uno tenemos situaciones distintas pero sí que creo que, si estás valorando el dejar de trabajar a jornada completa y puedes permitirte económicamente una media jornada, te diría que lo hicieras. Casi siempre tener tiempo para tus cosas te hace mucho más feliz que tener más dinero. También diría que si estás mal, te sientes solo, te ves mal en el espejo o piensas que todo el mundo tiene planes menos tú, no te obsesiones: todos estamos igual de mal y transitamos las mismas emociones. La infelicidad es una parte inevitable de la vida y todos la sentimos, por muy bien que parezca que les va a los demás. Otro asunto que se suele pasar por alto y es una fuente de malestar muy grande son los problemas de pareja: aunque sea algo costoso y difícil de hacer, si estáis mal, recomiendo ir a terapia de pareja porque analizar y reflexionar sobre tus comportamientos con un tercero ayuda muchísimo. En general, creo que la clave está en tratar de centrarte mucho más en tus relaciones y mucho menos en todo lo demás. No pensar solo en el éxito profesional o en acumular riquezas, sino valorar estar con tu pareja o con tus hijos o llamar a ese amigo al que hace mucho que no llamas. Eso y rodearte de gente buena.

https://igluu.es/entrevista-alejandro-cencerrado-felicidad/   

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