4/12/24

Principios del derecho: vivir honradamente, no hacer daño a otro, dar a cada uno lo suyo

LA MENTIRA Y EL FALSO TESTIMONIO

En la guerra cognitiva en la que estamos inmersos sabemos que una de las herramientas consiste en inyectar emociones negativas (odio, miedo, asco, tristeza). Pero otra de las herramientas del arsenal cognitivo es la destrucción de valores morales.

Uno de los valores morales que viene siendo destruido sistemáticamente es el de la veracidad, de tal manera que la población no puede tener certeza de lo que es correcto y lo que no, y para esta destrucción moral es importante instalar la argucia, la falsedad, la simulación y la mentira.

Hay que reconocer, que el objetivo lo tienen más que conseguido, pues la sistemática de la comunicación social está plagada por la aversión a la veracidad, por el odio a los datos.

La prensa contamina las noticias con opiniones y emociones, y se convierte en verdad oficial. A la zaga, la “disidencia” sigue la misma estrategia de falsificación de noticias inyectando más emoción que información.

La mentira en todas sus formas, es un defecto moral que acompaña a la humanidad contrario a la honestidad. Ulpiano, el jurista romano estableció los principios del Derecho: 'Los principios del derecho son estos: vivir honradamente, no hacer daño a otro, dar a cada uno lo suyo'. La mentira va en contra del principio de honestidad y por lo tanto es fuente de injusticia.

Desde el inicio de la civilización, y así se desprende de muchas tradiciones, la mentira se instala como una costumbre social aceptable e incluso se tiene en buena estima la picardía y la capacidad para engañar a otros. Un ejemplo son los libros “Las ocurrencias del Muláh Nasrudin” “El libro de las argucias” o cómo no más modernos, los libros del siglo de oro español sobre picaresca “El lazarillo de Tormes”. Podemos hacer un repaso en la doctrina sobre la mentira a través de distintos textos formales.

Según San Agustín de Hipona, tras la mentira está siempre la intención de engañar. En la actualidad desgraciadamente, muchas veces detrás de la mentira se esconde una profunda soledad y sensación de desamparo, donde la mentira nos permite ser escuchado y pertenecer a determinado grupo social.

Hemos de partir de la realidad de la existencia de las mentiras, las medias verdades y las estadísticas, pero fuera de broma, las fórmulas más frecuentes de mentiras son tres:

  • La mentira con ocasión de engañar y obtener beneficio.
  • La mentira por complacencia para evitar un mal.
  • La mentira por omisión, es decir, cuando se cuenta algo que no se ha comprobado.

Adjuntamos extractos de los textos que se presentan a continuación.

1) Análisis filosófico y teológico de la mentira desde la teoría de los actos de habla Vicente Vide vicente.vide@deusto.es 

En el panorama filosófico actual nos encontramos con diferentes teorías semánticas de la verdad. Por su parte, la mayoría de los autores de teología moral siguen de cerca el pensamiento de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, definiendo la mentira como un lenguaje contrario al propio pensamiento con la voluntad de engañar.

Es preciso integrar en el análisis filosófico y teológico de la mentira la teoría de los actos de habla ya que el mentir no se reduce a su dimensión locucionaria. Presenta, además, una fuerza ilocucionaria y una intención comunicativa, desde la que pueden reinterpretarse los principios clásicos de la anfibolia o restricción mental, las respuestas con doble sentido, el mal menor o las mentiras piadosas.

Así pues, la noción filosófica y teológica de mentira debe tener en cuenta los análisis provenientes de las ciencias humanas y, especialmente, de las ciencias lingüísticas. Además, se debe recordar que no siempre es posible ni deseable para los seres humanos expresar una perfecta adecuación entre lo que el individuo dice que es verdad, lo que cree que es verdad y lo que la realidad es en sí. Por ello, además de la dimensión locucionaria, es preciso incorporar en el análisis del acto de habla del mentir las dimensiones de la coherencia, de la autenticidad, de la fidelidad, de la honestidad y trasparencia, asumiendo al mismo tiempo la opacidad, las paradojas de la vida y la ironía de la existencia humana.

El Antiguo Testamento condena la mentira en cuanto contradice y, de manera especial cuando destruye, la comunidad basada en la fidelidad que la persona debe a Dios y a sus semejantes.

Este es el sentido del “No darás falso testimonio contra tu prójimo”. Pero, al mismo tiempo, recoge las mentiras de venerados patriarcas: de Abraham; de Isaac; de Jacob; o las de David y de su amigo Jonatan. Parece que estas mentiras no merecen la desaprobación de la Biblia, ya que las comadronas que salvaron a los niños hebreos con mentiras son alabadas como mujeres que respetaban a Dios.

Asimismo, la Biblia alaba a Judit por el ingenio que demostró para engañar a Holofernes y a sus soldados y de esta manera salvar a su pueblo.

En el Nuevo Testamento no existe ningún pasaje en el que se alabe o apruebe la mentira. Pero se habla más bien de la persona que es auténtica, coherente, fiel y digna de confianza. Así, por ejemplo, Jesús dice de Natanael: “He ahí un israelita de verdad en quien no hay doblez”. La mentira es la doblez y la verdad es ser de verdad, como cuando decimos del oro auténtico: “esto es oro de verdad”. En el Nuevo Testamento no hay una definición explícita de la mentira. Además, la verdad consiste en una acogida de la manifestación gradual de la misma. En el evangelio según San Juan, Jesús dice: “Todavía tengo muchas otras cosas que deciros, pero no podéis sobrellevarlas ahora”; desde este texto puede haber ocasiones en las que una persona digna de fiar no pueda ni deba decir toda la verdad, ya que puede haber otras personas incapaces de sobrellevar el fulgor y el peso de la verdad.

Para que se dé la mentira deben concurrir tres elementos:

Primero, la falsedad material, es decir, la oposición entre la palabra y el pensamiento y no simplemente entre la palabra y la verdad. En consecuencia, si uno declara una cosa en falso, juzgándola verdadera, comete un error y dice una falsedad, pero no una mentira.

Segundo, la falsedad formal, que consiste en la voluntad de decir lo contrario de lo que se piensa, aunque la cosa dicha sea verdadera; de modo que puede mentirse incluso diciendo la verdad sin saberlo.

Tercero, la voluntad de engañar, como sucede en las representaciones teatrales, donde no se trata del propio pensamiento con la intención de inducir a engaño al público, consciente de que se trata de una representación escénica. Otro tanto habría de decirse de los chistes que, no pronunciándose en serio, no entrañan deseo alguno de engañar. Esta es la versión tradicional de la mentira tal como aparece en San Agustín y en Santo Tomás de Aquino. Este último autor distinguía entre “mentira jocosa” (dicha en bromas o para divertirse); “mentira de oficio” (dicha por necesidad, para evitar un mal o procurar un bien); “mentira dañosa” (dicha para hacer daño al prójimo).

En la Suma de Teología, Tomás de Aquino trata de los vicios opuestos a la verdad: la mentira, la simulación o hipocresía; la jactancia y la ironía.

La mentira es mala por naturaleza, por ser un acto que recae sobre materia indebida, pues siendo las palabras signos naturales de las ideas, es antinatural e indebido significar con palabras lo que no se piensa. Por lo cual dice el Filósofo que la mentira es por sí misma mala y vitanda; la verdad, en cambio, es buena y laudable. Por tanto, toda mentira es pecado, como afirma también San Agustín.

La expresión bíblica “No darás falso testimonio contra tu prójimo” debería ser interpretada teológicamente de este modo: integrarás en tu vida la coherencia, la autenticidad, la fidelidad, la honestidad y la transparencia, asumiendo al mismo tiempo la opacidad, los claroscuros, las paradojas y la ironía misma de la existencia humana.

La filosofía, la teología y las religiones han de denunciar toda forma de encubrimiento, ocultación de hechos y acontecimientos que constituyan delito, así como todo tipo de hechos que comporten lesiones en la integridad de la dignidad de las personas.

Las religiones contienen un potencial terapéutico importante, al desarrollar, desde los imaginarios de la trascendencia, funciones de consuelo, esperanza, perdón interpersonal, auto-perdón, recuperación asociativa y estratégica de la memoria; es decir, pueden y deben desempeñar una función, por una parte, anamnética (teología de la memoria) y por otra, una función amnética (teología del olvido). La religión puede ofrecer unos marcos de referencias que organicen el sentido y la orientación de la propia vida para articular simbólicamente el sentido de la realidad y reajustar el equilibrio entre lo dado y lo construido, los límites adecuados entre la ficción y la realidad.

La teología más crítica y razonable testimonia esta saludable función. La teología debe hacer todo lo posible para que la religión no haga de la idea, de la creencia y del dogma un modo de parapetarse frente a la complejidad de lo real, para que la religión no haga nunca del dogma un fetiche de seguridad peligroso para el propio sujeto y para los otros, tal y como sucede con los fundamentalistas y los fanáticos. Y, al mismo tiempo, la teología debe seguir asumiendo y proponiendo imágenes humanizadoras de Dios, que promuevan la dignidad de las personas. De este modo, podrá contribuir a la verdad más profunda del mundo y de la humanidad.

https://www.scabelum.com/post/serie-de-post-sobre-la-mentira-y-el-falso-testimonio  

No hay comentarios: