ALGUNAS PREGUNTAS INCÓMODAS
INTELIGENCIA
ARTIFICIAL, SUPERINTELIGENCIA Y CAPITALISMO
La llamada inteligencia artificial ya es parte de la vida diaria de los humanos, sea con su consentimiento o sin él. A ese hecho le acompaña, desde hace meses, una sobreabundancia de artículos, reportajes e informaciones sobre la IA.
Muchos pensarán que es lógico, dado el interés general que suscita el asunto, y que aún existen mucha desinformación y mucha incertidumbre al respecto; otros, más suspicaces, podrían pensar que simplemente se trata de hacer digerir (o quizá simplemente tragar) a la población de manera más o menos didáctica unos avances tecnológicos que vienen desde arriba o de publicitarlos a gran escala.
En efecto, al plantear debates sobre la IA se suele invitar a expertos en el ramo, que naturalmente son parte interesada, y que buscan ante todo hacer pedagogía y vender el producto. Son muy escasas en esos debates los voces críticas con la IA, que son generalmente tachadas de en exceso radicales o en exceso desinformadas.
Pero apenas la población está comenzando a deglutir como puede las prácticas, usos y consecuencias de la IA en su vida diaria cuando ya asoma por el horizonte su nueva superfetación o avatar aumentado, la superinteligencia artificial (IAG o inteligencia artificial general), es decir, por resumir, la superación de la inteligencia humana por la inteligencia de las máquinas.
Los apóstoles y apologetas de esa superinteligencia, mucho más
entusiastas, optimistas y transhumanistas aún que los apóstoles y apologetas de
la IA (y no sabemos si con razón o sin ella), auguran que la creación,
implantación y extensión de esa superinteligencia entraña una tal
amplificación, escalación y aumento de los procesos relacionados con la
inteligencia en las máquinas que esta sobrepasará con mucho a la inteligencia
humana y accederá a dominios vedados a ella.
Esos apóstoles y gurúes tecnológicos anuncian la llegada de
una Nueva Era, de un Nuevo Paradigma. La superinteligencia no ayudará a la
ciencia: hará ciencia ella misma, realizará descubrimientos científicos por sí
misma, con muchísimos mejores resultados que la ciencia humana; creará máquinas
dotadas de emoción y de empatía, quizá incluso de consciencia de sí mismas y de
capacidad de decisión moral, que lo harán todo por nosotros, incluido criar y
educar a nuestros hijos y cuidar y curar a nuestros enfermos; creará máquinas
que gobernarán y gestionarán un mundo feliz, más allá del bien y del mal;
creará vida artificial; traerá consigo la inmortalidad y la superación (no a la
manera darwiniana, sino probablemente a la nietzscheana-eugenésica) de la
naturaleza del homo sapiens y sus límites en una nueva
especie aumentada aún por determinar; en definitiva traerá
felicidad incluso a los que ya son felices, porque se tratará de una
superfelicidad, una felicidad muy superior, al parecer, a la ya existente (y
como siempre, el paraíso de unos suele ser el infierno de otros).
Todos estos grandes vuelos, de escala teológica, y todos
estos proyectos fáusticos (y quizá mefistofélicos) soñados y propagados por los
defensores de la IA y de su vástago aumentado, suelen tener, curiosa, o quizá
extrañamente, las alas muy cortas cuando se trata de cuestiones políticas
concretas, o de asuntos específicamente políticos. Pareciera que la inteligencia
política de la llamada superinteligencia es prácticamente nula. Y en los
debates sobre la IA y derivados se escamotea de manera sistemática una cuestión
esencial desde el punto de vista estrictamente político (y para algunos de
nosotros más que esencial): en ese bello horizonte tecnológicamente utópico, la
IA y la superinteligecia ¿pueden ayudar en algo a acabar con el capitalismo, a
ponerle fin? ¿O serán solo unas prótesis más, más refinadas y sofisticadas aún
que las anteriores, para continuar con la explotación económica de una clase
sobre las otras sobre la base de la acumulación del capital, el carácter
sagrado de la propiedad privada, la división del trabajo y la explotación de
una clase sobre otras? Por simplificar: ¿La superinteligencia acabará con el
capitalismo o es solo un instrumento más de este para su propia perpetuación?
Es el tipo de pregunta que no suele formularse en foros y
debates tecnológicos, quizá por desinterés político, quizá por ausencia de
cultura política, quizá simplemente porque en esos foros la respuesta se da por
hecha y es bien sabida de antemano, en consonancia con el axioma de que es más
fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero lo cierto es
que la simple formulación de esa sencilla pregunta hace aflorar como hongos las
trampas de lo eludido, lo no dicho y de lo omitido en esos debates. En efecto,
la pregunta puede tener dos respuestas, una inverosímil, y otra bastante obvia,
a poco que se rasque un poco la superficie. La primera supondría que la IA y
su primo de Zumosol (perdón por la referencia noventera), la
IAG, serán capaces, en su quasi infinita inteligencia, de acabar con el
capitalismo e imponer, no está claro cómo, un sistema infinitamente más justo,
equitativo y racional, un régimen mucho más inteligente digno de una
superinteligencia superior. Prácticamente nadie, ni si quiera los más
desbordadamente entusiastas de la IA, creen ni podrían creerse una cosa así. La
razón es evidente, para ellos mismos y para cualquiera: nadie es tan ingenuo
como para pensar que las empresas tecnológicas chinas, estadounidenses o
taiwanesas estén dejándose la vida y realizando inversiones ultramillonarias
para crear artefactos que pudieran acabar borrando de la faz de la tierra su
propio poder, su propia influencia y su propio enriquecimiento, que está
trayendo consigo, una sistemática automatización de la desigualdad.
La destrucción del capitalismo no se encuentra en modo
alguno y de ninguna manera en el horizonte de los creadores, perfeccionadores e
implantadores de la IA, sino lógicamente más bien justo a la inversa. Nadie es
capaz de dar una respuesta racional y realista a la pregunta de cómo sería
posible que las complejísimas máquinas sustentadora de la IA, sustentadas a su
vez en el complejísimo entramado extractivista, productivo y económico de la
sociedad tecnológica capitalista actual, podrían existir y funcionar sin ese
substrato económico-político del capitalismo, cómo podrían existir sin el suelo
del sistema que las ha creado y las sustenta. Las osadas fantasías de los
apóstoles de la superinteligencia se estrellan así de forma aparatosa contra la
cruda realidad de la producción capitalista, del funcionamiento de la
competencia, el consumo, el libre mercado, la plusvalía y la creación de valor como
fundamentos de toda inversión tecnológica, y naturalmente contra el potentísimo
entramado político y militar que lo protege y que constituye el principal motor
de la investigación tecnológica.
La radical novedad de la IA, que prometía traer infinitas novedosísimas
y radicales novedades, casi todas buena y beneficiosas (¿para quién?), se
revela de pronto en el plano político y económico como más de lo mismo, como
aquello de querías arroz, pues toma tres tazas, como un proyecto de una
viejunez insostenible. Al aterrizar en el burdo suelo de la Realpolitik,
el gran sueño de la IA demuestra su carácter viejísimo, su naturaleza de cosa
rancia que no trae novedad alguna sino mera perpetuación de lo mismo por los
mismos de siempre, pero aumentado. Y plantea, en ese aterrizaje defectuoso,
muchas preguntas casi siniestras en su absurdidad: ¿cómo es posible que la
superinteligencia vaya a traer el fin de la humanidad tal y como la conocemos,
y del mundo humano tal y como lo conocemos, y su substitución por un mundo
suprahumano, y en cambio no pueda acabar con el capitalismo? ¿Es que acaso el
capitalismo es algo anterior a la naturaleza humana, o anterior al tiempo
incluso, como parecen creer algunos de nuestros contemporáneos? ¿Debemos
considerar que estos defensores de la superinteligencia dan la razón
definitiva, en lo que atañe al decurso y despliegue de la historia, a Karl
Marx, el primero en hablar de un posible sujeto automático del
capital independiente de los sujetos humanos? ¿Están defendiendo los superdefensores
de la superinteligencia un supercapitalismo ya definitiva y
siniestramente más que humano?
Porque, en efecto, en los foros tecnológicos no se trata
nunca de asuntos tales como si la IA ayudará o no en algo, y de qué manera, a
la implantación y desarrollo de los feminismos y los anticolonialismos, al
problema de la vivienda y de la propiedad de la tierra, al aumento del nivel
económico de los trabajadores, a la inflación y subida de los precios, a un
mejor acceso a la sanidad o la educación, a los problemas de transporte y
movilidad, al cambio climático. Los defensores e impulsadores de la IA saben
muy bien (y eso es muy extraño dada las injerencias que se permiten en el resto
de ámbitos) que las decisiones sobre esos asuntos no pertenecen a su ámbito,
pero tampoco explicitan a quién pertenecerá ese ámbito y a quién pertenecerá
tomar esas decisiones. ¿Van a ser poderosas máquina superinteligentes las que
tomen las decisiones políticas que incumben a los humanos? ¿Van a ser los
mismos de siempre y de la clase de siempre los que las tomen utilizando esas
máquinas? ¿Va a ser una mezcla de las dos cosas? Cualquiera de las tres
opciones resulta bastante desoladora desde el punto de vista de las políticas
emancipadoras. ¿Van a implantar las superinteligencias una democracia
verdaderamente participativa y una sociedad sin clases? ¿Y cómo van a hacerlo
si la clase hegemónica cuenta con los medios de producción y los avances y
contingentes militares más devastadores de la Historia? Estas dos últimas
preguntas dejan bien claro que desde el punto de vista de la libertad política,
las ganancias que pueden esperarse de la IA son más bien escasas, tirando a
nulas (si es que alguna vez la libertad y la emancipación política estuvieron
en consideración en este asunto).
Parece bastante claro que la utopía que nos
ofrecen los apóstoles de la superinteligencia consiste en cambiar o transmutar
la humanidad o la esencia de lo humano para que el mundo (económico-político)
siga igual (o aún más hermético a la libertad.) Es decir: sacrificar nuestra
especie por el bien de estructuras económicas y políticas consideradas
inmutables. Parece un trato bastante desventajoso y ruinoso para la humanidad,
pero los gobiernos, las empresas tecnológicas multinacionales, los expertos y
la mayoría de los medios de comunicación saben venderlo muy bien. Esa utopía que,
como suele ser habitual, busca hacer mejor la vida de la gente
sin la gente (e incluso contra ella), se funda sobre una paradoja insalvable,
que deja clara la naturaleza disonante del proyecto: crear un capitalismo más
humano pero sin la humanidad, regido y dirigido por máquinas no
humanas, y que deje de una vez atrás las debilidades y miserias del homo
sapiens (excepto el ansia de poder y de lucro).
Es aproximadamente en estos momentos de la discusión cuando
suele blandirse el argumento de la neutralidad de la
hipertecnología y de su naturaleza de pura herramienta: es como un cuchillo,
puede servir para matar o simplemente para cortar una sandía o incluso, usado
como bisturí, para salvar vidas. Estamos totalmente de acuerdo en que la
tecnología es una herramienta y, como tal, será siempre usada por el poder para
sus fines: el patriarcado la utilizará para preservar y reproducir el
patriarcado, el capitalismo para preservar y reproducir el capitalismo, una
sociedad hiperautoritaria para para preservarse y reproducirse a sí misma. Por
tanto si se quiere hacer un uso más justo, libre, racional y equitativo de la
tecnología habrá que implantar una sociedad más justa, libre, racional y equitativa,
algo para lo que la tecnología, en tanto instrumento, en nada ayuda, pues ya
está predeterminada por la marca de su amo (las multinacionales y Estados que
las crean). La hipertecnología actual es una herramienta pero no es neutra: es
producto de un complejísimo sistema socioeconómico sin el cual ni se da ni
podrá nunca darse, y refleja todos y cada uno de sus sesgos; pensar en una
hipertecnología como la actual sin capitalismo es como pensar en un cuchillo
sin mango y que no tiene hoja. Por eso el transhumanismo solo es capaz de
construir sus utopías únicamente dentro del capitalismo.
Y de hecho los primeros escarceos de la IA en la vida de
la pólis no son hasta ahora especialmente halagüeños; en esa
línea indicada de herramienta del amo, ha traído cualquier cosa
menos novedad, y se ha mostrado como adalid de cosas tan antiguas como la
desinformación o el bulo, y en correa de transmisión de ideologías
ultraconservadoras igualmente arcaicas que defienden el machismo, el racismo,
la aporofobia y cosas similares. No se le conocen aún efectos positivos en ese
ámbito, aunque algunos los esperan llenos de un optimismo que produce algo
de suspicacia. Y en cuanto a la economía, la extensión de internet y de su
IA ha coincidido en el tiempo con el periodo de mayor enriquecimiento de unos
pocos; es posible que, siguiendo esa tendencia en escalada, la
superinteligencia consiga que los ricos (cada vez menos) ganen más y vivan más
y muchísimo mejor que nunca, y los pobres (cada vez más) vivan igual de mal que
siempre. En todo caso, nada nuevo bajo el sol.
Capítulo aparte merece el desmesurado consumo de energía que
requiere la IA, pequeño a su vez comparado con el que requerirá la
superinteligencia, que harán que la demanda de electricidad se sextuplique en
los próximos diez años. Los apóstoles de la superinteligencia ya tienen
solución para eso (como para todo en realidad): según ellos la
superinteligencia, precisamente porque es superinteligencia, encontrará ella
sola, en un futuro indeterminado, la solución para ese problema energético, así
como para el cambio climático, la contaminación, etc., desvelándose así con
toda claridad la naturaleza religiosa, mesiánica y soterológica de su discurso,
que convierte a esa superinteligencia en el gran Paracleto (literalmente el
Consolador) de nuestra era. Mientras esas soluciones llegan, la IA ya está
impulsando la renuclearización en Estados Unidos: Microsoft se propone reabrir
la central nuclear de Three Mile Island para que le abastezca de energía
durante 20 años. Le han seguido en la iniciativa Google y Amazon.
Y finalmente, las aplicaciones militares de esa IA y su
superinteligencia, que no ha llegado solo para traernos la superfelicidad, sino
también la superdestrucción. El ejemplo de Gaza es sin duda paradigmático: los
tan cacareados ataque quirúrgicos de los drones no
substituyen, sino que conviven tranquilamente con el exterminio masivo de
población civil a través de ataques facilitados por la IA. Durante el primer
mes de la ofensiva de Gaza, el ejército del Estado de Israel (uno de los mejor
pertrechados tecnológicamente del mundo) atacó 15.000 objetivos, muchos de
ellos civiles, un volumen de bombardeos exorbitado, posibilitado por la IA que
como siempre pone el énfasis en lo cuantitativo y no en lo cualitativo, y lo facilita:
aplicada a la destrucción, significa destrucción a la enésima potencia. No
esperemos por ello cambios en lo cuantitativo o de naturaleza en las nuevas
guerras inteligentes: solo traerán incremento de los valores de
aniquilación a través de instrumentos cada vez más refinados e inteligencias
absolutamente desprovistas de empatía y compasión, que según los gurúes de la
IAG tomarán en un futuro cercano decisiones de ataque y combate (si es que no
las están tomando ya). El exterminio en Gaza y la guerra en Medio Oriente se
están mostrando como un escaparate perfecto y una maravillosa ventana
de oportunidades (según el cínico lenguaje de la economía liberal)
para probar esas nuevas tecnologías de la aniquilación (quizá aquí estaría una
de las razones de su cruel e innecesaria prolongación en el tiempo).
No, la superinteligencia que viene y sus tecnologías no
acabarán nunca con el capitalismo, sencillamente porque son parte de él, y en
estos momentos son además su alma, su motor económico y su corona. De hecho, el
capitalismo está construyendo en la actualidad, con la ayuda de la IA y
sus utopías, un horizonte existencial y religioso–teológico para el
sistema que incluye la inmortalidad, Y todos los indicios parecen indicar que
la lucha de fondo que se está estableciendo con la irrupción de la nueva forma
de IA no es, como pudiera parecer y como se intenta que parezca, la del
humanismo contra el transhumanismo, es decir, el fin de una determinada visión
del humano cultivada en Occidente frente a otra que considera que lo humano
tiene ya fecha de caducidad y es algo obsoleto. No, que los cantos de sirena
tecnologizantes no nos hechicen: la lucha de fondo es la que se está dando
entre la humanidad por un lado y el capitalismo tecnoindustrial y superinteligente por
el otro, pertrechado de sus hipertecnologías, que amenaza no solo la vida de
miles de especies vegetales y animales, sino también la de la propia especie
humana que, si es necesario, podría ser sacrificada en el altar de la economía
para dar paso a una superhumanidad más inteligente, al parecer, y mejor
adaptada al capitalismo, y cada vez más similar a una máquina.
Está claro que el enemigo de la emancipación no es en
primera instancia la hipertecnología computacional, sino los poderes y el
sistema que los usan como herramienta, pero esa herramienta es indisociable
ontológicamente de esos poderes y de ese sistema, y la hacen por ello
absolutamente inerme e incapaz en todas aquellas luchas por la emancipación
política que busquen algo más que pedirle un simple aumento de sueldo o un
poquito más de benevolencia a los poderes situados en lo alto. Nos tememos que,
mientras las reglas de juego las siga imponiendo el capitalismo, los
movimientos sociales de aliento emancipador solo podrán hacer un uso deficitario,
minoritario e impotente de las herramientas cibertecnológicas del amo.
No parece muy sensato poner esperanzas emancipadoras en esas
tecnologías avanzadas; antes bien, el esfuerzo debería ponerse en estar
vigilantes para desenmascarar en todo momento su naturaleza opresiva en lo
político, explotadora en lo económico, devastadora en lo militar y ecológico,
alienante en lo social y distorsionadora y empobrecedora en lo ontológico; en
reducir al máximo, su uso y su extensión; y en detener por los medios que se
considere oportuno su avance deshumanizador y devastador del medio ambiente.
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