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NO HAY PENSAMIENTO SIN SOSIEGO
La atención no tiene prisa
Uno de los asuntos más importantes que debe atender la literatura es participar de la conversación pública, contribuir a la dimensión política de la vida y observar las coordenadas de un presente orgánico del que brota un pensamiento que no logra echar raíces en el ahora por lo que tiene de epidérmico y tendencia. Azahara Alonso ha escrito un libro híbrido –en intención y forma–, ‘GOZO’ (Siruela, 2023), que logra la totalidad de lo mencionado arriba.
Arroja una mirada amplia y audaz sobre nuestra sociedad, sin quedarse en el detalle de la foto ni recurrir al trazo grueso, y lo hace, precisamente, desde la geografía del malestar compartido y colectivo: vidas medidas según los códigos del trabajo que todo lo invade, inercias productivas que dañan subjetividades, un consumo obsceno que ahoga territorios y realidades. Personas desnortadas que no alcanzan el equilibrio ante un pacto roto entre sus vidas y la actividad de lo humano.
Conversar sobre Gozo no es fácil porque
es uno de los pocos libros que aborda la complejidad de la realidad sin esa
tendencia a la autoficción pirotécnica, con una mirada profundamente política y
una dimensión de biografía colectiva. ¿Por dónde empezar?
La impresión de cada persona que lee me parece perfecta
porque el libro ya no me pertenece, pero para mí –como autora y como lectora
también, porque en las reescrituras leí Gozo innumerables
veces– era muy importante esa veta política que mencionas y que aparece en lo
relativo a los tiempos, al trabajo, al turismo. Es un libro que escribí con una
actitud más beligerante de lo que puede parecer: es importante respirar y
descansar, sí, pero no desde el coaching y la meditación
occidentalizada, sino desde la hegemonía de una misma, y eso es absolutamente
político. Creo que empezaría a hablar desde ahí.
¿Qué somos y qué nos queda cuando las vidas se reducen a
una medida de tiempo?
Somos lo que Remedios Zafra llama vidas-trabajo: trabajamos
en un empleo a cambio de dinero para sobrevivir, pero también trabajamos sin
saberlo y a cambio de nada, estando disponibles sin interrupción, expuestas,
generando contenido e interacción en las redes… Lo que nos queda es cansancio,
dispersión, ansiedad.
Siempre que recomiendo tu libro afirmo que es la obra que
este ahora, con sus circunstancias y variables, precisa. ¿Qué te gustaría sumar
con cada lectura?
Sería estupendo sumar placer literario. También complicidad
y la posibilidad de algo colectivo desde las incertidumbres y los malestares
que compartimos.
Uno de los elementos en la lectura de ‘Gozo’, y que más
poderosamente te acompaña una vez lo terminas, es esa invitación que haces al
pensar sosegado y al pensar en la espera.
Pensar –como actividad lúdica y a veces involuntaria, pero
también como actividad rigurosa y con objetivos– me parece fundamental, y para
eso hace falta tiempo. Más que hablar de un pensar sosegado, me atrevería a
decir que no hay pensamiento sin sosiego, porque cada cosa requiere su tipo de
tiempo, y la atención no tiene prisa. Lo demás es nebulosa acelerada. La
conciencia de la espera como burbuja de tiempo mucho más lleno de lo que parece
es una de las reconquistas que nos pueden devolver algo de aquello que teníamos.
Además de un libro importante por lo que dices sobre la
experiencia de la vida, cuando esta se convierte en algo ajeno a la vida propia
y a la propia vida, también lo es por ese gusto por recuperarla desde lo
pequeño y desde la belleza. La relación que se establece con los objetos que
son importantes para la memoria sentimental de cada persona.
Sí, el capítulo sobre los objetos me es muy querido y
disfruté dándole forma porque tengo la sensación de que nos hemos dejado llevar
por una aparente mejora que es un tanto tramposa: ya no nos atrevemos a tener objetos
por el miedo a ser o parecer materialistas, pero sin embargo acumulamos experiencias y
consumimos el mundo, los territorios, con muchísima avidez. Los objetos pueden
ser centros gravitacionales del recuerdo, nostalgia solidificada, la llave a
algo más, y no siempre están mediados por el dinero y el consumo (la hoja que
guarda Chantal Maillard en el bolsillo, el pañuelo que heredamos de una abuela,
la concha que recogemos en la playa).
Lo colectivo adquiere un significado muy singular, ya no
sólo por los escritos de otros que incorporas a tu matriz conceptual, sino por
esa intención de hacer biografía colectiva.
Mi intención no era hacer una biografía colectiva, porque es
muy peligroso querer hablar en nombre de todas las personas, pero sí entiendo
que desde esos malestares compartidos que mencionaba antes
podamos encontrarnos y acompañarnos.
Las ciudades convertidas en espacios de convivencia
hostil. Cada vez más voces reclaman un debate sobre el modelo de
ciudad del que queremos participar. Los avances son lentos, nulos e
incluso se convierten en retrocesos. Altos niveles de ruido y contaminación,
insufribles tiempos de desplazamiento, viviendas inaccesibles…
Me interesa mucho la idea que plantea Jorge Dioni López en
su libro El malestar de las ciudades donde dice que las ciudades
se están quedando vacías aunque no lo parezca, porque tienen una población
flotante muy numerosa que ocupa pisos turísticos mientras sus habitantes se ven
en la obligación de irse a la periferia o a otros lugares. En la política
pública, efectivamente, los ciudadanos somos ya lo de menos, y es sonrojante
cómo se gobiernan y dirigen los territorios como si fuesen bienes explotables y
no espacios donde se hace y se crea vida.
Siempre que se plantean debates alternativos a los
actuales modelos de producción aparece una suerte de ruido que imposibilita la
conversación sobre las urgentes modificaciones que debemos implementar, por
ejemplo, la jornada de cuatro días o el teletrabajo. Parece un destino
realmente imposible, otro modelo de producción.
Lo que más lo imposibilita, creo, es la poca capacidad de
hacer frente común que tenemos quienes estamos en peores condiciones. Triunfa,
a veces, el sálvese quien pueda; y para ellos, el divide y vencerás.
¿En qué momento dimos por válido que lo lógico era el
malestar?
Supongo que en cuanto nos vimos demasiado en él, sin
encontrar el camino de vuelta, porque hemos asumido también que solo se puede
mirar hacia adelante. El progreso es hoy una huida ciega.
También reflexionas sobre el modelo turístico, tan dado a
ocupar el espacio y no a dialogar con él. Ya no se quiere visitar un lugar,
conocerlo, sino que se quiere poseerlo.
Hay prisa para todo, y cuando se visita un lugar se hace con
la inercia de quien tiene que realizar una actividad. Allí (aquí) espera
encontrar lo que se le promete: el emblema, el escenario, lo típico, el tópico.
Y así se infantilizan los territorios, se consumen como un producto puntuable y
se entorpece la forma de vida de quienes lo habitamos. Hay webs en las que los
turistas pueden valorar una playa, y donde se leen opiniones
que no podríamos imaginar ni en la mejor ficción humorística. Ha cundido la
idea de que poseemos lo que podemos pagar, y eso está ocurriendo: clientes del
paisaje.
Analizas los efectos de las redes sociales en nuestra
rutina. El convertir todo en una experiencia. Como si cada persona guardara
un coach dentro…
En Gozo no me atreví a tanto, solamente
abordo la forma de compartir en redes la fotografía turística,
apoyándome en algunas reflexiones de Susan Sontag que tienen plena vigencia
tantos años después de su escritura y publicación. Pero lo que planteas es algo
importante para seguir leyendo y estudiando las aportaciones de gente tan
brillante en ese tema como Marta Peirano.
Respecto a las redes sociales, hay un asunto muy
interesante que tratas con especial elegancia y es el tratamiento de lo íntimo.
Le hemos puesto un precio a nuestra intimidad
Lo más preocupante y paradójico es que la hemos vendido sin
precio.
Hay una parte muy bella, cuando hablas sobre que te
hubiera gustado ser farera, en la que, en realidad, estás poniendo en valor la
importancia del conocimiento. Los destinos a los que otros ya llegaron con su
pensamiento y que se han quedado como parte de un eslabón de esa cadena que
llamamos humanidad. ¿Qué somos sin el pensar, sin la idea?
No sé si me gustaría ser farera, a decir verdad, pero a la
narradora de Gozo le iba como anillo al dedo ese deseo. Diría
que sin pensar somos seres ejecutores, cumplidores de designios no elegidos,
pura obediencia disfrazada de una libertad de juguete, máquinas.
¿Por qué dejamos de hacer hogar?
Me parece que intentamos hacerlo a toda costa, pero cada vez
es más difícil.
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