21/5/19

El Decrecimiento apuesta por una vuelta a lo pequeño y a lo simple

EL DECRECIMIENTO, UNA APUESTA DE FUTURO
El Progreso, concepto vacío y ambiguo, ha sido la razón debajo de la organización social desde la revolución industrial. El Desarrollo, como expresión de Progreso, concretado en el crecimiento material y económico, supuso la cristalización de una apuesta por dominar completamente la naturaleza, traspasando cuantos límites sean necesarios. Las sociedades modernas se han valido de la Técnica con el objetivo de poder más, tener más y en última instancia, ser capaces de vivir mejor.
Sin embargo, en contra de lo esperable, el planeta sufre desde hace años una crisis sin precedentes y que tiene y tendrá consecuencias graves e irreparables sobre sus habitantes. Los recursos son finitos y, frente a los avances, los problemas ocasionados por el Desarrollo son prácticamente irresolubles. Entre tanto, seguimos tomando al Progreso como ideología incuestionable y guía de todos nuestros actos, a la vez que nos sumimos más profundamente en un sistema técnico que ha modificado todas las condiciones de vida y que poco a poco escapa a nuestro control, junto con sus consecuencias (positivas y negativas).

En esta ponencia analizaremos algunas características de esta ideología del Progreso y del crecimiento como concreción de éste, para seguidamente proponer una respuesta unitaria y radical: el Decrecimiento.
La ideología del Progreso
El Desarrollo, expresión del Progreso, toma como horizonte perpetuo la creación de poder, el aumento de la potencia y capacidad humanas para incidir y controlar el mundo a su antojo. Todo ello sazonado con la producción desmesurada y creciente de bienes y servicios. Uno de sus más importantes cometidos es crear las condiciones necesarias (tecnológicas, sociales, políticas) para poder seguir avanzando sin fin. El problema es que nunca se sabe hacia dónde avanzamos, ni las consecuencias que entrañará este avance, pero la decisión está hecha, a pesar de todo:
La potencia sin control
El Desarrollo ha traído consigo (o necesitado) el aumento de la capacidad humana de incidir sobre su entorno y gestionar sistemas de abrumadora complejidad, lógicamente por medios técnicos. La posibilidad de que el hombre pueda controlar las condiciones del mundo que le rodea y manipularlas a su antojo a gran escala es una de las claves del crecimiento: por ejemplo, la capacidad de obtener procesar, transportar y distribuir masivamente recursos naturales de difícil localización y tratamiento (petróleo, coltán...) es clave para sostener una sociedad moderna.
Sin embargo, las ventajas obtenidas a través de la dominación de nuestro entorno contrastan con un espectro gigante de consecuencias imposibles de prever ni prevenir. Algunos avances traen consigo una serie de efectos, muchas veces nefastos, que contrarrestan toda ganancia. Los problemas ocasionados son más grandes y más complicados que aquellos inicialmente resueltos, y sólo abordables por los medios técnicos que los causaron.
Por ejemplo, en su creación nadie imaginó que el automóvil o los aviones jugarían un papel importante en el cambio climático; el desarrollo nuclear nos ha traído desastres (por causas bélicas o por accidentes); las radiaciones electromagnéticas o los transgénicos pueden provocar desequilibrios ambientales y problemas de salud cuyas consecuencias están por ver; la ganadería intensiva es un caldo de cultivo de enfermedades que pueden afectar allá dónde viajen los productos (gripes, vacas locas); los accidentes de tráfico son la primera causa de mortalidad en los países desarrollados; los avances médicos contrastan con todo un espectro de nuevas enfermedades y trastornos psicológicos (depresiones, ansiedad, anorexia, obesidad, asma, cáncer)...
A pesar de todo ello, la elección está hecha pues la dinámica de nuestras sociedades ha convertido en necesidad el transporte rápido, la producción de energía masiva y potencia armamentística, comunicaciones sofisticadas, los alimentos mejorados y más rentables, el trabajo intensivo y repetitivo...
Muchos esfuerzos se concentran en desarrollar técnicas que mitiguen los efectos negativos de todo esto (protocolos, planes de emergencia, eficiencia de motores, energías renovables, medicamentos para cada nuevo problema de salud, control de especies, seguridad vial...), pero no en replantearse cómo actuar sobre las causas. Se trata de discernir si las herramientas que usamos son realmente necesarias, cumplen su función de manera satisfactoria y las podemos controlar o si, por el contrario, nos hemos convertido en sus esclavos.
La mercantilización de la vida
El Desarrollo, no sólo se ha basado en la creación un medio idóneo en el que subsistir de manera indefinida, sino que también ha sido necesaria la inclusión del cuerpo social en este medio y desconectarlo del mundo natural que se intenta dominar.
Esto sólo ha sido posible mediante la invasión generalizada de la vida de cada individuo y la inclusión total en un nuevo paradigma dónde todo gira alrededor de las nuevas aplicaciones científico-técnicas. Se trata de una invasión tanto del espacio físico, con la ciudad como paradigma del Progreso, como del tiempo: todo va más rápido, porque todo puede y debe hacerse más rápido.
Al mismo tiempo, la sociedad moderna se caracteriza por mediatizar las relaciones humanas a través de un universo de imágenes preestablecidas que marcan las pautas sobre los deseos, las esperanzas, los valores, los placeres y los comportamientos esperables de cada individuo.
En este nuevo entorno prefabricado, el trabajo [productivo y asalariado] juega un papel fundamental como elemento alienante y clave, además, en el mantenimiento de las dinámicas de producción y consumo. La vida entera gira en torno al trabajo. Ni los avances técnicos, ni el aumento de la riqueza, ni la sociedad del conocimiento... nada ha conseguido reducir el número de horas de trabajo, ni la cantidad de trabajadores. Es patente, sin embargo, que en el proceso de producción, cada individuo juega un papel ínfimo y se convierte en una pieza reemplazable y reutilizable según la necesidad, por lo que se convierte en tiempo vacío y sin significación.
La solución a este vacío generalizado ha sido llenar nuestra existencia de todo tipo productos en constante evolución, siempre caducos y desechables por otros nuevos, fugaces representantes del nuevo estado de la modernidad e incapaces de dotarse de un verdadero significado a sí mismos, ni de un fin real: ropa, gadgets, coches y todo tipo de modas pasajeras... un mundo construido para el que no hay otro papel más allá del de consumidores.
Pero la cruda realidad de la sobreproducción, de la abundancia de lo inútil, del hiperconsumo y las seudo-necesidades reinante en los países “desarrollados” demuestra cada vez con más intensidad que, lejos de acercarnos al bienestar y a la felicidad, nos aleja cada vez más de unas condiciones que nos permitan acceder a ella: largas jornadas laborales, problemas psicológicos, aires contaminados, esperas, masificación, insatisfacción, estrés...
Un mundo demasiado pequeño
Los perniciosos e imprevistos efectos del Progreso como ideología y su incapacidad patente para armonizar las relaciones entre los hombres y su entorno no han sido suficientes para que el crecimiento sea adoptado como camino incuestionable al bienestar. Esta apuesta por el productivismo desaforado desencadena procesos irreversibles y choca de frente con dos realidades que tienen en común la limitación y escasez de recursos de nuestro planeta:
Desarrollo a expensas del mundo
La construcción y mantenimiento del “mundo desarrollado” se ha realizado a expensas de mantener en la miseria y en la pobreza a la mayoría de sus habitantes. Llama la atención que el “subdesarrollo” sea la tónica general en un planeta que desea ante todo el Desarrollo. Esto se explica porque la existencia de trabajadores pobres, de materiales baratos, de mercados injustos está en la base de la creación de condiciones económicas y sociales que permiten progresar en otros lugares.
El Desarrollo está, por tanto, estrechamente ligado a la limitación del acceso a él de una mayoría global. A partir de aquí resulta una mera fantasía pensar en exportar el estándar de vida “occidental” a escala planetaria: el planeta es simplemente incapaz de abastecer de recursos a una sociedad del Progreso a nivel global (crecimiento, abundancia...).
Un modelo sin futuro
Precisamente, la creciente escasez de recursos, especialmente combustibles fósiles, pero también madera, agua potable, tierras fértiles... indican que el modelo del crecimiento está irremediablemente condenado al fracaso.
La irrupción de la “sociedad del conocimiento”, con una economía cada vez más desligada de la riqueza real generada y del tiempo de trabajo dedicado representa la última vuelta de tuerca de un sistema obcecado en crecer como sea: globalización económica, apertura de nuevos mercados, expansión de los servicios, burbujas especulativas, eficiencia, reciclaje... Sin embargo, resulta irrisorio intentar desacoplar el desarrollo y la propia economía del consumo brutal consumo de recursos y que no hace sino ir en aumento: las redes de comunicación, el sector servicios, la innovación tecnológica y el resto de elementos fundamentales de la “sociedad del conocimiento” son intrínsecamente dependientes de suministros energéticos y materiales en masa.
La búsqueda de la eficiencia máxima con las esperanzas puestas en soluciones tecnológicas que consigan desligar el desarrollo de consumo de manera efectiva chocha de lleno con el significado de crecimiento exponencial, siempre un paso por delante de todo ahorro realizado, y con la falta de consideración de factores como el crecimiento demográfico o el efecto rebote.
* * *
Todo lo anteriormente explicado muestra cómo la ideología del Progreso se ha mostrado incapaz, y es cada vez más evidente, de armonizar la relación hombre y naturaleza de manera duradera y justa. El fracaso del Desarrollo contrasta con una fe ciega en que todos los problemas acabarán por solucionarse permaneciendo en esta vía: el desarrollo y el crecimiento son constantes en el discurso político y sus indicadores (como el P.I.B.) se utilizan absurdamente para evaluar nuestro grado de bienestar.
Desde Jóvenes Verdes no podemos obviar el camino seguido ni la gravedad de la situación actual. Estamos pues obligados a buscar alternativas reales y radicalmente distintas al modelo reinante.
El Decrecimiento
El Decrecimiento representa una ruptura radical de una serie de creencias y valores predominantes en la sociedad actual, en particular con la ideología del Progreso y la búsqueda del crecimiento económico y material como camino único al bienestar.
Es importante no reducir el término al simple opuesto de “crecimiento”. El decrecimiento representa una ruptura total con lo que actualmente representa el Progreso (tampoco confundir con una simple “oposición” a todo progreso) para pasar a priorizar actitudes, valores y modos de vida que conformen una verdadera alternativa al mundo contaminado, injusto e infeliz que nos empeñamos en desarrollar.
A continuación pasamos a explicar algunas de las claves sobre el Decrecimiento y el establecimiento de una sociedad decrecentista:
Una ruptura total
El culto al Progreso invade sistemáticamente todos y cada uno de los ámbitos de la vida: organización social, costumbres, toma de decisiones, modo de relacionarnos... y lo hace siempre de manera que resulta imposible actuar separadamente sobre una parte del sistema sin cuestionar su totalidad.
Esta unicidad, basada en un conjunto innombrable de interrelaciones, convierte en inútil toda aplicación del término decrecimiento a facetas y efectos concretos del Progreso. No tiene sentido presentar el decrecimiento como la simple reducción de ciertos elementos considerados negativos. Limitarse a hablar pues de “decrecimiento económico”, de “decrecimiento de las emisiones”, “decrecimiento del uso de plásticos” no es hablar de Decrecimiento e introduce ambigüedades en un término que cuestiona la totalidad de la idea de Progreso.
Decrecimiento y desarrollo sostenible
El concepto de desarrollo sostenible resulta incompatible con el Decrecimiento pues no cuestiona la base del Desarrollo, punto esencial de la crítica realizada por el Decrecimiento.
La búsqueda de un “desarrollo” con un bajo consumo de recursos que pueda perdurar en el tiempo se nutre principalmente de una fe ciega en los avances tecnológicos en materia de eficiencia, miniaturización y reciclaje. Se evidencia entonces que el desarrollo sostenible está basado y sostenido por propia idea de “desarrollo”.
La proliferación del uso propagandístico y publicitario del desarrollo sostenible atestigua su poca validez a la hora de representar una verdadera alternativa más allá de un exceso de buenas intenciones o de una careta verde.
Por su parte, el crecimiento cero como propuesta concreta relacionada con el desarrollo sostenible, ha quedado plenamente desfasada al ser la huella ecológica mundial desproporcionada en relación a las capacidades del planeta.
Redefinir el trabajo
La búsqueda constante e incuestionada del Desarrollo utiliza el consumo como vehículo de acceso a todos los productos resultantes de la constante evolución de sus técnicas. Sean útiles o no, resulten desastrosos o no, se necesiten o no, esta producción (que se manifiesta en el plano material, pero también en el cultural y en los servicios) sirve como justificante de la necesidad de ir siempre “más allá”.
El desarrollo necesita de un elemento que garantice, por un lado, la producción creciente de bienes y servicios, y por otro, la posibilidad al cuerpo social de adquirirlos constantemente, desecharlos y reemplazarlos con la mayor facilidad posible.
Este elemento es el trabajo. El trabajo actúa como centro de la organización social. La vida gira en torno al trabajo. Desde la infancia se nos enseña, se nos prepara específicamente para vender nuestro tiempo a cambio de un salario.
Al mismo tiempo, la organización del trabajo asegura que la mayor parte de este salario se invierta en productos y servicios necesarios para seguir trabajando, o para olvidarse por unas horas del trabajo: coches, ordenadores, ocio, cuidados....
El Decrecimiento apuesta por el fin del trabajo tal y como lo conocemos. Este fin, se concreta en varios aspectos:
  • La valoración y reconocimiento de las actividades no remuneradas y no productivas (menaje del hogar, voluntariado, cuidado de niños y personas mayores, artes, etc...): Estas actividades son elementos de cohesión social de especial importancia, pero no son “rentables”, por lo que siempre están relegados a un segundo plano.
  • Reducción de la producción: los límites físicos a los que el crecimiento nos enfrenta hacen necesaria una reducción de la producción (y del consumo). Se han de producir menos bienes y servicios y, por tanto, se deben reducir las horas de trabajo totales. La aceptación sin reparos de esta necesidad implica el abandono del objetivo del pleno empleo así como la reducción efectiva del número total de horas de trabajo. Aumentar el tiempo libre, más bien escaso en la actualidad, facilitaría la inclusión y participación en la sociedad de un mayor número de personas, la realización de actividades no-monetarias (voluntariado, bancos del tiempo) y, en el fondo, la posibilidad de encontrar lo que de verdad nos hace felices más allá del imperativo material reinante.
  • Fomento de la producción ecológica, cooperativa y el auto-abastecimiento: recuperar las técnicas de producción adaptadas al entorno y que permitan auto-abastecernos en pequeños grupos es ideal para reducir el impacto medioambiental y social del trabajo. Para satisfacer nuestras verdaderas necesidades no debería hacer falta un despilfarro de recursos en forma de embalaje, conservación y transporte del producto.
Priorizar lo local
La globalización, entendida como interconexión efectiva y global a todos los niveles (económico, tecnológico, cultural...) ha sido un elemento clave a la hora de desarrollar las condiciones necesarias del desarrollo y del crecimiento que, aunque desigualmente repartido, se ha producido con gran intensidad.
Las relaciones de dependencia generadas abarcan igualmente diversos niveles y conforman un conjunto extremadamente complejo de tratar desde una lógica decrecentista y que asegure la igualdad y la justicia para/con todas las partes.
Desmontar este sistema implica volver decididamente a la cercanía: producción local, distribución local, consumo local, cultura local... Se trata de adaptar nuestros modos de vida en todas sus formas a las características y condiciones que el entorno más próximo nos ofrece.
La vuelta a lo local actúa en dos facetas de importancia para el Decrecimiento: por un lado se consigue reducir el impacto generado por el comercio intercontinental de mercancías a la vez que se visibiliza el efecto de la actividad humana sobre el territorio, que recae actualmente sobre lugares lejanos y desconocidos. Por el otro, se simplifica la gestión local, democrática y justa de las actividades, y se facilita la adaptación a las características específicas de cada zona, como veremos más adelante.
Volver a lo simple
El Progreso no ha consistido simplemente en la posibilidad de producir y consumir una gran cantidad de productos, sino en el emplazamiento de toda una organización sistemática que ordene, gestione y posibilite el desarrollo de técnicas más avanzadas con las que, a su vez, solucionar los problemas generados por el crecimiento y afrontar una vuelta de tuerca más.
La consecuencia inmediata ha sido una complexificación general que afecta a todo los niveles. La figura del “especialista” es ahora clave a la hora de entender y actuar sobre cualquier dominio. Una persona no especializada es de poco uso en una sociedad desarrollada.
La especialización de la sociedad ha dado lugar a una serie de dependencias y jerarquías que limitan las capacidades de cada individuo y la libertad para elegir su modo de vida. Muchas de las tareas que tradicionalmente realizábamos en pequeños grupos o individualmente han sido traspasadas a “especialistas”: producción alimenticia, confección y arreglos de ropa, cuidado y educación de niñxs, reparaciones, seguridad...
El Decrecimiento apuesta por una vuelta a lo pequeño y a lo simple, a aquellas herramientas y técnicas adaptadas a las necesidades de uso, fáciles de entender, intercambiables y modificables.
Una vez más, se trata de romper las cadenas que nos atan a un mundo auto-destructivo e incapaz de satisfacer las verdaderas necesidades de todos re-adaptando nuestras herramientas de manera que podamos utilizarlas y dejar de usarlas a voluntad, frente a la obligación constante de servirnos de los productos del desarrollo: aviones, televisión, electricidad, carreteras, alimentos importados, móviles, sistema educativo, medicamentos...
Autogestión y democracia participativa
La ardua complejidad de todos los niveles de organización, de la que venimos hablando anteriormente, ha requerido el emplazamiento de estructuras e interrelaciones imprescindibles para su correcto funcionamiento. Detrás de cada uno de los productos del Desarrollo y su utilización masiva (coches, medicamentos, armas, supermercados, propaganda...) existe un entramado político, económico y social que no sólo los hace realidad, sino que los elige por nosotros. Hemos perdido toda capacidad de control o decisión sobre la dirección de nuestros pasos pues las formas de organización actuales responden únicamente a la necesidad de gestionar de manera eficiente ciertas realidades y, por tanto, está fuera de lugar la participación activa de todas las personas relacionadas, ni la adaptación a cada una de las micro-realidades afectadas.
El Decrecimiento apuesta por la autogestión, es decir, la gestión directa de la realidad que nos afecta: alimentación, comunicación, educación, salud... Por supuesto, la autogestión conlleva una necesaria simplificación y readaptación de las herramientas de las que nos servimos, junto con el abandono de muchos de los productos, en un amplio sentido de la palabra, actualmente presentes y que no necesitamos en una sociedad decrecentista (estados, burocracias, mercados bursátiles, corporaciones, ejércitos, supermercados, nucleares.
La democracia participativa es clave en el éxito de un sistema colectivizado, de manera que se adapte a todos sus participantes de la mejor manera posible, y siempre abierto a modificaciones y mejoras decididas desde la base.
Feminismo y decrecimiento
El decrecimiento tiene importantes puntos de encuentro con las luchas feministas y la deconstrucción del patriarcado, por ejemplo a la hora de valorizar y reconocer el trabajo no productivo, que muchas veces recae sobre las mujeres, y buscar una redistribución equitativa de las tareas.
Tradicionalmente, la carga de trabajo productivo ha recaído sobre el hombre. Sin embargo, el acceso masivo de la mujer al mercado laboral no ha significado ni una reducción de la jornada laboral de los hombres, ni un cambio significativo en las proporciones de tiempos dedicados al menaje del hogar, ni a los cuidados. Por tanto, este paso hacia la “igualdad” ha supuesto en realidad un aumento en las responsabilidades y tareas de las mujeres.
El decrecimiento juega un importante papel a la hora de buscar soluciones efectivas a las desigualdades mediante la valoración de los trabajos no-productivos como el doméstico, o los cuidados de personas mayores y niños que recaen mayoritariamente en manos de las mujeres.
Una reducción generalizada del tiempo dedicado al trabajo mercantil para todas y todos y, por ende, de la producción como propone el decrecimiento, favorece la repartición equitativa de todos los tipos de trabajo entre mujeres y hombres, porque que evita la carga doble de la mujeres y facilita a los hombres una necesaria toma de responsabilidad en tareas domésticas, al no crecer el volumen total de su trabajo.
El Decrecimiento es aún un concepto en construcción, con muchos ángulos, interpretaciones y modos de aplicación sobre los que hay que seguir trabajando y dando a conocer al exterior.
Nosotros, Jóvenes Verdes, apostamos por el Decrecimiento como salida durable y realista a la crisis ecológica y social y nos comprometemos a defender y difundir el concepto de manera transversal en nuestras actividades y comunicados.

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