EL PROPÓSITO DE LA VIDA NO ES SER 'ALGUIEN', ES SER NADIE
¿Para qué quieres ser alguien si puedes ser nadie? ¿Quieres todo? Entonces hazte nada y disfruta lo que queda: El gozo de la vacuidad radiante.
Todos queremos ser famosos, pero en el momento en el que
queremos ser algo ya no somos libres. –Jiddu Krishnamurti
El orgullo que uno tiene por las cosas buenas que
hace es el verdadero archienemigo del aspirante. Este orgullo es el
enemigo que obstruye el camino a la Verdad Última. El aspirante debe de entender
que la razón por la cual alberga orgullo por los objetos es porque cree que los
objetos son reales. Si uno entiende que los objetos son sólo apariencias
temporales, y se convence de que los objetos no pueden proveer realmente una
felicidad verdadera entonces la realidad aparente de los objetos
automáticamente se desvanece. –Sadguru Siddharameshwar
Somos algo y no somos todo; aquel poco que poseemos de ser nos impide el conocimiento de los primeros principios que nacen de la nada; y el poco ser que tenemos nos esconde la vista del infinito. –Pascal
El Ser resplandece en la Nada. –Jorge Rivera
Al
encontrarse con lo infinito, el individuo con gusto desaparece, entonces
toda pena se disuelve, en vez de deseos fervientes y salvaje apetito, en vez de
cansadas peticiones y estrictas obligaciones, renunciar a uno mismo
es dicha. –Goethe
Tengo la certidumbre de que mi mente es Buda. No hay nada que ganar o lograr. –Milarepa
* * *
El mundo en el que vivimos nos impulsa a ser
"alguien", a lograr el éxito, la admiración, a ser reconocidos como
alguien de importancia, a que nuestro nombre sea recordado. Ser reconocido como
alguien que se destaca por sobre los demás, para muchas personas es la más
profunda motivación existencial.
Esta necesidad de ser reconocidos, de consolidar nuestra
identidad a través de la percepción de los demás que, como un espejo, nos
regresan nuestra imagen y confirman y dan lustre a nuestra existencia (haciéndonos
saber que somos "alguien"), aunque es alimentada y
conservada por la presión social tiene un origen aún más profundo. La misma
manera en la que percibimos la afianza. El hecho de que una persona se
perciba como un sujeto en el centro de un mundo de objetos refuerza
la mentalidad de que somos el centro del universo, y que lo importante
es conquistar ese mundo de objetos (y objetivos), a través del cual
obtenemos nuestra sensación de ser. Nos alimentamos de los objetos y la admiración de
las personas que así confirman y robustecen nuestra identidad, nuestro deseo de
ser especiales, de despuntar conspicuamente, para no ser nadie,
para no perdernos en el vacío.
Empezamos a disfrutar las cosas sólo a través de la mirada
del otro que aprueba nuestra existencia. Alimentándonos de esta
admiración, de este éxito que creemos nos merecemos, cultivamos orgullo
por lo que somos, por todo lo que hemos logrado, y esto es el
principal obstáculo para alcanzar el entendimiento de la realidad, incluso
cuando el orgullo viene por los actos virtuosos que hacemos, como explica
Siddharameshwar (maestro de Nisargadatta Maharaj) en el epígrafe de
este texto. Y es que el orgullo por lo bueno es lo que más refuerza nuestra
sensación de ser un "alguien" que sobresale de los demás.
Pero aunque esta es nuestra realidad relativa, que somos el
centro de un universo de objetos que giran alrededor de nuestra percepción, en
los cuales nos vemos, a través de los cuales construimos nuestra identidad
y de cuya manera de responder a nuestros deseos depende nuestra felicidad, este
estado, esta realidad relativa es esencialmente insatisfactoria. Y es que, por
más que logremos apuntalarnos por sobre el universo de objetos y consolidemos
nuestra identidad de manera exitosa, todo lo que podamos conseguir de esta
manera está siempre al borde de desaparecer e inevitablemente desaparecerá.
En otras palabras, por más admiración y posesiones que
consigamos para darle seguridad a nuestra identidad, la realidad es que esta
identidad que depende del reconocimiento de los demás está siempre en un estado
de extrema fragilidad. En cualquier momento podremos dejar de ser el mejor
en algo, o ya no ser más que otro, o dejar de tener algo que nadie
tiene y perder cualquier tipo de etiqueta o persona que da realidad a
esa identidad y, lo que es más, en cualquier momento dejaremos de ser
"alguien", puesto que inevitablemente moriremos. Y si acaso existe
una vida después de la muerte, las religiones que se han dedicado a pensar
en esto coinciden en que no nos llevaremos lo que hemos apilado sino solamente,
acaso, lo que hemos dado desinteresadamente.
El orden del mundo material se invierte en el mundo
espiritual; la dialéctica celestial del amo y el esclavo: el verdadero
privilegio yace en servir y la verdadera fortuna yace en no tener nada
(para, así, tener el corazón ligero a la hora de la balanza, que en Egipto se
pesaba contra la pluma de Maat). San Juan de la Cruz escribió: "En el
ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor". Sin que haya
un juicio o un juez, uno intuye que el amor es ya el proceso determinante
de nuestra existencia, y el amor pide que nos demos, incluso que nos vaciemos.
Esto mismo lo expresa de manera insuperable la mística del
siglo XIII Hadewijch de Amberes:
Antes yo era rica, pero todo se pierde en el amor.
Nada de mí misma queda, todo se pierde en el amor.
El amor me ha subyugado y esto no es para mí una sorpresa,
puesto que él es fuerte y yo soy débil,
me deshace y me libera de mí misma...
* * *
El vacío nos produce pánico, horror vacui.
Blaise Pascal escribió sobre el terror que le produce al hombre la inmensidad:
"Me veo abismado en la infinita
inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran. El silencio eterno de
los espacios infinitos me aterra". Pero a quien le aterra lo infinito
es solamente a quien se identifica con lo finito, y a quien le genera
temor el vacío es solamente a quien se cree sólido. El mismo Pascal
explica que si somos algo o alguien no podemos ser todo y, sin embargo,
siempre nuestra existencia como "alguien" está marcada por nuestra
sed de totalidad -de lo cual se deriva la insatisfacción
consustancial (que llevó al Buda a decir que el mundo es sufrimiento. La
causa del sufrimiento, en su origen más profundo, es justamente esta separación
entre el sujeto y los objetos, este vano esfuerzo de erigirse sobre un mundo
impermanente.
La pregunta es si realmente somos "alguien", y por
lo tanto estamos separados para siempre de la inmensidad (un
inminente borde a la nada) y por lo tanto es natural (aunque estéril)
luchar por seguir siendo alguien, por no disolvernos, por mantener nuestro
castillo amurallado de identidad, aunque eso signifique siempre estar solos,
sufriendo por el deseo de participación extática con la totalidad.
¡Qué cruel sería la existencia si realmente somos alguien! ¡Qué
razón, entonces, la de Pascal al aterrarse ante el silencio eterno de los
espacios infinitos que, si es así, no serían el murmullo tremendo del misterio,
sino los más abyectos y nihilistas cementerios!
Pero tal vez no somos alguien, tal vez nos hemos
confundido, nos hemos identificado con el personaje menor de un sueño (un
sueño sin soñador, como un universo sin creador) y somos nadie. Una nada (una
no-cosa) que es, una nada en la cual resplandece el Ser de todos los seres.
Místicos diversos como Eckhart, Pseudo-Dionisio, Ramana Mahararshi o
Krishnamurti consideraban que la realidad última del ser es impersonal e
inefable: relativamente podemos surgir e identificarnos como alguien, pero
esta no es nuestra verdadera naturaleza. Nos confundimos como la ola que se
cree otra cosa que el océano, deslumbrados por nuestra propia forma que parece
sobresalir. Como la ola, no somos nada sin la totalidad del océano.
Esto no es para nada una tragedia, sino que constituye la
fuente pura y total de la alegría. Krishnamurti lo expreso así: "Feliz el
hombre que nada es". Nada, para no bloquear la expresión del ser
indeterminado. Sólo quitar el tronco que interrumpe el flujo del río hacia el
océano, creando un remolino que se imagina un ente distinto del flujo del
agua: el vórtice de la personalidad. El siguiente pasaje
de Krishnamurti merece citarse extensamente:
El verdadero estado de percepción alerta consiste en
permitir que la vida fluya libremente, sin que quede ningún residuo. La mente
humana es como un colador que retiene algunas cosas y deja pasar otras. Lo
que retiene, es la medida de sus propios deseos; y los deseos, por profundos,
vastos o nobles que sean, son pequeños, son mezquinos, porque el deseo es cosa
de la mente. La completa atención implica no retener cosa alguna, sino poseer
la libertad de la vida, que fluye sin restricción ni preferencia alguna.
Siempre estamos reteniendo o eligiendo las cosas que significan algo para
nosotros, y aferrándonos perpetuamente a ellas. A esto lo llamamos experiencia,
y a la multiplicación de experiencias la llamamos riqueza de la vida. La
riqueza de la vida es estar libre de la acumulación de experiencias. La experiencia
que queda, que uno retiene, impide ese estado en que lo conocido no
existe. Lo conocido no es el tesoro, pero la mente se aferra a eso, con lo cual
destruye o profana lo desconocido.
La vida es una cosa extraña. Feliz el hombre
que nada es.
* * *
En vez de buscar lo conocido-confortable que reafirma
nuestra identidad, podemos des-hacernos hacia el misterio, hacia lo vacío,
hacia lo terrorífico-maravilloso, lo sublime. Pero para alcanzar lo sublime es
necesario entregarnos completamente, tomar refugio, postrarnos ante la
magnificencia de algo más grande que nosotros. Vaciarnos para poder acoger
y ser acogidos, hacernos a un lado para ser habitados por lo divino. Borrar
el pizarrón para que el cosmos en su espontaneidad pueda decirse en
nosotros. Edmund Burke, en su tratado Sobre lo sublime, sugiere que
lo sublime siempre está acompañado del terror, es "el estado de asombro del alma en
el que se suspende todo movimiento" y en el que la mente se ve
enteramente henchida por aquello que contempla.
Es el silencio y el vacío, lo que Krishnamurti llama no
retener nada, lo que permite el conocimiento de lo sublime, en lo cual, como en
todo conocimiento verdadero uno se convierte en lo que conoce. Este es el poder
del arte: lo sublime, sublima. Sublimar literalmente es hacer que lo sólido se
vuelva gaseoso, etéreo, que la solidez de la identidad que limita al ser
se evapore. Lo sublime es lo infinito que penetra en lo finito para revelarle
su infinitud.
Para Burke lo sublime se alcanza no al afirmar la propia
superioridad o trascendencia, sino al darnos cuenta de nuestras propias
limitaciones, la visión de lo más grande sólo es posible en lo más
humilde. De otra manera lo único que se percibe es la propia proyección, el
delirio de grandeza del individuo. Para Kant una de las cualidades de
lo sublime es que carece de fronteras o límites y para Schopenhauer la más alta
sensación de lo sublime es justamente el entendimiento de la pequeñez, la nada
incluso del individuo ante la inmensidad del universo. Y aunque esta inmensidad
puede arrasarnos y aniquilarnos, al hacerlo cumple con lo que es nuestro
verdadero deseo, el deseo que subyace a todo otro deseo, reintegrarnos con la
totalidad, algo para lo cual debemos dejar de ser "alguien".
La aniquilación es la única vía a la
divinización. Incluso cuando queremos apuntalarnos por sobre los demás
para habitar una cima solitaria (siguiendo la inflación del ego) lo que estamos
buscando es dejar de sufrir la separación. Lo que opera en ese caso
es simplemente un mal entendimiento que instala un mecanismo de
defensa con el que buscamos paliar esa separación a través del
dominio, de la posesión y todo aquello que afirma nuestra identidad (la
voluntad de poder).
El malentendido yace en la noción errónea de que
existimos absolutamente, por nuestra propia cuenta, como un yo separado, fijo y
estable; al creer esto, lógicamente nuestra conducta nos lleva a buscar poseer
y afirmarnos en y por sobre los demás (los cuales no podemos ser, pero sí
poseer o al menos dominar). Si entendemos que no existimos de manera separada
sino que hemos creado un frente, una fachada ilusoria que nos separa, entonces
podemos descubrir que al dejar de re-presentarnos como "alguien"
naturalmente caemos en el estado de no-separación. Para ser todo sólo hay
que ser nadie.
Este mismo predicamento puede resumirse en la frase de
Jung: "Donde el amor rige, no hay
voluntad de poder; donde la voluntad de poder rige, no hay
amor".
* * *
¿Cómo dejamos de ser alguien y nos volvemos nadie, el
verdadero sentido de la existencia?
La compasión y la sabiduría son los dos senderos
convergentes. Compasión es el método por excelencia para perder importancia
personal, para abandonarse y aniquilarse en lo otro (que es superior, en el
sentido de que hay más otros que tú y que se revela como lo mismo, el propio
ser elevado a la cualidad del misterio) y sabiduría, en este caso,
significa fundamentalmente cortar de raíz la percepción
conceptual-representacional que crea la dicotomía sujeto-objeto. Este es el
misterio de que se puede ser nadie y aun así percibir,
saber, gozar. Cuando la forma dualista de percibir cesa, emerge
naturalmente el modo originario de la cognición que es descrito como
"una luminosidad que se da cuenta", una luminosidad inseparable
de la vacuidad: el espacio co-emerge con la luz, no son dos. Como se dice
en el Sutra del corazón: "la vacuidad es forma; la forma,
vacuidad".
La forma es la luminosidad que emerge de la vacuidad, como
la ola que emerge del mar, sin nunca ser otra cosa que mar. Aunque no se puede
decir que tiene características, se expresa como gozo, como efulgencia (la ola
en el mar, la nube en el cielo); este es el juego de la totalidad que, en su
infinito potencial, existe también como ilimitada diversidad (esa extraña
y sublime paradoja de no sólo ser la gota que se disuelve en el mar, sino
también el mar que se sabe en la gota). La vacuidad radiante tiene la cualidad,
en su creatividad irreprimible, del gozo de la forma: la escultura volátil de
la ola. El mundo y toda apariencia se revelan como ornamento, una
joya hecha de oro que permite disfrutar el deleite extravagante y
exuberante de la forma, sin nunca ser otra cosa más
que oro.
Como los alquimistas supieron, el secreto no yace en saber cómo transformar el plomo en oro,
sino en saber que el plomo siempre fue oro. No es insignificante
recordar que el proceso alquímico de la piedra
filosofal comienza con la calcinación.
https://pijamasurf.com/2023/05/el_proposito_de_la_vida_no_es_ser_quotalguienquot_es_ser_nadie/
No hay comentarios:
Publicar un comentario