29/5/17

Reconciliarnos con el mundo para poder vivir en él de forma sostenible

HACIA LA ERA DEL POST CRECIMIENTO


 La "lógica del caracol", de ir despacio,es una
alegoría de la filosofía del Decrecimiento. 
El actual modelo económico y civilizatorio, basado en el crecimiento indefinido y la explotación sin medida de recursos naturales finitos, sin tener en cuenta asimismo el impacto medioambiental a escala global, está en vías de agotarse. Frente a dicho modelo, ya desfasado, se anuncia la llegada de la era del post crecimiento. 
Se puede vivir en una casa enorme, tan inmensa incluso que te puede llevar mucho tiempo conocer todos sus rincones y recovecos. Esto te puede inducir a pensar que podrías llenarla sin problemas de todo tipo de cosas y dar cabida en ella a cuanta gente quisieras. Tú y los demás os podéis permitir el lujo incluso de ser un tanto indolentes, haciendo un mal uso de sus espacios e instalaciones, no tomándoos la molestia en limpiar lo que ensuciáis y sin detenerse a realizar un adecuado mantenimiento o las debidas reparaciones de aquello que se ha venido estropeando por el paso del tiempo o una mala utilización. 

Qué más da si vivís en una mansión gigantesca. Si una habitación ha quedado inservible, siempre se puede ocupar cualquier otra que todavía permanezca vacía. El problema es que cada vez sois más viviendo bajo el mismo techo, nadie se preocupa de arreglar nada ni de retirar la porquería que se empieza a amontonar por los rincones y la vivienda, por enorme que sea, comienza a mostrar signos de un más que evidente deterioro

Cualquiera con un mínimo de sentido común haría bien en pensar que sois unos irresponsables, hasta incluso unos auténticos descerebrados, por echar a perder tan magnífico hogar por culpa de la desidia, la falta de previsión y un comportamiento más que discutible. Porque llegará el momento en que la mansión se volverá por completo inhabitable, o cuanto menos de lo atestada, sucia y ruinosa que estará ya no resultará en absoluto un lugar agradable para vivir.
 
       Pues bien, el ejemplo anterior de la casa podría servir como alegoría explicativa acerca de nuestro comportamiento como especie, o mejor dicho como civilización, para con el planeta Tierra. El edificio no corre peligro de venirse abajo por nuestra culpa, al menos todavía no tenemos capacidad para eso, pero lo que sí puede terminar ocurriendo es que deje de ser un lugar confortable, volviéndose incluso hasta hostil. Y lo sería al menos para nuestros estándares, que no por ejemplo para los de otros seres como ratas y cucarachas (que ya sabemos que se las apañan muy bien en entornos decadentes). En verdad, ¿a quién le gustaría vivir así? En un ambiente por completo degradado, sin calidad en el agua para el consumo o en el aire que respiramos, expuestos a todo tipo de nuevas enfermedades por culpa de esto u otros problemas de contaminación, compitiendo desesperadamente por unos recursos cada vez más escasos porque seguimos inmersos en una cultura de consumismo desenfrenado, etc.

En una entrada anterior ya estuvimos hablando de los altamente perniciosos efectos  económicos y geopolíticos que puede llegar a acarrear el cambio climático a lo largo del presente siglo, lo cual sumaría nuevas e incluso letales amenazas a nuestro futuro. Como, por mucho que fantaseemos con los relatos de ciencia-ficción acerca de aventuras espaciales, tampoco parece probable que encontremos otro hogar similar ni dentro del  Sistema Solar ni fuera de él (ver El futuro de la Humanidad. Segunda parte), es necesario aplicar un planteamiento diferente. El modelo actual, basado en el expolio y la rapiña de los recursos naturales como base para un crecimiento que se supone indefinido, no dará mucho más de sí en las décadas venideras porque en él está la raíz de su propia destrucción. Es por eso que se vislumbra el nacimiento de un nuevo modelo económico y social basado en premisas diferentes. Los pilares de dicho modelo ya están presentes hoy en día: la economía colaborativa, la filosofía del Decrecimiento, la apuesta por las energías renovables y las políticas de igualdad de género como método para contener la explosión demográfica. En su conjunto, y sumadas a otras tendencias, podrían inaugurar la próxima era del post crecimiento.El auge de la economía colaborativa

      ¿Cuántos cacharros y otros objetos, que compramos hace tiempo y apenas sí hemos utilizado unas cuantas veces, tenemos guardados en nuestras casas? Y también, ¿cuántas cosas que seguían siendo útiles hemos tirado a la basura sin más porque 
habíamos adquirido un sustituto más nuevo? Ésta es la lógica de una sociedad consumista, en la que todos nos comportamos como si fuéramos potentados sin serlo en realidad. Ir de compras para adquirir nuevos artículos del tipo que sea casi ha terminado convirtiéndose en un modo de vida, la razón de ser para no pocas personas. Pero detrás de esta actitud aparentemente inocente se esconde una dinámica realmente dañina, tal y como se muestra por ejemplo en el magnífico documental "Comprar, tirar, comprar", de la cineasta Cosima Dannoritzer. Nuestras compras a veces tienen consecuencias en lugares alejados del planeta, consecuencias económicas, sociales y medioambientales.

      Frente al modelo establecido, consumista e insostenible, está surgiendo una nueva cultura que, a raíz de la crisis iniciada en 2008, ha cobrado una gran fuerza en los últimos años. Estamos hablando de la llamada 
economía colaborativa, basada en compartir bienes y servicios disponibles con otras personas, más que en adquirirlos para hacer uso de ellos de manera exclusiva. Pongamos un ejemplo. Es fin de semana y da la casualidad que andas haciendo unas chapuzas eléctricas en casa para las que necesitas realizar una serie de comprobaciones. Y claro, para ello precisas de lo que comúnmente se conoce como un tester(ese aparatito que se emplea para medir tensiones, voltajes, intensidades, etc.) que sea medianamente decente. No es una de esas cosas que hayas necesitado antes y por eso no tienes ninguno por casa ¿Qué hacer? La opción clásica es dirigirse a un centro comercial a buscar y comprar el cacharrito en cuestión, lo que seguramente implicará coger el coche (con el consiguiente consumo de combustible y todo lo que eso acarrea).

La cuestión que se plantea una vez adquirido el dichoso 
tester es la siguiente, ¿cuántas veces más piensas que vas a utilizarlo? A lo mejor una o ninguna y terminará guardado en cualquier cajón como otros tantos trastos más. Frente a esto la alternativa es preguntarte si, en el vecindario, vive por ejemplo algún electricista que posea varios de esos aparatos y que te pueda alquilar uno durante un día por unos pocos euros.  Solucionas el problema, te ahorras la compra, él gana algo de dinero, no acabas guardando otras cosa más que nunca volverás a usar y reduces tu nivel de consumo y con ello tu huella ecológica.
Es una solución sencilla y elegante que rompe con el círculo vicioso del consumismo. Unos pocos datos bastan para contrastar lo que supone abandonar un modelo derrochador e irracional. Por ejemplo, se calcula que en Estados Unidos hay alrededor de 80 millones de taladradoras propiedad de particulares cuya vida media ha sido inferior al cuarto de hora. Extrapolándolo a otros muchos artículos, ¿nadie ve lo insostenible de esta situación? Producir y producir sin descanso, haciéndolo además de manera masiva, cosas que luego no van a tener uso, es como arrojar directamente por el retrete los recursos del planeta. Y a estas alturas no podemos permitirnos semejante lujo. No obstante hasta hace no mucho la economía colaborativa se enfrentaba a un importante escollo ¿Cómo poner en contacto, de forma sencilla y rápida, a los demandantes de estos u otros bienes y servicios con aquellos que pueden ofrecerlos? Las plataformas digitales y redes sociales online han solventado este problema. A través de ellas puedes contactar, rápidamente y desde tu casa, con cientos e incluso miles de personas que, desde distintos tipos de plataformas, prestan, alquilan o incluso venden artículos de segunda mano pero en perfectas condiciones (en la mayoría de casos). También se ofrecen todo tipo de servicios, como trasporte, alquiler de apartamentos, clases particulares, intercambio de libros, etc. Internet ha convertido la economía colaborativa en una posibilidad práctica e increíblemente potente. Si no quieres ir a comprar un determinado artículo, porque prefieres no gastar tanto y piensas que no vas a hacer demasiado uso de él, mejor ponerte en contacto con alguien que viva cerca y que pueda ganarse unos euros con el arreglo.

     Que la economía colaborativa puede ser un modelo de éxito, insertándose además en la lógica del capitalismo, es algo que está fuera de toda duda. Ahí tenemos el ejemplo de plataformas como 
Uber BlaBlaCar, unas aplicaciones que ponen en contacto a pasajeros que quieran ir a determinados destinos con los conductores que se pueden dirigir a ellos, o el de Airbnb, que ofrece alojamientos en alquiler propiedad de particulares. En cuestión de muy poco tiempo estas nuevas compañías de servicios digitales se han convertido en gigantes multimillonarios de implantación global, su éxito ha sido sencillamente arrollador. Así por ejemplo Uber es una empresa valorada actualmente en 68.000 millones de dólares, mientras que Airbnb cotiza en Bolsa por valor de 30.000 millones de dólares. En el caso de la plataforma de servicios de alojamiento hay que tener en cuenta que, con sus menos de diez años de existencia, ya ha superado en valor de mercado a todas las grandes cadenas hoteleras del mundo (Marriot International, Hilton, Intercontinental Hotels...), que históricamente siempre habían controlado este sector.

     Por supuesto este fenómeno tiene sus detractores, que ven en el auge de las grandes plataformas antes mencionadas un descarado ejemplo de 
competencia desleal que esconde detrás una mentalidad en absoluto solidaria. El economista progresista Vicenç Navarro ha criticado en más de una ocasión los citados servicios digitales de trasporte y alojamiento colaborativos (ver la entrada a su blog Lo que se llama economía colaborativa no tiene nada de colaborativa), al ver en ellos una forma de desregulación que afecta muy negativamente a los trabajadores de dichos sectores, ofrecer menos garantías a los consumidores (ya que debes confiar en un particular y no en un profesional contratado) y ser capaces de dar pie a la especulación (subidas desorbitadas en los precios de los alquileres, por ejemplo, en barrios muy turísticos de determinadas ciudades que terminan afectando a sus vecinos). Sin embargo, potenciales efectos perniciosos aparte surgidos de las ansias de enriquecimiento de algunos, la filosofía que subyace ofrece perspectivas muy interesantes. Supone un cambio de mentalidad, en el que se abandona la premisa de comprar y comprar para después tirar, por otra en la que se comparten y reutilizan recursos y en la que el consumidor no juega un papel tan pasivo. De hecho en cierto modo puede terminar teniendo una influencia mucho mayor en el modelo, convirtiéndose en lo que algunos ya llaman un "prosumidor" (mezcla entre productor y consumidor, ya que existe la posibilidad de actuar como uno u otro). Otra transformación fundamental es que el concepto de posesión exclusiva va perdiendo importancia, porque se alquilan o comparten bienes y servicios al perseguir principalmente el ahorro económico y la sostenibilidad.

     El mercado emergente de los móviles reacondicionados (que vuelven a ser puestos a la venta tras haber sido devueltos por sus antiguos propietarios o arreglados ciertos desperfectos), la apertura de más y más establecimientos donde se reparan electrodomésticos y todo tipo de aparatos (además de vender piezas de repuesto y modelos de segunda mano), servicios 
online casi gratuitos disponibles para smartphone, así como la posibilidad que ya se está extendiendo en muchas ciudades de disponer de un servicio de alquiler por horas de trasportes privados (bicicletas, ciclomotores e incluso automóviles) que sustituya la necesidad de un vehículo propio, son sólo algunos ejemplos de esta transformación. La economía del compartir basada en la interacción entre personas tiene un potencial inmenso. Especialmente en un contexto en el que las tecnologías digitales, que han facilitado enormemente dicha interacción, se aúnan con la precariedad y la incertidumbre económica y teniendo en cuenta, además, la creciente sensibilidad medioambiental de amplios sectores de la población.La opción del Decrecimiento
     El Decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social que apuesta por iniciar una disminución controlada y paulatina de la producción económica, con el fin de recuperar el equilibrio entre la civilización y el entorno natural, que está actualmente amenazado. Contrariamente a lo que pudiera parecer dicha corriente tiene raíces muy antiguas que lo conectan con el anti-industrialismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX, si bien hoy en día poco tiene que ver con esta ideología prácticamente desaparecida. Los creadores de su fundamento teórico fueron el economista Nicholas Georgescu-Roegen y los expertos que elaboraron para el club de Roma el famoso informe conocido como Los límites del crecimiento (ver esta entrada ¿Hasta qué punto es inminente el colapso de la civilización actual?), allá por 1972. Sus defensores insisten en huir de la imagen negativa que, para muchos, pudiera tener el concepto de decrecimiento. Su argumento es simple: "cuando un río se desborda, todos deseamos que decrezca para que las aguas vuelvan a su cauce". Con el actual sistema económico y político estaría pasando más o menos lo mismo, pues su crecimiento sin medida está teniendo efectos altamente destructivos.

    Las teorías decrecentistas son muchas y una explicación exhaustiva daría incluso para varias entradas, así que, resumiendo, la mayor parte se basan en 
ocho pilares conceptuales más conocidos como las 8 R. Son los siguientes: 

  • Revaluar: que significa sustituir los valores propios de la globalización neoliberal, como por ejemplo el individualismo extremo y el consumismo, por valores locales de cooperación más propios del pensamiento humanista.
  • Reconceptualizar: que es proponer un nuevo estilo de vida mucho menos agresivo con el entorno en el que tendría cabida, por ejemplo, la llamada simplicidad voluntaria  (consumir lo mínimo imprescindible, evitar el uso del dinero en la medida de lo posible, apostar por la soberanía alimentaria y la autogestión, etc.).
  • Reestructurar: o adaptar el aparato de producción a las relaciones sociales y no al revés, lo que también se enmarca en la ecoeficiencia.
  • Relocalizar: que es sinónimo de apostar por el consumo de productos locales,  elaborados en las proximidades del lugar donde se reside, en vez de adquirir aquellos que han viajado miles de kilómetros hasta llegar a nosotros y por ello con una huella ecológica enorme.
  • Redistribuir: lo que implica un mejor reparto de la riqueza y los recursos disponibles, tanto a nivel social (disminución de las desigualdades entre los más ricos y los que menos tienen) como geográfico (reducir la brecha que separa a los países más desarrollados de los subdesarrollados).
  • Reducir: que significa renunciar al actual modo de vida consumista y despilfarrador.
  • Reutilizar (o reciclar): alargando la vida de los productos y artículos lo máximo posible, o dándoles nuevos usos, desterrando la obsolescencia programada.
    
      Repasando estos conceptos podemos caer en la tentación de pensar que estamos ante 
aspiraciones demasiado utópicas. Algo propio de hippies, antisistema y gente así que les ha dado por odiar el capitalismo y todos los beneficios que ha aportado. Sin embargo debemos pensar que en el estado actual de cosas tal vez nos veamos abocados a un decrecimiento obligado en un futuro próximo. Todo sistema tiene unos límites y nuestro planeta no es ninguna excepción, por lo que llegará el momento en el que, de no cambiar muchísimo las cosas, más crecimiento resultará materialmente imposible.

Sabiendo esto, ¿por qué no empezar ya a decrecer de manera progresiva y controlada para minimizar los daños? Y de todas formas no es necesario abrazar de forma inflexible todos los principios del Decrecimiento, ya que es posible tomar sólo alguno de ellos. No se trata de abandonar las ciudades, irnos todos al campo a sembrar patatas y criar gallinas y renunciar a la tecnología para comenzar a vivir como hace doscientos años;  quien crea eso no sabe lo que está diciendo. Podemos adaptar nuestro modo de vida y fenómenos como la ya mencionada economía colaborativa, la extensión de los huertos urbanos, la relocalización de la producción y el establecimiento de redes solidarias de cooperación son un primer paso. Como cualquier otro movimiento, el decrecentista aporta ideas, unas mejores y otras peores, y hoy mismo es perfectamente posible poner en práctica varias de ellas.La hora de las energías renovables   
       
      Nadie discute que la nuestra ha sido y sigue siendo una civilización de los combustibles fósiles. Quemar carbón, petróleo y gas natural, además de emplear estas materias como base para toda una formidable industria química y de derivados sintéticos, ha dado forma al mundo que conocemos. Los combustibles fósiles eran abundantes, resultaba relativamente sencillo y económico extraerlos y obtener energía de ellos tampoco exigía excesivas complicaciones técnicas. Pero esto ya no es así y, hoy por hoy, la extracción de combustibles fósiles se está volviendo cada vez más costosa y menos rentable, no sólo a nivel económico (lo único que parece importar según el deformado prisma a través del cual mira la realidad el credo neoliberal), sino también a nivel energético y de impacto medioambiental. Esto es debido a que las reservas más fácilmente accesibles ya han sido esquilmadas. Un ejemplo, hasta los años 40 del pasado siglo la Tasa de Recuperación Energética (TRE) del crudo, el petróleo sin refinar, era superior a 100. Eso quería decir que para extraer cien barriles necesitabas consumir la energía equivalente a uno solo, algo increíblemente rentable. En cambio en la actualidad  dicha tasa ha caído hasta 8 (con la energía de un barril tan sólo se pueden extraer ocho), sabiendo que los yacimientos más prometedores que todavía quedan sin explotar (en el Ártico o Siberia, por ejemplo) no alcanzan tasas muy superiores a 10. Es más, si hablamos de las formas no convencionales de extracción de combustibles fósiles, como la explotación de arenas bituminosas, la TRE puede llegar a ser bajísima, incluso menor a 1. Esto último quiere decir que, en algunos casos, consumimos más energía en el proceso que la que puede proporcionarnos el propio combustible obtenido (para saber más al respecto visitar la página de ASPO - en italiano -).

      Tampoco es un secreto para nadie que la extracción y quema de combustibles fósiles es muy perniciosa medioambientalmente hablando, especialmente si nos centramos en métodos no convencionales (gas de esquisto obtenido mediante fracturación hidráulica y petróleo sintético producido a parir de arenas bituminosas). Me viene a la memoria un momento concreto del documental Before the flood, producido por Martin Scorsese y  Leonardo DiCaprio, y presentado por éste último. El conocido actor sobrevuela en helicóptero una extensísima explotación de arenas bituminosas, haciendo notar a sus acompañantes que el paisaje le recuerda mucho a Mordor, la desolada tierra infestada de orcos gobernada por el Señor Oscuro Sauron, imaginada por el escritor J.R.R. Tolkien en el legendarium del Señor de los Anillos y cuya imagen se ha popularizado tanto después de la exitosa saga cinematográfica. La asociación me parece muy acertada, pues ese es el devastador futuro que puede aguardarnos si seguimos como hasta ahora.

      Frente a esto, y por mucho que desde determinadas instancias políticas y empresariales (las dos cosas se confunden) pretendan hacernos creer lo contrario, 
las energías renovables ya son una realidad factible. En la actualidad las TRE de muchas de ellas ya se sitúan al nivel del petróleo o el gas natural, entre 2 y 20 dependiendo del tipo de energía que se trate y las condiciones reinantes. Ese ha sido siempre el principal escollo, pues tecnologías como las de los paneles fotovoltaicos o los aerogeneradores dependen de la meteorología, de si hace un día despejado o más o menos ventoso. Con la energía hidroeléctrica se obtienen TRE mucho más elevadas, de incluso hasta 250 en condiciones óptimas. Sin embargo esta fuente energética también tiene sus limitaciones, pues está condicionada a la construcción de embalses y saltos de agua artificiales en vías fluviales, algo que no se puede aplicar a todas partes. Por ejemplo, en Japón apostaron por las plantas nucleares junto al mar porque el país no posee ningún gran río y por ello no disponía de potencial hidroeléctrico.

     No obstante los avances tecnológicos están revolucionando el sector de las energías renovables. 
Salim Ismail, pionero en Silicon Valley y fundador de la Singularity University  (una entidad creada conjuntamente por la NASA y Google), vaticinó en 2014 que, en un cuarto de siglo, la energía solar estaría en disposición de satisfacer toda la demanda energética a nivel mundial. Puede parecer muy optimista, pero los nuevos desarrollos en paneles solares de alto rendimiento están cambiando las cosas. El principal problema de la mayor parte de los paneles actuales disponibles en el mercado, basados en el silicio, es que el activador que emplean (la sustancia con la que se rocían las placas para impregnarlas y que así cumplan su función) es el cloruro de cadmio, que además de ser un producto costoso es altamente contaminante. La innovación consiste en sustituir este compuesto por cloruro de magnesio, que es mucho más barato (¡hasta 300 veces!) y además no es tóxico. Esta nueva generación de paneles está consiguiendo rendimientos  muy notables, de hasta casi un 48% en condiciones experimentales, cuando hasta hace no mucho el rendimiento de los de primera generación no superaba el 10%. Sabiendo esto, y viendo también cómo de rápido evolucionan todas estas tecnologías, nadie puede negar que en el futuro la energía solar ocupará un papel muy destacado.

Otras nuevas fuentes de energía están siendo probadas ya desde hace tiempo, como los 
biocombustibles(aceites vegetales que se refinan para obtener biodiesel o el etanol) o las baterías de hidrógeno. Éstas se sumarían a opciones renovables como las energías geotérmica y mareomotriz. Sin embargo otra revolución energética está en marcha en el minúsculo universo del átomo. La energía nuclear de fisión convencional, basada en el uranio enriquecido, es altamente controvertida y suma muchísimos detractores (a causa de lo problemático de la gestión de sus residuos y la aterradora posibilidad de accidentes graves de consecuencias catastróficas), además de nutrirse de un recurso no renovable  como es el mineral de uranio. La cosa cambia empleando la tecnología del Torio, un elemento pesado pero de muy baja actividad radiactiva, lo que lo hace prácticamente inocuo en ese sentido. Hoy por hoy construir reactores que empleen torio para producir energía ya es algo factible, a pesar de no ser un material fisible. El "truco" consiste en bombardear con neutrones lentos los núcleos de torio, para iniciar un proceso auto mantenido de generación de uranio 233 (distinto del uranio 235 que se emplea en los reactores actuales) conocido como Ciclo del Torio. De esta manera el reactor genera su propio material fisible en un ciclo sostenido, en el que sólo hay que seguir añadiendo de vez en cuando más torio. Es por eso que este tipo de reactores reciben el nombre de regeneradores breeders. Además, todo son ventajas con esta fuente de energía, es muchísimo más abundante en la Naturaleza que el uranio, lo que casi la equipara con una renovable, tiene un potencial energético hasta 40 veces mayor y es mucho menos contaminante y peligrosa, dado que el uranio 233 fisible sólo perdura en el reactor muy poco tiempo y se produce una cantidad mínima de isótopos radiactivos de larga duración como residuo. A esto hay que añadir que las plantas nucleares basadas en el torio jamás podrían ser utilizadas para la fabricación de armamento dadas las características del proceso.

      Por último, ¿qué decir de la 
energía de fusión nuclear? Éste es sin duda una de los mayores retos tecnológicos a los que se ha enfrentado la humanidad, conseguir reproducir las condiciones que tienen lugar en el núcleo de las estrellas, para así aprovechar una energía de un potencial casi ilimitado que cambiaría por completo el mundo en el que vivimos. Son muchas las naciones que han aunado esfuerzos en el gran proyecto del reactor experimental de fusión, conocido como ITER, que actualmente se está construyendo en Cadarache (Francia). La energía de fusión se abastecería de isótopos de hidrógeno extraídos del agua del mar, un recurso prácticamente inagotable, y no generaría ningún tipo de residuo contaminante, por lo que también sería una energía limpia.
Hoy por hoy las limitaciones son esencialmente técnicas, se consumen inmensas cantidades de energía para activar el proceso de fusión en condiciones estables y seguras, y presupuestarias, la 
inversión necesaria para construir este tipo de reactor es sencillamente enorme. Por el momento no se trata pues de una energía barata, pero sí se logran optimizar tanto el proceso como la tecnología, las posibilidades son absolutamente fabulosas y el mundo de los combustibles fósiles acabará convertido en algo tan del pasado como su propio nombre.Explosión demográfica vs políticas de igualdad de género

     La 
población mundial actual ya se sitúa por encima de los 7.300 millones de personas  y está previsto que para 2050 ya roce los 10.000 millones (superando ampliamente los 11.000 millones a final de siglo - ver el siguiente artículo de La Vanguardia -). El crecimiento demográfico será desigual, ya que mientras en Europa, Rusia (hay que tener en cuenta su extensísima parte asiática), Japón e incluso China la población tenderá a disminuir muy lentamente, el subcontinente indio y, muy especialmente, África continuarán experimentando notables aumentos de población. Así aún antes de 2030 la India superará a China como el país más poblado y hacia mitad de siglo naciones como Nigeria ya contarán con más habitantes que Estados Unidos. Hablar de la era del post crecimiento es hablar también de un mundo en el que la población humana no siga creciendo de manera descontrolada, lo que podría convertir el África subsahariana en una auténtica  bomba de relojería demográfica. Si la situación de muchos de estos países es ya muy complicada hoy día, ¿qué sucederá cuando su población se duplique o incluso triplique en poco tiempo?
      Frente a la amenaza de la superpoblación siempre se ha blandido el argumento de las políticas de control de la natalidad. Dichas políticas han ido desde métodos expeditivos y por completo denunciables, como lo fueron algunas campañas de esterilización forzosa llevadas a cabo en el pasado  en algunos países en vías de desarrollo, pasando por la fracasada doctrina del "hijo único" de la China maoísta, hasta estrategias mucho más constructivas como la implementación de métodos anticonceptivos (entre los que el uso del preservativo ha sido el más exitoso también por su eficacia como protección frente a las enfermedades de transmisión sexual).

No obstante existe un fenómeno que históricamente se ha mostrado en extremo eficiente para contener el aumento de la población e incluso detenerlo, 
la progresiva equiparación  (todavía no lograda en su totalidad en prácticamente ningún país) de las mujeres con los hombres en cuanto a derechos reconocidos y otros muchos aspectos. Esta transformación tuvo lugar principalmente en Occidente, donde en apenas un siglo las mujeres pasaron de ocupar el rol tradicional de esposas y madres, normalmente recluidas en el hogar y siempre supeditadas a los hombres, a ir conquistando paulatinamente más y más espacios de igualdad.

     ¿Qué ha supuesto este hecho en cuanto a crecimiento demográfico? Hasta hace no tanto lo habitual era que las mujeres se casaran relativamente jóvenes, renunciando a toda expectativa para dedicarse en exclusiva al hogar, a sus esposos e hijos. Esto implicaba que normalmente tuvieran su primer hijo bien pronto, porque para eso estaban, a los que casi siempre seguían otros a lo largo de toda su vida fértil. Los avances médicos redujeron de manera muy importante la 
mortalidad infantil, con lo que la población aumentaba con rapidez. El cambio se produjo sin que nadie se planteara alguno de sus efectos concomitantes. Una vez más y más mujeres decidieron incorporarse al mercado laboral, defender sus derechos y reclamar más igualdad, su papel como simples madres-amas de casa fue variando. Muchas optaron por alargar su juventud en un contexto de mayor libertad sexual, cursar estudios, desarrollar una carrera profesional, casarse más tarde y, en consecuencia, tener hijos más tarde (muchas veces por encima de la treintena), con lo que terminaban teniendo menos que las generaciones anteriores.  También las hubo que decidieron sencillamente no tenerlos. De esta manera es como las conquistas en materia de igualdad de género han devenido también en una forma de control demográfico, si bien no la única que ha actuado en ese sentido. Tanto es así que en muchos países del Occidente más desarrollado ahora nos enfrentamos al problema opuesto, el creciente envejecimiento de la población a causa de las bajas tasas de natalidad.

     Este tipo de políticas se han exportado con éxito de manera deliberada a otros lugares para atenuar los efectos del aumento de la población, como por ejemplo en algunas partes de la India. Y viendo los resultados también cumplirían su objetivo en otros muchos lugares. En el África subsahariana, Medio Oriente y Asia Central
 millones de mujeres  subsisten sin apenas derechos y totalmente subyugadas por un sistema ferozmente patriarcal. Muchos de estos países son también aquellos en los que la población crecerá de forma más acusada en las décadas venideras.

Una cosa parece ir asociada con la otra, porque allí donde las mujeres son tratadas casi como simple mercancía, siendo también víctimas de innumerables abusos, sus cuerpos terminan convertidos muchas veces en meros recipientes destinados a engendrar descendencia. De esta manera la lucha por sus derechos y una mayor igualdad, además de prevenirnos eficazmente de la superpoblación, se convierten también en una cuestión de dignidad humana. El post crecimiento también va de eso. No de hundirse en una era de involución y barbarie que nos retrotraiga a tiempos ya olvidados, sino de 
reconciliarnos con el mundo que nos rodea para poder vivir en él de forma sostenible y digna durante los siglos venideros.                        
N.S.B.L.D.Agencia Tigris



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