27.8.25

Volver a lo lúdico, a lo inútil nos hará más realistas con nuestra verdadera esencia

MENOS EXCELENCIA Y MÁS ESENCIA

Es hora de volver al hobby vago

Pintar por placer, correr al ritmo que queramos o hacer en clase de cerámica esa taza tan fea que acaba en el fondo del armario son hoy actos de resistencia en un contexto que nos fuerza a ser productivos hasta en nuestro tiempo de ocio, abandonando por completo el arte de la improvisación. Necesitamos ser inútiles para sentirnos, en lugar de demostrarnos.

Hay reflexiones que son como esas margaritas que surgen radiantes en los terrenos más inhóspitos. La mía germinó hace pocas semanas en el metro de Madrid. Mientras mi mente repasaba compulsivamente cuántas paradas quedaban hasta mi destino, una conversación me trajo de vuelta. «Eres muy gracioso, deberías abrirte un TikTok, que algo de pasta sacas», afirmaba una voz de unos cuarenta años a alguien al otro lado del teléfono. ¿En qué momento decidimos poner nuestras cualidades al servicio de la monetización?

Decía la filósofa italiana Silvia Federici que la productividad es una forma de control. No es cuánto hacemos, sino para quién y a qué precio. Y en un momento sociocultural en el que la prioridad es rendir incansablemente, el planteamiento de la filósofa cobra más sentido que nunca.

Si profundizamos en lo que plantea Federici llegamos a una conclusión clara: nuestra productividad se trata ahora de construir una imagen frente a los demás. Quien la recibe puede ser un jefe que pone en duda nuestro trabajo, unos padres que minimizan nuestras ambiciones, un colega que resta valor a nuestros gustos o, en la mayoría de los casos, una autoestima dañada que trata de repararse aspirando a la inalcanzable excelencia.

No, no tienes que ver esa serie en inglés

Pocas esferas evidencian tanto esta dinámica como el mundo del deporte, un espacio que lejos de asociarse al placer de ejercitar el cuerpo se ha convertido en una exigente batalla en la que una medalla olímpica es compatible con la sensación de no ser suficiente. Muestra de ello es la historia de Nadia Comaneci, primera atleta en conseguir un 10 en la prueba de gimnasia artística en el año 1976 y que, sin embargo, poco después dijo que podría haberlo hecho mejor. 

Incapaces de sentir placer sin remordimientos nos topamos con la segunda disyuntiva: el precio a pagar. «Vivir en la presión constante de optimizar el tiempo genera ansiedad porque hasta el descanso se convierte en una tarea donde se deben obtener resultados, impidiendo al cerebro desconectar» apunta Sara Morales, neuropsicóloga. Eso genera una culpabilidad «por el hecho de sentir que no se está haciendo algo útil», así como el conocido burnout ligado al desgaste emocional, la falta de motivación y la fatiga crónica.

Siguiendo la estela Comaneci llegamos al mediático caso de Simone Biles, quien con doce medallas olímpicas a sus espaldas y siendo, literalmente, la mejor gimnasta del mundo, decidió bajarse de la cresta de la ola porque era demasiado para ella. Desde entonces, y aunque ha vuelto a competir, no ha dejado de hablar de sus problemas de ansiedad y depresión ligados a querer llegar a lo más alto a costa de todo.

«Dedicar tiempo a saber quiénes somos y qué queremos -o qué no- es esencial para poder cultivar una vida en la que nos valoremos más allá del rendimiento constante» Leyre Galarraga.

Sin embargo, la presión de los atletas no es ajena al común de los mortales: cuando corremos nos descargamos una app que nos dice nuestros mejores ritmos; si vamos a un curso de  cerámica nos proponemos hacer la mejor pieza; si vemos una serie en Netflix aprovechamos para ponerla en inglés e incluso cuando queremos disfrutar de un restaurante buscamos opiniones en internet para asegurarnos de que es el mejor.

«Instrumentalizamos el placer», afirma Morales. «Dejamos de lado el disfrute para convertirlo en un medio para algo externo, como la validación social, lo que nos lleva a distorsionar por completo la autenticidad de la experiencia». ¿Qué es auténtico cuando hasta lo más simple puede ser un bien monetizable?

La autoexigencia no es el camino

Querer ser los mejores -para el resto o para nosotros mismos- hasta en lo que se supone que nos aporta disfrute hunde sus raíces en varios factores, tal y como explica Áxel De León, investigador en Sociología y Comunicación: «La gratificación inmediata a la que ya estamos acostumbrados hace que queramos tenerlo todo, pero ese todo es muy relativo». No basta con hacer, sino con demostrar lo que estamos haciendo: una reseña en Google o una historia en Instagram como prueba de vida para evidenciar que seguimos siendo activos, válidos y útiles. Porque lo que no se ve, simplemente, no existe.

«Nos desenvolvemos en una sociedad en la que la competitividad es destructiva», señala el sociólogo. «Y lo curioso es que no es necesario que nos pongan unas marcas porque en nuestra propia mente ya estamos programados para competir. Sabemos –o eso nos hacen creer– que nos estamos peleando por un mérito, pero al final lo estamos haciendo por migajas».

«Instrumentalizamos el placer para la validación social, y eso nos lleva a distorsionar la autenticidad» Sara Morales.

Es ahí donde la autoexigencia conecta con la meritocracia cuando, en realidad, se trata de todo lo contrario. «La valía de una persona no se puede medir por la productividad o lo que genera en una situación específica», reivindica De León. «No podemos seguir ligados a la fórmula “productividad = valor” porque acabamos agotándonos».

¿Podemos frenar la rueda? Para Leyre Galarraga, psicóloga sanitaria, la clave está en el autoconocimiento: «Dedicar tiempo a saber quiénes somos y qué queremos -o qué no- es esencial para poder cultivar una vida en la que nos valoremos más allá del rendimiento constante. Es una introspección que conecta nuestros valores con nuestras prioridades».

En resumidas cuentas, necesitamos volver a la improvisación. Y en esto, la generación Z lleva muchísima ventaja: al crecer en un escenario marcado por la incertidumbre, han sido capaces de asimilar la imposibilidad de llegar a todo a cambio de nada y reivindicando el derecho al descanso, al aburrimiento e incluso a la mediocridad consciente. Frente al mandato de la excelencia proponen la dignidad del límite: no aspiran a ser los mejores, sino a estar bien.

Es hora de volver al hobby vago, al disfrute sin expectativas. Recuperar el placer de hacer algo solo por hacerlo es el camino a reconectarnos con lo que somos por pura naturaleza humana: curiosos, creativos, imperfectos y sensibles. Volver a lo lúdico, a lo inútil nos hará más comprensivos y realistas con nuestra verdadera esencia, que no es otra que sentirse (y no demostrarse).

https://igluu.es/menos-excelencia-y-mas-esencia-es-hora-de-volver-al-hobby-vago/  


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