VALENTÍA Y DIGNIDAD
«Muchas cosas que creemos que requieren coraje en realidad solo requieren dinero. Renunciar a ser explotado: dinero. Comer sano: dinero. Defender tus derechos: dinero.
Es fácil tener el coraje de tus convicciones cuando tienes una red de
seguridad como el dinero, y muy difícil actuar por principios cuando no la
tienes.
¿Cuántos, desde su privilegio, exigen más acción y coraje del pobre que a los de su misma condición?»
La valentía suele romantizarse como un atributo del carácter, una fuerza interior que permite enfrentar la adversidad sin titubeos.
Sin embargo, en la mayoría de
los casos, lo que se celebra como coraje no es más que el privilegio de tener
recursos materiales que amortigüen la caída.
La libertad de rechazar un trabajo
indigno, de defender derechos frente a un sistema opresivo o incluso de acceder
a una alimentación saludable, no proviene únicamente de la firmeza ética, sino
del respaldo que otorga el capital.
Quien cuenta con dinero puede
sostener sus convicciones con dignidad, pues sabe que, tras el acto de
resistencia, hay una red que impide la ruina total.
En cambio, para quienes carecen
de esa seguridad, los principios se convierten en un lujo, y la coherencia
moral puede significar el hambre, la exclusión o la violencia.
En este sentido, exigir coraje a
quienes sobreviven al borde del abismo es un gesto profundamente hipócrita.
Las clases acomodadas suelen
aplaudir la valentía ajena mientras su propia osadía está garantizada por un
colchón económico que suaviza cualquier riesgo.
Se instala así una narrativa
tramposa en la que la acción política, la defensa de la dignidad o la
resistencia se conciben como pruebas de carácter, cuando en realidad son
pruebas de recursos.
No es que falte coraje en los
más pobres, sino que las condiciones materiales los obligan a elegir entre
sobrevivir o sostener principios.
La paradoja es evidente: quienes
más predican el coraje suelen ser los que menos lo necesitan.
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