FUNCIONAR O EXISTIR
Si Miguel Benasayag, filósofo, biólogo, epistemólogo y
psicoanalista argentino nacionalizado francés, tuviera que elegir una palabra
sobre su investigación, sus intereses personales, profesionales, filosóficos y
políticos, esa palabra sería «Complejidad».
«La complejidad es la principal
característica de nuestro tiempo», explica. Llevamos más de un siglo saliendo
lentamente de la era de la centralidad colonial. Y estamos saliendo no por
decreto o voluntad, sino porque el mecanismo de autoproducción se ha agotado».
¿En palabras menos complejas?
La modernidad occidental corresponde al mundo de los ingenieros. Cuyo leit motiv es que si hay algún problema, se puede resolver porque el hombre es el maestro y poseedor de la naturaleza. El amo. Esto ha producido el progreso científico y tecnológico, el arte e importantes libertades individuales. Pero hemos llegado a un punto en el que el método del ingeniero ya no funciona y los inconvenientes superan a las ventajas: el cambio climático y la modificación del planeta, cuyos efectos son comparables a los de «una era geológica».
¿En qué sentido este momento es caótico y es inédito?
La complejidad no es una teoría. Llamamos “complejidad” a la emergencia de algo que dice no va más. Un
cierto modo de vivir, producir, de vivirse a sí mismo como individuo que
consume, como separado de los otros, este modo occidental, colonizador, patriarcal
que hizo este modo de existir en el mundo no va más. La destrucción que provoca es mucho más
grande de lo que produce. Por ejemplo: si alguien tomaba un coche para
ir de Buenos Aires a Córdoba en 1940, el 90% de lo que estaba haciendo era ir
de Buenos Aires a Córdoba. En un 10% arruinaba el paisaje y contaminaba un
poco. Hoy en día, cuando alguien agarra un coche para hacer lo mismo, 10% es ir
a Córdoba y 90% participar de la destrucción.
En todas las dimensiones de la vida nos damos cuenta de que
existe esta inversión. En los últimos 50 años 70% de especies vertebradas
desaparecieron, no hay más insectos para polinizar… estamos frente a un momento
de colapso. Otros modos de vida, un
poco aplastados, considerados menores o subdesarrollados, vuelven a emerger a
la vista. Los de los pueblos originarios, de algunas tribus africanas… Entre los poderosos nadie decide parar.
Quieren seguir con el extractivismo, el productivismo, pero por otros medios,
con la tecnología. La vida está
cuestionada como vida en el planeta. A mucha gente esto la aplasta, no puede
pensarlo; el rol de a
quienes les da el cuero es el de ver qué es lo pensable, lo vivible. Cómo se
puede vivir.
P: ¿Alternativas?
En «El regreso del exilio, uno de mis libros, que no se
refiere a mi regreso a la patria, sino al hecho de que el ser humano ya no puede considerarse fuera del sistema de la
naturaleza. Es necesario volver a entrar en el sistema de la naturaleza».
"Venimos de un largo periodo de la historia, el de
la modernidad, cuyo imperativo era realizar el sueño de un mundo disciplinado
por la razón, acabando por domesticar, y a menudo negar como frágil y
perdedora, la experiencia del cuerpo, las pulsiones, los vínculos afectivos y
la interacción con la naturaleza.
Este «sueño» de
la omnipotencia de la razón se ha visto desbordado por la irrupción de la
pandemia. La incertidumbre, la complejidad, la fragilidad han vuelto con fuerza
a nuestra vida cotidiana, desenmascarando la ilusión del camino moderno.
El confinamiento exigido por la lucha contra el virus nos ha hecho redescubrir
que todos estamos unidos, que -de hecho- nuestra esencia más verdadera reside
precisamente en esa maraña de vínculos que somos.
Es una conciencia llamada por el dolor y el miedo, pero de esta fragilidad puede surgir algo nuevo y
positivo y puede convertirse en el acontecimiento a partir del cual imaginar
nuevas relaciones de convivencia entre el pensamiento crítico y el conocimiento
que proviene de ese «sentido común» que no es la banalización de
las convicciones humanas, sino la trama dinámica, nunca del todo codificable,
dentro de la cual nuestras vidas adquieren sentido."
¿Ve el mundo, o incluso el universo, como un único e
inmenso organismo vivo?
«Hay entre los científicos quienes creen que el universo es
una estructura viva unitaria. Pero yo soy más prudente: vivo y orgánico no son
lo mismo. Creo que pertenecemos a una unidad orgánica».
¿Puede explicar la diferencia, entre funcionar y existir,
uno de los pilares de su pensamiento?
No hay dicotomía porque no puedo existir sin funcionar. En mi cuerpo y en el mundo hay un montón de
cosas que funcionan. En la pandemia yo me vacuné. Mi compañera no. Los
dos éramos conscientes de que lo nuestro era una apuesta. Existir significa apostar sin saber mucho.
Uno se compromete con ciertas
posiciones no sabiéndolo todo. Es el lado de la existencia; no todo está cerrado o determinado, juega la
libertad. Como todo está tan
amenazante y todos tenemos miedo de todo, la propuesta de los poderes es de
funcionar. Porque eso es evaluable, cuantificable, transparente. La existencia
siempre tiene lados oscuros, eclipsados, no saberes, intuiciones. El
funcionamiento se presenta con la transparencia panóptica de la máquina, y hay
hasta una estética del buen funcionar. La gente quiere funcionar bien,
mismo clínicamente. Cuando viene a ver a un médico o a un psicólogo dice:
“estoy funcionando mal”. Aparece un desafío, porque el problema es que funcionar bien no es existir. Funcionar bien quiere decir justamente
“desexistir” para tratar de plegarte a algo más claro, que te baje la ansiedad.
La resistencia pasa por decir: “tenemos que existir”, sobre todo a los
jóvenes, los chicos. Tenemos que decirles que no aprendan cosas útiles. Que no tengan miedo de perder el tiempo.
“Tómense el tiempo, aprendan lo que se le cante”. Permitir la existencia es un
modo de resistencia que rempuja un poco la amenaza.
¿Por eso plantea que ante un futuro amenazante, o un no
futuro, lo que nos queda es el presente?
Absolutamente. Hay
tarados mentales que son científicos que piensan que vamos a conquistar otro
planeta. Esas tonterías sirven para seguir como antes, produciendo y
destruyendo. Está el colapso, ¿entonces qué? ¿No tenemos más hijos? ¿No nos
movemos más? Hay una amenaza frente a la cual parece que no puedo hacer nada.
Pero… ¿qué puedo hacer? Lo que puedo hacer es lo que abre el presente. Lo que puedo hacer ahora. Lo aprendí
en los cuatro años y pico de cárcel. En el pabellón recibí la información de
que se acababan todos los planes de fuga. Se me abrió la cosa… me pregunté “¿qué hacemos acá?”. Era inmenso, infinito.
Proteger a los compañeros, intercambiar elementos culturales, pensar la vida,
aprender cosas… de repente se
abrió un mundo enorme de cosas para hacer. Ninguna nos permitía salir ni atacar
a la dictadura, pero permitieron que en mi pabellón sólo un compañero se
volviera loco. Indirectamente sí estábamos resistiendo y permitiendo que hubiera
un después. Pero no
pensando en el después, sino asumiendo el ahora.
En ¿Funcionamos o existimos? defiende
cierta espiritualidad: hacerse un café es un ritual. También cuenta que intuyó
que iba a estar en la cárcel mucho antes de estarlo. ¿Qué rol juega en su
pensamiento la filosofía oriental y cómo puede servirnos como herramienta para
pensar este momento?
El ejemplo del café surgió del poco tiempo que me pidieron
que ayudara a equipos de gerontólogos. Sobre la persona discapacitada o muy
anciana que no puede hacer cosas se dice “hacer un café le toma tres horas”. El
asunto no es que tome un café, sino que en esas tres horas está haciendo cosas.
“Caminante no hay camino”. Estudié mucho el taoísmo. Y a una corriente occidental muy cercana a la India,
el neoplatonismo. El taoísmo tiene una sabiduría enorme con
respecto a no estar pensando en la solución de la cosa y asumir la vida. Chuang
Tse tiene todo un texto sobre la utilidad de lo inútil. Funcionar es tratar de ser útil, pero útil es
una máquina, sirve para algo. Los seres vivos somos profundamente inútiles,
en el sentido de que no tenemos que servir para algo. Es horrible cuando se
mira a alguien y se dice “¿para qué sirve? Este no produce, no consume”. Hay que reivindicar la inutilidad. Todo lo
fundamental –el amor, la creación, el arte, la alegría– es inútil.
¿Qué papel tiene la tecnología en todo esto?
La tecnología actual
crea una ausencia. Cuando alguien está conectado con el telefonito en realidad
se ausenta. Trabajé en
neurofisiología para ver los efectos del GPS, para ver en qué nivel eso
producía destrucción en ciertas conexiones neuronales. Llegas del punto “a” al
“b”, pero entre esos puntos no exististe. La maquinita facilita las cosas, pero ése no es el objetivo. El objetivo
era vivir las cosas. Hay un cierto nivel de confort que es una trampa.
Por eso creo que la crítica al
utilitarismo del taoísmo, la idea de que estás porque estás, o el estar siendo,
hoy día son fundamentales. De la misma manera que cuando te están
masacrando en la cárcel y todo lo que quieren es que mueras de miedo y te
vuelvas loco. Hay una amenaza enorme,
pero esto abre posibles.
Son muchos los que sostienen que ya no hay separación
entre el mundo online y el offline. ¿Qué piensa de esta idea?
Existe una
colonización que formatea el cerebro y los cuerpos. El punto máximo es el
transhumanismo. Por el momento, por suerte, sigue existiendo un mundo de cuerpos, y el objetivo sería que colonice la
técnica. No se puede volver
atrás con respecto a la tecnología, pero hay que dar la vuelta al movimiento y
que la tecnología nos sirva a nosotros. Yo vivo en un sexto piso y tengo
ascensor, pero no por eso me volví una masa gelatinosa. Sigo usando los
músculos. Lo que pasa con el cerebro es que no todo lo que uno delega a la
máquina el cerebro no lo hace más.
En sus postulados da protagonismo a los ancianos. ¿Por
qué?
La innovación
tecnológica permanente nos pone en un momento en que todo lo nuevo es bueno.
Toda la experiencia vivida es perdida, se deja de lado, porque finalmente lo
único que importa es la información que puede dar la máquina. Una sociedad que
se priva de toda experiencia y que se ata solamente a las dimensiones de la
información se debilita mucho. Hay una diferencia enorme entre estar informado
y comprender. La comprensión es un proceso físico, corporal. Todo lo que es experiencia está mal visto. La
vejez representa lo frágil, el hecho de ser mortal, y eso no hay que verlo.
Todo tiene que ser pura potencia nueva.
Eso hace que los viejos no desarrollen su potencia y los jóvenes sean víctimas
directamente del terrorismo
absoluto del funcionamiento.
Pertenece a una generación cuya juventud estuvo
atravesada por una necesidad de cambio social. Ante este panorama, ¿qué nos
queda en relación a lo político?
Estamos viviendo una época totalmente diferente. No podemos
juzgar la época pasada con la actual. Hasta los ’70 el mundo es el mundo del futuro; el mañana es un mañana rabioso, el de la
promesa. La gente está hecha de la época. No es independiente de la época.
Reaccionas en relación a ella. Algo se estaba gestando, se sentía al
respirar. Si cuando empecé a estudiar medicina me hubieran preguntado por el
2022 hubiera dicho que el cáncer estaría curado. En ese momento cada uno en sus
actividades metía el hombro acorde a esa promesa. Tengo amigos que se fueron al
Bolsón, otros que entraron a Montoneros, otros que hacían teatro alternativo.
Poco importa. No había una vía, había un moverse, que tenía mucho que ver con
la contracultura, el guevarismo, el indigenismo, el feminismo. Yo tocaba rock en un grupo hasta que
pasé sin solución de continuidad a ser combatiente del ERP. Era una
primavera. Nosotros somos
contemporáneos de una cosa inédita que es el fin de un mundo, del mundo creado
por el Antropoceno, el cartesianismo. No es que ser del ERP era la única
posibilidad. Pero había que hacer algo y lo reivindico. Fue una época
fantástica de mi vida a pesar de todo. Hoy hay una nueva distribución material y objetiva del mundo que no nos
permite para nada ordenar nuestras acciones en nombre de un futuro. Eso nos
exige asumir que el norte está en el presente. El ejemplo
que di de la cárcel era anacrónico con respecto a esa época, porque todo estaba
ordenado hacia el futuro y nosotros tuvimos que hacer un esfuerzo para
ordenarnos con el presente. Hoy
en día tenemos que comprometernos con el presente. Los politiqueros que prometen, piden adhesión,
están out. Y en todo partido, verticalidad, promesa no corresponde
a nada. Cuando veo a Alan Badiou que sigue hablando de la revolución… hace poco
en una entrevista un tipo le dice: “usted apoyó a Stalin, 20 millones de
muertos; a Pol Pot, 3 millones; a Gonzalo, de Perú… y Badiou le dice: No se
hacen ni la filosofía ni la revolución contando muertos”. El sigue pensando que
hay un objetivo y que la realidad tiene que ordenarse con respecto a ese
objetivo. Eso no va más. No porque antes éramos tontos. La época cambió.
En su último libro, Byung-Chul Han
polemiza con Toni Negri en relación con este tema. Han
sostiene que es imposible hacer una revolución con todos aislados y deprimidos…
Tiene razón el coreano. Negri, Badiou, toda esa gente sigue pensando que hay modelos y que los
seres humanos tienen que adherirse a ellos. Tenemos que mirar la realidad
de que frente a la amenaza la gente está como la mierda. De lo que se trata es
de reconstruir el tejido social y encontrar razones para moverse. En situaciones concretas, que pueden ser
micro o un poco más grandes. Lo local no es socialmente chico. Creo que hay que actuar y pensar local. Todo pensamiento de lo universal es
colonialismo. El universal
es la invención del colonialismo, con un ser humano modelo, universal. La gente
va mal. No está esperando que un boludo le dé un programa de por dónde pasa el
mundo. Eso corresponde a una época.
Autores como Sadin habla de la
abolición de lo común.
¿Cómo construimos desde esas ruinas?
Dentro del esquema universal moderno lo común es algo que
existe: la clase obrera, los negros, las mujeres. En realidad, si queremos abrir la puerta a un actuar en la complejidad en
el presente, lo común no preexiste. Es lo que producimos con nuestras acciones. No hay un común
sustancial, de base. Claro que se puede crear. Y lo común resiste al horror y
la destrucción. Pero es importante ver que nunca es dado. No tengo nada
en común con los argentinos porque soy argentino: eso es Malvinas, el Mundial
’78… no existe la argentinidad. Existen
producciones comunes que son territoriales. El común es lo que actúa. Lo
que actúa es un conjunto que no es antropocéntrico. Es el ecosistema. Nosotros somos parte del ecosistema. Por
supuesto que ni el taoísmo ni el estar
siendo son antropocéntricos. Lo humano hace parte de un conjunto.
El combo actual incluye a la pasión del odio en el centro
de la existencia. ¿De dónde sale el odio? ¿Cuál es su lectura del atentado a
Cristina Fernández?
El odio es el mayor medicamento ansiolítico. Cuando tienes odio no tienes más ansiedad y el mundo se ordena, porque te
polariza. Está todo bien porque tienes un enemigo. Me acuerdo de un
amigo tenía un problema gravísimo en la cadera y sabía que iba a quedar medio
paralítico en unos años. Y otro amigo le dice: “qué lástima que no haya
nadie para darle una piña en la cara”. Como diciendo “si hay un problema tengo
que tener alguien a quien odiar”. Y en
realidad se trataba de asumir juntos, con amor, amistad, esta pena, esta
tristeza, esta fragilidad de que un amigo de nuestra edad iba a tener problemas
para caminar el resto de su vida. O tienes que asumirlo o decir “¿a quién le pego?”, y cuando tienes a quien pegarle el mundo
está ordenado. El odio es inevitable y tenemos que tener cuidado de no caer en
la trampa de tener un pequeño buen odio en el estómago o el corazón. Tenemos
que asumir la fragilidad, la dureza de la época sin recurrir a un odio que nos
salve. En Argentina está subiendo una intolerancia… no se puede pensar
porque cualquier persona que piense va a ser sospechosa por el otro de no estar
conmigo. Por suerte no salió la bala. Hubiera sido pasar a otra cosa. A la vez,
claro, la respuesta tendría que ser no de odio. En ese sentido, en Argentina
pasó algo que no pasó nunca en el mundo: que un pueblo obtenga justicia sin
haber vencido militarmente al enemigo.
¿Y cómo encaja la Inteligencia Artificial en todo esto?
«La hipótesis
algorítmica sostiene que todo es algorítmico. Parece una locura, igual que
creer que los seres humanos deben convertirse en robots. Sin embargo, hay una
mayoría que cree que sólo hay una unidad de diferencia entre la vida artificial
y la biológica. Somos minoría los que pensamos que hay una diferencia
cualitativa. Nuestra singularidad está olvidada».
Quizá también la función del error humano.
«Que afortunadamente la medicina de alta tecnología no
comete. Pero los médicos se cuestionan cada vez más su papel, como los artistas
o los periodistas con la llegada del ChatGPT. La cuestión es: ¿hay o no diferencia entre el
mundo vivo y el artificial? Si esta diferencia existe y la ignoramos, será un
desastre. La inteligencia artificial no es adecuada para los vivos no sólo
porque no comete errores, sino también porque no puede desear.
¿Desear qué?
«El ser humano tiene
la capacidad de ser estúpido y pasar mucho tiempo escribiendo canciones o
amando a alguien, quizá sin ser correspondido». La limitación clarísima del
desarrollo algorítmico es que faltan el deseo y la pasión».
El cineasta alemán Werner Herzog habla de cómo su
generación ha sido testigo de varias transformaciones importantes. En el campo
de la agricultura, del cultivo manual a la mecanización, la informatización y
la robótica. ¿Qué espera a los nacidos en este siglo?
«El algoritmo no es
sólo una transición histórica como tantas. Es un verdadero punto de ruptura porque se comporta como una nueva
especie, demasiado rápida y poderosa para ser controlada por el ser humano.
Es la tercera revolución antropológica,
comparable al nacimiento de las lenguas y la escritura. Hay miles
de lenguas y dialectos, y a veces no bastan para decirlo todo».
¿Le asusta el futuro?
«No soy tecnófobo,
ni tecnófilo. El futuro ya es presente y estamos en una fase muy delicada.
Dejando a un lado el antropocentrismo, tenemos que defender la vida, el medio
ambiente y el ecosistema. Pero aunque lo hagamos todo bien, no sabemos cómo nos
irá. Debemos actuar. Actuar con esperanza, pero sin certeza. Sí, también hace
falta valentía por parte de los gobernantes y haría falta más protagonismo por
parte de los ciudadanos».
En medio de esta tempestad, ¿de qué te agarras para no
caer del barco?, ¿de dónde sacar coraje sin convertirte en un aparato, sin
blindarte?
Hay que entender que estamos viviendo una época de mutación total. Ya no se trata de no saber, sino directamente de no tener la más pálida idea de qué va a ser/pasar. Inclusive, físicamente todas las mutaciones, los cambios de lo vivo, incluido el humano y su cultura, está mutando. Hay un sustrato de mutación tal que, efectivamente, no puede no crear un cimbronazo de miedo. Eso, por supuesto, tiene sus dimensiones y corolarios, que son las guerras sin sentido.
La guerra de liberación de Argelia era horrible, con sentido. Nadie dice que los argelinos ni los franceses eran santos, pero hay un sentido que permite una lectura. Hoy en Siria no hay lectura, porque mismo cuando uno trata de tener una lectura por intereses económicos, como les gusta tanto a los marxistas, ni siquiera desde ese punto de vista tiene un sentido. Y ese miedo que provoca el sinsentido, de repente, se encarna con los terroristas.
Es como si se cristalizaran en 8 personajes vestidos de negro y con la cara tapada (ISIS), todos esos miedos telúricos, trascendentes. Y es como si fuera bienvenido. Porque es muy paradojal lo que dicen los franceses: a este enemigo no se le ve la cara. Pero es totalmente al revés: ahora finalmente le vemos la cara. Porque la cara del enemigo tiene hoy un lado real y un lado engaña bobos: Monsanto mata mil veces más que el terrorista, pero con los terroristas volvemos a la idea de que “el mal” está hecho por hombres con libre arbitrio.
Eso les encanta a todos los
intelectuales pajeros, porque si hay
terroristas podemos pensar que si el mal está dirigido con una intencionalidad
humana, el bien también. Entonces estos actos terroristas
les permiten poner en pausa, ignorar lo que está pasando en París, en la
conferencia del clima. Y eso no lo
maneja nadie. Por supuesto que hay gente que se beneficia del desastre
climático, pero no lo pueden manejar ni ellos.
En medio de eso, ¿qué hacemos?
No hace falta gente que prometa soluciones porque nadie puede tener una información o una mirada desde afuera del barco. Ni tampoco hace falta aumentar el terror, ni hacerle creer a la gente que el terror tiene que ver con sus vidas personales. Hace falta que algunos podamos apostar a la vida. Es una apuesta de decir: “no es cierto que todo es un mambo, no es cierto que lo único que se puede desear es ser un bárbaro para proteger a mi tribu”. Es necesario que un mínimo de mujeres y hombres apuesten a que, a pesar de todo, la vida es otra cosa.
Creo que es ese el nivel más alto de racionalidad posible de la emancipación hoy. No hay nada más que podamos decir que eso. Que un grupo de mujeres y hombres, rompiéndose el culo, porque es una labor titánica, apostemos a que “somos capaces”. A que la vida no es solamente este caos. ¿Qué es lo que a uno lo consolida? Entre la materia y la antimateria no puede haber simetrías, sino no hay mundo. Entre el amor y el odio no puede haber simetrías, sino no hay mundo. Tiene que haber un poquito más de amor que de odio…
Digamos que en
momentos así lo que nos sostiene es la historia, es el amor, son las
experiencias de pueblos en lucha, de abrazos, de amistades, de arte, de
belleza, todas cosas que nos dicen que no todo es lo mismo. Nadie es un
santo. Todos tenemos lados oscuros, pero el asunto es que hay algunos que
tratamos que durante las 24 horas del día sean solamente pocos minutos donde el
lado oscuro se manifieste.
Ahora, eso tiene que
hacerse con alegría. Para mí es una alegría. Es una alegría llorona: me
la paso llorando porque quiero amigos, quiero cómplices… Y los encuentro cuando
logro hacer asociaciones que logran que una especie de organismo
multidimensional pueda existir. Hace
tiempo que me di cuenta que no todo el mundo puede hacer todo. Y que entonces,
dentro de esta tarea de proteger la vida, hay que hacer lo que uno sabe
hacer. No hay que pedirle a todos que tengan un sentido social, solidario,
que sepan entender la complejidad, ser corajudos: no. Uno puede ser cobarde e integrar
este organismo, porque sabiéndose cobarde se protege en este organismo; el otro
puede ser muy inteligente, pero faltarle práctica. Y esas son las
dimensiones con las que cada uno compone este organismo que tratamos
permanentemente de crear y recrear.
¿Cuál es el mayor peligro?
Que no haya masa
crítica de mujeres y hombres que apuesten a la vida y que, entonces, no haya
relación de fuerza contra la destrucción. Es por eso que toda
persona que sabe hacer algo no tiene que quedarse haciendo lo que sabe hacer, sino
que tiene que buscar a dónde tiene que estar: su lugar. El peligro es que la
dislocación, la descomposición, vaya demasiado rápido.
Y eso es lo que notas que va muy rápido
Sí. Es una época
muy, muy exigente, donde hay que inventar en permanencia vías pragmáticas que
no sean dogmáticas, para poder abandonarlas cuando no andan. No hay que
preguntarse qué es lo que puedo hacer, hay que preguntarse qué es lo
que hay que hacer. Y con lo que uno puede hacer, asociarse al organismo
donde uno ponga el hombro.
¿Digamos que es un momento incómodo?
Y es un momento
magnífico a la vez. Es decir, hay que desviar la mirada del yo, de la persona
que uno es y pensar qué es lo que hay que hacer. El asunto no es
el yo, el asunto es cómo uno debe incorporarse al organismo que corresponde al
desafío.
¿Es un momento de trascendencia?
Es más allá de mí,
más allá de hoy. Es más allá de mí, entonces no tengo que pararme en mí. Y es
más allá de hoy, por más que hoy sea oscuro. Eso también exige un poco de
humildad con respecto a lo que un individuo puede entender. Hay que entender
que no se puede entender. Es una especie de práctica muy difícil, sobre todo
para los intelectuales y los militantes, eso de ser consciente de que hay cosas
que no puedes entender. Hay localmente cosas que son claras, pero
con respecto a que hay mañana, es una apuesta. No puede ser una conclusión.
Si hoy vivimos una guerra entre lo vivo y lo destructivo,
también vivimos una guerra entre el miedo y ¿qué?
Y el aguante. El coraje es eso: aguantar. ¿Y cómo aguantar? Aguantar desde algo que no te pertenece y que es la apuesta de que no tienes que creerte que todo terminó. Uno aguanta desde esa apuesta, que es pura dinámica, pura vida, puro deseo… Es cierto que cuando uno aguantó muchas veces va teniendo un poco más de valor. Que después, no tienes tanto miedo. Hay por supuesto gente que tiene más miedo o menos miedo, pero más allá de la cantidad de miedo que uno soporta, se trata de aguantar. ¿Sobre qué se aguanta? Sobre todo lo bello, lo bueno, el amor, el pensamiento, la solidaridad que a uno lo formó y que forma al mundo. Sólo así uno no aguanta como un faquir.
La
mujer, el hombre que está aguantando, anida todo lo bello de la vida. Aguanta
por eso, no porque es un sacrificado. Aguanta como nido de la alegría y de
pensamiento, de todo lo que hay bello. Aguanta porque en el corazón tiene eso. Y
esa apuesta no es una apuesta desesperada, sino que es simplemente algo que
desde hace millones de años se confirma: a pesar de todo, la vida se desarrolla, se reestructura. Con esfuerzo. Es
un momento en el que no solamente hay “no sabemos”, sino que hay un
tsunami técnico macroeconómico que está empujando esto hacia la destrucción.
Entonces, creo que un mundo se acaba… Durante la dictadura pensabas que
algún día metan presos a estos tipos, que se recuperen los nietos, y cuando lo
vas logrando hay una especie de “uf, la tormenta pasó”. Acá no se trata ya de que pase la tormenta:
acá el territorio que nos sostiene y nuestra propia composición está mutando.
Somos la tormenta
Somos la tormenta, exactamente. No podemos pedirle a todo el mundo que lo asuma, porque la gente asume niveles diferentes de caos con respecto a su estructura. Tampoco se trata de pasearnos como un profeta del apocalipsis. Tenemos la responsabilidad enorme no solamente de ver lo que está mutando, sino de mantenernos. Y encima, de no ser estúpidos. Y de no exigir que si yo aguanto, todo el mundo debe aguantar y ser consciente de lo que está pasando. Hay mucha gente que no puede, y no hay que volverse loco por eso. No hay que esperar lo que no hay.
Ahora estoy estudiando lo más parecido que
pasó a lo que vivimos hoy: la gran crisis del año mil, que representó el
nacimiento del Occidente. Pero hay un “pero”: esta mutación incluye, por
primera vez, la materialidad de los organismos vivos. Si desde la revolución
industrial hasta ahora, el ser humano modificó todo su medioambiente, ahora lo
que está pasando de diferente es que empezó a modificar de una manera
absolutamente irresponsable el interior mismo de los bichos y del humano. Entonces:
agárrate Catalina.
¿Puede ser un desastre o podemos apostar a algo mejor?
Nada permite pensar que la digitalización del mundo
forzosamente va a resultar una destrucción. Va a ser una mutación radical, total, pero nada permite pensar que la
vida no pueda, finalmente, colonizar la máquina. ¿De qué depende? De lo que
hagamos.
Y de lo que dejemos de hacer.
Exacto.
Sobre la inmigración, usted ha dicho que no es una
cuestión de tolerancia, sino de integración orgánica. ¿Qué quiere decir?
La tolerancia no me gusta, significa mirar a la gente por
encima del hombro. La inmigración forma
parte de la especie humana. Hay dos posibilidades: construir muros y disparar
en el acto o establecer la solidaridad con los que llegan. Si los
italianos no quieren extranjeros, Argentina debería repatriar a los siete
millones de italianos que llegaron allí. En cambio, fue una inmigración
fantástica, mucho más exitosa que la de los colonizadores españoles.
https://www.climaterra.org/post/miguel-benasayag-funcionar-o-existir
No hay comentarios:
Publicar un comentario