Cambio climático, agricultura y descivilización
Puntos
destacados:
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El clima estable del Holoceno hizo posible la agricultura y la civilización. Hasta entonces, el inestable clima del Pleistoceno las hacía imposibles.
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Las sociedades humanas después de la agricultura se caracterizaron por el exceso y el colapso. El cambio climático fue causa frecuente de estos colapsos.
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Las estimaciones de la trayectoria business as usual indican que el clima se calentará entre 3 y 4 °C para el 2100 y hasta 8-10 °C con posterioridad.
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El futuro cambio climático devolverá al planeta Tierra a las condiciones climáticas inestables del Pleistoceno y la agricultura será imposible.
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La sociedad humana se caracterizará una vez más por la caza y la recolección.
Durante la mayor
parte de la historia de la humanidad, unos 300.000 años, vivimos
como cazadores-recolectores en comunidades sostenibles e igualitarias
de unas pocas docenas de personas. La vida humana en la Tierra, y
nuestro lugar dentro de los sistemas biofísicos del planeta,
cambiaron drásticamente con el Holoceno, una época geológica que
comenzó hace unos 12.000 años. Una combinación sin precedentes de
estabilidad climática y temperaturas cálidas hizo posible una mayor
dependencia de los granos silvestres en varias partes del mundo.
Durante los siguientes miles de años, esta dependencia condujo a la
agricultura y a sociedades estatales a gran escala. Estas sociedades
muestran un patrón común de expansión y colapso.
La civilización
industrial comenzó hace unos pocos cientos de años cuando los
combustibles fósiles impulsaron la economía humana a un nuevo nivel
en su tamaño y complejidad. Este cambio nos trajo muchos beneficios,
pero también la crisis existencial del cambio climático a nivel
planetario. Los modelos climáticos indican que la Tierra podría
calentarse entre 3 °C y 4 °C para el año 2100 y eventualmente
hasta 8 °C o más. Esto devolvería al planeta a las condiciones
climáticas inestables del Pleistoceno, cuando la agricultura era
imposible.
Podrían
promulgarse políticas para hacer menos devastadora la transición de
la civilización industrial y mejorar las perspectivas de nuestros
descendientes cazadores-recolectores. Esto incluiría políticas
agresivas para reducir los extremos a largo plazo del cambio
climático, políticas drásticas de reducción de la población, la
reforestación y la protección de las culturas indígenas que quedan
en el mundo.
Los
humanos anatómicamente modernos, el Homo
sapiens,
hemos habitado la tierra durante más de 300.000 años. (Stringer &
Galway-Witham, 2017). Durante al menos el 97% de este tiempo,
nuestros antepasados cazadores-recolectores vivieron como
muchos otros grandes depredadores, en pequeños grupos dentro de los
límites de los ecosistemas locales. (Diamond,
1987; Gowdy, 1998; Ponting, 2007).
Las poblaciones humanas crecieron y disminuyeron con los cambios en
el clima y los recursos alimenticios que fluyen directamente de la
naturaleza, es decir, de los cientos de plantas y animales de los que
dependían. La vida humana en la Tierra, y nuestro lugar dentro de
esa red de vida, cambió dramáticamente durante el Holoceno, una
época geológica que comenzó hace unos 12.000 años.
Una combinación
sin precedentes de estabilidad climática y temperaturas cálidas
hizo posible una mayor dependencia de los granos silvestres en varias
partes del mundo. Durante los siguientes miles de años, esta
creciente dependencia llevó a la agricultura y a las sociedades
estatales a gran escala (Gowdy & Krall, 2014), sólo unos pocos
miles de años después de que la agricultura sedentaria comenzara a
extenderse y a convertirse en dominante en el Medio Oriente, el sur
de Asia, China y Mesoamérica. A lo largo de ese período de tiempo
relativamente corto, la agricultura causó que la población humana
mundial explotara desde entre 4 y 6 millones de individuos a más de
200 millones al comienzo de la Era Común (EC) hace 2.000 años.
(Biraben, 2003).
La
adopción de la agricultura empeoró la situación de la gente común
durante milenios. La salud física declinó dramáticamente y la
mayoría de las personas del mundo nacieron en sistemas de castas
rígidas y vivieron como unos esclavos virtuales o reales. De acuerdo
con Larsen
(2006 p. 12):
“Aunque la agricultura proporcionó la base económica para el
surgimiento de los estados y el desarrollo de las civilizaciones, el
cambio en la dieta y en la consecución de alimentos dio lugar a un
declive en la calidad de vida de la mayoría de las poblaciones
humanas en los últimos 10.000 años”. Después de la agricultura,
los seres humanos se hicieron más bajos y menos robustos y sufrieron
enfermedades más debilitantes —desde la lepra hasta la artritis o
la caries dental— que sus homólogos cazadores-recolectores. (Cohen
& Crane-Kramer, 2007).
Sólo
en los últimos 150 años aproximadamente, la longevidad, la salud y
el bienestar de la persona promedio volvió a alcanzar a las del
Pleistoceno Superior. La esperanza de vida media de los seres humanos
en 1900 era de unos 30 años, y para los cazadores-recolectores del
Pleistoceno Superior era de unos 33 años.[1] Dadas
las graves consecuencias económicas previstas del cambio climático
y de la aniquilación biológica, es dudoso que estas mejoras puedan
mantenerse. Debe tenerse la precaución de no ver los logros del
pasado muy reciente como representativos de las consecuencias para la
salud y el bienestar de la revolución agrícola.
La
agricultura y la civilización fueron posibles gracias al clima
inusualmente cálido y estable del Holoceno. Antes de eso, las
variaciones anuales de temperatura y precipitaciones hacían que la
agricultura fuera demasiado poco fiable para sostener comunidades
asentadas con grandes poblaciones. El clima de la Tierra ha sido
inusualmente estable durante unos 10.000 años. Pero con el aumento
del nivel de CO2 causado
por el hombre nos hemos quedado atrapados en un nuevo período de
inestabilidad climática que los científicos predicen que será
comparable a las condiciones del Pleistoceno. Durante esa época, los
cambios climáticos desde períodos cálidos hacia las glaciaciones
fueron desencadenados por las oscilaciones en los niveles de
CO2 atmosférico
de aproximadamente 50 ppm alrededor del promedio de 250 ppm. Las
variaciones de temperatura fueron de unos 4 °C con respecto a la
media.
Sólo
en los últimos 70 años la actividad humana ha aumentado los niveles
de CO2 atmosférico
en 100 ppm, [elevando la concentración] a más de 400 ppm, y la
temperatura media de la Tierra ha aumentado en 1 °C. A menos que se
tomen medidas draconianas para detener el aumento del
CO2 atmosférico,
la temperatura global probablemente aumentará al menos 3 °C por
encima de la actual para el año 2100 y podría eventualmente
aumentar en 8 °C o más (el llamado mega-invernadero).
Dada la gran población humana, los probables efectos del cambio
climático en la estabilidad económica y social, y la potencial
fragilidad del sistema agro-industrial mundial, es poco probable que
la civilización humana pueda sobrevivir al mega-invernadero que se
avecina. La perspectiva del colapso de la civilización ha entrado
ahora en la corriente principal del discurso científico y popular
(BBC,
2019; Diamond,
2019;
Spratt & Dunlop, 2019).
En
la siguiente argumentación, el período de dos a tres siglos en el
futuro se utilizará como un punto de referencia general para los
efectos finales del cambio climático causado por el hombre.
Esta visión a largo plazo evita el atolladero del colapso
inmediato frente
a las discusiones de cénit
y declive (Randers,
2008 y 2012) y también nos acerca al probable pico final de
temperatura y nivel de CO2 del
escenario business
as usual.
2. La
estabilidad climática y el origen de la agricultura
La
evidencia sugiere que la estabilidad climática única del Holoceno
hizo posible la agricultura y que la inestabilidad climática de
épocas anteriores la había hecho hasta entonces imposible
(Richerson, Boyd, & Bettinger, 2001: Feynman
& Ruzmaikin, 2018).
Durante el
Pleistoceno hubo varios episodios en los que el clima de la tierra
era tan cálido como el actual, pero éstos fueron breves en
comparación con el Holoceno. La inestabilidad climática dominó
durante los 2,5 millones de años del Pleistoceno. Los cambios en las
temperaturas mundiales promedio de hasta 8 °C ocurrieron a lo largo
de tan solo dos siglos. (Bowles & Choi, 2012).
Las
impredecibles fluctuaciones climáticas anuales antes del Holoceno
hacían imposible cualquier intento incipiente de agricultura a gran
escala. Un ejemplo de ello es la cultura Natufiana que comenzó a
trabajar en la agricultura cuando la Tierra se calentó y estabilizó
justo antes del Holoceno, pero la abandonó durante el abrupto
enfriamiento del Dryas Reciente, que comenzó hace unos 13.000 años.
(Munro, 2004). Otro factor que inhibió la agricultura es que la
productividad de las plantas en el Pleistoceno tardío fue baja
debido a la reducción del nivel de CO2,
hasta alrededor de las 200 ppm en comparación con las 250 ppm de
principios del Holoceno. La evidencia sugiere que la cantidad total
de carbono orgánico almacenado en la tierra era un 33-60 % menor en
el Pleistoceno tardío comparado con el Holoceno. (Beerling, 1999;
Bettinger, Riche, rson & Boyd, 2009).
La
agricultura surgió de la convergencia de una serie de fenómenos
aparentemente no relacionados entre sí que impulsaron la evolución
de un sistema económico complejo y expansivo. Entre ellos se
encuentran la estabilidad climática sin precedentes del Holoceno, la
evolución de la socialidad humana y nuestra capacidad para cooperar
con otras personas sin relación directa. Una vez que la agricultura
comenzó a arraigarse, la selección natural que operaba en
poblaciones diversas, impulsada por los requerimientos económicos de
la producción de alimentos excedentes, favoreció a aquellos grupos
que mejor podían aprovechar las economías de escala en la
producción, el mayor tamaño del grupo y una compleja división del
trabajo. La sociedad humana se transformó en una máquina económica
unificada, interdependiente y altamente compleja (Gowdy
& Krall, 2013, 2014, 2016).
El
registro arqueológico e histórico de las primeras sociedades
agrícolas estatales muestra un patrón común de rápida expansión,
seguida de colapso y pérdida de complejidad. (BBC,
2019;
Diamond, 2005; Ponting, 2007; Tainter, 1988). Los ejemplos incluyen
el Imperio Acadio, el antiguo Reino de Egipto, los Mayas Clásicos y
la cultura de Harappa en el valle del Indo. Estas civilizaciones se
desintegraron debido a una variedad de factores que incluyen la
pérdida de la fertilidad del suelo, la erosión por la dependencia
de las plantas anuales, la salinización del suelo, el mal manejo del
agua y la incapacidad de soportar sequías prolongadas. El cambio
climático se acepta cada vez más como uno de los principales
impulsores del colapso de las sociedades en el pasado. (Diamond,
2005; Weiss & Bradley, 2001). Las sociedades agrícolas también
se han visto afectadas por la inestabilidad provocada por los efectos
desestabilizadores de la desigualdad basada en las castas (el control
hereditario del excedente económico) y la sobreexplotación de la
naturaleza. (Scheidel, 2017; Scott, 2017).
Después
del establecimiento inicial de la agricultura hubo un período de
varios miles de años de pequeñas comunidades asentadas,
sociedades sin
Estado que
practicaban una combinación de agricultura y recolección. Scott
(2017) sostiene que, en el Cercano Oriente, a lo largo del río Indo,
la costa de China y el Valle de México, estas primeras sociedades
agrícolas se basaban en humedales fluviales con llanuras aluviales
inundables que hacían que la agricultura fuera relativamente fácil
y se complementara fácilmente con una variedad de peces, plantas
acuáticas y animales. Las sociedades de los humedales eran
“ambientalmente resistentes a la centralización y al control desde
arriba”. Varios factores fueron responsables de la desaparición de
las sociedades de los humedales y de la fase posterior de rápido
crecimiento demográfico y el surgimiento de sociedades estatales
centralizadas, incluyendo la agricultura cerealística y la guerra
como política económica del Estado, pero un factor clave fue el
cambio climático.
La
conexión entre la agricultura, la desestabilización climática y el
colapso de la civilización está bien establecida. (Weiss, 2017). El
colapso del Imperio Acadio fue provocado por una grave sequía que
duró siglos (Kerr, 1998; Weiss et
al.,
1993). Varias civilizaciones en China se desintegraron debido a
inundaciones extraordinarias que formaron parte de una convulsión
climática hace unos 4.200 años. (Huang, Pang, Zha, Su, & Jia,
2011). El colapso de la civilización maya ha sido atribuido a una
grave sequía. (Haug et
al.,
2001). El colapso de la civilización de Harappa fue impulsado por
una prolongada sequía. En el Oriente Medio, el período de hace
entre 5.500 a 4.500 años se caracterizó por una aridez creciente,
una fuerte disminución del nivel del mar y reducción del flujo de
agua en el río Éufrates. (Nissen, 1988). Las marismas circundantes
se redujeron y proporcionaron menos subsistencia a la población. El
aumento de la salinidad del suelo redujo la cantidad de tierra
cultivable. La creciente escasez de alternativas a la agricultura
aumentó la dependencia de los cereales. Las consecuencias negativas
de la disminución de la base de subsistencia promovieron la
concentración de la población y la concentración del poder
político y económico. Scott (2017 p. 121) escribe:
La
escasez de agua de riego confinó a la población cada vez más en
lugares bien regados y eliminó o disminuyó muchas de las formas
alternativas de subsistencia, como la búsqueda de alimentos y la
caza… La aridez demostró ser un apoyo para la creación del Estado
al proporcionar, por así decirlo, una población reunida y cereales,
concentrados en el espacio de un estado embrionario que no podía, en
esa época, haberse reunido por ningún otro medio.
El cambio
climático también puede haber desempeñado un papel importante en
la transición hacia sociedades estatales en el Valle del Nilo. El
caudal del río Nilo disminuyó considerablemente hace unos 5.300
años, lo que dio lugar a una mayor concentración de las poblaciones
y a un control más centralizado para gestionar unos recursos cada
vez más escasos. El clima progresivamente más árido concentró la
población en asentamientos más grandes y requirió la
intensificación de la producción agrícola para compensar la
reducción de los recursos en los humedales. Con la concentración de
las poblaciones, la mayor dependencia del almacenamiento de granos y
sin la protección de los pantanos, las ciudades se convirtieron en
blanco de los saqueos. El saqueo y la guerra se convirtieron en otra
opción de subsistencia en el escenario mundial (Turchin, Currie,
Turner, & Gavrilets, 2013).
Después
de la agricultura, se produjo un segundo cambio radical en la
organización económica y social con la afluencia masiva de la
energía de los combustibles fósiles que desencadenó la Revolución
Industrial. La vida económica pasó de ser predominantemente
agrícola a ser una vida dominada por la manufactura, el comercio y
las finanzas (Hall & Klitgaard, 2011). La energía de los
combustibles fósiles es flexible, almacenable y transportable y
transformó todos los aspectos de la sociedad humana, desde la
capacidad de un individuo para realizar un trabajo hasta el tamaño
de la población mundial. Los combustibles fósiles también han
transformado el clima y nos han encerrado en sistemas agrícolas,
industriales y financieros cada vez más complejos y frágiles. La
agricultura industrial moderna depende de los combustibles fósiles
cada vez más costosos en términos de retorno de energía sobre la
energía invertida (Hall & Klitgaard, 2011). También depende de
la estabilidad de los mercados mundiales y las instituciones
económicas, y de la capacidad de las tecnologías complejas para
responder rápidamente a una variedad de amenazas climáticas y
biológicas. Nuestro sistema de agricultura industrial depende de la
relativa estabilidad climática del Holoceno y de la abundancia y
accesibilidad de los combustibles fósiles, la principal fuente de
CO2 desestabilizador
del clima.
La
mayoría de las declaraciones sobre el cambio climático utilizan una
frase del estilo de esta: “desde la Revolución Industrial la
temperatura de la tierra ha aumentado 1 °C”. Esto es cierto, pero
la alteración de la atmósfera terrestre por la actividad humana es
un fenómeno muy reciente y rápido. La mayor parte de ese aumento de
1 °C en la temperatura media de la tierra desde la época
preindustrial se ha producido desde 1980. La mayor parte del aumento
del CO2 atmosférico
(de unas 310 ppm a 410 ppm) ha ocurrido desde 1950. El 75% de la
quema de combustibles fósiles y del CO2 antropogénico
en la atmósfera se ha producido desde 1970. Los efectos de las
emisiones antropogénicas de CO2 apenas
los hemos comenzado a sentir.
Las
proyecciones del cambio climático son cada vez más alarmantes, ya
que se vuelven más precisas, por ejemplo, refinando los efectos de
la luz solar reflejada por las nubes a medida que la tierra se
calienta, y modificando las proyecciones utilizando eventos de
calentamiento pasados para calibrar las interacciones entre el CO2,
la temperatura, el aumento del nivel del mar y los efectos de las
retroalimentaciónes.[2] Brown
y Caldeira (2017) sugieren que hay un 93% de posibilidades de que los
aumentos de temperatura superen los 4 °C para fines de este siglo.
Un informe del Banco Mundial (2012 p. xiii) advierte:
Si no
se adoptan nuevos compromisos y medidas para reducir las emisiones de
gases de efecto invernadero, es probable que el mundo se caliente más
de 3 °C por encima del clima preindustrial. Incluso con los actuales
compromisos y promesas de mitigación plenamente cumplidos, hay
aproximadamente un 20 por ciento de probabilidades de que se superen
los 4 °C para 2100. Si no se cumplen, podría producirse un
calentamiento de 4 °C ya en la década de 2060. Este nivel de
calentamiento y el consiguiente aumento del nivel del mar de 0,5 a 1
metro, o más, para 2100 no sería el punto final: en los siglos
siguientes probablemente se produciría un nuevo calentamiento a
niveles superiores a los 6 °C, con varios metros de aumento del
nivel del mar.
La
proyección de la mediana de las políticas no agresivas y altas
emisiones del IPCC (2014) para 2100 es un calentamiento de 4 °C
(RCP8.5). La actual falta de políticas eficaces para hacer frente al
cambio climático, incluso frente a las advertencias cada vez más
graves, sugiere que las proyecciones de altas emisiones proporcionan
los escenarios de cambio climático más precisos (Gabbatiss,
2017).
Los
escenarios optimistas del IPCC (RCP2.6, RCP4.5) asumen esquemas de
geoingeniería aún no factibles para eliminar el CO2 atmosférico.
Las emisiones anuales han aumentado significativamente desde el
Protocolo de Kyoto hace veinte años. Ningún país industrial
importante está en camino de cumplir los compromisos del (muy
modesto) acuerdo de París (Wallace-Wells,
2017).
Parece poco probable que las políticas requeridas para mantener el
calentamiento a niveles manejables se implementen a tiempo para
evitar un cambio climático catastrófico.
Las
consecuencias a largo plazo del cambio climático han recibido
relativamente poca atención. (Bala, Caldeira, Mirin, Wickett, &
Delire, 2005; Gowdy & Juliá, 2010; Kasting, 1998). La mayoría
de las proyecciones del calentamiento global se centran en el año
2100 o en los efectos de la duplicación del CO2 (desde
el nivel preindustrial de 275 ppm-550 ppm). La falta de atención al
muy largo plazo es una seria deficiencia, ya que los modelos
integrados de carbono y clima proyectan que si el CO2 de
los recursos actuales de combustibles fósiles in
situ continúa
siendo liberado a la atmósfera, la concentración máxima de
CO2 atmosférico
podría exceder las 1400 ppm para el año 2300 y la temperatura
global promedio podría calentarse en 8 °C o más. (Bala et
al.,
2005; Kasting, 1998). Un nivel de CO2 de
1400 ppm aumentaría el riesgo de un aumento de la temperatura de
hasta 20 °C, lo que sin duda tendrá consecuencias catastróficas
para toda la vida en la Tierra. Resulta escalofriante considerar que
los niveles actuales de CO2 son
más altos que en cualquier otro momento en los últimos 15 millones
de años. (World Bank, 2012 p. xiv).
La
principal variable políticamente relevante para la temperatura de la
Tierra es la cantidad de CO2 en
la atmósfera. La contribución humana a los aumentos de CO2 es
en gran parte el resultado de la quema de combustibles fósiles. A
menos que se combinen con políticas para dejar los combustibles
fósiles bajo el suelo, otras fuentes de energía simplemente
complementarán, no reemplazarán, a los combustibles fósiles. Los
futuros aumentos del total del CO2 atmosférico
dependen principalmente de la cantidad total de carbono de los
combustibles fósiles que se quemen. El carbono accesible de los
combustibles fósiles –principalmente carbón– es tan vasto que
si la quema continúa, las opciones de mitigación actualmente
factibles, como la reducción moderada de las tasas de emisión de
CO2,
el secuestro limitado y la reforestación, tendrán un efecto
insignificante en la concentración atmosférica final de
CO2 (Caldeira
& Kasting, 1993; Matthews & Caldeira, 2008). Incluso si las
políticas de mitigación del cambio climático reducen las tasas de
emisión de CO2,
las concentraciones atmosféricas de CO2 continuarán
aumentando hasta que las emisiones caigan a la tasa de eliminación
natural. Gran parte del CO2 emitido
permanece en la atmósfera siglos o incluso milenios después de su
liberación. Archer (2005) sugiere que 300 años es un buen promedio
de la vida media para el CO2 y
que el 17–33% del CO2 permanecerá
en la atmósfera 1.000 años después de su emisión. Montenegro,
Brovkin, Eby, Archer y Weaver (2007) sugieren que el carbono liberado
puede permanecer en la atmósfera un promedio de 1.800 años o más.
De acuerdo con Archer & Brovkin (2008 p. 283): “La recuperación
final tiene lugar en escalas de tiempo de cientos de miles de años”.
Los efectos de la quema de combustibles fósiles son irreversibles en
una escala de tiempo relevante para los humanos.
Con
la futura inestabilidad climática ya asegurada en el sistema por la
reciente actividad humana, lo más probable es que volvamos a la
volatilidad climática del Pleistoceno. El cambio climático afectará
adversamente a la agricultura de varias maneras, incluyendo el
aumento del nivel del mar, temperaturas medias más altas, calor
extremo, cambios en los patrones de precipitaciones y la pérdida de
polinizadores. Los cambios menos comprendidos incluyen los efectos
sobre las plagas agrícolas, la composición del suelo y la respuesta
en el crecimiento de los cultivos al aumento de los niveles de CO2.
La
posible volatilidad del clima si la Tierra vuelve al régimen
climático de los últimos miles de años del Pleistoceno. La
agricultura era imposible en el pasado debido a la inestabilidad
climática y es probable que vuelva a ser imposible si vuelven a
darse condiciones similares.
El
aumento de la volatilidad climática podría ocurrir muy pronto.
Según Batissti (citado en Wallace-Wells,
2017):
Para
el 2050, en un escenario típico de emisiones moderado, se está
viendo una duplicación de la volatilidad de los cereales en las
latitudes medias. En lugares como China, Estados Unidos, Europa,
Ucrania –los graneros del mundo– la volatilidad de un año a
otro sólo por la variabilidad natural del clima a una temperatura
más alta va a ser mucho mayor. El impacto en los cultivos va a ser
cada vez mayor.
La
capacidad de la agricultura para adaptarse al cambio climático
dependerá de la rapidez de los cambios, así como de su gravedad.
El cultivo intensivo de alta tecnología en la escala masiva
requerida para soportar miles de millones de personas más será
prohibitivamente costoso solo en términos de la energía requerida.
La viabilidad de trasladar masivamente los cultivos al norte para
evitar temperaturas más cálidas es limitada debido a la mala
calidad de los suelos en lugares como el norte de Canadá y Rusia.
Además, las fluctuaciones de temperatura serán mayores hacia los
polos. Por ejemplo, aunque los veranos más largos en Groenlandia
han aumentado la temporada de cultivo en dos semanas, se están
volviendo más secos y las precipitaciones se han vuelto más
impredecibles, con efectos adversos para los cultivos y el ganado
(Kintisch,
2016).
El
aumento del nivel del mar será un factor de estrés importante para
la producción agrícola con la pérdida de tierras agrícolas y el
aumento de la salinidad debido a las mareas de tormenta. Según
Hansen et
al. (2016)
durante el último periodo interglacial, hace unos 140.000 años, la
tierra era alrededor de 1 °C más caliente que hoy en día y los
niveles del mar eran 6-9 metros más altos con evidencia de
tormentas extremas. Su modelización implica que un calentamiento de
2 °C causaría una eventual detención de la corriente del
Atlántico Norte, un derretimiento del hielo en los océanos
Atlántico Norte y Sur causando mayores gradientes de temperatura y
tormentas más graves, y un aumento del nivel del mar de varios
metros en un lapso de tiempo muy corto de 50-150 años. Fischer et
al. (2018
p. 474) explican:
Un
calentamiento global promedio de 1-2 °C con una fuerte
amplificación polar ha estado acompañado en el pasado por cambios
significativos en las zonas climáticas y la distribución espacial
de los ecosistemas terrestres y oceánicos. El calentamiento
sostenido a este nivel también ha llevado a reducciones
sustanciales de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida,
con aumentos del nivel del mar de al menos varios metros en escalas
de tiempo milenarias.
Wallace
Broecker ha llamado a la circulación termohalina oceánica “el
talón de Aquiles del sistema climático”. Estima que si no fuera
por el rumbo actual de esta circulación, las temperaturas promedio
de invierno en Europa caerían 20 grados o más. Según advierte
(citado en Smith,
2019):
Seguramente
existe la posibilidad de que la actual acumulación de gases de
efecto invernadero pueda desencadenar otra de estas reorganizaciones
oceánicas y, por lo tanto, los cambios atmosféricos asociados. Si
esto sucediera dentro de un siglo, en un momento en que estemos
luchando por producir suficientes alimentos para alimentar a la
población proyectada de 12.000 a 18.000 millones de personas, las
consecuencias podrían ser devastadoras.
Otra
amenaza para la agricultura, en parte debida al cambio climático,
es la pérdida de polinizadores que ya está en marcha (United
Nations, FAO, 2019).
El
aumento de las temperaturas tendrá un efecto devastador en la
productividad agrícola, especialmente dada la sensibilidad de los
granos a las temperaturas extremas. Se estima que el 60% de las
calorías consumidas por los humanos provienen de solo tres granos:
maíz, arroz y trigo. El modelo desarrollado por Battisti &
Naylor (2009 pp. 240-241) indica una probabilidad superior al 90 %
de que las temperaturas medias del período de cultivo superen las
temperaturas estacionales más extremas registradas entre 1900 y
2006 para la mayoría de los trópicos y subtrópicos. Durante el
calor récord en Europa en el verano de 2003, la producción de maíz
disminuyó un 30% en Francia y un 36% en Italia. Un estudio
realizado en 2008 reveló que el sur de África podría perder el
30% de su cosecha de maíz para 2030 debido a los efectos negativos
del cambio climático. Las pérdidas de las cosechas de maíz y
arroz en el sur de Asia también podrían ser significativas
(Lobell et
al.,
2008).
El
cambio climático exacerbará la inestabilidad social y política.
Es difícil establecer una relación directa de causa y efecto entre
el cambio climático y el conflicto social, pero las correlaciones
dan que pensar (Burke, Hsiang, & Miguel, 2015). Las guerras en
Dafur y Siria y las migraciones masivas del norte de África se han
vinculado con las sequías. El climatólogo Michael Mann ha
observado: “El levantamiento sirio fue impulsado por otra sequía
que fue la peor de la que se tenga registro: el paleorregistro
sugiere que fue la peor en 900 años. La sequía es algo serio, está
detrás de muchos de los conflictos que vemos” (citado
en Wallace-Wells,
2017).
A medida que se acelere el cambio climático, las migraciones serán
impulsadas no solo por la sequía, sino también por el aumento del
nivel del mar y la inhabitabilidad de gran parte del sur de Asia y
Medio Oriente debido a las temperaturas extremas. Clark et
al. (2016
p. 363) escriben: “Dado que el calentamiento del final de la
glaciación condujo a una profunda transformación de la Tierra y de
los sistemas ecológicos, el calentamiento proyectado de 2,0-7,5 °C
por encima de las condiciones ya cálidas del Holoceno (a ritmos
mucho más rápidos que los experimentados durante el fin de la
glaciación) también remodelará la geografía y la ecología del
mundo”. La migración masiva y los conflictos resultantes por el
agua y los alimentos probablemente desestabilizarán las sociedades
futuras.
¿La
transición a la caza y la recolección será el resultado de un
colapso catastrófico de la civilización o de una contracción
semi-ordenada? Se pueden dar sólidos argumentos para prever un
repentino colapso catastrófico y una masiva mortandad del Homo
sapiens (Ehrlich
& Ehrlich, 2013; Morgan,
2009;
Spratt & Dunlop, 2019). Un reportaje de la BBC sobre el colapso
de la civilización (BBC,
2019)
explica que:
Las
sociedades del pasado y del presente no son más que sistemas
complejos compuestos por personas y tecnología. La teoría de los
“accidentes normales” sugiere que los sistemas tecnológicos
complejos suelen dar lugar a fallos. Por lo tanto, el colapso puede
ser un fenómeno normal para las civilizaciones, independientemente
de su tamaño y complejidad. Puede que ahora estemos más avanzados
tecnológicamente. Pero esto da pocos motivos para creer que somos
inmunes a las amenazas que desataron nuestros antepasados. Nuestras
nuevas habilidades tecnológicas añaden incluso nuevos desafíos sin
precedentes a la mezcla. Y aunque nuestra escala sea ahora global, el
colapso parece ocurrir tanto a los imperios en expansión como a los
reinos en ciernes. No hay razón para creer que un tamaño mayor es
una armadura contra la disolución de la sociedad. Nuestro sistema
globalizado, fuertemente acoplado, es, si acaso, más probable que
haga que la crisis se extienda.
El colapso no es
un prerrequisito necesario para un futuro cazador-recolector para
nuestra especie. Nuestra especie puede evitar el colapso y tener
algún tipo de contracción semi-ordenada de la población humana y
de nuestro impacto en la biosfera. De una manera u otra, con el
estrés ambiental en la agricultura por el futuro cambio climático y
la inevitable disminución de la producción de alimentos, el número
de humanos en el planeta se reducirá drásticamente en los próximos
siglos. A medida que las poblaciones humanas se reduzcan y la
producción de granos se vuelva problemática, las sociedades
estatales tal como las conocemos serán cada vez más difíciles de
mantener. Esto será bueno para el planeta y para el bienestar humano
individual. Scott (2017) argumenta que en el pasado la gente común
estaba mejor tras los colapsos de las sociedades estatales. Afirma
que el período desde la primera aparición de los estados hasta su
completa hegemonía unos 5.000 años después fue una “edad de oro
de los bárbaros”. Los bárbaros tenían la autonomía para
dedicarse a una agricultura limitada, a la recolección y caza, y
tenían la oportunidad de tomar parte del botín del Estado a través
de incursiones y saqueos. Los bárbaros, según Beckwith (2009 p. 76,
citado en Scott pp. 232-233):
Estaban en general mucho mejor alimentados y llevaban una vida más fácil y larga que los habitantes de los grandes estados agrícolas. Había una constante fuga de pueblos que escapaban de China a los reinos de la estepa oriental, donde no dudaban en proclamar la superioridad del estilo de vida nómada. Del mismo modo, muchos griegos y romanos se unieron a los hunos y a otros pueblos en Centroeuropa, donde vivieron mejor y fueron tratados mejor que en su país.
Se puede prever
una disminución relativamente lenta de la producción de alimentos a
medida que el cambio climático se haga más y más pronunciado, y
una disminución de la población y de la producción económica. La
disminución del superávit económico limitará cada vez más la
capacidad de los estados para mantener su monopolio sobre la
violencia y su capacidad para controlar a la población. Puede que
sea poco probable, pero si los efectos del cambio climático son
suficientemente graduales, puede ser posible un aterrizaje suave en
una economía no agrícola.
El cerebro humano
se ha estado reduciendo rápidamente desde la agricultura, (de 1.500
cc a 1.350 cc). Este hecho está bien documentado y es independiente
de la raza, el sexo y la ubicación geográfica. Por ejemplo,
Henneberg (1988, p. 395) escribe sobre la disminución de la
capacidad craneal en Europa y el norte de África durante el
Holoceno:
Tanto para los hombres como para las mujeres la disminución a través del tiempo es suave, estadísticamente significativa e inversamente exponencial. Una disminución de 157 cc (9,9% del valor mayor) en los varones y de 261 cc (17,4%) en las hembras es considerable, del orden de magnitud comparable a la diferencia entre los promedios de H. erectus y H. sapiens sapiens.
Si
nuestros cuerpos se hubieran encogido al mismo ritmo que nuestros
cerebros, el humano promedio tendría 1,2 m de altura y pesaría 29
kilos (http://superscholar.org/shrinking-brain/).
De acuerdo con Hawks
(2011) la
disminución del tamaño del cerebro durante los últimos 10.000 años
es casi 36 veces la tasa de aumento durante los 800.000 años
anteriores. No hay evidencia de que seamos igual de inteligentes, o
incluso más inteligentes, porque nuestros cerebros se hayan
optimizado para ser más eficientes. No hay evidencia de que el
cerebro humano se haya vuelto más complejo a medida que se ha
encogido.
Para
empeorar las cosas, hay pruebas de que los altos niveles de
CO2 provocan
una disminución de la capacidad cognitiva. Un
estudio reciente encontró
un declive del 15% en la capacidad cognitiva cuando los niveles de
CO2 alcanzaron
las 950 ppm y un declive del 50% cuando alcanzaron las 1.400 ppm. Los
niveles ambientales de CO2 probablemente
alcanzarán las 1.000 ppm en algún momento del próximo siglo.
Sin
la bonanza de los combustibles fósiles del siglo XX, y dada la
futura inestabilidad climática, la escasez de agua y los suelos
degradados, la agricultura de granos a gran escala será imposible en
los próximos 100-200 años. Los principales cultivos de los que
dependemos ya están mostrando signos de estrés debido al cambio
climático. Aproximadamente la mitad de la población mundial depende
del arroz como principal fuente de calorías (Nguyen,
2005).
La producción de arroz se verá afectada por la subida del nivel del
mar y el aumento de la temperatura media. El aumento de las
temperaturas provoca un aumento de la esterilidad de las plantas de
arroz y una mayor pérdida neta de energía durante la noche porque
las plantas son más activas que a temperaturas más altas. Kucharik
y Serbin (2008) estimaron que cada aumento adicional de 1 °C en la
temperatura de verano provocaría una disminución de la producción
de maíz y soja en un 13% y un 16%, respectivamente. El trigo también
se está viendo afectado negativamente por el cambio climático. Un
modelo de simulación realizado por Asseng, Foster, y Turner (2011),
utilizando datos australianos, encontró que las variaciones en las
temperaturas medias de la temporada de cultivo de 2 °C pueden causar
reducciones en la producción de grano del 50 %.
Supongamos que se
produce un descenso precipitado de la población humana y que nuestra
especie se caracteriza de nuevo por bandas aisladas de
cazadores-recolectores. ¿Regresaría la agricultura nuevamente?
Probablemente no, porque:
-
las temperaturas serían demasiado inestables para soportar los principales cultivos de granos;
-
las variedades de arroz, trigo y maíz que se cultivan actualmente no podrían sobrevivir sin ayuda humana y desaparecerían, y
-
los cazadores-recolectores humanos del Pleistoceno no eligieron la agricultura y es poco probable que lo hagan en el futuro (Gowdy & Krall, 2014
Se
han realizado varios experimentos naturales a
raíz de las consecuencias imprevistas del abandono de grandes áreas
por parte de los humanos. La tierra contaminada alrededor de
Chernobyl y Fukushima, Japón, es ahora abundante en fauna y flora,
así como la tierra
de nadie desmilitarizada
entre Corea del Norte y Corea del Sur. Cuando la dominación humana
de la naturaleza termina, el mundo biológico tiene una asombrosa
capacidad de curarse a sí mismo. ¿Qué quedará de la naturaleza en
el siglo XXII y más allá? Probablemente lo suficiente para mantener
una población de cazadores-recolectores humanos. La rápida
evolución ocurrirá en nuevos territorios.
La recuperación de plantas y animales dependerá de la severidad de
los impactos del cambio climático en el mundo biológico, por
ejemplo, la cantidad de tierra habitable después de la subida del
nivel del mar y el incremento de temperaturas regionales letales.
Dada la resistencia de la naturaleza cuando se elimina la presión
humana, hay razones para ser optimistas. Habrá cierta mortandad de
fauna silvestre en el período de la contracción –hay un número
masivo de armas de fuego en el planeta– pero el factor limitante
será la munición, que se agotará rápidamente. La mayoría de
ellas se usarán contra otros humanos si la Historia sirve de guía.
El
análisis económico estándar no es de utilidad en las valoraciones
políticas sobre los efectos a muy largo plazo del cambio climático.
Su perspectiva de valoración es la de un individuo egoísta tomando
decisiones en el presente inmediato. Cualquier tasa de descuento
positiva reducirá los beneficios calculados a largo plazo de la
mitigación del cambio climático (costos evitados) a casi cero.
Además, la teoría estándar y las recomendaciones políticas
basadas en el estudio de las preferencias humanas
casi siempre se basan en las preferencias de los occidentales que
viven en la economía de mercado. Henrich et
al. (2010)
documentaron los sesgos de las encuestas de preferencias y
concluyeron que las personas en las sociedades WEIRD (occidentales,
educadas, industriales, ricas y democráticas) tienen una visión del
mundo que es atípica en términos de la mayoría de las culturas
humanas.
Si
se nos da tan mal determinar las preferencias de los seres humanos
que viven hoy, ¿cómo podemos conocer las preferencias de aquellos
que vivirán cientos de años en el futuro? La economía, o incluso
la ciencia, no pueden
utilizarse para responder a cuestiones de ética y juicios de valor.
Como afirman Clark et
al. (2016
p. 366): “Una evaluación de los riesgos del cambio climático que
sólo considere los próximos 85 años [hasta el 2100] de impactos
del cambio climático no proporciona información esencial a las
partes interesadas, al público y a los líderes políticos que, en
última instancia, serán los encargados de tomar decisiones sobre
las políticas en nombre de todos, con impactos que durarán
milenios”.
Diversas
iniciativas que sean ampliamente discutidas podrían reducir el
impacto humano en la naturaleza y mejorar nuestras posibilidades de
supervivencia a largo plazo después del colapso o del declive
gradual. Si volvemos a la caza y la recolección en algún momento en
el futuro, estas políticas facilitarán la transición y mejorarán
las perspectivas de supervivencia de nuestros descendientes.
El
objetivo del proyecto de la rewilding [N.
del E.: en castellano aún se no se ha fijado el término traducido y
se usan resilvestración, renaturalización y resalvajización]
es proteger y restaurar los grandes ecosistemas centrales y las áreas
silvestres existentes y establecer corredores entre ellos (MacKinnon,
2013; Monbiot, 2014). Los proyectos incluyen la iniciativa de
conservación de Yellowstone a Yukón, el Cinturón Verde Europeo a
lo largo de la antigua frontera del telón de acero y la iniciativa
Buffalo Commons para las grandes llanuras americanas. La belleza de
estos proyectos es que, en su mayor parte, requieren poca inversión,
excepto para las regulaciones y servidumbres y la recopilación de
información científica y el monitoreo. Una vez establecidos, la
naturaleza se encarga de los detalles. Un ejemplo de la resiliencia
de la naturaleza es el efecto en cascada de la introducción de los
lobos en el Parque de Yellowstone en 1995, setenta años después de
que fueran exterminados. Se produjeron numerosas cascadas
ecológicas positivas
e imprevistas, incluyendo aumentos en las poblaciones de castores que
crearon hábitats para aves, nutrias y alces. La presencia de lobos
redujo las poblaciones de coyotes causando un aumento en el número
de pequeños mamíferos que a su vez aumentó el número de búhos,
zorros y tejones.
Siempre que la
conversación gira en torno a mantener la naturaleza salvaje, algunas
personas inmediatamente se lanzan al ataque con “¿Qué pasa con la
gente? Se preocupan más por la naturaleza que por los humanos”.
Pero el “rewilding” [resalvajización] no trata de mantener fuera
a los humanos, sino de mantener fuera a los mercados y a la economía
industrial. El conflicto inherente es entre la naturaleza y la
explotación económica, no entre la naturaleza y las personas.
Reconectarse con la naturaleza nos hace más humanos, no menos.
La
población humana se acerca ahora a los 8.000 millones de personas.
Está creciendo a un ritmo anual del 1,1%, añadiendo unos 83
millones de personas al año. Las proyecciones a largo plazo son muy
especulativas y muestran desde un crecimiento desbocado hasta una
caída de la población hasta
los 2.300 millones en 2300.
La visión más aceptada del crecimiento de la población es la
llamada transición
demográfica.
Si los ingresos siguen aumentando en la mayoría de los países y las
personas más ricas tienen menos hijos, entonces la población
mundial debería alcanzar un máximo de entre 9.000 y 11.000 millones
de personas hacia el año 2100. Pero algunas estadísticas recientes
sugieren que su punto de vista podría ser erróneo. En Europa,
durante los últimos 10 años aproximadamente, las tasas de
fertilidad han ido aumentando. En África, las tasas de fertilidad
cayeron durante algunos años, pero ahora se han estabilizado en
torno al 4,6 en lugar de seguir bajando como predice la transición
demográfica.
Por
supuesto, el efecto del crecimiento de la población humana en la
naturaleza es complicado y depende no sólo de la cantidad de
personas, sino también del uso de energía y materiales y de la
tecnología. Como Paul y Anne Ehrlich, Herman Daly y otros defensores
del control de la población han argumentado durante mucho tiempo, la
población, el consumo excesivo y las tecnologías destructivas son
todos culpables de la destrucción de la naturaleza tal y como la
conocemos (Daly,
2012;
Ehrlich & Ehrlich, 1990). La disminución de la población humana
debería venir de una estrategia coordinada de planificación
familiar, empoderamiento femenino e igualdad económica. Sin embargo,
todos los problemas a los que nos enfrentamos se ven exacerbados por
el crecimiento de la población. Como dice Paul Ehrlich
Resolver
el problema de la población no va a resolver los problemas del
racismo, el sexismo, la intolerancia religiosa, la guerra o la gran
desigualdad económica. Pero si no se resuelve el problema de la
población, no se resolverá ninguno de esos problemas.
7.3.
Proteger las culturas tradicionales que quedan en el mundo
La supervivencia
a largo plazo de una especie depende de su capacidad de adaptación a
medida que cambian las condiciones ambientales. Como la evolución
funciona en poblaciones, no en individuos, la adaptabilidad depende
de que haya suficiente variedad dentro de las poblaciones. Aunque nos
puede parecer que la diversidad humana está aumentando a medida que
más culturas y razas diferentes están presentes en lugares
específicos. Globalmente, sin embargo, las culturas humanas se están
homogeneizando a medida que el resto del mundo adopta los valores y
la forma de vida de la sociedad WEIRD (Henrich, Heine, &
Norenzayan, 2010).
En vista de los
inminentes cambios sociales y ambientales que enfrentamos, esto hace
que sea si cabe más importante apoyar y proteger las culturas
indígenas que aún quedan en el mundo y que tienen la capacidad de
vivir más allá de los confines de la civilización moderna. Todavía
existen sociedades humanas que tienen poco contacto con el mundo
exterior. Estos grupos pueden ser los únicos humanos que tengan las
habilidades necesarias para sobrevivir a un apocalipsis climático /
social / tecnológico.
El
cambio climático ha sido uno de los principales impulsores de la
evolución biológica y social de la especie humana. Durante
aproximadamente el 97% de nuestra existencia vivimos como
cazadores-recolectores en el Pleistoceno, una época geológica
caracterizada por cambios climáticos extremos de glaciaciones a
períodos cálidos. La agricultura, quizás la mayor transición
evolutiva social de nuestra historia, fue posible gracias al clima
inusualmente cálido y estable del Holoceno. Esa estabilidad
climática ya está siendo socavada por el CO2 de
los combustibles fósiles inyectado en la atmósfera por la economía
industrial. El sistema climático se verá desbordado si seguimos
quemando combustibles fósiles durante unas pocas décadas más. Sin
la estabilidad climática y la energía barata y abundante del siglo
XX, es poco probable que la agricultura sea posible en el siglo XXI y
más allá. La civilización se derrumbará o desaparecerá
gradualmente en los próximos siglos.
El hecho de que
sea probable que la civilización termine no significa que debamos
renunciar a la mitigación del cambio climático, a cambiar
radicalmente el sistema de agricultura industrial del mundo, a la
justicia social o al resto de una agenda política progresista.
Nuestras perspectivas de supervivencia mejorarán drásticamente si
mantenemos los aumentos de temperatura en 3 °C, en lugar de 6-8 °C,
instituyendo políticas sociales y ambientales para reducir los
peores impactos del cambio climático. A largo plazo, la perspectiva
de volver a un modo de vida de caza y recolección es tremendamente
optimista en comparación con las distopías tecnológicas previstas
por muchos autores de ciencia ficción y filósofos sociales. Cada
característica que nos define como especie —compasión por los
demás, inteligencia, previsión y curiosidad— evolucionó en el
Pleistoceno (Shepard, 1998). Nos convertimos en humanos siendo
cazadores y recolectores y podemos recuperar nuestra humanidad cuando
volvamos a esa forma de vida.
(Publicado
originalmente en Science
Direct bajo licencia
CC.
Traducción de Moisès
Casado revisada
por Manuel
Casal Lodeiro.)
El autor desea
agradecer a Ken Blumberg, Faye Duchin y Kathleen Keenan sus útiles
comentarios sobre un borrador anterior.
N.
del T.: La palabra descivilización proviene
de Uncivilization:
The Dark Mountain Manifesto
de Paul Kingsnorth y Dougald Hine. Los
ocho principios de la Uncivilization rezan
así:
-
Vivimos en un momento de desintegración social, económica y ecológica. En torno nuestro se acumulan las señales de que todo nuestro sistema de vida será historia pasada dentro de poco. Queremos afrontar esta realidad de forma honesta y aprender a convivir con ella.
-
Rechazamos la creencia en que la crisis multidimensional de nuestro tiempo puede reducirse a una serie de ‘problemas’ susceptibles de resolverse mediante soluciones políticas o tecnológicas.
-
Creemos que las raíces de esta crisis se encuentran en las historias que nos hemos estado contando a nosotros mismos. Pretendemos poner en entredicho los mitos sobre los que se basa nuestra civilización: el mito del progreso, el mito de la centralidad humana, y el mito de nuestra separación respecto de la ‘naturaleza’. Estos mitos son tanto más peligrosos cuanto que hemos olvidado que se trata de mitos.
-
Queremos reavivar el papel de la tradición oral y la narración como algo más que mero entretenimiento, pues es a través de las historias como tejemos la realidad y nos entretejemos en ella.
-
Los seres humanos no son el fin último de este planeta. Nuestro arte comenzará con un intento de salir de la burbuja humana. Mediante nuestra cuidadosa atención, vamos a restablecer el diálogo con el mundo no humano.
-
Celebraremos la escritura y el arte que arraigan en un lugar y se basan en un sentido del tiempo. Nuestra literatura ha estado dominada durante demasiado tiempo por los que habitan en las ciudadelas cosmopolitas.
-
No vamos a extraviarnos creando teorías o ideologías. Nuestras palabras van a ser muy elementales, y escribiremos con tierra debajo de las uñas.
-
El fin del mundo tal y como lo conocemos no es el fin del mundo. Juntos encontraremos la esperanza más allá de la esperanza, los caminos que nos conducirán hacia el mundo desconocido que se encuentra ante nosotros.
Un
espléndido ensayo de este autor es Ecología
oscura. Buscando certezas en un mundo pos-verde,
traducido por Sara Plaza y publicado inicialmente en el blog
(desaparecido) Civallero
& Plaza el
21 de mayo de 2013. El texto original apareció en el número de
enero/febrero de 2013 de la revista Orion.
[1]
El número del Pleistoceno superior se basa en estimaciones de
Kaplan, Lancaster, y Hurtado, (2000) para cazadores-recolectores
contemporáneos. Las estimaciones de la esperanza de vida son
notoriamente difíciles de comparar debido a las diferencias en la
mortalidad infantil, los efectos de las guerras y las epidemias, y
toros factores locales.
[2]
Los escenarios alarmistas no deben descartarse sin más. El
modelo climático del MIT predice
una probabilidad del 10% de un calentamiento de 7 °C sin una
política agresiva de cambio climático. Esta baja probabilidad no
significa probabilidad
cero y
la posibilidad debe considerarse en políticas prudentes de cambio
climático.
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