Analizamos
aquí la 2ª edición (2018) de una obra que se convertirá, si
no lo es ya, en un clásico del ecologismo. Los dos volúmenes son un
resumen de la historia
de la humanidad y
de nuestra relación con la biosfera, prestando especial
atención a la energía: generación,
uso, almacenamiento. Esto es importante porque “la energía marca
uno de los límites de las organizaciones sociales posibles” y ha
tenido y tiene un papel relevante en la evolución humana y en el
tipo de sociedades. La energía y la complejidad de cualquier sistema
(o sociedad) están íntimamente relacionadas.
Las
energías renovables tienen múltiples ventajas,
pero el mundo rico se basa en tecnologías complejas y, como dice el
libro, “las
tecnologías complejas son intrínsecamente insostenibles, (…)
tienen impactos insoslayables sobre la vida (…) y no son
universalizables”, por lo que también generan desigualdad. Para estos autores, todo esto produce “sociedades basadas en
la dominación”
y, además, “el capitalismo global
es la forma culminante de la civilización dominadora y, a su vez, la
que está generando su colapso”.
Este
compendio se divide en cuatro
partes:
a)
historia antes del uso masivo de combustibles fósiles (capítulos 1
a 4);
b)
historia basada en esos combustibles (cap. 5 y 6);
c)
el siglo XXI (cap. 7 y 8);
d)
probables escenarios futuros de la humanidad (cap. 9).
Las
dos últimas partes se recogen en el Volumen
II.
Veamos
un resumen por capítulos. Pero atención, los propios autores
advierten del error de calificar el texto como “pesimista” pues
depende del punto de vista: “el colapso del sistema
urbano-agro-industrial puede llegar a ser un alivio para partes
importantes de la humanidad y, desde luego, para el resto de seres
vivos”.
1.
Paleolítico: sociedades opulentas, pacíficas y sostenibles
Las
primeras sociedades humanas eran cazadoras-recolectoras, pero los
autores prefieren llamarlas sociedades forrajeras porque
el consumo de carne era inicialmente más bien carroñero (no
cazaban) y bastante escaso: “alrededor del 80% de las calorías
ingeridas pudieron ser de origen vegetal” según algunos
estudios. Harari explica
muy bien en su libro Sapiens lo
que supuso para los humanos el salto de carroñeros a cazadores.
Hay
bastante consenso en que, desde que el ser humano salió de África,
allí donde llegaba, se extinguían algunas especies. Sin embargo, a
nivel más particular esas sociedades convivían
“en equilibrio con los ecosistemas” y eran sociedades
opulentas porque
necesitaban recursos que estaban suficientemente disponibles. Por
otra parte, trabajaban
entre 2 y 6 horas al día,
aunque para ellos no era trabajar. “Para muchos pueblos forrajeros
contemporáneos la palabra para designar trabajo y juego es la
misma”.
Comparemos
esas 2-6 horas con las 6.75 horas de trabajo de las sociedades
horticultoras, las 9 en las agrícolas y las 8-12 en las
industriales. Ni siquiera los avances
tecnológicos actuales han
conseguido reducir mucho las horas
de trabajo diarias (a
pesar de las magníficas
consecuencias que
ello tendría).
En
estas sociedades paleolíticas, “todos los integrantes del grupo
dependían del colectivo” y “su economía se basaba en la
donación y la reciprocidad”. Eran sociedades
igualitarias,
porque “todos los miembros se dedicaban a la consecución de los
alimentos y bienes que necesitaban”, porque no tenían gran
capacidad de acumulación (eran nómadas) y porque “no
consideraban que la tierra les perteneciese”.
No obstante, pudieron existir microjerarquías pero manteniendo
un peso social similar de los dos sexos, aunque cada sexo fuera
tomando roles cada vez más diferentes (hombres para la caza mayor,
mujeres para recolectar y criar). Pudieron existir, sin duda,
enfrentamientos aislados pero no guerras. No hay indicios de guerras,
ni siquiera en pinturas rupestres.
La
energía de nuestros ancestros
Para
que una fuente
energética pueda
usarse hacen falta 3 requisitos:
i)
que existan los convertidores adecuados (tecnología);
ii) que
se pueda utilizar en el lugar en el que se necesita (o se transporta
la energía o la industria);
iii) que
esté disponible en el momento en el que se necesite (o que se
almacene). Pero en aquella época las necesidades energéticas eran
mínimas y aquellas sociedades obtenían lo que necesitaban con
facilidad, a pesar de que el
cerebro humano requiere mucha energía.
Pensemos que los vegetales tienen poca energía acumulada, pero los
cereales, las legumbres y las semillas tienen más
energía que la carne.
Una
de las principales formas de energía de esta época es el fuego,
utilizado de forma generalizada desde hace al menos 200.000 años. El
fuego ha permitido comer más alimentos al poder cocinarlos,
conservarlos mejor (ahumado, secado…) y reducir las enfermedades.
El Homo
sapiens “es
la única especie capaz de apropiarse de energía externa
(exosomática)”. Por supuesto, también usó la energía
solar directa
para iluminarse y calentarse, pero al ser fuentes de energía no
almacenables de forma masiva, la acumulación de poder quedó
limitada.
El
consumo de energía en estas sociedades fue realmente mínimo si
lo comparamos con sociedades posteriores. Eso supuso poner un límite
a la capacidad de evolución. “Durante cientos de miles de años,
no existió un impulso hacia el cambio: la supervivencia dependía,
precisamente, de la estabilidad, del equilibrio”. Sin embargo, el
control del fuego y el uso de herramientas “significaron pasos
de muy difícil vuelta atrás (…).
Este tipo de elecciones sin retorno serán comunes en la historia de
la humanidad”. De hecho, Harari opina
en su libro Sapiens que
la agricultura es “el mayor fraude de la historia”, porque
esclavizó al ser humano al cuidado de unas pocas plantas, empeorando
su dieta y su calidad de vida, y encima de forma tan paulatina que
imposibilitó deshacer el error.
Hay
dos grandes revoluciones energéticas que suelen pasar desapercibidas
desde el punto de vista de la energía: el inicio de agricultura y
ganadería por un lado y, por otro, el uso de animales de tiro y la
explotación de la fuerza humana por parte de una minoría. Ambas
permitieron transportar y almacenar energía para usarse cuando fuera
deseada.
Como
también sugiere Harari, la
agricultura significó trabajar más y reducir la salud debido
a comer alimentos menos variados, a enfermedades transmitidas por los
animales, a contaminación del agua y a epidemias al concentrar la
población. “La agricultura no fue inevitable, sino una elección
en un contexto complicado” pues, al parecer, la agricultura
surgió en distintos lugares del mundo debido a un incremento de la
población unido a cambios climáticos (sequías), pero “cuando las
condiciones climáticas volvieron a los parámetros pretéritos,
muchas de estas sociedades no retornaron las prácticas forrajeras que
habían olvidado”.
Todo
comenzó con las plantas más nutritivas y con los animales más
dóciles. Las especies que se domesticaron obtuvieron beneficios
(mutualismo) o no tuvieron desventajas significativas (comensalismo),
como especie, porque como individuos la ganadería supuso el inicio
de un maltrato
animal sistemático (incluso
para obtener huevos y lácteos).
“La Revolución Agrícola no fue solo obra humana”, sino que
colaboraron algunas especies vegetales y animales, que aumentaron
(aún más) el sedentarismo y el crecimiento poblacional, con lo cual
la vuelta a sociedades forrajeras fue
imposible.
Los
autores definen agricultura
y ganadería como una mejora para el Homo
sapiens en
la forma de captar y almacenar energía para uso humano.
Para ello, se deforestaron bosques, se desviaron cursos de agua, se
erosionó la tierra… e incluso se modificaron especies hasta el
punto de hacerlas dependientes del ser humano e inexistentes en la
naturaleza (gallinas, vacas…). También se han reducido los bosques
y se han alterado los ciclos naturales (por ejemplo, con el aumento
de las plantaciones de arroz ha aumentado la emisión de metano). El
ganado multiplicó la potencia de trabajo pero obligó a conseguir
más alimento aún, para los animales. Más tarde, la metalurgia
obligó a un mayor consumo de energía (talando árboles).
“La
sedentarización también permitió una mayor acumulación
de objetos,
lo que potencialmente facilitó sociedades
más desiguales“.
En ese contexto surgió el comercio primero y el dinero después, lo
cual mejoró la capacidad de cooperación humana, pero también se
volvieron más dependientes de la climatología y ello pudo generar
la percepción de una naturaleza “poco amigable”, lo cual generó
con el tiempo abusos ambientales, de los que hoy conocemos su
gravedad.
Los
datos sugieren que las
primeras sociedades agrarias continuaron siendo igualitarias entre
individuos de todo género, que el trabajo debió ser colectivo y
cooperativo, que los excedentes se gastaban en celebraciones que
nivelaban el nivel económico y que las guerras siguieron siendo algo
poco corriente.
Hace
unos 6.000 años, las
sociedades agrarias se empezaron a volver dominadoras, patriarcales,
violentas y dando la espalda a la Naturaleza,
creando ciudades y Estados. Todas esas características nacieron a la
vez. “Las élites tuvieron a su disposición mayores fuentes de
energía a través del esclavismo, la servidumbre y el uso de
animales para el trabajo”. La desigualdad y el comercio
(principalmente masculino), permitió mayor movilidad y la sensación
de “menor dependencia del colectivo”. Poco a poco, la sociedad se
fue haciendo más compleja y tomando más distancia con la naturaleza
y con sus semejantes, lo que permitió una relación de dominación,
la cual requiere distancia emocional respecto a lo dominado. Eso
ocurrió principalmente en algunos hombres, mientras el resto de la
comunidad (especialmente las mujeres) continuó con una identidad
relacional, equitativa.
“Mientras
las figuras de liderazgo anteriores redistribuían los recursos
colectivos equitativamente, las nuevas redistribuían los recursos
ajenos de forma desigual”.
En este paso a sociedades jerárquicas también influyó la escasez
en los recursos (por agotamiento, sequías…).
Una
vez establecidas las primeras sociedades basadas en la dominación,
se empezaron a expandir. Pero en el siglo XVII todavía la mitad de
la superficie terrestre estaba habitada por pueblos igualitarios
(Australia, gran parte de Norteamérica, Sudamérica y África…).
Esos pueblos han sido más pacíficos y menos explotadores, pues la
guerra es uno de los actos humanos que requiere de mayores cantidades
de materia y energía.
Sociedades
dominadoras: conquistar tierras y acumular riqueza
“Los
gobernantes tienen la capacidad de coacción sistemática mediante
herramientas militares, políticas, económicas e ideológicas”.
Los Estados han tendido a aumentar sus fronteras y su población, que
era vista como fuerza de trabajo (y aún hoy se ve así). La forma
más rápida de incrementar el poder era conquistar nuevas tierras,
que aportaran más energía al Estado.
Los
Estados han sido posibles gracias a la posibilidad de acumular
riqueza. Sin embargo, ha habido curiosas formas de evitarlo: en
Egipto hubo una moneda que se oxidaba, es decir, que se devaluaba
periódicamente, incitando así su uso y evitando el interés en
acumularlo. En la Edad Media europea se aplicaba el cambio de moneda
cada 5-6 años, con pérdidas del 25% para evitar la acumulación de
dinero. Dado
que acumular grandes cantidades de dinero perjudica a la sociedad, es
justo que se pague por ello.
La usura fue
condenada por muchos concilios cristianos y era mal vista o estaba
prohibida en India, China, por el judaísmo y por el Islam.
La
base energética de los Estados agrarios fue la biomasa, pero los
Estado dominadores necesitaron más energía. La
consiguieron esclavizando
o controlando animales y humanos.
Por todo el planeta se ha cumplido que a mayor uso de animales de
tiro, mayor desigualdad social. Pero atención, el control de humanos
comenzó con el dominio de los hombres sobre las mujeres.
Los
animales permitieron cultivar en tierras más áridas y aumentar la
potencia disponible para trabajar, moverse o para hacer la guerra. De
hecho, en América las formas de dominación fueron más lentas
porque allí no había animales adecuados para la domesticación, por
la extinción
de la megafauna.
También
se consiguió aumentar el trabajo gracias a otras
formas de energía (hidráulica,
eólica…) e inventos de ingeniería (molinos, mejoras en los barcos
de vela, palancas, poleas…).
Muchas sociedades
dominadoras colapsaron tras
un éxito temporal (al menos 24, entre las que el libro estudia el
Imperio romano y los Mayas). Las causas siempre son diversas, pero la
expansión continua no es posible
(Roma chocó con los persas, los bárbaros…), y no es sostenible
basar la economía en bienes expoliados, en el trabajo esclavo y en
abusar de la naturaleza. La fundición de plata del Imperio romano
consumió más de 500 millones de árboles en 400 años, deforestando
una superficie el doble del área de Portugal. En el colapso de Roma,
también influyó un cambio climático que redujo la productividad
agraria, guerras civiles e invasiones germánicas (que fueron más
bien migraciones masivas).
El
libro expone el caso de éxito de Papúa,
uno de los lugares donde surgió la agricultura, pero donde no se
cambió a una civilización dominadora (hasta que llegaron los
europeos). Fueron capaces de evolucionar en equilibrio con el
medioambiente y la población. Tenían mecanismos de control
poblacional incluyendo la abstinencia, el infanticidio, plantas y dar
el pecho durante dos años. Es evidente que una sociedad no
puede crecer
en población
indefinidamente sin que ello genere problemas.
Una
transformación asombrosamente rápida de la humanidad vino de la
mano del capitalismo.
El libro expone porqué no nació el capitalismo en China o en los
califatos islámicos. En Europa, las revueltas campesinas hirieron de
muerte al sistema feudal. En respuesta a esta crisis, se empezó a
desarrollar el capitalismo (siglos XV-XVI, aunque su madurez no llegó
hasta el XIX). “La búsqueda de más energía fue una respuesta a
la crisis del sistema feudal pero, a la vez, este incrementado flujo
energético fue un motor clave en la transición al capitalismo”.
El
capitalismo es un proceso “en el cual el dinero se utiliza
para crear
más dinero a través de la explotación de las personas y de la
naturaleza.
Como consecuencia de ello, el capitalismo genera una cooperación
social y ecosistémica asimétrica, en la que una clase sale
claramente beneficiada a costa del grueso de la población y del
resto de seres vivos”. A través del capitalismo y de las políticas
“la población perdió autosuficiencia”, viéndose muchos
abocados a encontrar un trabajo asalariado y a trabajar para otros.
Esta es mano de obra barata, pues procede de las personas más
empobrecidas expulsadas del campo. Esto tuvo el efecto secundario del
crecimiento de las ciudades.
En
esos siglos, la principal partida de gasto de muchos países fue la
guerra: en el siglo XVII, el gasto dedicado a guerras fue del 90% en
el caso de Holanda y el gasto militar británico fue similar a
principios del XIX. Para mejorar los rendimientos también se
esclavizaron personas y se les robaron las tierras y los recursos
(oro, plata…). Por poner dato, a comienzos del XVIII, España se
había apropiado de 1/3 de las tierras comunales indígenas en
América.
“No
existe un único capitalismo, sino que es un sistema con múltiples
caras” (véase nuestro capitalismo
sensato)
pero, resumiendo, la
síntesis del capitalismo es la ampliación de la cantidad de dinero.
Eso puede hacerse mediante la inversión de dinero (D) en maquinaria,
materiales, energía y trabajo para producir mercancías y/o
servicios (M) que, al venderse producen más dinero (D’). Eso se
representa con la fórmula D-M-D’ y ahí “el dinero no es un
medio de cambio, sino un fin en sí mismo. Cuando la circulación se
ajusta a la fórmula M-D-M’, donde el dinero es un medio para
conseguir el servicio o bien que se quiere, el sistema no es
capitalista. Así, la finalidad de la economía dejó de ser la
satisfacción de necesidades y deseos, lo que, en caso de ocurrir,
fue un producto secundario de la reproducción del capital”.
Quien
es capaz de cubrir más rápido el ciclo D-M-D’ aumenta su
competitividad y,
para ello, ayuda que exista disponibilidad permanente de fuerza de
trabajo. La competencia obliga a las empresas a mejorar su
rentabilidad y
eso las incita a innovar.
Para las empresas capitalistas lo importante es la plusvalía (la
diferencia entre D y D’). Cuando existe plusvalía en una empresa,
eso indica que sus trabajadores están cobrando menos que el valor
que están creando con su trabajo.
El
dinero que se guarda y no se invierte no es capital (si se deja en
los bancos sí
es capital). Para
que el capitalismo tenga fácil esa creación de dinero se recurre a
la explotación de las personas y de la naturaleza.
El capitalismo aprovecha el “trabajo” de la naturaleza porque es
algo imprescindible para la reproducción del capital. La naturaleza
no es solo una fuente de recursos, “sino la matriz donde se
desarrolla el capitalismo”.
Dentro
del capitalismo hay “una ingente cantidad de trabajos
de cuidados
que en muchos casos no generan plusvalías”, y el grueso de esos
trabajos los realizan las mujeres en los hogares. Además, todo el
sistema capitalista necesita unos ecosistemas que
puedan realizar sus funciones (depuración de agua, equilibrio
climático, fertilización del suelo…). “Todos esos trabajos son
imposibles de retribuir por el capital”: a principios del XXI el
trabajo humano no pagado estaría en el 70-80% del PIB mundial y el
de la biosfera en el 70-250%. Es decir, “mientras en las sociedades
pretéritas la explotación de la naturaleza y las personas era
optativa, en el capitalismo es inevitable para el sostén del
sistema”.
Por
otra parte, “quienes pueden movilizar las mayores cantidades de
capital tienen las de ganar”, de forma que “el capitalismo tiende
a acumular el capital en pocas manos, favoreciendo los monopolios”
y “cuanto más feroz es la competencia, antes se llega al
monopolio”.
El
capitalismo no funciona pagando al contado, sino que funciona
a través de contraer deudas para financiar la acumulación del
capital.
“Las deudas en el capitalismo significan traer una plusvalía que
se supone que se va a generar en el futuro al presente”. Eso
genera intereses que
hacen que prestar dinero sea muy lucrativo,
pero dado que es ganar dinero sin aportar apenas trabajo, la
usura estuvo prohibida durante la Edad Media.
“Cuando Enrique VIII de Inglaterra rompió con la Iglesia católica
(1545), también lo hizo con la prohibición del cobro de intereses,
al igual que lo harían la Iglesia protestante y la calvinista.
Posteriormente, la Iglesia católica se olvidaría de la persecución
de la usura, que había sido un pecado tan importante como el aborto
ahora”.
En
el sistema actual “no existe riqueza física real que respalde al
dinero existente. Si este se quisiese hacer efectivo, el sistema,
simplemente, colapsaría” (hay
más deuda que dinero para pagarla).
Si todo el mundo quisiese retirar su dinero del banco para guardarlo
o para gastarlo, sería un caos económico. “La historia del
capitalismo está plagada de rescates bancarios”, porque si
quiebran los bancos quiebra el motor del sistema capitalista: el
crédito y los medios de pago.
Fruto
de la competencia, cada vez se tiene que invertir más con unos
márgenes de beneficio menores. El sistema tiende a un crecimiento
constante de la producción (del crecimiento
económico,
del PIB)
pero el consumo de la clase trabajadora está limitado (si suben
mucho los salarios baja la plusvalía). Además, “el imperialismo
capitalista es inevitable”, crear nuevos mercados para crecer, como
sea. Esta
sobreproducción y sobreacumulación de capital requiere incrementar
el consumo energético y material, lo cual choca con los límites
ambientales y,
por tanto, las
crisis son inevitables.
Ante una crisis económica, el capitalismo tiende a huir hacia
adelante, acelerando su crecimiento.
Para
mantener el incremento de producción y consumo, se hace
imprescindible el crédito (traer
dinero del futuro). Es decir, el capitalismo empuja a endeudarse cada
vez más, lo que termina siendo insostenible (no
se pueden pagar todas las deudas),
y el sistema cae en crisis. La parte positiva de las crisis es que
permiten el saneamiento del capitalismo, la eliminación de parte de
la competencia y las deudas impagables.
Por
si fuera poco dramático, “el Estado capitalista no puede evitar
la corrupción“,
ya que los sobornos son económicamente rentables. Pero una de las
cosas más tristes es que en este proceso el
grueso de la población ha pasado a depender del mercado,
lo cual es, en el fondo, una pérdida de libertad (como bien explica
Harari).
“La
monetización de la economía y la salarización de la población
trajeron la aparición de la pobreza hasta
puntos nunca antes conocidos.
Por ello, el nacimiento del capitalismo estuvo acompañado por el del
vagabundeo en las ciudades”, donde hay una mayor desestructuración
social.
Se
llama «deuda
ecológica» a
los daños ambientales generados por una sociedad sobre un territorio
distinto al de esa sociedad. La deuda ecológica de las zonas ricas
se incrementó a costa de la explotación ambiental de zonas cada vez
más alejadas y que, además, no recibían una remuneración adecuada
al trabajo y al daño ecológico. Es lo que Naredo y Valero llamaban
la «regla
del notario»,
que explicaban así: en la primera fase de construcción de una casa
es cuando se producen los mayores impactos ambientales y, sin
embargo, los salarios son comparativamente más bajos.
Contrariamente, cuando la casa se inscribe en la notaría, los
impactos bajan y los pagos se disparan. Es decir, para que unos ganen
mucho otros tienen que ganar poco. Además, esos salarios serían
imposibles sin el trabajo de cuidados de las mujeres para garantizar
unos mínimos de vida. Se ha llamado «maldición
de la abundancia de recursos naturales» a
las consecuencias para algunos países de depender de la exportación
de muy pocos productos primarios.
Antes
del capitalismo, el poder estaba directamente ligado a la tierra
disponible, pero el capitalismo rompió esa correlación para cambiar
la tierra por el capital que se podía movilizar. España sufrió esa
ruptura durante la segunda mitad del siglo XVI, pues la industria se
focalizó en Holanda e Inglaterra y “España se vino abajo porque
era demasiado grande”. Estados más pequeños terminaron siendo más
competitivos.
Durante
los siglos XVI-XVIII las humanidades se
fueron convirtiendo en conocimientos secundarios, y la concepción
mecanicista de la naturaleza
fue ganando terreno, gracias a Newton, Descartes o Bacon, por
ejemplo. La ciencia se ha ido poniendo en manos de la industria cuya
ética está subordinada al rendimiento económico. La ciencia, que
tiene fama de objetiva y neutral, en realidad no lo es, porque la
ciencia necesita quien pague (como
denunció también Harari).
La ciencia y la tecnología han sido las herramientas básicas de un
progreso que ha mirado más por enriquecer a unos pocos que por hacer
felices a la mayoría.
Con
esa ética y esos principios, “la
naturaleza se convirtió ya definitivamente no en un todo del que el
ser humano forma parte, sino en un elemento del que extraer recursos,
al que someter”.
Esa desconexión entre el ser humano y la naturaleza se aprecia en
cómo los banqueros pueden obtener poder “creando la ficción del
crecimiento sin raíces físicas”. El capitalismo impuso su ritmo
rápido para ser competitivos. “La inmediatez fue anulando a la
profundidad, y lo urgente a lo importante. El resultado fue una
creciente superficialidad y desorientación personal y social, que se
convirtieron en el terreno propicio para el desarrollo de la sociedad
de consumo”.
Estas
sociedades fueron creando la
ilusión del individuo como un ser autónomo e independiente,
a la vez que alejaban
los lugares de la explotación humana (y animal) de forma que fuera
más difícil conectar el consumo cotidiano con sus implicaciones
socioambientales.
“Mientras las primeras sociedades humanas habían recompensado
la cooperación,
ahora lo que se incentivaba era la competitividad individualista”.
Este individualismo lleva a una pérdida de sentido de la vida que
muchos llenan con la posesión de objetos, pretendiendo que vales
más si tienes más.
La
libertad individual cobró un valor inédito en la historia, pero
sobre todo en el plano económico. Esa libertad genera ruptura con
los demás seres humanos y lo que Fromm decía
que era el mayor temor del ser humano, el aislamiento.
Es
cierto que “la cooperación es la respuesta humana más exitosa
para la supervivencia” (Harari lo
explicó magistralmente). El capitalismo ha conseguido encaminar gran
parte de esa cooperación hacia la reproducción del capital.
En
los siglos XVI y XVII se acentuó la persecución
y sometimiento de las mujeres.
Según estos autores eso es “un elemento fundamental en los
sistemas socioeconómicos basados en la propiedad privada”, para
conseguir la transmisión padre-hijo y para conseguir una alta
natalidad, convirtiendo a las mujeres en máquinas de producir
trabajadores. Las luchas sociales habían sido alimentadas por la
escasez de mano de obra fruto del descenso poblacional. El
capitalismo necesita mano de obra lo más barata posible y se
sostiene gracias a la gratuidad de las labores de cuidados realizadas
por las mujeres.
Muchos
pueblos se rebelaron ante la usurpación de
sus tierras,
de sus derechos y
ante la degradación del
medio, pero el poder contestó con brutalidad en muchos casos. En
América, Bartolomé
de las Casas (1484-1566)
“desarrolló el primer discurso crítico con la Modernidad,
llegando a reconocer el deber de las poblaciones indígenas de
guerrear contra los ejércitos españoles para defender su
territorio. También argumentó contra la esclavitud de los/as
indio/as”.
Durante
estos siglos las ciudades crecieron de forma importante y, a la vez,
creció la deforestación para
cocinar, calefacción, metalurgia, construcción de barcos… Un
barco de guerra holandés requería 2.000 robles de un siglo de edad
(unas 20 ha de bosque). Por otra parte, los cultivos americanos
(tomate, patata, maíz, girasol…) permitieron aumentar la
productividad de las cosechas y así poder aumentar
la población mundial.
También se incrementó el uso de las energías eólica e hidráulica.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que a finales del siglo XVIII
gran parte del globo no se articulaba en Estados y que las
estructuras capitalistas aún no controlaban la producción mundial.
Del
capitalismo agrario anterior se saltó al capitalismo fosilista,
fuertemente dependiente de los combustibles fósiles. Bertrand
De Jouvenel diría
que este salto fue la transición de usar las fuerzas del suelo
(agua, aire, animales y humanos) a las fuerzas del subsuelo (carbón,
petróleo…). La
Revolución Industrial necesitó una fuente de energía concentrada y
barata y la capacidad tecnológica de transformar calor en energía
mecánica (la
máquina de vapor).
Las
máquinas de vapor se usaron inicialmente para bombear agua, en la
industria textil… y posteriormente se fueron aplicando al
transporte (ferrocarril, barcos de vapor…); y más adelante a la
electrificación (luz, tranvías, motores…). Cada vez más,
el transporte
de mercancías, personas e información se
convirtió en rápido y rentable. De hecho, el transporte ha sido
central en la salida de las crisis, porque la
forma de superar una crisis del capitalismo es expandir el sistema,
es decir, expandir su propia insostenibilidad.
Las
características de esta fase histórica son: crecimiento
importante en el uso de energía y crecimiento
demográfico (principalmente
en las ciudades). Todo esto generó un sistema de enorme potencia y
una disminución del porcentaje de población dedicada a la
agricultura. Las tareas de cuidados siguieron siendo importantes
(sirvientas, limpiabotas, basureros, cocineros…); lo que perdió
importancia fue la fuerza física para pasar a valorarse más la
capacidad intelectual.
De
todas las estrategias usadas por el humano para conseguir energía
(fuego, recolección, caza, agricultura, esclavitud, animales,
energías renovables) los combustibles fósiles y las máquinas han
sido los que más potencia, energía y versatilidad han
proporcionado.
Igual
que el paso a una sociedad agrícola conllevó más horas de
trabajo, el
salto a la sociedad industrial también trajo consigo jornadas más
largas
y más personas trabajando. Las máquinas podían funcionar todo el
día y el invento de la iluminación permitió esas jornadas más
largas. La mecanización propició el desempleo para muchas personas,
lo cual permitió bajar los sueldos (especialmente a mujeres y
niños).
Las fuentes
de energía de la Revolución Industrial tenían
localizaciones concretas y eran privadas. No eran como el sol o el
viento que están en
todas partes.
Por otra parte, las tecnologías son complejas y caras, por lo que el
acceso es más limitado y más insostenible (por su alto impacto
ambiental). Esta transición generó desigualdad y
marcó un punto
de no retorno,
pues “desengancharse de ese consumo energético requiere un gran
cambio civilizatorio”.
También
vinieron otras consecuencias, como el despoblamiento
rural (los
agricultores se convirtieron en empleados de las fábricas) y la
necesidad de colonizar tierras
para ampliar mercados: “las manufacturas inglesas se intercambiaban
por esclavos/as africanos/as, que a su vez se llevaban a América a
cambio de productos tropicales que acababan en las islas británicas”.
El fin de la esclavitud fue una liberación relativa, pues los
antiguos esclavos se convirtieron en jornaleros con pocas opciones
más y, curiosamente, la
población asalariada era más rentable que la esclavizada (los
esclavos vivían 9 años más que los trabajadores libres, porque se
invertía más en sus cuidados).
Las
colonias generaron enormes beneficios para los países colonizadores,
especialmente para sus élites, pero también aumentaron
las desigualdades.
En nombre del libre
mercado se
crearon guerras. Por ejemplo, China quiso
cerrar sus fronteras al mercado de opio, pero Gran
Bretaña le
obligó por la fuerza a legalizar su venta (Guerras del Opio), pues
eso generaba enormes beneficios a la corona británica y sus
adláteres. El gasto militar y las muertes en las guerras aumentaron
proporcionalmente. La colonización causó entre 50 y 60 millones de
víctimas, la mitad en India.
En
definitiva, el
capitalismo requirió nuevos territorios y
para ello se usó la fuerza, plasmada en forma de armamento, el cual
necesitaba el uso masivo de energía. El control de nuevos mercados y
recursos facilitaron el crecimiento. Por ejemplo, en Sudáfrica en
1936, el 70% de la población local negra solo había conseguido
mantener el 7% de las tierras.
En
el siglo XVIII apareció el papel-moneda moderno, emitido por
cualquier banco. El dinero inicialmente
estaba respaldado por el oro que
cada banco tenía guardado pero pronto se dieron cuenta que podían
crear más dinero que el metal que lo respaldaba. Confiaban en que no
se retiraría todo el dinero a la vez. El patrón oro dejó de
existir en la práctica durante la I Guerra Mundial y con ello
pudieron hacer frente al enorme gasto militar. El colapso del patrón
oro en la década de 1930 fue el “fracaso
total de la utopía liberal,
del laissez
faire,
del mercado autorregulador a escala estatal y mundial, en definitiva,
de la sociedad de mercado capitalista sin restricciones”
(liberalismo). El
mercado no se regula por sí mismo de forma ideal. Eso
es un mito del liberalismo que se derrumba porque los supuestos sobre
los que se estructura el mercado ideal son imposibles (competencia
perfecta, información total de los mercados presentes y futuros…).
Estados
Unidos dispuso
en la Constitución que la propiedad privada era inalienable, pero
sin embargo no tuvieron pudor en arrebatar
las tierras a los indígenas, masacrarlos y arrinconarlos en
reservas. Gracias a eso su economía creció. También creció
gracias a meterse en las dos Guerras Mundiales tras un fuerte
desgaste de las potencias Europeas. Pensemos que la II Guerra Mundial
tiene uno de sus motivos en la búsqueda de Alemania
del dominio de los campos petroleros rumanos y soviéticos. El final
de la guerra estuvo muy determinado por el agotamiento energético de
Alemania.
A
partir del siglo XVIII la
población se disparó.
No se debió a los avances en la medicina sino a los avances en la
producción agraria. Lo novedoso fue la implantación de prácticas
eficientes más que nuevos conocimientos. En algunos casos, el
incremento poblacional es una estrategia de la población empobrecida
para sobrevivir: tener muchos hijos garantizaba mano de obra
suficiente. El hambre provocó migraciones masivas a las tierras
colonizadas (principalmente América).
La iluminación artificial
cambió muchas cosas, como los horarios laborales y una desconexión
de los ritmos naturales. El progreso se
vio como algo bueno en sí mismo, sin importar que tuviese
consecuencias negativas. Ese progreso permitió un incremento del
conocimiento científico y de los bienes disponibles, así como
ampliar la clase media.
Aún
perdura hoy la idea de un crecimiento
sin fin,
ajenos a que la
producción se sustenta en la extracción de recursos naturales y en
la apropiación del trabajo ajeno (léase
a B.
De Jouvenel).
Sin debate ni reflexión, se supuso que todo avance científico era
bueno por naturaleza. Economistas como Smith o Ricardo pusieron
el trabajo y el capital como la base para la creación de riqueza,
relegando la tierra (la naturaleza) a un segundo lugar y sin nombrar
siquiera a la energía.
Se
puso todo el foco en la producción sin evaluar si lo producido era
bueno o no. O sea, la
producción genera beneficios monetarios, sin importar si se produce
alimento o armamento.
Ese es, de hecho, el gran error de usar aún hoy el PIB como
medida del progreso, porque el
PIB no mide el progreso sino el consumismo.
Existen otras medidas alternativas más completas y sensatas (como
el IPG)
que no ignoran la degradación del planeta ni el trabajo no
asalariado. El error de los economistas de esa época fue hacer sus
cálculos para un ser humano conocido como Homo
economicus con
características irreales (insaciable, racional, ambicioso…).
Ese
“progreso” hizo que la gente viera en la posesión
de bienes un
medio para obtener reconocimiento social. También implicó que
la religión perdiera
poder, además de por otros factores como el avance de la ciencia.
Antes
del capitalismo también había ambición y avaricia, pero el
capitalismo gratificó esos comportamientos penalizando los
cooperativos. Otro elemento clave fue la veneración de la juventud.
O sea, los economistas consideraban que el Homo
economicus no
necesitaba cuidados en su infancia, ni en su vejez. También se
impuso la obligación moral de devolver las deudas, aunque los
grandes capitales pueden funcionar sin
tener que restituir esas deudas.
Al
menos hubo resistencias al capitalismo en tres espacios:
i)
en el mundo agrario (con
la Revolución Francesa como ejemplo claro);
ii)
en el mundo industrial (el
movimiento obrero);
iii)
en las colonias,
contra la colonización y contra la esclavitud.
Hay
que decir que las alternativas obreras no escaparon del mercado: los
sindicatos no aspiraron a la creación de economías
alternativas.
La
introducción de máquinas fue fuertemente rechazada por los propios
empleados pero al final se impusieron. Los principales sectores con
conflictos laborales fueron la minería, los transportes y las
manufacturas. Aún hoy, son las élites las que más beneficios sacan
de las máquinas (robots…)
y las clases bajas no tienen ni siquiera una reducción
de la jornada laboral acorde
a esos beneficios y a esa mejora en la productividad. Por ello, se ha
propuesto, al menos, una microrreducción
de la jornada laboral.
Por
otra parte, el fascismo no
fue de facto un movimiento anticapitalista, sino que desde sus
orígenes se asoció a las clases elevadas contra los movimientos
obreros, contra los extranjeros, contra el liberalismo y contra los
intelectuales, así como con características propias
(tradicionalismo, nacionalismo, racismo, machismo).
La
primera democracia
moderna fue
Estados Unidos (1776), aunque solo votaban los hombres blancos con
títulos de propiedad. Luego, el número de democracias
parlamentarias fue aumentando: en 1850 eran 5 estados (7.5% de la
población mundial) y en el año 2000 eran 87 estados (57,1%).
Para
unificar cada estado se usó el sentimiento nacional y para ello, las
guerras ayudaron: en la I Guerra Mundial el movimiento obrero se
alineó con los intereses nacionales (más bien, de sus burguesías
nacionales). Para crear ese sentimiento nacionalista se empleó
la educación
estatal (obligatoria).
Pero para aplacar al movimiento obrero hicieron falta medidas
“sociales”: la sanidad y
las pensiones
públicas se
crearon a finales del siglo XIX. El Estado social dio un salto con la
llegada al gobierno de partidos socialistas (UK, Francia, Alemania).
Los
costes de ese Estado social se externalizaron,
mayoritariamente en las colonias, lo que agravó
aún más la deuda ecológica, social y económica contraída
con ellas. Otro efecto fue la expansión
del individualismo,
al ser el Estado el que efectúa labores asistenciales, en vez de las
familias o de las personas cercanas (efecto explicado muy bien
en este
libro de Harari).
El mayor
control del Estado se
materializó con un mayor control del cobro de impuestos, con
información detallada de los ingresos de la población, con la
creación de cuerpos de policía, con leyes para regular los
comportamientos públicos tolerables y para regular el crecimiento de
la población. Los
Estados han fomentado el crecimiento de ciertos sectores de población
pues repercutía en su poder fiscal y bélico.
Por otra parte, también intentaron impedir el crecimiento
poblacional de ciertos sectores incluso con esterilizaciones forzosas
(como hizo el nazismo, por ejemplo). Es decir, los
que abogan por un crecimiento de la población suelen esconder
sentimientos de xenofobia,
porque no están interesados en que crezca cualquier tipo de etnia.
“La
naturaleza se explotó con la misma brutalidad que a los seres
humanos. (…) El capitalismo había generado fuertes impactos
ambientales desde su inicio, impactos que están en el corazón de su
funcionamiento”. Pero
la agresión empieza a ser realmente intensa con el uso de la fuerza
de los combustibles fósiles.
El impacto más claro fue en la contaminación del aire que mató a
millones de personas, pero también se contaminaron el agua y el
suelo.
Además, el
consumo de combustibles fósiles implica consumir otros
recursos (agua,
minerales…). Otras implicaciones impactantes fueron la extensión
de los monocultivos, la pérdida de bosques y la desigualdad entre
países. La naturaleza se consideraba como un bien inagotable. El
capitalismo socavó la autonomía de los pueblos, pero todo esto
empeoraría con el uso masivo de petróleo.
Los
autores llaman así a la segunda mitad del siglo XX, cuando, entre
otros hechos, se produce el desplazamiento del modelo agroindustrial
de la agricultura solar por la petrolera, una explosión demográfica
y urbana basada en transporte motorizado, surgen medios de
comunicación de masas y estalla la crisis ambiental global.
Del
carbón al petróleo
Petróleo
y motor de explosión fueron
el tándem equivalente al carbón y la máquina de vapor del siglo
XIX. Desde 1961 se ha quemado el 90% de todo el petróleo utilizado
por la humanidad (dato de 2012). Acoplados al petróleo también
aumentó el empleo de gas natural, carbón, energía nuclear,
hidráulica y, por supuesto, electricidad, que pasó a ser el
principal vector energético. La electrificación fue
un salto importante en la industrialización, al ser una energía
transportable e instantánea. Además, al ser generada lejos del
punto de consumo se hacen invisibles los
impactos que provoca.
El
salto en el consumo se muestra bien en este dato: “entre 1940 y
1990, la población estadounidense consumió más minerales y
combustibles fósiles que toda la humanidad anterior”. Traduciendo
los litros de petróleo a trabajo de fornidos trabajadores, de
media cada persona usa 20 esclavos
energéticos,
pero la realidad es que la distribución es muy desigual: Europa
llega a 45 por persona, mientras EEUU utiliza 120.
El petróleo desplazó
el carbón en algunos usos, por sus características fisicoquímicas,
pero también por otras cuestiones como el requerir menos mano de
obra y evitar por eso las movilizaciones mineras que sí hubo en el
sector del carbón.
Se
denomina Megamáquina al complejo empresarial-burocrático-tecnológico
que otorga gran fuerza a la clase dominante por la fusión de
economía, política y técnica. Esto tiene algunas implicaciones
importantes:
-
Crecimiento económico gracias al petróleo, lo cual permitió mayor concentración de poder (y de dinero). Ese crecimiento posibilitó crear dinero ligado indirectamente al petróleo barato.
-
Sociedades complejas y dependientes del petróleo. La sustitución de trabajo humano por el de las máquinas, el incremento poblacional y el acceso a energía barata hicieron que pocas personas se dedicasen a conseguir energía y muchas a utilizarla (justo lo contrario que en las economías agrarias). La tecnología es materia, energía y conocimientos condensados y ha creado dependencias de las que es muy difícil librarse. El sistema productivo depende de las máquinas.
-
Desconexión de causas y efectos y una naturalización de la dependencia de las máquinas.
Represión
financiera: Multinacionales, el FMI y el BM
La
creación de instituciones
supraestatales para regir la economía es,
en principio, una buena idea, pero el sistema derivó en abusos
(algunos de ellos pueden leerse aquí,
documentados por Naomi Klein). El incentivo al comercio mundial vino
apoyado por dos factores decisivos: la rebaja arancelaria y el
abaratamiento del trasporte. La consecuencia fue un aumento del
consumo energético y de las emisiones
de CO2.
Todo
esto también facilitó la globalización y
el auge de empresas multinacionales que deslocalizaban sus
instalaciones buscando los menores impuestos, salarios y
restricciones ambientales. Desde el principio, las
multinacionales produjeron múltiples impactos,
que pueden resumirse en: i) pérdida de soberanía local y estatal
(soberanía alimentaria, energética, política);
ii)
inseguridad (intervenciones militares por intereses empresariales);
iii)
control de la economía (dinero público para infraestructuras
interesantes para empresas, destrucción de la pequeña economía);
iv)
colonización cultural;
v)
impactos ambientales;
vi)
explotación laboral;
viii)
impactos sobre la salud (contaminación…).
No
todo fue malo, por supuesto. De esa época también hay éxitos de
los movimientos sociales, un capitalismo de rostro humano en el que
se internalizaron costes sociales (sanidad, pensiones…). Es el
llamado Estado
del Bienestar,
pero que también trajo consigo la Sociedad
de Consumo,
apoyada por la producción en masa, la publicidad,
el crédito,
el aumento salarial de la clase media y la obsolescencia
programada.
Por
su parte, la descolonización vino
acompañada de nuevas formas de control, principalmente por EEUU y
URSS: gobiernos supeditados a sus intereses, uso de la violencia
cuando lo consideraban necesario, endeudamiento de países pobres
(ayudados por el BM) y succión de su riqueza. La globalización tiene
el efecto de
permitir que el dinero y las mercancías fluyan principalmente hacia
las zonas ricas, pero las personas no pueden fluir de igual forma. La
diferencia entre la renta per cápita de los países enriquecidos y
los empobrecidos entre 1870 y 1989 se multiplicó por 6.
Cuando
llegan trabajadores a los países ricos desde los pobres suelen
ocupar puestos mal remunerados. Lo mismo ocurre aún con la mujer que
sigue cobrando menos que el hombre por el mismo trabajo.
Las
crisis energéticas y económicas
El keynesianismo y
el neoliberalismo necesitan energía barata. Entre 1973 y 1980 el
precio del petróleo se multiplicó por más de 5. Ello se debió a
decisiones políticas, no porque la capacidad de extracción no
pudiese satisfacer la demanda. Sin embargo, los Estados modernos
necesitan del crecimiento
económico para
cuadrar sus cuentas. Cuando el crecimiento cayó y los costes no lo
hicieron, la crisis estaba servida.
La
creciente robotización,
las nuevas tecnologías y la deslocalización
generaron una rebaja en las condiciones laborales. Las empresas
redujeron y están reduciendo sus plantillas (los bancos son
un buen ejemplo), pero hay
alternativas.
La mayoría de la inversión en investigación energética se destinó
a la energía nuclear y fósil (apenas el 13% fue destinado
a renovables y
eficiencia).
Como decía Harari,
la investigación está dirigida por intereses económicos.
Muchos
países pobres se endeudaron y cuando subieron los tipos de interés
fueron incapaces de pagar la deuda. Algunos países anunciaron que no
pagarían (México fue el primero). Entonces, el BM (Banco Mundial) y
el FMI (Fondo Monetario Internacional) idearon los Planes
de Ajuste Estructural
(PAE), un mecanismo para imponer medidas a los países endeudados, a
favor de las grandes potencias. Los PAE obligaron a:
i)
producir para la exportación;
ii)
devaluar sus monedas para abaratar las exportaciones, el trabajo…;
iii)
acatar las reglas comerciales;
iv)
eliminar restricciones a la inversión extranjera;
v)
pagar la deuda destinando gran parte de los presupuestos;
vi)
reducir el gasto social;
vii)
privatizar empresas y recursos;
viii)
desregular ciertos sectores (beneficiando a empresas normalmente
extranjeras).
Todas
esas medidas son lo que Naomi
Klein contó
en su libo La
doctrina del shock y
se aplicaron en algunos países para hacer cambios importantes
aprovechando una fuerte represión de la población o una conmoción
(guerra, desastre natural…). “El modelo económico
de Friedman puede
imponerse parcialmente en democracia, pero para llevar a cabo su
verdadera visión necesita condiciones políticas autoritarias”.
Allí donde se aplicaron, se generó un “desastre político, social
y ambiental, así como una redistribución de la propiedad”, en
beneficio del gran capital.
En
el comercio internacional se agudizó el sometimiento, aplicando la
regla del notario: la
producción más contaminante y la menos lucrativa se sitúa en los
países pobres.
La especulación con materias primas se hace en los países ricos
pero afecta más a los pobres, porque el comercio mundial no es una
suma positiva en la que todos ganan. De hecho, suele ser una resta en
la que pierden todos los países, pues se sostiene por la degradación
del entorno en países lejanos o en el propio país.
Las multinacionales penetraron
en muchos países imponiendo sus normas, usando la protección
arancelaria para sus intereses. La liberalización del comercio y las
subvenciones consiguieron hundir ciertos sectores en los países
pobres. Incluso, la OMC y el BM crearon mecanismos (como el CIADI)
para que las empresas puedan denunciar a los Estados que estorban sus
intereses. En España hay un caso reciente: el bufete que contrató
a Sáenz
de Santamaría gana
pleitos a España por
las leyes anti renovables que aprobó el gobierno cuando ella era
vicepresidenta.
El
fenómeno de las puertas
giratorias es
un mecanismo empleado para que las empresas impongan sus leyes
neoliberales. El
neoliberalismo ha ganado terreno en muchos países como
lo demuestran los resultados electorales y la participación de la
“clase media” en la especulación financiera (invirtiendo en
bolsa, en inmuebles o
en planes de pensiones).
¿Cómo
se reprodujo el dinero? Hubo unas estrategias básicas:
-
Aumento de la explotación humana (reducir sueldos, aumentar jornada laboral, impuestos regresivos…).
-
Hacer crecer las deudas (es un truco para reproducir dinero fácilmente). Es una estrategia usada para aumentar el consumo y revitalizar la economía, pero si se supera el límite sobreviene una crisis. El mismo BM ha financiado la construcción de infraestructuras de alto impacto ambiental que endeudan a los países. En muchos casos los estados se endeudan para promover el gasto público, incluyendo gasto militar desorbitado (keynesianismo bélico).
-
Conquistar nuevos mercados y mercantilizarlo todo, además de privatizarlo. Como explicó Harari, los espacios donde antes actuaba la tribu o la familia, fueron ocupados por el mercado o el Estado (sanidad, pensiones, educación).
Las
empresas se dieron cuenta de que era mejor subcontratar servicios y
evadir impuestos en paraísos fiscales. El poder
de las multinacionales ha
crecido enormemente. Por ejemplo, las empresas que más contaminan
con plástico no permitirían leyes que eviten esa contaminación. En
España, Ecoembes
aglutina esas empresas y su funcionamiento es una estafa sin
que ningún gobierno se escandalice.
El
dinero se basa en la confianza y dado que la confianza en EEUU es
alta, ese país puede fabricar dólares y comprar mercancías por
todo el mundo a cambio de papeles (o registros contables
electrónicos). La inflación se controló porque el dólar es la
moneda con la que se compra la principal mercancía del planeta, el
petróleo.
El
libro enumera diversos mecanismos para ganar dinero, como son la
especulación (comprar
bajo y vender alto es una forma de ganar dinero sin aportar nada a la
sociedad). Otro ejemplo son las operaciones LBO, operaciones de
compra de empresas con muchas deudas y venderlas tras fusionarlas,
reestructurarlas o sacarlas a bolsa. También hay trucos para hacer
trampas haciendo operaciones especulativas con ordenadores. “El
poder no solo reside en quien tiene dinero, sino también en quien
consigue que se lo presten, aparenta tenerlo y puede crearlo”.
La bolsa es
un espacio regulado y con cierta transparencia pero, a pesar de ello,
la especulación es inmensa. Sin embargo, el grueso de las
operaciones financieras se realizan en la sombra (operaciones OTC).
Los paraísos
fiscales facilitan
operaciones ilegales garantizando
secreto bancario y una baja o nula tributación. Además, su
existencia obliga a los Estados a desregular y a reducir sus
impuestos porque si no lo hacen intentarán poner su dinero aún más
en los paraísos fiscales o en estados sin muchas trabas (laborales,
ambientales…). Por su parte, las multinacionales juegan a un doble
juego: intentan escapar de las reglas fiscales sin renunciar a las
ayudas públicas.
También
tenemos las agencias
de calificación,
empresas que miden la fiabilidad de otras empresas y gobiernos. Las
empresas pagan para que las valoren, lo que genera evidentes
conflictos de intereses. La evaluación de un país puede condicionar
mucho el precio que ese país paga por su financiación, lo cual ha
permitido “jugadas especulativas perfectas”.
Se
puede afirmar que los mercados financieros permiten operaciones
de suma cero (solo
hay beneficios en un sitio si hay pérdidas en otro), que el sistema
incluye crisis periódicas inevitables, y que las desigualdades y
la degradación
ambiental son
motores básicos del sistema y de los procesos migratorios. La
desigualdad aumenta entre países y entre los ciudadanos de casi
todos los países. También hay que citar la corrupción,
que empobrece aún más a todos.
Pero no
todo es negativo: la
esperanza de vida y el acceso a la educación han aumentado, y la
pobreza extrema ha disminuido en términos globales. Además el
“socialismo real”, la URSS,
entró en grave crisis por múltiples motivos (el accidente de
Chernóbil, la guerra de Afganistán, la represión interna, las
desigualdades, la seducción del capitalismo, el pico del petróleo
de los ochenta…). La caída de la URSS supuso aplicar la terapia de
choque (mira aquí algunos
datos)
e influyó mucho en países como Cuba,
el cual se vio obligado a aplicar recortes. Unos efectos positivos
fueron el impulso cubano a las bicicletas y
a la agricultura
ecológica o semiecológica, más
intensiva en trabajo y menos en pesticidas, especialmente en las
ciudades (huertos
urbanos).
Más aún, La Habana es una de las pocas ciudades que se acercó al
cierre de los ciclos de la materia (compostaje…),
pero posteriormente se volvió a incentivar la agricultura
industrial.
Durante
la segunda mitad del siglo XX la productividad agrícola se
multiplicó por 3-4, pero de forma muy desigual. Las claves de la
llamada Revolución
Verde fueron
la fuerte
dependencia de combustibles fósiles
(mecanización, fertilizantes y pesticidas), el incremento
de tierras agrarias y
del regadío,
y el uso de variedades
híbridas estandarizadas.
Por
el contrario, la agricultura
tradicional se
adaptaba a las condiciones locales y usaba la diversificación para
garantizar la suficiencia alimentaria. Los riesgos derivados de la
uniformidad (agotamiento del suelo, plagas…) podían parchearse
utilizando más cantidades de agrotóxicos. “El
objetivo de la agricultura (industrial) dejó de ser la seguridad
alimentaria, para pasar a ser la de maximizar el beneficio”.
Esto
hizo que el campesinado pasara a ser fuertemente dependiente, pero
permitió ahorrar
costes de mano de obra,
evitar el barbecho y separar
la agricultura de la ganadería.
Al utilizar fertilizantes sintéticos, los excrementos de la
ganadería intensiva se han convertido en contaminantes. En los
países ricos se puede hablar de “agricultura sin campesinado,
altamente industrializada, que utiliza mano de obra inmigrante en
condiciones de hiperexplotación”. Además, en esos países
el despilfarro
de alimentos es
altísimo.
Las subvenciones
agrarias (como la
PAC en
Europa) han sido destinadas a abaratar la alimentación, sin importar
ni la calidad ni el medioambiente.
La despoblación del
campo ha facilitado la mano de obra a los sectores industriales y de
servicios de las ciudades. Los subsidios han tirado los precios (a
veces por debajo del coste de producción), lo que ha generado
pérdidas en los agricultores de regiones empobrecidas (véase
el caso
de la leche).
Se ha “obligado” a que los Estados pobres se especialicen en
producir materias primas, con menor valor, a costa de perder su
soberanía alimentaria. A cambio, “un
puñado de empresas controlan la producción y la
comercialización” (con consecuencias
nefastas).
Las
técnicas modernas tienen graves
consecuencias como
son, por ejemplo:
-
acidificación y salinización de las tierras (especialmente donde se abusa del regadío),
-
aumento en el consumo de agua,
-
pérdida de biodiversidad (los plaguicidas matan más especies buenas o neutras que malas),
-
eutroficación por los abonos,
-
pérdida de variedades locales bien adaptadas,
-
aumento de emisiones de GEI (pérdida de bosques, fabricación de abonos, uso de energía, distribución de alimentos a largas distancias…),
-
cultivos transgénicos, que tienen una problemática particular (abuso de agrotóxicos, contaminación genética, patentes biológicas…).
“La
agricultura ha dejado de ser una fuente energética para convertirse
en un vector energético para que los cuerpos humanos puedan
metabolizar los combustibles fósiles”. Estamos convirtiendo
petróleo en comida perdiendo mucha energía en el proceso y
generando graves impactos ambientales. “Estos
impactos se agravan por dietas
crecientemente carnívoras”
(sin considerar el maltrato animal que ello conlleva, incluso al
consumir huevos o
productos lácteos).
Aun
así, la agricultura
campesina sobrevivió
porque es más un estilo de vida que un negocio, propiciando el
comercio local, controlando sus semillas, usando menos maquinaria,
etc.
El crecimiento
demográfico de
la segunda mitad del siglo XX no tuvo precedentes y “no se volverá
a repetir”. Las causas principales fueron la mejora en la
alimentación, la higiene (depuración de agua…) y, en menor
medida, la medicina moderna. Esas tres causas necesitan energía
fósil (barata). Los países ricos tienen menor crecimiento porque
los hijos se ven como un “gasto” y no trabajan hasta que no
tienen bastantes años (y cuando lo hacen suele ser para ellos, no
para la familia). La
ciencia ha determinado que la
superpoblación es uno de los mayores problemas ambientales.
Por otra parte, la escolarización femenina también ha influido
sustancialmente.
Las migraciones en
esa época también fueron mayores que en cualquier otro momento de
la historia. Especialmente, las migraciones del campo a la ciudad
fomentaron un crecimiento en la urbanización mundial,
creando megaciudades, en las que casi siempre hay barrios de miseria
y gentrificación.
Las ciudades tienen un alto impacto ambiental por muchos factores (su
excesiva
iluminación,
por ejemplo) a pesar de que sabemos qué
hacer para que una ciudad sea sostenible.
Las
grandes infraestructuras han
beneficiado actores privados a costa de endeudar a los Estados y de
reforzar la industria
de la construcción.
Endeudarse para tener una casa y un coche también ha sido visto como
una forma de atemperar las luchas.
Los
autores hacen esta tajante afirmación: “Esta
es la era (efímera) de la hipermovilidad, en la que las distancias
que recorre una parte importante de la población, y sobre todo las
mercancías, se han disparado gracias al petróleo”.
A pesar de la evidente contaminación e
insostenibilidad, el uso del vehículo
privado y
del avión no
ha dejado de crecer, incluso con el apoyo estatal
(para coches y aviones),
lo que ha generalizado un turismo
poco sostenible.
El coche ha
permitido separar
los lugares donde
se vive, donde se trabaja, donde se compra y hasta donde la gente se
divierte. El coche ha cambiado la forma de configurar la ciudad,
haciéndola más contaminada y poco
sostenible (véase
el caso
de Málaga).
Además, está generando un autentico “drama humano” al unir las
tasas de mortalidad y enfermedad que provoca la contaminación y los
accidentes. El transporte más ecológico, el tren
convencional (no
el de alta
velocidad),
ha sido el gran perdedor en esta carrera por la comodidad. La
construcción de carreteras y autovías fracciona
el territorio y supone una inmensa pérdida de biodiversidad.
El
libro resalta el surgimiento de una indignación y una crisis
social que
genera “explosiones
del desorden“,
por el desempleo, el patriarcado o la disminución de la “clase
media” debida a las políticas
neoliberales.
Esas revueltas han sido contestadas con medidas represoras contra la
población mayoritaria, mientras se evita controlar la delincuencia
de altos vuelos (como el fraude o
los paraísos
fiscales).
La
radio, la televisión, internet, el cine, el deporte como
espectáculo… han convertido al siglo XX en el siglo
de la imagen,
por encima de la escritura o el sonido. Es decir, predomina “la
información menos estructurada y más espectacular”. A pesar de la
sobreabundancia de información, los medios de comunicación se usan
para influir
en la gente y
“todo ello no se hubiera podido producir sin energía eléctrica”.
“La televisión posibilitó arrinconar todavía más la cultura
popular” y hacer crecer la sociedad
de consumo,
gracias a la publicidad.
Algunas de sus características son: constante generación de nuevos
deseos, exaltación de las marcas por encima de los
productos, obsolescencia (física
y psicológica), productos de “usar
y tirar“…
La
televisión, junto con los vídeos o series de Internet,
consiguen engañar
al cerebro:
mezclan ficción y realidad; y el sistema nervioso no diferencia
entre imágenes reales y virtuales. Además, hay cierta adicción a
esa forma de pasar el tiempo sin apenas moverse ni influir en nada,
más bien dejándose influir.
Los videojuegos,
por su parte, “han mostrado la irrelevancia de la acción” (de
esa acción). Incluso los informativos,
favorecen unas cosas frente a otras: informar del acontecimiento
frente a sus causas, las malas noticias frente a las esperanzadoras,
el consumo frente a la austeridad…
“La publicidad induce
una autoimagen
negativa en
las personas para alimentar el consumismo” y
“las personas materialistas tienen una mayor probabilidad de sufrir
desórdenes psicológicos”.
Internet,
por supuesto, tiene muchas cosas buenas. Por ejemplo, el conformar
“la mayor fuente de información al alcance humano que jamás haya
existido”. Por otra parte, la globalización ha
permitido proyectar con más fuerza los valores e intereses de los
países ricos. Google, Facebook o Twitter han permitido más libertad
de expresión,
“más democracia, pero también más ruido y dificultad para
gestionar la información”. Hay más emisores, pero no
necesariamente más pluralidad. Internet también ha supuesto nuevas
formas de control
de la población y
también de mecanismos para enfrentarse
al sistema,
como lo demuestran el movimiento antiglobalización, el indignado o
el caso Wikileaks. No obstante, no debemos olvidar que “las
potencialidades son mayores para las grandes corporaciones que para
la ciudadanía”.
Junto
con el poder de la imagen, se usa también la palabra manipulada para
engañar a la ciudadanía. Así, se habla de “guerras
humanitarias”, de “crecimiento sostenible” o de “inversión
en infraestructuras“.
Se ha conseguido convertir en casi sinónimos las
palabras progreso y crecimiento
económico. Dado que el crecimiento se mide con el PIB, cualquier
cosa que suba el PIB es
buena porque produce crecimiento. En cambio, la medida del progreso
se ha eliminado (aunque existen interesantes medidas como
el IPG u otras).
No importa que para incrementar el PIB se aumente la
degradación ambiental.
Se
ha conseguido inculcar en la ciudadanía que el desarrollo
(crecimiento) de los países ricos permite resolver los problemas
ambientales, pero “desarrollo
sostenible”
se ha convertido en un oxímoron porque
se impone el desarrollo sobre la sostenibilidad. Las medidas
neoliberales no
han funcionado. Se ha pretendido mercantilizar las funciones
ecosistémicas: “Quien contamina paga” y “Quien conserva cobra”
(esto último ha tenido buenos resultados en
Costa Rica).
“Bajo el paraguas del mito del desarrollo llegaron a legitimarse
invasiones por medio de las intervenciones humanitarias”.
Cuando
se afirma que el crecimiento es esencial para el desarrollo se está
obligando a destrozar el medioambiente, normalmente para el
enriquecimiento de unas élites. De ahí que se considere un
escándalo la pobreza,
pero no la riqueza,
como si no estuvieran relacionados. En definitiva, el
desarrollo esconde una triple falacia: que
es bueno, que es posible para todos y que es factible en un planeta
limitado.
“El
modo de vida altamente insostenible y basado en la explotación ajena
hace que actos aparentemente nimios de consumo (encender el aire
acondicionado, comprar una camiseta) tengan fuertes impactos (cambio
climático, trabajo
infantil). Esto
facilita el derrumbe moral, la sensación de la incapacidad de actuar
éticamente” (aunque eso sea quizás lo
único que podemos controlar totalmente).
No interesa que se sepa que para
construir cualquier aparato electrónico hay que extraer, procesar y
transportar unas 1.000 veces su peso en materiales,
con unos impactos ecológicos elevados, con residuos contaminantes y
una altísima demanda de energía eléctrica. Leer un periódico on
line o
colgar un vídeo tiene un coste energético por el que no se paga. Se
suponía que las TIC ahorrarían papel pero el efecto
rebote ha
hecho que se consuma más aún, así como todo tipo de materiales que
nos dicen que son reciclables pero no nos dicen que su
reciclado es tan caro que no compensa.
Tras
la II Guerra Mundial se van consolidando Estados sociales: el gasto
central dejó de ser el militar y fue el social, se abolió la pena
de muerte en muchos países… Así, se vivió un periodo de
tranquilidad y prosperidad
material sin precedentes coincidiendo con la etapa de mayor
crecimiento del consumo energético per cápita de
crudo, sin olvidar la explotación de la naturaleza, del trabajo de
cuidados de las mujeres, y de los países empobrecidos.
La
Organización de Naciones Unidas (ONU) nace en 1945 en un clima
posbélico y permitió la negociación de las tensiones sin recurrir
al enfrentamiento armado entre Estados permitiendo avances como la
Declaración sobre Derechos Humanos (1948).
Por
otra parte, las
medidas liberales aumentan la libertad de las empresas mientras que
los Estados pierden “capacidad
de decisión real sobre aspectos fundamentales que rigen la vida de
la ciudadanía”. Un ejemplo son los tratados de libre comercio
(como TLCAN, o TTIP)
que instauran libertad de mercado y de movimiento para mercancías y
servicios, pero no para las personas (una globalización
a medias).
Para evitar las migraciones se han levantado múltiples vallas, pero
las migraciones no son solo por causas económicas y políticas,
sino, cada vez más ambientales (en 2013, 22 millones de personas
tuvieron que desplazarse por desastres naturales, tres veces más que
por conflictos y el doble que 40 años atrás).
También,
las competencias en los Estados se han ido descentralizando,
perdiendo el Estado aún más poder, lo cual se une a otras pérdidas
(la capacidad de crear dinero, empresas privatizadas…). Todo esto
obliga a los Estados a pedir dinero prestado (a diario), lo cual no
es sostenible ni deseable, por no hablar de los casos de corrupción.
A
pesar de todo eso, los países centrales gozaron de “estabilidad”
al desactivarse conflictos sociales (pactos empresas/sindicatos,
aumento del nivel de consumo, individualismo…). También
hubo movimientos
reivindicativos,
como la Revolución
del 68,
tal vez el más internacional, que se atrevió a criticar la sociedad
de consumo. Hubo también otros movimientos anteriores y posteriores
a ese, tales como los de lucha por los derechos civiles y por los
derechos humanos, movimientos antiguerra, revolución sexual,
feminismo, movimiento hippy,
movimiento ecologista,
Teología de la Liberación (comprometida con los más marginados),
movimiento LGTBIQ (por
los derechos de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales,
Intersexuales y movimiento Queer, que afirma que la identidad sexual
es una construcción social y, por tanto, no hay roles biológicos en
la naturaleza humana), nuevas
espiritualidades (algunas
de origen oriental),
movimientos indígenas (como el nuevo zapatismo de México:
antidesarrollista y en defensa de la Pachamama), movimientos
antiglobalización contra los desmanes de empresas
transnacionales
También
hay que citar lo que los autores llaman antimovimientos
sociales,
tales como el fascismo o
diversos fundamentalismos
religiosos.
Suelen tener en común su desprecio al feminismo, al movimiento
homosexual y a los inmigrantes.
El Holoceno es
la etapa histórica cuyo comienzo coincide con el inicio de la
agricultura (los últimos 12.000 años). En los últimos años, una
única especie ha acaparado los recursos del planeta y ha generado
cambios tan profundos que procede cambiar de era geológica (cambios
en el clima, en la composición del agua, en los ecosistemas, en los
paisajes, en la biodiversidad…). La nueva era se ha
llamado Antropoceno,
pero los autores piensan que debería llamarse Capitaloceno,
porque “la mayoría de la historia de la humanidad no ha sido la de
la depredación de la naturaleza. Ha sido el capitalismo el que ha
implicado un cambio cualitativo y estructural”.
En
palabras de Daly,
en el siglo XX se pasó de un mundo con abundancia de recursos y
sumideros a otro descrito por la escasez y la saturación. La
producción mundial se multiplicó por más de 50, la
población se disparó,
al igual que ocurrió con el consumo de todo tipo de recursos no
renovables (materiales y energéticos). Los autores advierten
que “las
personas más enriquecidas son las principales responsables de este
ecocidio (…): desde el comienzo del Capitaloceno el consumo de unas
pocas personas es responsable de unas 3 veces más impacto ambiental
que el crecimiento demográfico”.
En 2010, el 10% más enriquecido acaparaba el 40% de la energía y el
27% de los materiales. Por citar algo más, los ricos viajan
más en avión o,
incluso, tienen su propio avión (aunque los vuelos low
cost han
generalizado esos lujos a costa de serios daños).
También
se menciona el consumo excesivo de las ciudades y
del transporte
motorizado,
aprovechando el poder de las economías ricas para extraer materiales
de las zonas empobrecidas y llevar allí los residuos. La industria
solo recicla el 6% de los materiales que extrae del planeta.
Particularmente, la industria química lanza al mercado sustancias
tóxicas sin evaluar su impacto. “El principio de precaución
brilla por su ausencia” y los accidentes industriales son
frecuentes (en la industria
química,
en centrales nucleares,
vertidos de crudo…).
El consumo
de agua se
multiplicó por 10 en el siglo XX, principalmente por la agricultura
industrial de regadío. También hay que citar las actividades de
ocio (campos de golf, piscinas…) y la importación de agua desde
otros países en forma de mercancías y alimentos (huella
hídrica).
Para agravar más el tema, la depuración de aguas residuales solo se
hace en unas cuantas ciudades y de forma parcial (determinados
contaminantes no se eliminan), lo que provoca serios problemas
(eutroficación entre
otros, como ocurrió en el colapso
del mar Menor en
España). Los autores también estudian el alto impacto ambiental de
las presas y los problemas de privatizar el agua.
Resumiendo,
la contaminación se
intensificó, primero por zonas pero luego globalmente. Aquí algunos
problemas significativos:
-
La capa de ozono estaba reduciéndose, pero afortunadamente el Protocolo de Montreal sirvió para tomar medidas, siendo un ejemplo de que se pueden hacer las cosas bien.
-
Los GEI (Gases de Efecto Invernadero) se dispararon y no se hizo prácticamente nada a pesar de algunas cumbres mundiales.
-
Revolución Verde: La agricultura industrial “consume bastante más energía que la que produce, en contraste con la agricultura tradicional”. Los problemas son enormes (agotamiento, erosión, eutroficación, pérdida de biodiversidad…), especialmente agravados por los monocultivos y los transgénicos.
-
Deforestación: “Desde 1950 la deforestación con maquinaria se cebó de forma prioritaria en las selvas tropicales”, para producir soja y aceite de palma, como dos buenos ejemplos de consecuencias desastrosas: pérdida de biodiversidad, de lluvias y de suelo fértil… Las plantaciones arbóreas artificiales (de eucaliptos para la industria papelera por ejemplo) no son bosques sino monocultivos. A esto hay que sumar el troceamiento de territorio forestal por las carreteras, lo cual dificulta la supervivencia de muchas especies.
-
Pesca esquilmada: “El 80% de las poblaciones mundiales de peces se encuentran sobreexplotadas”. La producción de pescado ha seguido aumentando por la acuicultura, lo cual tiene importantes impactos socioambientales. También se usan técnicas de pesca muy agresivas, como la pesca de arrastre, que conlleva una alta mortalidad de todo lo que viva en el fondo marino.
-
Turismo lejano y abusivo: La afluencia masiva de turistas añade presión a muchos territorios frágiles. El turismo responsable debe cumplir normas evidentes, como no viajar en avión.
-
La Sexta Extinción de especies ya está en marcha: El ritmo se calcula unas 10 veces superior a la de las 5 grandes extinciones previas. Pero esta es la única provocada por una especie descontrolada. Las especies invasoras son también culpa del ser humano (casi siempre).
-
Los límites planetarios: Hemos sobrepasado 4 de los 9 procesos básicos de la Tierra. Antes de la Revolución Industrial la concentración de CO2 era de 280 ppm. Actualmente supera 400 ppm y debería reducirse urgentemente a 350 ppm. El ser humano ha trastocado los ciclos de algunos elementos importantes (como el nitrógeno o el fósforo). A la biosfera le costaría más de 1,5 años generar aquello que la humanidad consume en 1 año (véanse los informes Planeta Vivo). El ser humano está agotando las reservas del planeta y cuando se agoten no podremos pedir préstamos.
“El
problema no se ve porque no se quiere ver”, sostienen estos
autores. “Es más cómodo no encarar los profundos cambios vitales
que implica el Capitaloceno. Se ha repetido machaconamente que el
crecimiento económico posibilita, gracias a la tecnología, caminar
hacia una mayor sostenibilidad medioambiental, al tiempo que acabar
con la pobreza”. Sin embargo, parece que todo eso es falso, que la
tecnología ha generado unos problemas que la tecnología no puede
resolver salvo reduciendo su uso en bastantes aplicaciones.
Los que no ven los problemas es porque los impactos se han alejado y
ocultado, no
salen en los anuncios de publicidad.
Tenemos
conocimientos científicos para conocer lo que está pasando, pero no
se toman medidas para evitarlo. “En el siglo XXI, lo «invisible»
se hará claramente visible”. En el Volumen
II se
hablará más aún de la degradación ambiental como factor
determinante de la Crisis Global.
No hay comentarios:
Publicar un comentario