22/1/20

La batalla que se dirime es si otra política podrá gobernar y domesticar a la economía

LA ECONOMÍA, SIEMPRE POLÍTICA
Uno de los efectos de la crisis que más desasosiego provoca es que casi todos los discursos políticos han sucumbido a la hegemonía que ha impuesto lo ‘económico’ sobre cualquier otro orden de la realidad. Economía que, además, se autopresenta como un campo meramente científico y técnico –tan así que el Gobierno puede entregarse ya directamente a los llamados ‘tecnócratas’–, una realidad objetiva y contundente cuyas leyes y determinaciones escapan a cualquier control extraeconómico y por supuesto a cualquier deseo social de cambio o utopía.

El más claro síntoma de esta generalizada crisis de ideas, no digamos ya de ideologías, es que incluso los críticos del neoliberalismo no van más allá de un neo o poskeynesianismo y una resistencia numantina en torno a los restos del Estado del bienestar en medio de la tormenta de recortes y ajustes dictada por los sacrosantos mercados. Desmoviliza y causa desaliento contemplar cómo las izquierdas más o menos clásicas y las derechas más o menos neoliberales coinciden en entonar el mismo mantra del crecimiento –aunque sus caminos para llegar a él difieran–, esa vieja promesa de que si desarrollamos más y más las fuerzas productivas... tendremos empleo y seremos felices.

La tragedia y paradoja de este relato economicista heredado del XIX es que en el contexto actual en que se combinan el agotamiento de los recursos energéticos y naturales, la explosión demográfica, el cambio climático y la exacerbación de la competencia internacional, el crecimiento económico de las economías maduras del Norte es injusto, es indeseable y además es imposible.

Quizá deberíamos preguntarnos si el verdadero problema de nuestras economías sea acaso el exceso de riqueza, el exceso de productividad –y por consiguiente de impacto ambiental– y no lo contrario, porque resulta que el mal reparto de la riqueza social y la excesiva acumulación de riqueza en unas pocas manos en forma de capital financiero es lo que se ha convertido en una fuerza destructiva de la economía productiva –y reproductiva–. Desde esta óptica el problema no es de reactivación y crecimiento, sino de reparto de la riqueza, de justicia social, de fiscalidad progresiva que ponga coto y revierta la actual exacción masiva de riqueza de las clases bajas hacia la cúpula del uno por ciento... y esto es política.

Igual que quizá tampoco la recesión económica e incluso la depresión sean el problema porque de hecho es un imperativo ineludible el decrecimiento de las economías que como la nuestra superan con creces la “capacidad de carga” planetaria, la cuestión es sobre qué espaldas se acomete esta reducción del transumo, si sobre las de los pobres como hasta ahora o sobre las de los ricos... y esto también es política. Asimismo el problema no es que haya cinco millones de parados, aún más gente podría y debería liberarse de trabajos alienantes y poco útiles socialmente –incluso destructivos–, el problema es que no hay otras formas de renta social que cubran las necesidades de toda la población aunque de hecho hay riqueza suficiente para todas; el problema también es de reparto del trabajo socialmente necesario, de revalorizar tareas indispensables como las de los cuidados de la vida y de reproducción social… y esto es política.

En definitiva: la gran batalla que se dirime en esta crisis es si la economía de mercado capitalista domina y gobierna a la sociedad, a la naturaleza y a la política –y ya vamos viendo lo que eso significa en cuanto a cancelación de los mejores ideales humanos y a destrucción medioambiental– o si la política, otra política, podrá gobernar y domesticar a la economía, otra economía.


Fernando Llorente  - Diagonal
Artículo original:
 La economía, siempre política


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