Iniciativas que ponen la vida en común en el centro
”En
común” se ha convertido en la referencia que mejor define las
alternativas actuales al neoliberalismo. La Constelación de los
Comunes, un proyecto audiovisual y un libro, ambos libres, muestran
la realidad de casi 50 proyectos que ponen la vida en común en el
centro.
No
parece descabellado proponer que “común” sea uno de los términos
—si no ‘el’ término— que mejor toma el pulso a la
transformación social en marcha en este milenio —recogiendo una
demanda pendiente de siglos anteriores—, en la medida en que
rubrica la oposición a la ideología neoliberal cuyo individualismo,
y la competición sin tregua que lo acompaña, es cada vez más
contestado. No hay feminismos, ni lucha contra la emergencia
climática, ni antifascismo, ni reclamos de democracia política y
económica que puedan ser conjugados hoy sin la referencia a la
centralidad de lo común. Solo desde ahí es posible poner la vida en
el centro dado que la propia vida es, como no se cansa de repetir
buena parte del pensamiento contemporáneo, en común.
Para
María Ribero, “hace tiempo que pasó la hora de la resistencia y
llegó la hora del crecimiento”, y lo dice en calidad de
integrante, en su caso como madre, del proyecto
educativo del CEIP Vital Alsar,
un colegio público que desde 2012 ensaya otro modo de hacer de la
escuela “un espacio diferente de aprendizaje común”, en palabras
del director de la misma, Fernando Diego, implicando a padres y
madres, profesorado y alumnado. Ribero es una de tantas personas
inmersas en proyectos comunitarios que buscan cubrir necesidades
esenciales poniendo por delante el buen con-vivir y, por ello, es una
de las muchas “estrellas” del archivo que la investigadora y
profesora Palmar Álvarez-Blanco ha dado llamar Constelaciones del
Común. Se trata de un proyecto de investigación de cinco años
volcado en forma de herramienta digital de acceso libre y en un libro
—abierto— editado en un proceso común con La Vorágine.
LAS CONSTELACIONES DEL COMÚN
Bajo
el título En
ruta con el común. Archivo y memoria de una posible constelación
(2017-19),
Álvarez-Blanco presenta un archivo audiovisual de “experiencias
comuneras y comunidades de prácticas de orientación y aspiración
anticapitalista y autogestionadas”, con entrevistas —en vídeo y
transcritas al castellano y el inglés—a 45 proyectos de partida:
una casa común a la que se vayan sumando muchos más.
El
equipo de trabajo que encabeza esta burgalesa de nacimiento,
catedrática en el departamento de español de Carleton College
(Minnesota, EE UU), ha dotado la herramienta, además de la zona de
entrevistas de los proyectos y la propuesta de “constelación” de
los mismos —un mapa relacional atendiendo a las temáticas que
tratan—, de una zona de protocolos que permita el crecimiento de la
constelación con trabajos que primen “el uso mancomunado y
cooperativo, solidario y comprometido socialmente” y con “valores
de compromiso social contrarios al capitalismo”, por lo que pone a
su disposición contactos y pautas para poder “constelarse”.
Asimismo,
dispone de un “co-diccionario”, elaborado con contribuciones
diversas y abierto a más con el objetivo de definir cooperativamente
desde el amor a la sororidad, del Antropoceno al videoactivismo. Se
ofrece también un “Aula Abierta”, en la que las personas
dedicadas a la educación, formal y no formal, puedan aportar y tener
acceso a actividades de clase, así como sugerencias de libros,
artículos, mapas, plataformas, vídeos… que abran lo común desde
lo educativo, que lo inserten en la formación habitual permitiendo
cambiar el sentido común individualista por un sentido común de lo
común.
“Constelaciones
del común” se presenta asimismo como un canal de difusión de
conocimiento distinto al del circuito privado y a la lógica
productivista, al tiempo que extiende una invitación al ámbito
investigador universitario para pensar su actividad desde otro lugar.
Una herramienta viva, pues para Álvarez-Blanco, “el archivo no
tiene por qué ser solo un espacio de almacenaje de memoria—en
muchos casos selectiva—, también puede ser un lugar para
vincularse y debatir, un aula abierta, un territorio para soñar,
colaborar, jugar, remezclar…”.
LO
COMÚN EN EL CENTRO
Cada
vez son más las teorías y prácticas comuneras o sobre la
comunalidad. Proliferan en los últimos 50 años no sólo las
investigaciones referidas a esta cuestión ya sea desde la economía
—desde Elinor Ostrom y su cuestionamiento de la tragedia de los
comunes, esa tesis falaz de que lo común se defenestra
irremediablemente—, el pensamiento —de Giorgio Agamben y Jean Luc
Nancy o Roberto Esposito a Virilio, Negri, Pal Pelbart, Dardot y
Laval…—, los feminismos —con el auge de los comunitarios, sobre
todo suramericanos—... sino, sobre todo, multitud de iniciativas
prácticas de construcción de otros modos de vida, que cuestionan la
antroponomía neoliberal y sus procesos de subjetivación, que frente
a la lógica capitalista, optan por lo cocreado, compartido y
cocuidado, y por el valor de la convivencialidad. “El hombre
reencontrará la alegría de la sobriedad y de la austeridad,
reaprendiendo a depender del otro”, escribió Ivan Illich, “en
vez de convertirse en esclavo de la energía y de la burocracia
todopoderosa”.
A
poner lo común en el centro del sentido común es a lo aspira con su
proyecto Rosa Jiménez, promotora de La
Escalera (Madrid),
uno de los proyectos constelados y grupo de investigación en el
ámbito de los cuidados que facilitó procesos de rehabilitación
afectiva de varias comunidades en Madrid por iniciativa de alguna o
varias de sus vecinas. Jiménez habla de la facilidad que para la
tarea aporta cierta “nostalgia de lo común” aún presente en
muchas personas: “Es fácil apegarse a lo que propone La escalera,
al menos aquí en España, porque los que tenemos en torno treinta
años, muchos de nosotros, nos hemos criado en una escalera en cierta
medida. Que la vecina se hiciera cargo de ti en los 80-90 era muy
habitual”.
Para
Jiménez se trata, aunque lo dice con cierta timidez, de
micropolítica, ya que “es un espacio doméstico, privado” pero
es “donde hemos hecho recaer tantas cosas importantes y
fundamentales a nivel político, todas las que tienen que ver con los
cuidados”. Y es desde el conocimiento de las virtudes vitales de un
modelo comunitario, de su utilidad para el Buen Vivir, desde donde
trabajan, al igual que buena parte de los proyectos constelados.
VIVIR
DE OTRA MANERA
Trabensol,
por su parte, es un proyecto
de covivienda de adultos mayores en
Torremocha del Jarama (Madrid), también estrella de la Constelación.
Allí moría hace poco Antonia, una de sus habitantes, pero lo hacía
apoyada hasta el último día por sus compañeros y compañeras, que
la sacaron a pasear cada día pese al deterioro de su salud: algo a
lo que no se puede aspirar en buena parte de las “residencias de
ancianos”, algunas masificadas y con personal cuidador en
condiciones precarias. Trabensol es una forma de afrontar en común
esa etapa de la vida que, autogestionada, decidida por sus
protagonistas, podría ser la mejor, libres ya del yugo del trabajo
asalariado. ¿El objetivo final? “La felicidad, la alegría de las
personas socias, su bienestar es lo principal”, explica Pilar
Ruisánchez. La experiencia es pionera por lo que “vamos
improvisando y a la vez, inventando”, explica Jaime Moreno, miembro
del proyecto desde el principio. No sólo comparten conocimientos
ente ellos, sino que han abierto sus instalaciones a los vecinos y
vecinas del pueblo, respondiendo con cordialidad y apertura al
aislamiento que se impone como inercia social a los adultos mayores.
Como
Trabensol, todos ellos son una respuesta a la pregunta política por
excelencia: “¿En qué tipo de mundo queremos vivir?”. Desde ahí,
proponen y promueven un buen sentido aspirante a sentido común:
“Todas estas comunidades contestan desde la práctica con una
pluralidad de propuestas y de ensayos de fórmulas creativamente
revolucionarias en el sentido de que validan otras maneras de
entender la propiedad, el gobierno de la cosa pública, el trabajo,
las relaciones, los cuidados, las transacciones comerciales, la
educación, etc”, subraya Álvarez-Blanco. Igual que Moreno, de
Trabensol, María
González, del Arenero,
apunta que lo suyo fue “una respuesta de cuidado para esto tan
importante que es cuidar a los niños y a las niñas pequeñas”, y
que surgió debido a “una búsqueda para dar respuesta a algo que
no encontrábamos en el sistema”.
En
la mayor parte de los casos, no se trata de una propuesta teórica
sino práctica, una experiencia DIY —Do
it yourself,
hazlo tú misma— atenta a las potencialidades además de las
carencias de sus situaciones vitales, que las impulsa a pensar en
común y a investigar en experiencias similares para, finalmente,
elaborar propuestas, cada una adecuada a su situación. La existencia
de otros proyectos y el apoyo de la comunidad es un refuerzo
determinante, pues en muchos casos son experiencias inéditas: “No
estamos solas, están las familias que estaban antes, está el
Instituto, está el Centro de Mayores, están las personas del
huerto, está la gente que va al parque todos los días y nos ve... y
eso va creciendo, nos hace fuertes y nos hace capaces de creernos
estas alternativas”, explican desde El arenero.
IMPROVISACIÓN
VIRTUOSA
Todas
estas experiencias comuneras se caracterizan, así, por ser
eminentemente prácticas y existenciales. Porque muchas de ellas no
fueron diseñadas “con papel y lápiz”, como el CEIP
San José Obrero,
según explica su director, Miguel Rosa. En este colegio abierto a la
comunidad, gracias a su tratamiento individualizado de los chavales y
chavalas que han ido llegando hasta él, la diversidad se ha
convertido en un patrimonio y motivo de orgullo. Su auténtica
constelación del común, o la de proximidad al menos, es el barrio
sevillano en que está ubicado, al que se ha ido abriendo desde 1997.
Fue entonces cuando, debido a la entrada en el colegio de un
contingente de alumnado de etnia gitana decayó la matrícula, pero
el director y el equipo no se dejaron amedrentar por el racismo y la
falta de estructuras abiertas y se pusieron manos a la obra. Hoy son
una referencia estatal por su inclusividad y la fuerte implicación
de padres y profesores, pese a que la LOMCE, con su competitividad
neoliberal, y los recortes se lo han puesto difícil, pero no piensan
rendirse y cuentan con apoyos de sobra.
Por
tanto, se trata de iniciativas que no surgen de lo abstracto, de un
común definido teóricamente al que la realidad se haya tenido que
adaptar, sino que surgen de comunes sensibles, concretos,
perceptibles, vitales, existenciales. Gente que une su vida a su
militancia y/o compromiso, personal lo político y político lo
personal, y arranca alternativas que le permiten una vida mejor. Y no
son complementarias, son el centro de sus vidas: no hay más que ver
o leer las entrevistas.
MICROPOLÍTICAS
DE LA FELICIDAD
Para
su promotora, los testimonios recogidos conforman, en resumen “sin
romanticismos, pero un horizonte propositivo de buenas noticias que,
a la vez, celebra los éxitos y alimenta con historias comunitarias
el motor de la ilusión”. Así lo refiere, entre otras, Mireia
Mora, integrante de La
Tremenda,
una cooperativa feminista de gestión cultural y social sin ánimo de
lucro para quien “el objetivo de todo esto era no depender de
personas que no nos garantizaban la felicidad y que nos iban a exigir
más y más y más para ganar más dinero ellos, no nosotras”. Hay
un claro empeño en ser felices, lo que no es políticamente menor.
En
la mayoría de los casos se trata, como señala Álvarez-Blanco, de
proyectos “poliéticos”, porque “una posición política,
cultural, ecosocial, existencial a la contra de la complicidad
predominante con el sistema capitalista tiene que ser ética”: se
trata de ethos, de modos de habitar siempre en marcha, ensayos
cotidianos. Y, tal vez debamos dejar de ver los proyectos de este
tipo como algo reactivo o defectivo y entenderlo como una forma de
riqueza y felicidad. Sus integrantes comunican justamente eso.
Con
tal fin, Isidro Jiménez, de Consume
Hasta Morir,
espacio autónomo de experimentación y un laboratorio ligado a la
comisión de consumo y al área de consumo de Ecologistas en acción,
señala que, con sus campañas de denuncia del consumo desmedido,
pretenden “intentar defender un modelo de consumo que dé la vuelta
a los valores actuales (…) porque ese estilo de vida nos da
ansiedades y al final terminamos teniendo un estilo de vida que es
una rueda de infelicidad”. Jiménez insiste en denunciar la “locura
neoliberal” en la que habitamos, es que nos convierte en
empresarios de nosotras mismas y convierte en invivibles nuestras
vidas: “El sistema está haciendo aguas por todos lados, no genera
más que infelicidad y parte de esa infelicidad bestial viene del
saqueo y el expolio de otros sitios, y no saben cómo gestionarlo”.
Álvarez-Blanco
defiende la necesidad de “contrarrestar el clima cultural cínico,
pesimista, escéptico, apocalíptico… tan beneficioso al
capitalismo por su capacidad para desarrollar estados de ‘indefensión
aprendida’”. Abrir una vía de salida de lo que Marina Garcés ha
denominado “condición póstuma”, al tiempo del «todo se acaba»,
al no hay alternativas… y vivirlas dejando de obsesionarse por las
soluciones totales, asumiendo que la solución viene de lo local y
concreto y de la entreveración, de la “constelación de los
comunes”. Mancomunar esfuerzos “contra y más allá del
capitalismo”—expresión de los comuneros Silvia Federici y George
Caffentzis— sin dejarse engañar por quienes llaman “covivienda”
a la precariedad habitacional o “economía colaborativa” a formas
de esclavitud del siglo XXI: no todo lo “co” es constelable y las
estrellas de esta constelación pertenecen a una galaxia ajena al
“co” de Uber, Airbnb, Deliveroo o Glovo.
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