Cuando
formar parte de una cooperativa de consumo significa mucho más que
tener un lugar en el que comprar.
La
vida en los proyectos cooperativos de consumo agroecológico vista
desde dentro.
Impulsar un cambio en el modelo de
consumo, implicarte en una iniciativa que comporte mejoras sociales,
cuidar tu salud y la del medio ambiente, ahorrarte dinero al hacer la
compra, consumir productos con unos criterios que has ayudado a
definir, pagar lo que consideras que toca a los productores.
Lo que lleva a
alguien a unirse a una cooperativa de consumo agroecológico es
variado. Pero lo que sí suele ser común entre estas personas es el
conjunto de beneficios que obtienen a cambio. Muchas, por lo menos la
mayoría con las que hemos hablado, coinciden en asegurar que formar
parte de una cooperativa de consumo significa mucho más que tener un
lugar adonde ir a comprar.
También quiere decir aprender, sentir que se forma parte de un grupo
o comunidad, conocer gente, construir y fortalecer vínculos o
impulsar la transformación social.
Así nos lo han
explicado Gisela y Albert de El
Brot (Reus),
Hilari, Francesc y Míriam de La
Magrana Vallesana (Granollers),
Montse, Bea y Jaume de Som
Alimentació (Valencia),
Jon e Izaskun de Labore (Bilbao
y Oiartzun) y Kim, François, Carla y Ann del Park
Slope Food Coop (Nueva
York). En algún momento de su vida empezaron a preguntarse y a
reflexionar, entre otras cosas, sobre el circuito que recorrían los
productos que consumían, el precio que pagaban y dónde iba a parar
el dinero.
Los motivos que los
llevaron a hacer esta reflexión son varios y mientras unos apelan a
razones de toma de conciencia sobre qué y cómo producimos y
consumimos, otros están más bien condicionados por cuestiones
económicas, motivo especialmente dominante entre las socias del Food
Coop del barrio neoyorquino de Brooklyn. No obstante, sean los
que sean los motivos y tanto si es en Reus, Granollers, València,
Bilbao, Oiartzun o Nueva York, el
momento de apostar por el cambio llegó.
Un cambio que en todos los casos ha revertido en una mejora
social, económica y también personal.
En este reportaje ponemos el foco en
las personas y en sus experiencias a raíz de participar en un
proyecto cooperativo de consumo alimentario, sea un supermercado o
una cooperativa de consumo agroecológico. Personas que han impulsado
el proyecto, que trabajan en él, que colaboran voluntariamente o que
consumen nos hablan de las satisfacciones y de las dificultades, de
las relaciones personales que se crean en estos espacios, de los
lazos comunitarios que se refuerzan o de las peculiaridades y
beneficios de formar parte de ello.
Este artículo es
un abstracto del reportaje que se publicó en el cuaderno
56 “De la tierra al plato”.
¿Por qué se
consumen productos ecológicos, de proximidad y de comercio justo?
¿Por qué se unen a una cooperativa? ¿Por qué practican un consumo
respetuoso con el entorno? ¿Por qué se apuesta por el cambio de
modelo de consumo predominante? Algunas de estas cuestiones las hemos
abordado en el artículo “Qué
nos lleva al consumo consciente”.
Albert Vinyals, profesor de psicología del consumo y autor del
artículo, explica que la gente que acostumbra a plantearse este tipo
de preguntas y a actuar en consecuencia tiene muy presentes valores
como el altruismo, el cuidado del medio ambiente, la justicia, la
integridad y el respeto.
Bea forma parte del
Consejo Rector de Som Alimentació y de la comisión de actividades.
Se unió al proyecto cuando este tenía poco más de un año de vida,
la idea enseguida la sedujo. Tenía ganas de participar en un
supermercado cooperativo para conocer a gente con inquietudes
similares, un lugar donde los criterios de compra fueran la
agroecología, la proximidad o la artesanía, y que buscaran cambiar
la actitud del cliente convencional para animarlo a ser partícipe de
un proyecto: “Me lo imaginé y al ver el sentimiento de felicidad
que me producía, la decisión estaba clara”.
De hecho, nuestras
elecciones pasan por el canal de las emociones.
Cuando tenemos que tomar una decisión, por muy racional y meditada
que nos parezca que es, la mente se acaba inclinando por aquellas
opciones que nos tocan alguna emoción. Eso no quiere decir, sin
embargo, que la razón no intervenga de ninguna manera ni en ningún
momento. Los protagonistas de nuestro reportaje tienen motivos
objetivos y racionales que los han llevado a dejar de consumir en
grandes superficies y apoyar e, incluso, impulsar cooperativas de
consumo y supermercados cooperativos. No obstante, en muchos casos,
todo germina en la satisfacción
que les produce sentir que están contribuyendo a crear una sociedad
mejor.
El boca a boca
contribuye mucho a la difusión de este modelo de consumo. Carla,
asturiana instalada en el barrio de Park Slope de Nueva York, conoció
el supermercado
cooperativo Food Coop a
través de una amiga que, de vez en cuando, le llevaba productos de
la cooperativa y así se dio cuenta de la mejor calidad de sus
alimentos.
Hilari, que
transformó su tienda de comestibles convencional en La Magrana,
también cree que explicar qué son las cooperativas de consumo
agroecológico, cómo funcionan, qué se puede encontrar, etc. es
clave. “Solo
se trata de que alguien nos despierte las inquietudes que tenemos
adormecidas u olvidadas.”
Cuando
nuestro entorno nos necesita
“Estamos rodeados
de grandes superficies, están aquí todas las principales cadenas de
supermercados”. “Aquí” es Oiartzun, un municipio del País
Vasco con poco menos de 10.000 habitantes, y quien lo dice es Jon
Legorburu, presidente de Labore Oiartzun y miembro del grupo motor
que hace dos años decidió impulsar este supermercado cooperativo.
Se dieron cuenta que el
sector primario de la zona necesitaba ayuda y no consideraba que
las grandes superficies fueran la solución,
sino al contrario. Sensibilizado por esta causa y teniendo claro que
de alguna manera se tenían que incluir métodos de
autogestión, impulsó Labore Oiartzun, que hoy cuenta con casi
quinientas personas asociadas en esta localidad.
El proyecto homólogo de Bilbao tiene
un recorrido similar. Empezó de la mano de un grupo de gente
motivada por avanzar en la soberanía alimentaria y constituir una
alternativa real a los canales habituales de comercialización.
Izascun es una de sus socias impulsoras. Se unió al proyecto justo
un año antes de la apertura del supermercado, cuando solo era una
idea sobre papel. Creyó que era una propuesta muy interesante para
una ciudad como Bilbao, ya que no había nada parecido.
Labore de Oiartzun se creó un año
antes que Labore Bilbao. Funcionan de manera independiente pero
ambos fueron motivados por la idea de poder disponer de un
supermercado donde comprar los productos que habitualmente consumimos
en el día a día y con un denominador común: la proximidad en
el origen de los productos. Así, las verduras, el queso, los
yogures, el pan, los huevos, el aceite o las conservas provienen de
Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y, como muy lejos, de Navarra.
Productos
ecológicos y con gran impacto social y cultural, al mejor precio
A menudo se asocian los productos
ecológicos, de comercio justo y de proximidad con precios más
elevados, lo que lleva a pensar a mucha gente que este tipo de
consumo puede llegar a ser elitista y prohibitivo. Hay quien confiesa
que no está dispuesto a hacer un esfuerzo económico y otros
aseguran que no lo pueden hacer. Pero ¿y si la situación fuera al
revés? ¿Y si consumir en supermercados cooperativos resultara
más barato?
Eso es lo que pasa en el Park Slope
Food Coop de Nueva York. En este supermercado, actualmente referente
de este modelo y operativo desde los años setenta, el precio se
reduce hasta un 40% si lo comparamos con el resto de supermercados de
la ciudad.
Muchos vecinos y
vecinas del barrio de Park Slope, en Brooklyn, han visto en el
supermercado cooperativo la
solución para llegar a final de mes relajadamente.
Kim lo tuvo claro cuando nació su tercer hijo, hace doce años. “De
golpe me vi con tres criaturas y me di cuenta de las cantidades que
llegaban a comer”. También es el caso de François, francés
instalado en Nueva York desde hace diecisiete años y que, al
llegar a la ciudad, casi en shock por los precios de la fruta, la
verdura o la carne, y la baja calidad que tenían, necesitó buscar
una alternativa, que encontró en el Park Slope Food Coop.
Tanto Kim como él
desconocían la
gran labor de este supermercado cooperativo en el barrio,
no fue hasta que se involucraron cuando se dieron cuenta de la gran
aportación social y cultural que hace en el territorio. A
François le gusta mucho leer el periódico que publica la
cooperativa: “Veo que están involucrados en muchos movimientos
sociales y políticos, que organizan un montón de acontecimientos,
no solo los talleres o las clases de cocina, sino también conciertos
y actividades de carácter más lúdico”.
¿Cómo
es comprar en un supermercado cooperativo?
Tanto los
supermercados cooperativos como las cooperativas de consumo de este
reportaje ofrecen la mayoría de productos que se pueden hallar en
cualquier otra tienda. En una primera impresión, y sobre todo vistos
desde la calle, estos establecimientos no suelen diferenciarse del
resto de tiendas o supermercados. Un rótulo que lo anuncia, una
puerta de entrada amplia, los productos colocados a lo largo de los
pasillos más o menos largos y ordenados por secciones, y un espacio
para pagar la compra. Nada excepcional si no nos paramos a observar
los detalles: no hay altavoces que anuncien las últimas ofertas y
promociones, no se oye música estridente, el
espacio es intencionadamente amplio para poder comprar con
tranquilidad y poder pararte a conversar con quien te encuentres,
la mayoría del mobiliario y complementos son de madera y mimbre en
lugar de plástico.
En Labore y en La Magrana, encontramos
un pequeño espacio infantil en el interior del establecimientos
donde las criaturas pueden estar mientras los adultos compran. En el
caso del Park Slope Food Coop, esta zona para las criaturas tiene
todavía más entidad: una sala enorme con juguetes, libros, material
para hace trabajos manuales, etc. y un grupo de voluntarios que
cuidan a los niños. Para Kim y su pareja este espacio es el óptimo
para sus tres hijos cuando están haciendo el turno de trabajo en el
supermercado o la compra, no solo porque tienen el canguro resuelto,
sino porque durante ese rato “interactúan con otros niños y
niñas, de su edad o no, se conocen, juegan, aprenden… Y cuando se
acaba nuestro turno de trabajo, tenemos un nuevo espacio para conocer
a las otras familias que también tienen hijos”.
La
experiencia de compra es
lo que se percibe y las sensaciones que se producen cuando estamos en
el establecimiento. Qué
música oímos
de fondo (si tiene un ritmo frenético que nos empuja a
entrar-comprar-pagar-irse; si nos conecta con un recuerdo positivo
que nos generará alegría y, por lo tanto, fácilmente nos conducirá
a consumir más, etc.); los
olores que
predominan en el ambiente (existen ambientadores con olor a pan
recién hecho, a fruta fresca o a gofres, que provocan ganas de
consumir estos productos aunque no los necesitemos); el
diseño y la decoración del espacio
(productos apretados que nos hacen pensar que es más barato; colores
blancos o brillantes que nos hacen creer que es más lujoso y por
tanto es lógico pagar más por ello), etc. Las grandes cadenas
dedican muchos esfuerzos a hacer que esta experiencia sea
gratificante para la clientela porque, así, querrá volver a venir a
comprar en un futuro. Generar este confort en el momento de la
compra, sea en una tienda física o digital, se convierte en una de
las principales estrategias
de fidelización.
Las cooperativas
también consideran necesario fidelizar a la comunidad y generar una
buena experiencia de compra. Sin embargo, en estos casos, lo que las
mueve no es el afán de lucro, sino aumentar la base social y
contagiar esta manera de consumir. Su intención es ofrecer
un espacio agradable y confortable donde comprar consista también en
una actividad social e incluso política,
decidiendo qué se necesita, qué hay que comprar y dónde invertir
el tiempo y el dinero. En estos lugares, pues, lo que engloba la
experiencia de compra surge de manera espontánea y natural.
Encontrarse a gusto, poder opinar sobre el espacio o los productos
que se venden, aportar ideas, sentirse escuchado o poder charlar con
el resto de socios forma parte de la genuinidad del proyecto.
“Se compra sin
prisas, hablas con la gente, te comunicas”, explica Jon, de Labore.
En ningún caso se pretende crear simples supermercados para
reproducir la secuencia automática de comprar-pagar-irse; por
eso, en la mayoría de los casos se organizan actividades
principalmente relacionadas con el sector alimentario y la salud:
degustaciones, talleres, charlas, etc. Así es como
consiguen crear
espacios vivos y dinámicos donde además de comprar se pueden
intercambiar experiencias, y todo el mundo puede sentirlos un poco
suyos.
A la hora de comprar cada uno tiene
sus costumbres. Y hacerlo en una cooperativa, no necesariamente
altera nada de la organización doméstica. Francesc dice que le
encanta “cómo está montado aquí (La Magrana). Dedico una tarde a
la semana a venir a comprar y lo puedo conseguir casi todo aquí”.
En cambio, Míriam, como es del barrio, reconoce que compra en
función de las necesidades que le van surgiendo: “Ahora vengo
a buscar la cesta, pero quizá mañana volveré si veo que me falta
algo”.
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