EL JARDÍN OLVIDADO
La tarde era brumosa y gris, amenazaba tormenta. Nadia salió
de la oficina cargada con el portátil y varias carpetas de trabajo atrasado.
Paró el primer taxi que vio libre, se acomodó en el asiento trasero sintiendo
el cansancio acumulado de una jornada agotadora y saludando al taxista le dijo
simplemente: A casa, por favor.
El taxista no preguntó la dirección, sin poner en marcha el
taxímetro, arrancó con suavidad el coche. Nadia cerró los ojos intentando
calmar su mente y lentamente se durmió.
En su sueño se encontró en un lugar desconocido y oscuro, un bosque muy tupido y silencioso, miró al cielo buscando las estrellas, pero las espesas copas de los árboles se lo impedían. A lo lejos observó una pequeña luz ondulante como el de una vela encendida y pausadamente caminó con cuidado hacia aquella luz que le pareció como un faro de salvación para náufragos perdidos sin rumbo y sin viento que empujara la vela de su balsa.
No sabía cómo había llegado a aquel lugar tenebroso, solo caminaba hacia aquella luz de esperanza. Llegó a un claro del bosque; un anciano de largo cabello blanco, apoyado en un bastón, la estaba esperando, al verla, le hizo señales con el farolillo que mantenía en la otra mano. Nadia se acercó confiada.– Hola señor, soy Nadia, me he perdido.
– Lo sé, contestó el anciano
– ¿Cómo lo sabe si no nos conocemos?
– Soy el Guardián del Tiempo Perdido, llevo el inventario de
todos los humanos.
– Yo jamás pierdo el tiempo, contestó un tanto airada.
Tiempo es lo que me falta para atender a los hijos, la casa, el trabajo, las
reuniones, el gimnasio… necesito más horas para llegar a todo.
– Sí, sí, sí, dijo el anciano, agárrate de mí brazo y
acompáñame, te enseñaré algo.
Caminaron lentamente por un sendero hasta una cancela que se
abrió ante su presencia. Nadia contempló un jardín descuidado, los años de
abandono habían secado los árboles y las flores de lo que antaño había sido un
vergel y ahora era dominio de malas hierbas y matorrales enmarañados, cajas de
cartón con cintas descoloridas, cuentos viejos, una cajita de música con su
bailarina parada por años con los brazos en alto, un soldadito de plomo,
muñecas de papel recortables y otros juguetes viejos estaban esparcido por la
maleza.
– ¿Qué es este lugar, preguntó Nadia
– Tu Jardín Olvidado, contestó el anciano.
– ¿Mi jardín olvidado? dijo Nadia sorprendida. Nunca tuve un
jardín, ni siquiera tengo macetas en el balcón, me faltaría tiempo para
cuidarlas.
– Nadia querida, este es el Jardín Olvidado de tu Alma
desatendida y casi olvidada. Ella seguía sin comprender
– Entremos, dijo el anciano.
Agarrados del brazo entraron en lo que tiempo atrás había
sido un hermoso jardín. A la luz del farol del Guardián, Nadia comenzó a ver, a
recordar cuando en su alma de niña lucían esplendorosas las flores de la
inocencia y de la ilusión, recordó aquellas horas gloriosas con sus muñecas,
sus recortables, la Bailarina y el Soldadito de plomo, sus viajes y aventuras
soñadas leyendo a Salgari y Julio Verne. Su mundo infantil, muy real por
imaginado.
Siguieron caminando, entre las zarzas. Nadia descubrió cajas cerradas, recuerdos dolorosos que ella había intentado enterrar en el olvido y que ahora surgían con claridad desde el subconsciente. La soledad de la niña disfrazada en la fiesta de fin de preescolar sin ningún familiar que disfrutara con ella. Mayor soledad cuando le imponen la banda de buen comportamiento y ni papá ni mamá están para demostrarle su orgullo.
Abrió otra caja y vio con
claridad la rebeldía adolescente de no subir al escenario a recoger el premio
de honor y reconocimiento por los excelentes resultados del bachiller, ante la
soledad, el abandono y la desidia de sus padres ausentes, mientras ella se
refugiaba pensando en El Patito Feo. Viéndose a sí misma, como si fuera otra
persona, emocionada, Nadia comenzó a llorar con sentimiento, ternura y
comprensión.
– Bien, esto va muy bien, dijo el anciano, ahora te reconoces en lo que eres, en lo que fuiste. Tu miedo, tu odio y tu rencor, tu rabia y frustración de no sentirte reconocida y querida son estas malas hierbas, esta maleza que ahoga la belleza de tu Alma. Hasta ahora no te has reconocido y has ido generando las mismas emociones que te han impedido ver el cisne blanco y hermoso que encierras dentro de tu patito feo.
Ahora que te
comprendes, puedes perdonarte, eres consciente que cada uno es como es y no
como tú quisieras que fuese, esa misma comprensión que te llevará al perdón y
al amor. Esta es tu oportunidad de unirte al espíritu divino, de que la Fuente
te reconozca como hija y ya nunca volverá a ser lo mismo, la paz y el amor
formarán parte de ti misma. Si no usas bien esta ocasión seguirás viviendo en
la angustia del miedo y la frustración y tu hermosa alma de cisne blanco se
perderá en el polvo cósmico de la Creación.
– ¿Y qué debo hacer? Preguntó Nadia
– Es fácil, arregla tu Jardín Olvidado
– Pero si esto es un desastre.
– Ni te preocupes ni te agobies por la faena a realizar.
Todo trabajo, por muy grande que sea comienza con el primer gesto, con el
primer y pequeño esfuerzo de voluntad, después, cada vez te resultará más fácil
y más agradable. Corta, poda, rastrilla toda esa maleza, que las flores de la
virtud luzcan y brillen en todo su esplendor en tu Jardín Olvidado. Enriquece
tu Alma con el amor, la comprensión y la consideración hacia tu prójimo,
recuerda que recogerás aquello que siembres. Vive con alegría y disfruta de tu
largo camino hacia tu Ítaca personal. Disfruta de la fiesta de la vida y sé
agradecida.
– Hemos llegado a casa, señora. La voz del taxista la
despertó de pronto.
– Ah, muchas gracias, parece que me he quedado dormida,
perdone. ¿Qué le debo?
– Con su sonrisa estoy pagado. No he puesto el taxímetro
porque somos vecinos y ya mi jornada había terminado, venía también para
casa.
– Muchas gracias, hoy ha sido mi día afortunado. Un placer
viajar en su taxi y haberle conocido. Espero verle por el barrio, buenas
noches.
– Buenas noches, señora.
Ya había anochecido, una lluvia suave lavaba los árboles de
la avenida, Nadia caminó despacio sintiendo el agua como una bendición que
limpiaba su alma y su corazón y supo que en ese momento se había perdonado y
lloró, lloró de alegría. Para ella comenzaba de nuevo la Vida.
Morfeo de Gea
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