Todo se
realimenta. La crisis energética, que no sale en las portadas de los
periódicos ni está en los discursos políticos, pero va minando
poco a poco la economía mundial, hace que este país (hoy) y aquel
otro (mañana) entren en crisis.
La crisis
económica trae consigo, inevitablemente, la crisis social. La gente
se ve cada día en una situación más precaria y es presa fácil del
miedo. Miedo de los pobres que temen por su sustento y miedo de los
ricos, que quieren continuar con el business
as usual de
las ganancias crecientes en mercados cada día más inciertos. Miedo
que muchas personas intentan conjurar votando a la ultraderecha,
esos hombres
fuertes que
prometen traernos las buenas cosas de antes.
La ultraderecha
es reaccionaria, mira hacia atrás: no es la mejor compañía a la
hora de enfrentarse a los problemas del siglo XXI, tan diferente de
siglos pasados. A los partidos políticos ultraconservadores no se
les pasa por la cabeza invertir en ahorro, ni en energías
alternativas ni mucho menos en un cambio de sistema económico.
Con ellos
corremos el riesgo de entrar en un lazo de realimentación, una
perniciosa pescadilla
que se muerde la cola:
la crisis energética y social causa el auge de la ultraderecha, la
ultraderecha agrava más todavía la crisis energética y ésta
agrava la crisis social que impulsa todavía más el voto de
ultraderecha… Todo se realimenta.
Las cosas pueden
empeorar si intentamos salir de la crisis a base de exprimir todavía
más a nuestra explotada madre tierra. La falta de petróleo puede
hacer que busquemos cualquier cosa para saciar el hambre consumista:
biocombustibles que arruinan las selvas, biomasa que nos deja sin
bosques, coches eléctricos que disparan la minería, carbón que
acelera el cambio climático… Todo ello, además, nos conduce a la
guerra por los recursos y la guerra también es un enorme consumidor
de energía.
Si todavía
soportamos más catástrofe realimentada podemos echar un vistazo a
lo que la crisis ecológica deja en el Sur global: deforestación,
acaparamiento de tierras, colapso de las pesquerías, contaminación
minera y guerra por los recursos… Todo ello causa pobreza,
hambrunas y migraciones. Migraciones que llegan a nuestras costas,
alimentan el miedo al emigrante y hacen que votemos más a la
ultraderecha…ultraderecha que aplica políticas del pasado y
empeora todavía más la crisis económica, ecológica de
migraciones…y todo se vuelve a realimentar.
¿Qué podemos
hacer con toda esta catástrofe? Una opción es decir que esto no
tiene solución y desesperarnos. Es una opción bastante
comprensible, pero tiene un serio inconveniente: también
se realimenta.
Nuestra desesperación es un importante activador del miedo colectivo
y nos hace potenciar, a nuestro pesar, ese lazo pernicioso de la
ultraderecha. La otra opción es intentar luchar con la cabeza fría,
el corazón caliente y la esperanza por bandera.
Esta segunda
opción tiene el inconveniente de que la esperanza suele ser un poco
tontorrona y naif, pero, al menos, no empeora las cosas. Si somos
capaces de no empeorar mucho y ganamos tiempo, podremos dedicarnos a
hacer lo que se debe hacer ante los problemas sistémicos: cortar
todas esas realimentaciones que echan gasolina al fuego.
¿Lo intentamos?
Propongo cinco cortafuegos que nos pueden ayudar a romper las
relaciones más estratégicas.
Cortafuegos nº1: Cuidados
La relación más
perniciosa de todo el problema es la que liga la crisis económica
con la crisis social. Esta relación puede cortarse si el Estado echa
mano de buenas dosis de políticas sociales, reparte la crisis entre
todas las espaldas y asegura las necesidades básicas. También son
imprescindibles los cuidados que nos damos las personas unas a otras,
poner la vida en el centro…ecofeminismo, en definitiva. Cuidarnos,
algo tan importante en momentos de crisis.
Cortafuegos nº2: Bienestar sin crecimiento
La relación
entre crisis económica y crisis social también se rompe si eso que
llamamos crisis económica –el descenso del PIB—no es
necesariamente algo que dañe la sociedad. ¿Por qué es tan malo que
descienda el consumo? Ahora mismo sí lo es porque vivimos en una
economía capitalista adicta al crecimiento, pero, en sí, consumir
menos o trabajar menos no es malo.
Crear una
prosperidad sin crecimiento es algo tan alejado del actual sistema
que lo vemos casi imposible, pero debemos ir, poco a poco,
imaginando, planificando y, sobre todo, reivindicando una sociedad
así.
Podemos empezar,
además, de una forma bastante fácil: fomentando las empresas
familiares y las cooperativas, porque éstas no son empresas
capitalistas y no están ligadas necesariamente al crecimiento (a
diferencia de las que cotizan en bolsa o trabajan con la banca).
Cortafuegos nº3: Reverdecimiento
El cortafuegos
más urgente en estos momentos es romper las relaciones que nos
llevan al deterioro de la biosfera. Es esto nos jugamos,
literalmente, el comer o no comer, porque las sequías y, en general,
la inestabilidad del cambio climático amenaza con convertir grandes
zonas del planeta en desiertos (la Península Ibérica es una de las
primeras candidatas).
La naturaleza es
lo único capaz de protegernos del cambio climático: los bosques
atraen a las nubes, los suelos ricos en materia orgánica son capaces
de aprovechar hasta la última gota del agua de la lluvia, las lindes
arboladas protegen los campos de la erosión… Sólo los mecanismos
de regulación de los ecosistemas pueden evitar que la subida de la
temperatura —que vamos a vivir sí o sí— convierta nuestros
campos de cultivo en eriales.
Pero, para poder
hacer todo esto, la naturaleza necesita estar sana. Por eso debemos,
de una vez por todas, proteger los bosques, eliminar los plásticos
de un sólo uso, acabar con el vertido de todo tipo de contaminantes
y, sobre todo, desarrollar una agricultura que cuide los suelos y los
ecosistemas en lugar de destrozarlos.
Tenemos que
cambiar radicalmente nuestra agricultura. No nos queda otro remedio,
además: los fertilizantes químicos y los pesticidas son derivados
del petróleo y el gas que se están acabando. La buena noticia es
que podemos y sabemos hacerlo. No tenemos que sacrificar la
alimentación de los seres humanos para proteger el Planeta.
Existe un
cortafuegos estupendo que se llama agroecología y consiste en
utilizar tanto los conocimientos ancestrales como la ciencia más
avanzada sobre los suelos para producir alimentos respetando los
ecosistemas en lugar de agrediéndolos. La agroecología nos trae
buenas noticias: está consiguiendo rendimientos similares a los
actuales, regenera los suelos, absorbe CO2,
cuida la biodiversidad y produce alimentos sanos. La agroecología es
nuestra mejor herramienta contra el deterioro de la biosfera y,
además, ahorra energía y crea empleo.
Cortafuegos nº4: Austera abundancia
El ahorro
energético es una fantástica forma de evitar todas esas falsas
soluciones a la crisis energética que nos hunden en la espiral de la
catástrofe ecológica. Bicicletas en las ciudades, trenes,
autobuses, casas bien aisladas, alimentos de cercanía… existen
muchas opciones que nos dan mucha calidad de vida con poca energía.
Sí… ya lo sé,
durante décadas, cuando intentábamos ahorrar energía, nos venía
alguien diciendo que si no consumimos no hay puestos de trabajo y si
no usamos el coche se hunde la industria del automóvil. Pero ahora
todo eso empieza a cambiar. La crisis energética hace que el ahorro
sea vital para que los países no se endeuden buscando una energía
cada vez más escasa. La crisis energética puede hacer, por ejemplo,
que sea más rentable dejar de importar gasolina para alimentar
nuestros coches que exportar automóviles.
Cortafuegos nº5: Éxitos
Por último, no
debemos olvidar el poder irresistible que tienen los éxitos a la
hora de convencer. Tenemos más éxitos de los que pensamos, muchos
más de los que la sociedad cree. Es el momento de que las soluciones
del movimiento ecologista empiecen a salir a la luz. Sabemos que es
posible comer bien, tener empresas rentables y vivir una buena vida
utilizando muchísima menos cantidad de energía y dañando mucho
menos el Planeta. Lo sabemos porque ha habido personas, comunidades y
empresas de la economía social y solidaria que lo han experimentado
durante décadas.
La sociedad está
viendo que las predicciones del ecologismo se están cumpliendo. El
cambio climático ya ha llegado. Todas las cosas que decían los
“ecologistas agoreros”, están llegando mucho más rápido de lo
que pensábamos. Es el momento de que la sociedad se crea, también,
las soluciones del movimiento ecologista.
No podemos perder
el tiempo con luchas estériles sobre esos viejos temas del pasado
que enarbolan los reaccionarios. Es el momento de proponer,
proyectar, visualizar y debatir cómo puede ser una buena vida en
equilibrio con la naturaleza. Y, sobre todo, tenemos que creérnoslo:
aquí cabemos todos y todas. Los habitantes humanos y no humanos del
planeta podemos vivir una buena vida si somos capaces de auto
contenernos y cooperar entre nosotros y con la biosfera.
¿Podemos
conseguirlo? No lo sé, sinceramente. Yo no sé si es posible, pero
tampoco nadie sabe si es imposible. No lo sabremos hasta que no lo
hayamos hecho. De lo que sí estoy segura es de que debemos
intentarlo. No podemos aceptar que el canibalismo sea la única
opción sin antes habernos dejado la piel buscando otras
alternativas.
Además… no
podemos olvidar que también tenemos ciclos virtuosos: a más
agroecología, más ahorro y más cuidados más bienestar sin
crecimiento y más éxitos que empujan a más gente a cuidar, ir en
bicicleta y reverdecer, lo cual nos da más prosperidad sin
crecimiento y más éxitos que hacen que más gente se entusiasme con
los cambios y éstos tengan más éxito… porque todo se realimenta.
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