La
ternura es la dimensión humana que tiene la capacidad de reconstruir
el mundo y el conocimiento a partir de los lazos afectivos que nos
estremecen, se trata de una forma de entendimiento emotivo que vive
en el presente. Una forma de ligar a las personas y a los espacios en
los que habitamos.
La
experiencia de emocionarnos a través del cuidado corporal fraterno y
el intercambio lúdico implica una manera de percibir a los otros,
una manera de sentir principalmente a través del tacto, el olor o el
gusto (todas ellas sensaciones que son limitadas por nuestra sociedad
en beneficio de la vista y la audición).
Llenar
la vida cotidiana de ternura exige una inversión sensorial para
resignificar nuestro modo de comprender, percibir la singularidad de
cuanto nos rodea requiere de esos pequeños goces y exaltaciones
emocionales que estimulan nuestra voluptuosidad.
La
caricia es la expresión táctil que dispone para la ternura. La mano
(cuyo acto decisivo de poder está en el agarrar), que renuncia a la
posesión, acaricia, y a la vez que acaricia es acariciada. Creación
compartida, intento de transmitir sentimientos, símbolo de nuestra
finitud, donde emerge la singularidad, vaivén, deriva, azar
compartido, conjura contra nuestra agresividad.
Experiencia
de la fragilidad humana, canción de cuna, calidez de unos instantes,
acto de debilidad compartida, camino que recorremos cuando nos hemos
dado cuenta de la falibilidad humana, de la cercanía del odio y de
la facilidad con que nos convertimos en sujetos maltratantes.
Somos
tiernos cuando abandonamos la arrogancia de una lógica universal y
nos sentimos afectados por el contexto, por los otros, por la
variedad de especies que nos rodean. Somos tiernos cuando nos abrimos
al lenguaje de la sensibilidad, captando en nuestras vísceras el
gozo o el dolor del otro. Somos tiernos cuando reconocemos nuestros
límites y entendemos que la fuerza nace de compartir con los demás
el alimento afectivo. Somos tiernos cuando fomentamos el crecimiento
de la diferencia, sin intentar aplastar aquello que nos contrasta.
Somos tiernos cuando abandonamos la lógica de la guerra, protegiendo
los nichos afectivos y vitales para que no sean contaminados por las
exigencias de funcionalidad y productividad a ultranza que pululan en
el mundo contemporáneo.
Para
saber más: El derecho a la ternura. Luis Carlos Restrepo
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