LA MENTIRA Y EL FALSO TESTIMONIO
En la guerra
cognitiva en la que estamos inmersos sabemos que una de las herramientas
consiste en inyectar emociones negativas (odio, miedo, asco, tristeza). Pero
otra de las herramientas del arsenal cognitivo es la destrucción de valores morales.
Uno de los valores morales que viene siendo destruido
sistemáticamente es el de la veracidad, de tal manera que la población no puede
tener certeza de lo que es correcto y lo que no, y para esta destrucción moral
es importante instalar la argucia, la
falsedad, la simulación y la mentira.
Hay que reconocer, que el objetivo lo tienen más que conseguido, pues la sistemática de la comunicación social está plagada por la aversión a la veracidad, por el odio a los datos.
La prensa contamina las noticias con opiniones y emociones,
y se convierte en verdad oficial. A la zaga, la “disidencia” sigue la misma
estrategia de falsificación de noticias inyectando más emoción que información.
La mentira en
todas sus formas, es un defecto moral que acompaña a la humanidad contrario a
la honestidad. Ulpiano, el jurista romano estableció los principios del
Derecho: 'Los principios del derecho son estos: vivir honradamente, no hacer
daño a otro, dar a cada uno lo suyo'. La mentira va en contra del principio
de honestidad y por lo tanto es fuente de injusticia.
Desde el inicio de la civilización, y así se desprende de
muchas tradiciones, la mentira se instala como una costumbre social aceptable e
incluso se tiene en buena estima la picardía y la capacidad para engañar a
otros. Un ejemplo son los libros “Las ocurrencias del Muláh Nasrudin” “El libro
de las argucias” o cómo no más modernos, los libros del siglo de oro español
sobre picaresca “El lazarillo de Tormes”. Podemos hacer un repaso en la
doctrina sobre la mentira a través de distintos textos formales.
Según San Agustín de
Hipona, tras la mentira está siempre la intención de engañar. En la
actualidad desgraciadamente, muchas veces detrás de la mentira se esconde una
profunda soledad y sensación de desamparo, donde la mentira nos permite ser
escuchado y pertenecer a determinado grupo social.
Hemos de partir de la realidad de la existencia de las
mentiras, las medias verdades y las estadísticas, pero fuera de broma, las fórmulas
más frecuentes de mentiras son tres:
- La
mentira con ocasión de engañar y obtener beneficio.
- La
mentira por complacencia para evitar un mal.
- La
mentira por omisión, es decir, cuando se cuenta algo que no se ha
comprobado.
Adjuntamos extractos de los textos que se presentan a
continuación.
1) Análisis filosófico y teológico de la mentira desde la teoría de los actos de habla Vicente Vide vicente.vide@deusto.es
En el panorama filosófico actual nos encontramos con
diferentes teorías semánticas de la verdad. Por su parte, la mayoría de los
autores de teología moral siguen de cerca el pensamiento de San Agustín y de
Santo Tomás de Aquino, definiendo la mentira como un lenguaje contrario al
propio pensamiento con la voluntad de engañar.
Es preciso integrar en el análisis filosófico y teológico de
la mentira la teoría de los actos de habla ya que el mentir no se reduce a su
dimensión locucionaria. Presenta, además, una fuerza ilocucionaria y una
intención comunicativa, desde la que pueden reinterpretarse los principios
clásicos de la anfibolia o restricción mental, las respuestas con doble
sentido, el mal menor o las mentiras piadosas.
Así pues, la noción filosófica y teológica de mentira debe
tener en cuenta los análisis provenientes de las ciencias humanas y,
especialmente, de las ciencias lingüísticas. Además, se debe recordar que no
siempre es posible ni deseable para los seres humanos expresar una perfecta
adecuación entre lo que el individuo dice que es verdad, lo que cree que es
verdad y lo que la realidad es en sí. Por ello, además de la dimensión
locucionaria, es preciso incorporar en el análisis del acto de habla del mentir
las dimensiones de la coherencia, de la autenticidad, de la fidelidad, de la
honestidad y trasparencia, asumiendo al mismo tiempo la opacidad, las paradojas
de la vida y la ironía de la existencia humana.
El Antiguo Testamento condena la mentira en cuanto
contradice y, de manera especial cuando destruye, la comunidad basada en la
fidelidad que la persona debe a Dios y a sus semejantes.
Este es el sentido del “No darás falso testimonio contra tu
prójimo”. Pero, al mismo tiempo, recoge las mentiras de venerados patriarcas:
de Abraham; de Isaac; de Jacob; o las de David y de su amigo Jonatan. Parece
que estas mentiras no merecen la desaprobación de la Biblia, ya que las
comadronas que salvaron a los niños hebreos con mentiras son alabadas como
mujeres que respetaban a Dios.
Asimismo, la Biblia alaba a Judit por el ingenio que
demostró para engañar a Holofernes y a sus soldados y de esta manera salvar a
su pueblo.
En el Nuevo
Testamento no existe ningún pasaje en el que se alabe o apruebe la mentira. Pero
se habla más bien de la persona que es auténtica, coherente, fiel y digna de
confianza. Así, por ejemplo, Jesús dice de Natanael: “He ahí un israelita de
verdad en quien no hay doblez”. La mentira es la doblez y la verdad es ser de
verdad, como cuando decimos del oro auténtico: “esto es oro de verdad”. En el
Nuevo Testamento no hay una definición explícita de la mentira. Además, la
verdad consiste en una acogida de la manifestación gradual de la misma. En el
evangelio según San Juan, Jesús dice: “Todavía tengo muchas otras cosas que
deciros, pero no podéis sobrellevarlas ahora”; desde este texto puede haber
ocasiones en las que una persona digna de fiar no pueda ni deba decir toda la
verdad, ya que puede haber otras personas incapaces de sobrellevar el fulgor y
el peso de la verdad.
Para que se dé la mentira deben concurrir tres elementos:
Primero, la falsedad material, es decir, la oposición
entre la palabra y el pensamiento y no simplemente entre la palabra y la
verdad. En consecuencia, si uno declara una cosa en falso, juzgándola verdadera,
comete un error y dice una falsedad, pero no una mentira.
Segundo, la falsedad formal, que consiste en la
voluntad de decir lo contrario de lo que se piensa, aunque la cosa dicha sea
verdadera; de modo que puede mentirse incluso diciendo la verdad sin saberlo.
Tercero, la voluntad de engañar, como sucede en las
representaciones teatrales, donde no se trata del propio pensamiento con la
intención de inducir a engaño al público, consciente de que se trata de una
representación escénica. Otro tanto habría de decirse de los chistes que, no
pronunciándose en serio, no entrañan deseo alguno de engañar. Esta es la
versión tradicional de la mentira tal como aparece en San Agustín y en Santo
Tomás de Aquino. Este último autor distinguía entre “mentira jocosa”
(dicha en bromas o para divertirse); “mentira de oficio” (dicha por
necesidad, para evitar un mal o procurar un bien); “mentira dañosa”
(dicha para hacer daño al prójimo).
En la Suma de
Teología, Tomás de Aquino trata de los vicios opuestos a la verdad: la
mentira, la simulación o hipocresía; la jactancia y la ironía.
La mentira es mala por naturaleza, por ser un acto que recae
sobre materia indebida, pues siendo las palabras signos naturales de las ideas,
es antinatural e indebido significar con palabras lo que no se piensa. Por lo
cual dice el Filósofo que la mentira es por sí misma mala y vitanda; la verdad,
en cambio, es buena y laudable. Por tanto, toda mentira es pecado, como afirma
también San Agustín.
La expresión bíblica “No darás falso testimonio contra tu
prójimo” debería ser interpretada teológicamente de este modo: integrarás en tu
vida la coherencia, la autenticidad, la fidelidad, la honestidad y la
transparencia, asumiendo al mismo tiempo la opacidad, los claroscuros, las
paradojas y la ironía misma de la existencia humana.
La filosofía, la teología y las religiones han de denunciar
toda forma de encubrimiento, ocultación de hechos y acontecimientos que
constituyan delito, así como todo tipo de hechos que comporten lesiones en la
integridad de la dignidad de las personas.
Las religiones contienen un potencial terapéutico
importante, al desarrollar, desde los imaginarios de la trascendencia,
funciones de consuelo, esperanza, perdón interpersonal, auto-perdón,
recuperación asociativa y estratégica de la memoria; es decir, pueden y deben
desempeñar una función, por una parte, anamnética (teología de la memoria) y
por otra, una función amnética (teología del olvido). La religión puede ofrecer
unos marcos de referencias que organicen el sentido y la orientación de la
propia vida para articular simbólicamente el sentido de la realidad y reajustar
el equilibrio entre lo dado y lo construido, los límites adecuados entre la
ficción y la realidad.
La teología más crítica y razonable testimonia esta saludable
función. La teología debe hacer todo lo
posible para que la religión no haga de la idea, de la creencia y del dogma un
modo de parapetarse frente a la complejidad de lo real, para que la religión no
haga nunca del dogma un fetiche de seguridad peligroso para el propio sujeto y
para los otros, tal y como sucede con los fundamentalistas y los fanáticos.
Y, al mismo tiempo, la teología debe seguir asumiendo y proponiendo imágenes
humanizadoras de Dios, que promuevan la dignidad de las personas. De este modo,
podrá contribuir a la verdad más profunda del mundo y de la humanidad.
https://www.scabelum.com/post/serie-de-post-sobre-la-mentira-y-el-falso-testimonio
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