LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
UNA NUEVA ILUSIÓN EN EL SUEÑO COLECTIVO DE LA HUMANIDAD
¿A dónde nos está
conduciendo la fascinación imperante en torno a CHATGPT y otras herramientas de
la inteligencia artificial?
En los últimos meses la inteligencia artificial se ha vuelto
uno de los temas dominantes de la discusión pública y, más aún, uno de los
elementos de la realidad social que se encuentra revestido de una gran cantidad
de atención y entusiasmo, como hacía mucho tiempo no pasaba, acaso desde la
época en que Internet irrumpió en nuestra cotidianidad, hace más de treinta años
Dicha fascinación podría explicarse parcial y superficialmente por el potencial que se le atribuye a herramientas como ChatGPT o Midjourney (entre otras) para “facilitarnos” la vida al “liberarnos” de tareas que consideramos vagamente farragosas, menores o, en todo caso, susceptibles de ser traspasadas a otro, una idea que valdría la pena explorar en su contenido real e imaginario: ¿por qué nos queremos deshacer de ciertas actividades que hasta ahora han formado parte de nuestra vida?
En ese aspecto, se puede hacer notar ya en este punto que
la inteligencia artificial parece ocupar en nuestra época
el lugar que máquinas como la de vapor o el telar mecánico tuvieron en
los albores de la Revolución Industrial, cuando no pocos soñaron que el
aire general de progreso técnico que se respiraba entonces desembocaría,
también, en una “liberación” del ser humano. Lo cual descubre una diferencia
sustancial y sumamente elocuente con respecto a nuestra época actual: mientras
que en el siglo XIX se soñó con un porvenir idílico para la humanidad, en el
que, liberado de la “necesidad” de trabajar, el ser humano estaría
entonces entregado al desarrollo de su espíritu, de su creatividad y en general
de sus habilidades más elevadas, curiosamente en el siglo XXI la inteligencia
artificial se nos presenta como una herramienta que, si nos quita
trabajo, es sólo para que podamos trabajar más, para que podamos
ser más eficientes en el trabajo que ya tenemos, para que podamos producir más,
mejor y con mayor rapidez.
Atendiendo este mensaje podríamos inferir que la forma
dominante de pensamiento, productiva por antonomasia, por fin
consiguió marchitar los sueños de emancipación que se tuvieron alguna vez
y que, en este sentido, el único futuro que podemos imaginar colectivamente no
es ya un futuro distinto, otro, sino más bien una continuación sin mayores
cambios ni sobresaltos del presente en el que vivimos ahora. El “infierno de lo igual” del que habla Byung-Chul Han en uno de los ensayos de La
agonía del eros.
En el Libro de los pasajes, Walter Benjamin propuso la idea de “despertar” del
siglo XIX. De hecho dicha noción, el “despertar”, ocupa un lugar importante en
el sistema de pensamiento benjaminiano y en su perspectiva del mundo y
especialmente de la historia. Aunque reacio por momentos a incorporar un
propósito político explícito a sus obras y al desarrollo general de su teoría,
Benjamin sin embargo cedió en varios momentos a ello. En ese sentido, en
el Libro de los pasajes y en otros escritos tomó la idea del
“despertar”, en sus implicaciones fisiológicas y psicológicas, y la trasladó a
los campos de la teoría de la historia y la teoría social. Con una sensación de
extrañeza o de desconfianza frente al despertar que lo hermana con Kafka y con
Proust, Benjamin notó ese cariz violento que hay en el paso del mundo del sueño
y del descanso al de la vigilia y el mundo consiente, ese tránsito siempre
repentino e inesperado de un estado del cuerpo y de la mente a otro, los dos
radicalmente diferentes entre sí.
Para Benjamin, el paso entre determinadas épocas podía
entenderse también bajo esa “estructura del despertar”. Es posible afirmar que
una de las ideas que animaron el proyecto del Libro de los pasajes fue
precisamente mostrar cómo el siglo XIX había tomado la forma de un sueño
profundo de la conciencia europea, poblado con las creaciones fantásticas (¡y
al mismo tiempo muy reales!) emergidas de las ideas de progreso y técnica y del
imperio irrebatible de la razón y del cálculo capitalista.
Si la conciencia europea había despertado en su
momento del sueño feudal del medioevo, para el siglo XIX había caído en un
letargo o en un embeleso del que no parecía haber salida evidente, satisfecha
como parecía estar en la manipulación gozosa de sus ensoñaciones. La intención
política del Libro de los pasajes (que Benjamin buscó por
consejo de Theodor Adorno) era que la obra sirviera para “despertar del siglo
XIX”, esto es, lograr históricamente pasar a otra época (o “pasar a
otra cosa”, como se dice en el psicoanálisis de orientación lacaniana).
En el Libro de los pasajes el siglo XIX
está considerado como un sueño porque para Benjamin muchas de las invenciones
que lo caracterizaron –la fotografía, las ciudades multitudinarias, la
publicidad, la moda e incluso otras que podrían considerarse de menor trascendencia como
la iluminación de las vías públicas o la bicicleta–, todas ellas dotadas
con el aura de lo inédito o “lo nuevo” (siendo de alguna manera incluso esta
última sensación invención misma del siglo XIX), fueron prontamente adoptadas
por la humanidad sin mayor
reflexión ni cuestionamiento de por medio, con entusiasmo incluso y, en
última instancia y para decirlo con la que quizá sea la palabra más precisa
para definir este fenómeno, con
enajenación.
Benjamin notó que, al menos desde los años de la Revolución
Industrial (mediados del siglo XVIII), las sociedades europeas estaban sumidas
en la inercia y la repetición de creencias como la fe en el progreso, el avance
de la técnica y la producción incesante. De ahí su idea de despertar de ese
sueño. Social y políticamente se advertía urgente que ya en las primeras
décadas del siglo XX, cuando Benjamin trabajó en su proyecto sobre los pasajes
de París, Europa pasara a otra cosa. Con su obra, Benjamin
pretendía contribuir en la provocación del despertar de ese sueño, pero ya no
con violencia (como había ocurrido con la Revolución Francesa, por ejemplo),
sino con “astucia” (como él mismo dice), “conscientemente”, casi como si en el
sueño de la Historia se arribara de pronto a un momento de lucidez en que el
soñante se da cuenta de que está soñando y, por lo mismo, adquiere
súbitamente consciencia y dominio de ese sueño, a un grado
suficiente para decidir entre irse o quedarse, despertar o continuar soñando.
En su proyecto político, Benjamin anhelaba que algún día la humanidad elegiría
por fin despertar del sueño de la Historia.
Con todo, a juzgar por las fantasías que ha despertado
recientemente el acceso masivo y global a desarrollos de inteligencia
artificial como ChatGPT, ese despertar se adivina todavía lejano. Como en el
siglo XIX cuyo “cuento de hadas” quiso contar Walter Benjamin, en el XXI la humanidad
continúa fascinada con esas criaturas de sombra y humo, personajes de un sueño
colectivo que, estrictamente, todos estamos creando y sosteniendo a cada
momento con nuestra propia ensoñación.
Incluso aquellos que, desde cierta perspectiva, podrían señalarse
como los instigadores de este sueño, quienes proveen a la humanidad las
ilusiones con las cuales distraerse y entretenerse para eludir así que
prestemos atención a “lo importante”, incluso esas entidades o personas
concretas están soñando el sueño, todavía, del progreso, el avance y la
producción sin fin. Amo y esclavo realizamos sin distinción de posiciones el
trazo que nos corresponde en ese “círculo encantado del eterno retorno” del que
habla Benjamin.
¿Entonces? Despertar, sin duda. Salir de ese círculo
encantado. Cerrar el libro de este cuento de hadas en el que nos encontramos.
Ese es todavía el fin a alcanzar.
https://pijamasurf.com/2023/05/inteligencia_artificial_ilusion_walter_benjamin_critica_tecnologia/
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