18/12/24

Contamos con una aliada formidable, somos plenamente conscientes de ella: GAIA

LAS POLÍTICAS DE GAIA                                 

Apuntes utópicos para una re-evolución necesaria

Hacer un diagnóstico exhaustivo de la coyuntura histórica que habitamos es una tarea imposible, sumidos como estamos en la vorágine de un tiempo de mutaciones. Escribo esto cuando todavía nos golpea el dolor de la tragedia que ha devastado el Mediterráneo ibérico, llevándose por delante cientos de vidas humanas, y cuando todavía es imposible hacer un cálculo de pérdidas económicas y en infraestructuras (las pérdidas naturales son tan inconmensurables como despreciadas por nuestro contra-sentido común antropocéntrico).

Parece innegable que transitamos en este siglo XXI por una nueva dinámica antropológica, psicocognitiva y desde luego climático-ambiental, tecnológica, económica y social. Nuestro mundo es radicalmente diferente de aquel del siglo XIX, en el que se forjaron las teorías político-filosóficas del liberalismo y el socialismo. Incluso nuestro mundo globalizado, superpoblado y lleno, sumido en la crisis climática más importante de la historia de los últimos 10.000 años y en medio de una catástrofe biológica de extinciones en cadena, es bien distinto del mundo del siglo XX. Y sin embargo seguimos anclados a las categorías políticas de los dos siglos anteriores, repitiendo las mismas respuestas, aunque las preguntas hayan cambiado diametralmente.

Es hora de certificar que las utopías políticas del siglo XIX no sólo han fracasado, sino que nos han traído al infierno que habitamos. Tanto el liberalismo en todas sus versiones, como el socialismo en sus diversas formas, contrariamente a la utopía que prometían, han provocado verdaderas distopías en forma de genocidios y ecocidios derramados imperialmente por toda la faz de la tierra (desde el desierto de Nevada, al mar de Aral, desde Chernobyl a Fukushima, desde Palestina a Indonesia, desde Hiroshima a Aüschwitz…), y nos han colocado ante este cuello de botella civilizatorio o crisis multidimensional, provocada por siglos de crecimiento económico (liberal) y/o desarrollo de las fuerzas productivas (socialista) que en vez de llevarnos al paraíso de la abundancia nos han arrojado a este infierno de desigualdad social lacerante y de catástrofe ecológica y climática, todo condimentado además con lacerantes enfrentamientos bélicos.

El desorbitado progreso tecno-científico auspiciado por la razón ilustrada y el positivismo científico, liberado de todo límite moral y ético, entregado al más desvergonzado mercantilismo, nos ha puesto ante objetos-mundo como la energía atómica civil-militar, la ingeniería genética o la Inteligencia Artificial, que contienen amenazas y sombras ominosas para el destino de la humanidad, y que cabalgan al margen de todo control democrático sirviendo de instrumentos para un dominio político y social, por parte de unas élites enloquecidas y ensimismadas, que se extiende de un modo absolutamente despótico y violento.

Y frente a todo ello sólo podemos certificar que las categorías políticas de la modernidad han quedado obsoletas. Seguimos usando las categorías de derecha e izquierda como definitorias de un campo de tensión y lucha ideológica, una polarización de lo político que procede de 1789, de la Revolución Francesa, pese a que el mundo del siglo XXI es bien distinto a aquel.

Y aunque, sin duda, todavía hoy existen diferencias acusadas entre las derechas y las izquierdas en diversas materias, también comprobamos a diario que frente a muchos de los grandes retos históricos que tiene la humanidad hoy en día, ambos polos muestran una impotencia paralela y a veces una complicidad desastrosa con las dinámicas destructivas que nos amenazan: la terca insistencia en el crecimiento ilimitado, la adhesión a la tensión bélica y militarista, la inacción e incluso negación de la crisis climática, la erosión de la biodiversidad, el extractivismo, la explotación de los cuerpos de las mujeres y del cuerpo de la naturaleza, la superpoblación, la contaminación… El eje izquierda-derecha forma más parte del problema que de la solución, y opera ya como un corsé que nos impide pensar y sobretodo transformar nuestro mundo.

La irrupción de Gaia

Isabelle Stengers se refiere con esta expresión a la toma de conciencia de que la Tierra no es un paisaje pasivo o un escenario inerte para el despliegue histórico de Homo sapiens, sino un súper-organismo con interacciones de una complejidad abrumadora que co-produce la historia. Ya no podemos negar que Gaia es un sujeto histórico, o que los virus, los cambios climáticos, las especies animales domesticadas o salvajes y el reino vegetal hacen historia, sostienen y derriban imperios, facilitan o coartan las economías humanas, tanto o más que las monarquías, los ejércitos y el comercio humano. Gaia y sus millones de especies tienen agencia histórica.

La mayor parte de nuestros congéneres siguen todavía instalados en el modo de vida imperial: esa subjetividad colonialista que considera que la Tierra es una entidad inerte, desprovista de sentido y propósito, que está ahí únicamente para servir a nuestros intereses materiales, para ser explotada, y sus riquezas extraídas con ayuda de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, en el mundo subsisten muchos pueblos con cosmovisiones vitalistas que, escapando a la ceguera del excepcionalismo humano, saben y sienten que las otras especies tienen derechos, narrativas, deseos y sentido propios; que los animales son hermanos mayores, maestros totémicos, seres sagrados a los que se debe rendir respeto y pleitesía; que los ríos están vivos; que el agua y el fuego son sagrados; que las plantas se comunican entre sí y con los humanos si estos se abren a ello y aprenden a escucharlas, etc.

Estas cosmovisiones vitalistas subsisten pese a siglos de violencia material e intelectual, esa violencia desatada a partir de 1492 contra los pueblos americanos y africanos, contra las propias naturalezas y faunas salvajes europeas, y contra el cuerpo y la sexualidad de las mujeres en la persecución neurótica de la brujería. Procesos concomitantes de violencia patriarcal que están en el origen de la acumulación originaria del capitalismo y que corren en paralelo al nacimiento de la cosmovisión científica occidental, en palabras de Amitav Ghosh: «a pesar del largo y tortuoso nacimiento de la metafísica mecanicista, su ascenso hasta convertirse en dominante fue tal que con el tiempo reclamaría un lugar de honor entre los jinetes que ahora conducen a la humanidad al apocalipsis, no ha sido capaz de deglutir por completo los restos de su némesis, el vitalismo… los pueblos indígenas siempre tuvieron razón, que los paisajes no son inertes, ni mudos, sino que se hallan imbuidos de vitalidad» (La Maldición de la Nuez Moscada).

La disrupción climática, el evento de sexta extinción de especies y todos los efectos derivados de ello están obligándonos a un cambio radical de percepción: ya no hay modo de ignorar la intrusión de Gaia en nuestras vidas y en la historia. En ese sentido Stengers afirma que la brutalidad de la intrusión de Gaia corresponde punto por punto a la brutalidad de lo que la dañó: el desarrollo capitalista. «Luchar contra Gaia no tiene ningún sentido, hay que aprender a contemporizar con ella. Contemporizar con el capitalismo no tiene ningún sentido, hay que luchar contra su dominio… Siempre tendremos que contar con Gaia y aprender, a la manera de los pueblos antiguos, a no ofenderla» (En Tiempo de Catástrofes).

Creo que no hemos elaborado todavía con suficiente profundidad lo que significa la irrupción de Gaia en la esfera de lo político. Aún no nos hemos dado cuenta del todo del enorme impacto que la revolución en la evolución, que es la Teoría de Gaia, tiene. Un impacto que trasciende los límites de la biología para desatar un auténtico terremoto para nuestras teorías filosóficas, políticas y psico-sociológicas, que pone en cuestión toda nuestra dominante cosmovisión occidental, anclada todavía en modelos racionalistas, mecanicistas, positivistas y darwinistas. Que no es que estén sólo obsoletos, es que, como decía Ghosh, son peligrosos porque nos precipitan a la cascada de genocidios y ecocidios que ya hemos empezado a transitar.

Integrar la teoría Gaia en nuestro pensamiento supone un profundo desplazamiento ético-filosófico, una verdadera mutación psicocognitiva: si Galileo y Copérnico demostraron que no éramos el centro del universo, Lovelock y Margulis demuestran que no somos ni siquiera el centro de la creación, o de la vida en este planeta. La lógica antropocéntrica que ha estado en la base de todas nuestras cosmovisiones políticas, científicas, filosóficas y religiosas de los últimos dos milenios, por lo menos, ha de ser sustituida por una conciencia biocéntrica, ecocéntrica o geo-céntrica (de Gea o Gaia). Una nueva conciencia humana más humilde, con menos tendencia a la hybris (el auto-engrandecimiento narcisista y megalómano que es lo que define y constituye nuestro modo de vida imperial bajo el capitalismo), plenamente consciente no sólo de la interdependencia y de la sociabilidad del ser humano, sino también consciente de la contundente ecodependencia de nuestra especie, cuya viabilidad es impensable sin las relaciones simbióticas que establece, tanto a nivel corporal como social, con las otras especies vivas y con los elementos denominados abióticos de la Biosfera.

Gaia define el meta-sistema integrado y coordinado de los elementos bióticos y abióticos que pueblan la superficie del planeta Tierra y que conforman su epidermis viva. Una delgada franja biosférica autorregulada homeostáticamente y autopoiética, que trabaja de modo que las condiciones de temperatura, proporción de oxígeno en la atmósfera, pH y salinidad de los mares y los suelos, reciclaje de los elementos químicos fundamentales para la vida orgánica, mantenimiento de tecnologías vivas de defensa planetaria como la capa de ozono, o los mecanismos de la interacción con el núcleo profundo del planeta (Vulcano), posibiliten el mantenimiento y extensión de la vida, así como su evolución en el sentido de avanzar siempre a una mayor diversidad, complejidad y coordinación simbiótica o cooperación multiespecies que diría Donna Haraway.

Por supuesto hay aquí una impugnación de nuestra visión darwinista, y peor aún: neodarwinista, de la evolución biológica. No es que los organismos evolucionen adaptándose a unas condiciones físicas dadas, sino que el medio físico y el medio natural co-evolucionan juntos, las propias formas de vida van transformando las condiciones de habitabilidad planetarias y co-creando cooperativamente unos cada vez mejores y más estables escenarios o marcos existenciales, para la vida buena. En el extremo la cosmovisión gaiana implica una abolición de las fronteras entre lo vivo y lo inerte, entre lo biótico y lo abiótico, entre la biología y la física.

También destruye el mito de la existencia individual, no es sólo que seamos interdependientes y ecodependientes, es que somos más comunidades de bichos que individuos, somos holobiontes en simbiosis con otros holobiontes dentro del súper-holobionte mayor que es Gaia, “todos los organismos mayores que las bacterias son, de manera intrínseca, comunidades.” (Margulis, Una revolución en la evolución). Y tampoco el principal mecanismo de la evolución es la competencia como nos hemos contado durante casi dos siglos en ese relato darwinista tan instrumental y engranado con la lógica liberal y neoliberal del capitalismo triunfante, sino la cooperación, la simbiosis, la coordinación y la ayuda mutua multi-especies.

Abolidos para siempre el excepcionalismo humano y el antropocentrismo. “Recuperado del ataque copernicano y de la agresión darwiniana, el antropocentrismo ha sido barrido por otro soplo de Gaia” (Margulis). Desmoronado el gran mito fundante del liberalismo: el individualismo. Demolido el sueño ilustrado de que el ser humano podía modificar el rumbo de la historia en base a su voluntad. Destronados los sueños de la razón y los delirios del mecanicismo, en medio de una catástrofe climática, social y biológica sin precedentes, ¿qué políticas habría que alumbrar que estén a la altura del reto descomunal que tenemos enfrente por el que nos jugamos incluso la supervivencia de nuestra especie y de millares de especies compañeras?

Una nueva (pero vieja) política para un nuevo (pero viejo) mundo simbiótico

No tenemos espacio aquí, ni tiempo en medio de la tormenta (textual y simbólica), para hacer un tratado completo de teoría política revolucionaria para el siglo XXI que además en coherencia con la teoría de Gaia, sólo podrá ser elaborado colectiva y cooperativamente, pero sí quiero dejar algunos apuntes de las vías por las que necesariamente habremos de transitar y además con urgencia.

Por supuesto hay que desechar prácticamente todo el aparato ideológico heredado de los siglos de la gran aceleración y de la revolución industrial. De aquellos fastos nefastos considero que sólo son salvables algunos elementos ideológicos y organizativos, que no en vano se mantuvieron prácticamente en los márgenes de las corrientes mayoritarias de la izquierda desarrollista y fosilista: el consejismo, las corrientes más heterodoxas y menos autoritarias del movimiento comunista, la tradición libertaria, anarcosindicalista y anarquista, y las corrientes del feminismo más eco-conscientes, decoloniales y de clase.

Fuera de ahí, no veo que a la hora de reconstruir un relato político coherente con las leyes y propósitos de Gaia, haya algo salvable en el marxismo autoritario y estatista, en la socialdemocracia, en esa parodia y mixtura de ambos que es el populismo, y no digamos ya en el liberalismo, prácticamente entregado de pies y manos a su perversión y falsificación neoliberal-neocon.

Por lo menos ya tenemos una base desde la que arrancar: sabemos lo que no hay que hacer. En España el ciclo ya definitivamente acabado y derrotado de la nueva política ha sido toda una escuela, triste pero muy educativa, de cómo las tendencias autoritarias, burocráticas, institucionales y las praxis conspirativas y carismáticas tan caras a la tradición izquierdista autoritaria, pueden arruinar un proyecto en principio democrático y emancipador como fue la revuelta del 15M. El precio en desilusión, desmovilización, y descapitalización del tejido social ha sido carísimo, pero el premio no ha sido menor: la ilusión de que la vía reformista e institucional constituía un atajo para el cambio social ha quedado completamente desmontada y cancelada.

Una vez que experimentamos con toda su crudeza el fracaso del proyecto de dominación total sobre la naturaleza que se ha desplegado en los últimos siglos, y que, al contrario, habitamos coyunturas catastróficas en que los fenómenos naturales reclaman con contundencia su protagonismo histórico e imponen estrictos y dramáticos límites a la civilización humana, estamos obligados a una refundación de las teorías y prácticas políticas, éticas y filosóficas que se encaminen a reestablecer la paz entre Homo sapiens y Gaia. Una refundación de la que depende la supervivencia y adquiere por tanto carácter de urgencia.

Para encontrar un proyecto político coherente con las leyes de Gaia que sirva para reinsertar las sociedades y economías humanas en su seno, y reorganizarlas en clave simbiótica y mutualista no hace falta ir muy lejos, basta acudir a la historia y a la antropología para encontrar que «las prácticas democráticas –los procesos de toma de decisiones igualitarias- que, de hecho ocurren en todo el mundo, no son inherentes a ninguna civilización, cultura o tradición particular. Es más, sólo pueden desarrollarse allí donde la vida humana se escapa de las estructuras sistemáticas de coerción» (David Graeber, El Estado contra la democracia).

En este punto hay que aclarar que lo que aquí nombramos como democracia, de acuerdo con Graeber, difiere radicalmente de lo que conocemos en la actualidad y nombramos como Democracia Liberal, que se trata más bien de una falsificación o perversión del principio de autogobierno que etimológica e históricamente significa la democracia. De hecho, la democracia sólo ha existido históricamente en ausencia de esa violencia institucionalizada que es el Estado, y al contrario de lo que nos ha hecho creer la historiografía oficial, los períodos y espacios geográficos en que grupos humanos han vivido sin estado han sido mucho más largos y extensos de lo que tendemos a pensar. De tal modo que situar el origen de la democracia nos retrotrae incluso al paleolítico porque constituye la forma de gobierno natural y consustancial al equipamiento psico-social de Homo sapiens, un animal político que siempre ha vivido en comunidades que requerían de conversación y compromiso, que son la base del autogobierno comunitario.

El propio Graeber junto David Wengrow en El Amanecer de Todo deconstruyen solventemente la narración histórica colonialista, patriarcal y occidental que a partir de la Ilustración hemos elevado a la categoría de verdad y que no es sino la proyección de nuestros sesgos ideológicos sobre la Historia, una narración que sitúa el nacimiento de la democracia en la constitución estadounidense, en la Revolución Francesa o todo lo más lejos, en la Atenas de Pericles. Las pruebas históricas y arqueológicas en cambio narran otras historias, en las que podemos rastrear procesos democráticos en épocas muy anteriores a la Grecia Clásica y en escenarios muy alejados de occidente: pueblos americanos antes de la colonización, comunidades budistas en Asia, las sociedades piratas atlánticas e índicas de la modernidad, las comunidades agrarias rusas, ucranianas, vascas, etc.

«Por su propia naturaleza, los Estados no pueden ser democratizados de un modo real. Al fin y al cabo, no son otra cosa que formas de organizar la violencia… el Estado democrático siempre fue una contradicción» (Graeber). Una contradicción que en este siglo XXI nos está estallando en forma ya tan palpable como dramática: estados supuestamente democráticos como los de USA y la UE que sostienen, arman y apoyan un genocidio como el palestino, y en paralelo aceleran las condiciones para la disrupción climática y la catástrofe ecológica generalizada, sosteniendo, legitimando y defendiendo la deriva nihilista y catabólica de unas élites capitalistas que ya son monstruosas.

Es por eso que las democracias gaianas han de escribirse en plural y en minúscula, recuperando y actualizando la perspectiva crítica del anarquismo.

An-arquía etimológicamente significa sin poder, sin jerarquía, sin dominio, en ese sentido es que decimos anarquista, no en un sentido identitario, autorreferencial. Es decir, que también aquí habrá que desechar rigideces doctrinarias, tradiciones ideológicas y mitologías heroicas que estuvieron activas muy meritoriamente en los dos siglos pasados, pero que hoy han de abrirse a un horizonte histórico y sociológico radicalmente ampliado para poder ser masivo. Nos referimos, pues, al anarquismo anterior a su reformulación ilustrada por parte de Proudhon, Bakunin y Kropotkin, al anarquismo que no necesitaba de anarquistas sino de comunidades empeñadas en tomar decisiones conjuntamente sobre los asuntos comunes y que a lo largo de la historia establecieron mecanismos culturales que impedían la concentración del poder y limitaban la autoridad y el crecimiento de las jerarquías, «la historia de los pueblos sin Historia es la historia de su lucha contra el Estado» (Pierre Clastres).

Valores como la autogestión, la autodefensa, la descentralización, la reciprocidad y la solidaridad son biomiméticos, es decir que imitan los procesos gaianos que se despliegan en los ecosistemas y que a lo largo de 4.000 millones de años han demostrado su viabilidad y eficiencia, ¿qué es un bosque si no una comunidad compleja de convivencia y cooperación inter-especies, de simbiosis entre especies para la promoción de la estabilidad y la conservación de entornos amables para la vida?

En ese sentido la democracia gaiana recoge las experimentaciones prácticas del anarquismo organizado de los siglos anteriores, pero también remite a los procesos de auto-organización que los grupos humanos han recorrido urbi et orbi a lo largo de toda la historia, y en este siglo de mutación histórica y antropológica, además, ha de atender muy conscientemente a las enseñanzas de las otras especies, de Gaia. Algo que por otra parte no han dejado de hacer muchos pueblos originarios que todavía conservan sus cosmovisiones vitalistas y que saben-sienten que los ecosistemas no son máquinas de piezas y funciones, «sino una comunidad de seres soberanos, sujetos y no objetos» (Robin Kimmerer, Una trenza de Hierba Sagrada).

El ágora de la democracia gaiana deberá buscar las formas de dar voz y capacidad de decisión política a las otras especies, a las generaciones venideras de la nuestra y de las demás, que no por no haber nacido carecen de derechos. El pueblo anishinaabe del que procede Kimmerer se conduce de modo que todas las decisiones personales y colectivas deben tener en cuenta a la séptima generación. Un ejemplo de responsabilidad intergeneracional que está en las antípodas de la irresponsabilidad negligente del capitalismo fosilista, y que nos debe inspirar en el proceso de su superación. El an-arquismo gaiano de las comunidades biocéntricas plantea una democracia descentrada temporalmente, rindiendo honor al pasado y comprometiéndose radicalmente con el futuro.

Y se trata también de una democracia no antropocéntrica y antipatriarcal: «la cosmovisión indígena plantea que en la democracia de las especies, los humanos somos seres ligeramente inferiores. Somos los hermanos pequeños de la creación, y como todo hermano pequeño debemos aprender de nuestros mayores» (Kimmerer), del mismo modo los valores que hemos asociado a lo femenino y que han sido relegados o minusvalorados durante tantos siglos han de volver al centro del ágora: el cuidado de la vida en todas sus formas son la clave de bóveda del proyecto de emancipación y supervivencia de la especie humana en estrecha alianza con las demás. Y en esta tarea las mujeres, que siempre han sido las protagonistas, han de asumir el liderazgo.

Es casi seguro que la radical escisión entre política y espiritualidad acometida por la ilustración europea y el paralelo desencantamiento del mundo y de la polis sea ya un proceso histórico acabado y que se salda con un tremendo fracaso en términos de felicidad y sentido y en términos de sostenibilidad: sólo cuando empezamos a pensar «el mundo como muerto nos pudimos dedicar a matarlo» (Ehrenreich, Desert Notebooks). Todos los cambios históricos profundos de la humanidad han corrido en paralelo a cambios en las religiosidades, la muerte de los dioses del Capitalismo: el mercado, el dinero y la plusvalía, dejará espacio al nacimiento de nuevos cultos y experiencias religiosas (re-ligare: reunir) que se engranarán con lo político para inspirar sentido y responsabilidad en las tomas de decisiones colectivas, para lograr que sean coherentes con un nuevo humanismo gaiano o biocéntrico que necesitamos más que el comer.

El horizonte que planteo sin lugar a dudas es utópico, los procesos para caminar hacia ese horizonte en los próximos años serán enormemente complejos, incluso agónicos. Pero participo del optimismo antropológico de Graeber, nuestra especie se las ha ingeniado para salir de los peores callejones civilizatorios, ha construido una y otra vez espacios de libertad y autodeterminación, ha experimentado con una gran diversidad de modos de organización social. Hoy mismo en medio de dificultades enormes, acosados por fuerzas poderosas y crueles existen experimentos de este mundo simbiótico y cooperativo en Chiapas, en Rojava, en comunidades por todo el planeta, en los pueblos originarios que resisten al extractivismo…

En la tragedia valenciana estamos viendo como en coyunturas catastróficas aflora lo peor del ser humano, (bueno eso ya había aflorado antes, todo el tiempo) pero también lo mejor: la solidaridad, el apoyo mutuo, la conciencia de que sólo el pueblo salva al pueblo… No nos van a faltar catástrofes que van a ser una oportunidad de actualizar los mejores valores del equipamiento psico-cognitivo, social, político y espiritual de Homo sapiens. Ahora contamos con una aliada formidable, bueno, siempre hemos contado con ella, pero ahora ya sí somos plenamente conscientes de su presencia: Gaia.

Ella, que nos contiene y sostiene va a derrotar al capitalismo. Yo tengo fe en ella.

Fernando Llorente Arrebola

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