CARTA A LOS VALENCIANOS
No es para nada fácil comenzar esta epístola, no, a pesar de
saber la baja calaña de los que han administrado el daño calculado a un sector
de la población que aún vive hambre, dolor, abandono, olvido, rabia y odio, en
procesos de duelo de los que nadie habla y a quien nadie parece interesarles,
sobre todo si son políticos o cómplices de genocidio, porque esto no es un
asesinato, ni dos, ni tres. Hablo de delitos de lesa humanidad.
Eso se ve cuando toca la hora de ponerse en la piel de estas personas, que son miles, tratadas como una estirpe aparte, denigradas y abandonadas por los medios que actúan de modo completamente fascista. Como psicólogo entiendo perfectamente su rabia y su rechazo a la clase política (como en mi artículo titulado ¿Cómo las cucarachas?, animales que, a pesar de su asquerosidad son más dignos que esa ralea) y sus declaraciones hablando de asesinato.
Pero no estoy aquí para hablar de lo que ya se ha escrito
tanto, por lo que hay tanta sangre derramada, de las mentiras de todos esos
traidores a la patria que merecen el peor de los castigos imaginables. El dolor
por la pérdida de un ser querido en estas condiciones, sobre todo cuando el
estado, más fascista que nunca, no ayudó en absolutamente nada y fue otra
persona voluntaria la que te ayudó con comida, agua o sacando a tu familiar
muerto del coche, del lodo o de los escombros, es un proceso que nunca se va a
olvidar, aunque se supere, si es que muchos pueden hacerlo. El impacto
emocional es el más difícil de erradicar pudiendo perdurar toda la vida, como
una herida sangrante que observamos que se cierra con una lentitud exasperante
y que no nos calma nunca por más que se intente curar, quedando ahí. Esos seres
no se marcharán nunca de nosotros.
Entre el dolor y el odio ante los responsables la gente
deambula pensando qué hacer porque, además a todas estas personas les han
destrozado sus sueños, su presente y su futuro, dejándolas inválidas, sin
capacidad de reacción o de acción (tal vez es lo que buscaban y lo han
conseguido), acobardando a la gente dolida porque es un trauma y el trauma
debilita, te hunde y te impide reaccionar, no te permite mirar adelante.
Si bien sentir rabia en estos casos es lógico ante el
proceder de esta gentuza, porque no se merece otro apelativo, también lo es que
el odio es el peor de los consejeros y, muy atentos, porque es lo que buscan y
de lo que se alimentan para justificar que los ¿agredimos? (Habría que ver quién
destrozó tantas vidas) Luego os dirán que tranquilos, que no os exaltéis y que
todo está solucionándose, cuando los hechos dicen otra cosa.
Lamentablemente el pueblo valenciano tiene un enemigo que se
llama estado y los que sufrieron sus efectos colaterales nunca deberían de
guardar silencio. Todo ese dolor, injustificado en el proceder de los sátrapas,
lógico y coherente, ha de ser la razón por la que habréis de uniros más que
nunca en un propósito común para honrar a los fallecidos y que ni uno quede en
el olvido. No se trata sólo de ir a los juzgados.
Lo que os ha sucedido a vosotros nos puede pasar a nosotros
pues los mismos responsables de este delito de lesa humanidad siguen en la
calle sin reconocer ni una de sus responsabilidades, con intención de hacerlo
con cualquiera que les moleste porque no les son útiles. A los políticos no les
importasteis y nunca les habéis quitado el sueño por vuestro día a día, tan
sólo sobreviviendo a un estado fascista. Me ahorro las palabras para
describirlos porque ya las tenéis en la boca.
Pero sí es necesario sacar la fuerza de la gente, ésa que se
quedó enterrada por la confianza en las falsas instituciones pagadas por
Naciones Unidas y otras entidades masónicas y luciferinas que han creado como
encantamientos de cuentos de hadas y empezar a ver el mundo tal cual es. Y para
eso hay que unirse, dejar ideologías políticas a un lado y emplear la fuerza
del amor, que es lo que ellos más temen porque os hace invencibles,
demostrándoles que sois mucho mejores que ellos (tal como han demostrado muchos
españoles).
Siempre he pensado y sigo creyendo que, si hemos de pasar
por la experiencia de esta vida, con todas sus ausencias y dolor, debemos tener
claro que nuestras acciones han de tener un propósito, no sólo para nosotros
sino para el resto de la humanidad. Cada ser tiene un derecho sagrado que
ningún demonio le puede arrebatar: acabar esta vida dejando su legado para el
resto de la humanidad, su mensaje y su fuerza para que alimente a otros, sin
miedo a lo que piensen los demás y enfrentándose a quien haga falta para hacer
que nuestras vidas sean dignas, mostrando quiénes somos en realidad porque los
que no son nada y nos usurpan los derechos nos quieren robar la dignidad y eso
no lo debemos permitir.
Si bien las ausencias se quedan como trazos de memoria que
nos persiguen y de las que no vamos a huir, al menos seamos fuertes para
reconocer y valorar las experiencias y repararlas parcialmente para no seguir
cometiendo errores. Es hora de demostrarles nuestro poder, decirles que estamos
ahí, aunque no quieran ni escucharnos, dejarles su barro y su despreciable
negligencia en sus narices y, sobre todo, expresarles que sabemos lo que han
hecho y que, por mucho que se escondan como ratas, vamos a delatarlos. Y si hay
que ir al Tribunal de la Haya se va y se buscan abogados, pero no nos olvidemos
de otra cosa muy importante: ya no nos sirven y tal vez tengamos que pensar en
cómo organizarnos sin ellos a partir de ahora. El estado ha muerto y es un
templo derruido. ¿Seguir confiando en ellos?
Mis queridos valencianos, cosas peores ocurrirán si no hacemos algo. Afectuosos abrazos para todos vosotros y trabajemos con el amor que tanto aborrecen.
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