16/9/15

Hubo otro tiempo en el que la gente vivía el presente, lo único que existe, porque ninguna nómina les garantizaba el día de mañana

JUAN NADIE

Juan Nadie se levanta, como cada mañana, en algún destartalado paisaje urbano industrial (no importa el nombre, todos son muy parecidos), situado en un lugar donde posiblemente antes había bosques, prados de verde hierba y aire limpio, y ahora solo quedan cucarachas, arribistas, cobradores de impuestos, políticos de apariencia (solo apariencia) cavilante y basura, mucha basura.

Juan Nadie, como cada día, antes de acudir al tugurio donde trabaja, va a la panadería a comprar el pan. En su día, antes de renunciar a sus sueños para poder comer, cursó estudios de ingeniería industrial, y tiene conocimientos básicos de física teórica. Por eso cuando ve las barras de pan ordenadamente dispuestas en el establecimiento, el horno humeante, no puede dejar de pensar que todo lo que adquiere, de una forma u otra, no es otra cosa que energía, y singularmente petróleo, la materia prima básica a través de la cual el sistema obtiene la mayor parte de la energía primaria implicada en los procesos de producción. Se imagina los campos de trigo cuidadosamente roturados con enormes tractores, las labores de plantación y recolección del grano, el procesado de la harina, el envasado del producto, el transporte hasta el lugar de distribución, el horneado,…

Sí, todo es petróleo, al menos en esta sociedad post industrial donde, por lo visto, deberíamos estar muy felices de vivir, según rezan todos los telediarios. Por eso cuando Juan Nadie desliza al panadero una moneda de un euro para pagar el pan, tiene la impresión de que en realidad está manejando una unidad energética, una unidad de petróleo (en adelante UP), y casi puede sentir, entre los dedos, su tacto viscoso, gomoso, negro, sucio y maloliente. Claro que el tendero no parece tener las mismas sensaciones, coge muy alegre la moneda y devuelve el cambio. Otra vez la extraña sensación de tocar aceite crudo de las profundidades infernales, amplificada por la menudencia y ubicuidad de las fracciones de UP, parcas piezas esmaltadas de falso oro, e incluso de falso cobre.


A las 9:00 horas Juan Nadie llega a la oficina, donde desempeña toscos quehaceres mecánicos de auxiliar administrativo, un siervo más del dictatorial sistema informático al que nutre de datos, que tiene el cinismo de arrancar dándole los buenos días. Una vez más se pregunta si es feliz realizando aquéllas tareas absurdas, de utilidad indefinida, perdón, conocida sí, pero únicamente por esos señores de trajes oscuros que fuman puros y tienen amplios despachos en la parte alta del inmueble, donde cohabitan con el monstruo cibernético que tiene en sus manos el control absoluto del sistema, y que ocupa aún más espacio que los susodichos. Se contesta, claro, que no, bueno que sí, que peor se está en la mina, y una sensación de calor le sube por el pecho al notar la seguridad que le ofrece el sobre cerrado de su nómina, que obra sobre la mesa, mientras piensa en los desgraciados que se hacinan a las puertas del Servicio de Empleo Estatal, todo ello, sin embargo, empañado por una sombra de temor, debido a los sucesivos EREs acometidos en la empresa, facilitados por las reformas del actual partido en el gobierno (al que tuvo la imprudencia de votar pensando que acabaría con la crisis), los que le cogieron muy de cerca, y tal como están las cosas podría caer en el siguiente, aunque ya le han asegurado sus jefes que tal eventualidad no se producirá (nota del traductor, lo mismo dijeron antes de los anteriores expedientes de regulación de empleo).

Mientras agota el café insípido que tiene entre las manos, Juan Nadie mira distraído hacia la calle, aprovechando que el responsable de la sección se encuentra perdido por la casa (dicen que tiene un lío con la secretaria de dirección de uno de los mandamases). Una multitud abigarrada se extiende caótica por las aceras, por el asfalto, por los cafés y establecimientos comerciales; asciende ordenadamente al transporte público, o se sienta al volante mientras habla por el teléfono móvil, mirando con un ojo a la caravana de vehículos, y con otro al tendido por si viene un polizonte.

Tristes pensamientos invaden a Juan Nadie. Esta crisis tan extraña, que no acaba de superarse ¿no se deberá a que hay demasiadas personas en el mundo? Mueve la cabeza, como temiendo haber llegado demasiado lejos, pero el hilo mental de sus razonamientos no puede pararse. Hubo otro tiempo, del que sabemos poco (entre otras cosas porque no interesa que se sepa mucho de él) en el cual la gente vivía con menos artificios, y en cualquier momento una epidemia, unas fiebres, una infección de poca monta te podían llevar al otro barrio de un día para otro. Entonces la gente vivía el presente, lo único que existe, porque ninguna nómina les garantizaba el día de mañana, que también podía verse afectado por otras calamidades: una mala cosecha, una guerra, o la arbitrariedad de la autoridad constituida (que, no nos engañemos, no difería gran cosa, en tal particular, de la actualmente vigente).

Pero claro, llegaron las “luces”, la “ciencia”, con sus antibióticos, sus TACs, su seguridad social, sus medicamentos de apariencia milagrosa, y la gente empezó a vivir muchos años, aunque fuera una vida arrastrada y miserable, a costa de vivir enchufados a máquinas, de no poder prácticamente ni moverse, e incluso de no conocer a sus más cercanos y no saber ni quienes son ellos mismos. A aquello le llamaron progreso. Y entonces empezaron a poblarse las grandes urbes, eso sí, de personas cada vez de menor interés, más preocupadas de su perfil de Facebook que de las grandes preguntas que debe afrontar un ser humano digno de tal nombre.

También se inició una presión salvaje sobre todos los recursos del planeta, de forma que el paisaje natural comenzó a resultar casi una anomalía, que había que proteger confinada en lugares muy concretos, reservas naturales, las que albergaban a los comanches, como si se tratara de una sección de un museo. Las crisis anteriores se debían a motivos estrictamente humanos: conflictos bélicos, abuso del crédito, falta de mano de obra cualificada, escasez de metales preciosos que hacían la función de dinero,… Pero siempre quedaba la esperanza de un mañana mejor, al menos en términos estrictamente materiales, porque el mundo era grande. Ahora parecía tan empequeñecido que podría caber en la pantalla del escritorio, de hecho ¡míralo, allí está!, “hasta luego”…

La algarabía de la hora de marcharse (en Cataluña plegar, como si se tratara de un tenderete) distrae a Juan Nadie de su ensimismamiento. Bueno, también la mirada torva del jefe de sección que ha vuelto de forma inopinada y le ha debido ver perdiendo el tiempo con sus divagaciones. A la calle. Es la hora de adquirir recursos verdaderamente básicos. ¡Qué cara está la vida! Una bolsa de lechuga preparada 1,5 unidades de petróleo(UP). Una pizza envasada, maleada y precocinada 3,5 UP. La ternera, en bandeja de poliuretano sobre plástico, a 14 UP el kilo. Y lo que es peor, el agua (la del grifo es imbebible) a 1,65 UP la garrafa de ocho litros. Por no hablar de otras cosas igualmente necesarias: jabón mediocre a 1,15 UP, y se trata de 750 cl., el detergente del lavavajillas a 4,50 UP, paquete de 26 pastillas (debe tratarse de un número cabalístico), o el desodorante a 3,25 UP un frasco mínimo,… Lo que cuesta ganar una pocas unidades de energía para poder vivir, y lo rápido que se te van. Bueno, peor se está en el Centro de Internamiento de Extranjeros.

Es jueves. Juan Nadie tiene cita en el banco. Está harto de vivir de alquiler en un cuchitril, tirando el dinero, cuando puede acceder a la propiedad. Hay que aprovechar el momento, porque un agente inmobiliario amigo le ha dicho que los pisos han bajado ya todo lo que tenían que bajar y empieza la recuperación de ventas y precios. Y Juan Nadie se lo cree, porque es tonto del todo. Así que ha concertado un préstamo hipotecario. Es curioso. Con lo que parece costar ganar las unidades de petróleo que costosamente vienen de Nigeria, Oriente Medio, e incluso de Irán, y resulta que el empleado de la financiera pasa sus dedos por el teclado y ¡zas! 200.000 unidades de petróleo aparecen en la pantalla. ¡Cualquiera diría que las ha sacado de la nada! La estulticia de Juan Nadie no le permite saber que eso es exactamente lo que ha hecho, inventárselas, de forma que él tendrá que trabajar toda su vida para devolver con unidades de petróleo reales las que la financiera acaba de teclear en un mero apunte contable.

Se habrá convertido en un esclavo, gracias al mecanismo de la deuda, de forma que antes se quedará sin comer que dejar de devolver unas unidades de petróleo que nunca le han prestado realmente, pues de lo contrario perderá su más importante “activo” de inversión, en el que ya lleva metidos tantos y cuantos esfuerzos. Y eso sin contar los impuestos que le quedan por pagar, y no solo en el momento de escriturar la adquisición, sino durante toda el tiempo de titularidad, e incluso en la liquidación, si es que encuentra a algún despistado a quien endosarle el marrón… ¡Y siguen diciendo que el alquiler es un ruina! ¿Para quién? La estupidez humana es indudablemente una gran oportunidad de negocio, pero no precisamente para quien la padece.

Juan Nadie no lo sabe, porque vive en babia. Pero mientras concierta su crédito y el banco le da unas UP que no existen, y no está claro que vayan a existir en el futuro, en el despacho de al lado otro diligente empleado suda tinta para cuadrar el cierre. Este sí que sabe que la crisis no se ha acabado, y que los índices de morosidad continúan disparados. Hay que hacer encaje de bolillos. Es mejor renegociar préstamos a cualquier precio que declararlos incobrables y tener que provisionar. Es evidente que el banco se inventó UP que no acaban de llegar a nuestras refinerías. Pero no hay problema, papá Draghi está en todo y les prestará a interés prácticamente cero lo que necesiten para saldar las cuentas a martillazos. ¿Cómo? Pues inventándose desde su sala de máquinas del BCE otras unidades de petróleo tan irreales como las que en su día prestó la financiera, las que la han llevado a su actual situación de zombi comercial demasiado grande para caer. Además muchas de las UP inventadas fueron a caer en los bolsillos de políticos corruptos que siempre mirarán hacia otro lado.

Así las cosas, y como la economía es una ciencia bastante más complicada y relevante que la que estudia los principios de la termodinámica, Juan Nadie puede salir feliz de su encuentro con los vampiros, sin saber nada de los terribles presagios que se acumulan sobre su inversión, su salario y sus ahorros. La ignorancia es fuerza. Cultivémosla con alegría, elegancia y mimo.

Gracias Juan Nadie, porque pronto volverás a las urnas y volverás a hacer el idiota, por la constancia que manifiestas en tus (inexistentes) convicciones, en fin, por mantener la antorcha que nos ha llevado hasta donde estamos, y hacia donde pronto nos encontraremos, desde el puerto deportivo de Reus (¡pelacanyes!), siempre tuyo,

Calícrates


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