LA REVOLUCIÓN DE LO LENTO
En un mundo tan
rápido, la verdadera revolución está en lo lento
Si le preguntas a alguien qué superpoder le gustaría tener, las respuestas más comunes son volar como un pájaro, ser invisible o leer la mente ajena. Marta Abril dice que le gustaría que las personas a las que quiere pudieran verse como ella las ve, con más gratitud hacia sí mismas. Ella lo intenta cada día, con sus talleres y retiros, comparte con su comunidad de Instagram trucos para llevar una vida más lenta y honesta.
Con 23 años fundaste tu propia agencia de comunicación pero
decidiste dejarlo todo.
Durante mucho tiempo intenté encajar con el mundo y convertirme en lo que se esperaba de mí siguiendo el camino establecido. Tenía el pack completo: mis carreras, mi empresa, mi novio de ICAI… Pero, según pasaban los años, seguía sin encontrar mi sitio. Tenía etapas de felicidad, pero no era yo.
Por eso me di permiso para redefinir qué era el éxito para mí. Todas las mañanas me hago tres preguntas: ¿Estoy donde quiero estar? ¿Estoy con quien quiero estar? ¿Dedico mi tiempo a lo que me hace feliz? Durante muchos meses, la respuesta a las tres era negativa. Entonces un día decidí ser valiente y darme la oportunidad de que fuera un sí.¿De un día para otro?
Era una necesidad tan grande que no podía hacerlo poco a
poco. Una mañana llevé a mis compañeros a desayunar y les conté que necesitaba
irme, que les regalaba la agencia. Aunque la hubiese montado yo, era un
proyecto que habíamos construido juntos. Les dejaba todo con una sola
condición: que desde ese momento no tuviese que contestar ordenador, me fui a
dar un paseo por el Retiro y hasta hoy. Ellos siguen y les va fenomenal.
Y te lanzaste a la aventura: te fuiste a México a
estudiar arte dramático.
Empecé a trabajar en la televisión mexicana pero, cada vez
que podía, me escapaba a Tulum a estudiar con los chamanes y me adentré en un
mundo que cada vez sentía más mío. Era más feliz con esa forma simple de vivir,
descalza y despreocupada. Después volvía a la tele, con mi pestaña postiza y mi
superproducción. Viví esa dualidad un tiempo hasta que un día me pregunté por
qué seguía si no me gustaba ser actriz y decidí viajar por el mundo para aprender
otro tipo de cosas, astrología, fitoterapia o tinte de tejidos. Me fui creando
un universo y me encontré. Estuve en Indonesia, Bali, Australia, Colombia…
muchos sitios, pero todos con el denominador común de la naturaleza. Me hacían
vibrar bonito. La maternidad me llevó a asentarme en Mallorca, pero sigo en el
escenario de sencillez en el que quiero estar.
Todo este viaje lo cuentas en tu libro, Semillas para el alma. ¿Qué aprendizajes te llevas
en la mochila?
Sobre todo, la importancia de ser honesta. Todos deberíamos
preguntarnos qué queremos, al margen de qué deberíamos hacer. Tienes que
permitirte tus luces y tus sombras, pero vivir para ti, no para la foto. Te
puede gustar bailar salsa, plantar tomates y beberte un vino y todo es
compatible, no tienes que demostrar nada a nadie, solo escucharte a ti. Dejar
de lado el personaje y centrarte en la persona, en quién eres, y desde ahí
aprender cada día.
Ahora, compartes tu realidad y tus consejos para una
vida más lenta con casi 300.000 personas en Instagram. ¿Queda algo en ti de esa
vida anterior?
La interpretación me dio tablas para lidiar con la
sobreexposición. Soy muy introvertida y me cuesta sentirme observada y, si no
hubiera explorado ese camino, no podría llevar mi día a día frente a la cámara
con la misma naturalidad. Aprendí a llevar la crítica, a colocar la opinión
externa, a controlar el ego…
¿Te afecta mucho la sobreexposición de las redes?
Estoy al margen de esa toxicidad digital. Cuando empecé
a crear contenido, para mí lo único importante era hacerlo desde la honestidad,
sin intentar gustar a todo el mundo ni demostrar nada porque creo que así se
crea una comunidad. Quiero contar las cosas como las vivo sin pensar en el
contenido. No voy a limpiar una tabla de madera para grabarlo; como tengo que
limpiar la tabla de la cocina, lo grabo para enseñarte cómo.
En 2024, fuiste una de las dos únicas influencers de
sostenibilidad en aparecer en la lista Forbes. ¿Te sientes cómoda en esa
etiqueta?
Me siento cómoda contagiando consciencia dentro de la
cotidianidad. Creo que funciona mejor hablar de la sostenibilidad desde el
amor, la imperfección y la naturalidad que desde el aleccionamiento. Es más
honesto pensar que, aunque no seas la persona más sostenible del mundo, lo
haces lo mejor que puedes. Mi contenido pretende que honres la cotidianidad y
la hagas lo más bella posible. Soy consciente de que la mía puede verse muy
idílica y que se aleja de la vida en una gran ciudad, pero lo bonito está en
que cada uno pueda construir su verdad en su contexto.
¿Vivir en un pueblo de Mallorca también te sirve para
alejarte un poco del ruido y la vorágine de consumo del mundo influ?
Es que estoy totalmente fuera de eso. A nivel
colaboraciones, acepto un 3% de las propuestas que me llegan porque para mí es
muy importante que haya verdad. Quiero ser honesta con lo que hago, no
venderme. Lo que no quiero o no me encaja con ese principio, lo rechazo. Para
mí, el evento del mes es ir a Palma porque no salgo de mi pueblo y tengo una
vida realmente austera, preciosa, pero muy humilde y muy sencilla. Soy
consciente de que en las redes puede parecer que es falso, pero es que es así.
Si viera la realidad, mucha gente diría «pero cómo vive así esta mujer».
¿Qué te da esa vida tan pegada a la tierra y a la
naturaleza?
Todo. Es mi fuente de creación, equilibrio e inspiración. No
concibo estar en otro lado. Mi hija pequeña, con dos años, lo primero que hace
al levantarse, medio dormida y despeinada, es ponerse las botas de agua para ir
a ver a las gallinas… Y me parece precioso que todos estemos en armonía, que
necesitemos vivir así.
Como alguien que vive una verdadera slow
life, ¿qué le dirías a quien quiera aplicarla en su día a día?
En este mundo tan rápido, la verdadera revolución está en lo
lento. Creo que lo más importante es restablecer tus prioridades, entenderlas y
concederles espacio. Ya sea hacer deporte o estar con tus hijos, si no les das
su lugar no vas a poder vivir en equilibrio. También da mucha paz el abrazar
tus momentos vitales. Por ejemplo, ahora que soy madre de dos niños pequeños,
mi universo es caos, pero eso me da armonía porque me parece lo natural. El
minimalismo, que va muy de la mano de la slow life, también está
muy relacionado con ello: cuando tienes claro qué es lo que realmente necesitas
y qué no, te vuelves minimalista de forma natural. Y eso puede aplicarse a
todas las parcelas de la vida.
¿La maternidad ha cambiado mucho tu perspectiva de
esa vida lenta?
Me ha conectado mucho más con la realidad. Me ha dado honestidad,
franqueza, calma, plasticidad… Todo lo que pensaba que era A, ahora sé que
puede ser B, C, D, E y F. Creo que los niños son los dignos herederos de la
Tierra, por eso están tan conectados a ella. Si un niño crece libre, desarrolla
la necesidad de proteger la naturaleza porque se siente parte de ella. Cuando
hablamos de sostenibilidad, parece que estamos inventando la rueda, pero
tenemos que mirar cómo vivían nuestros abuelos. Cuántas cazuelas tenían,
cuántos zapatos. Apartar el ego y mirar atrás.
¿Cómo conseguirlo?
Hay que dar valor a las cosas, porque solo así las cuidas.
Abrazar lo cotidiano, el ratito del café de la mañana, el sol que nos da al
salir a la calle. Ahora, el ritmo de la vida hace que no valoremos nada y
nuestra generación ha sido víctima de ello: si todo es efímero no cuidas las
cosas, las reemplazas. Conectar con el minimalismo hace que tu perspectiva
cambie.
Es lo que intentas transmitir con tus retiros y los
talleres que organizáis, con las experiencias mediterráneas.
Las pantallas son más frías que mirar a los ojos a alguien.
En los talleres nos reunimos personas que estamos conectadas por algo: aprendan
o no a hacer una vela o a teñir algún tejido, se llevan un rato de amor y el
aprendizaje de que es importante hacer las cosas con calma. Que, en tu caos
diario, puedas encontrar ratitos de autocuidado, de mimo. Los hacemos en
Mallorca, pero también en grandes ciudades como Madrid, Barcelona y Valencia,
donde hay más necesidad de conexión. Buscamos que los retiros y las
experiencias mediterráneas sean en sitios especiales, para que los dos o tres
días que vamos a pasar juntos sean una experiencia bella.
Esa filosofía también está detrás del proyecto Oliva y Almendra, vuestra
marca.
Será una marca de slow life, con muy pocas
cosas. Para mí es muy importante no caer en el consumismo. Quiero que compres
cosas que necesites y que traigan belleza a tu cotidianidad. Por ejemplo, una
cuchara de palo pero diseñada con tanto cariño que la valores cada vez que la
uses.
¿Todo hecho en Mallorca?
Sí. Mallorca está en el alma de Oliva y Almendra, en los recursos de una isla que es mi casa y que
quiero cuidar. Con el proyecto quiero dar voz y altavoz a proyectos de
artesanos locales, a gente que hace cosas maravillosas aquí… Que cada objeto
tenga sentido y verdad, que recoja el trabajo de gente que queremos hacer las
cosas de otra forma.
Nos gusta mucho cómo lo resumes: «no hay mayor lujo que
valorar la exquisitez de lo pequeño».
Es que en lo pequeño está lo enorme. Si tienes la capacidad
de asombrarte con un amanecer o con una conversación, vives en abundancia.
Pasamos la vida esperando a que llegue un momento, unas vacaciones o un día concreto
y es un error. Si observas el hoy con gratitud, te das cuenta de que
levantarte, darte una ducha, tener salud y a gente que te quiere… es tantísimo.
Esa gratitud es necesaria para ser feliz porque la vida son ratitos y, cuantas
más ganas tengas de ver el lado bonito, más te llevas al saco.
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