EN LA VIDA NO HAY ATAJOS
O AUMENTAS TU NIVEL
DE SACRIFICIO O REDUCE TUS DESEOS
“Si no quieres ser frustrado jamás en tus deseos, no desees
sino aquello que depende de ti ” recomendaba Epicteto. Los estoicos
creían firmemente que una vida virtuosa y equilibrada requería disciplina y,
sobre todo, ser capaces de mantener los deseos bajo control.
Hoy, sin embargo, la sociedad nos anima a quererlo todo – y tenerlo ya. La publicidad y las redes sociales están saturadas de mensajes e imágenes de lo que deberíamos alcanzar, tener y ser. Encandilados como las polillas con la luz por esa imagen facilona y facilista, nuestras expectativas se disparan hasta niveles estratosféricos.
El resultado no suele tardar en llegar: enfado, frustración
y desilusión cuando la vida nos demuestra sin lugar a dudas que tiene otros
planes para nosotros.
Si tu felicidad depende de tenerlo todo fácilmente,
prepárate para el colapso
Cuando interiorizamos la idea de que la vida debería fluir
sin obstáculos, cualquier contratiempo nos sabe a tragedia griega. Empezamos a
creer que la comodidad es lo normal y que el esfuerzo es una señal de que algo
va mal. Y claro, cuando la realidad no coincide con ese guion, la frustración
se multiplica.
El problema es que alimentamos ese tipo de expectativas
irreales todos los días sin darnos cuenta. Cuando vemos vidas perfectas en las
redes sociales o escuchamos historias de éxito en los podcasts, asumimos que si
algo tarda o cuesta, es porque estamos fallando.
Eso acaba reconfigurando nuestra tolerancia a la frustración
y a la incomodidad. En vez de cultivar la paciencia y el esfuerzo, alimentamos
una especie de exigencia silenciosa: todo debe ser rápido y fácil.
Entonces caemos en una trampa psicológica: cuanto más
esperamos que todo sea sencillo, menos desarrollamos capacidad para tolerar la
frustración y esforzarnos, algo inevitable en la vida real. Al final, no
sufrimos tanto porque las cosas sean difíciles, sino porque pensamos que no
deberían serlo.
La expectativa irreal es la que nos hace colapsar, no el
desafío en sí. Lo que podía haber sido un obstáculo superable con un poco de
perseverancia, se convierte en un drama, solo porque no encaja con la narrativa
que nos hemos contado en nuestra mente. Obviamente, esa es la receta perfecta
para el colapso psicológico.
La vida no tiene atajos
La vida no tiene atajos aunque a veces nos ilusionamos
creyendo lo contrario. Nos seduce la idea de llegar antes, de saltarnos pasos,
de obtener resultados sin pasar por todo el proceso que implica conseguirlos.
Sin embargo, lo cierto es que casi todo lo que vale la pena
exige esfuerzo, constancia y hasta una dosis de sacrificio. La vida no es un
mensaje motivacional escrito en una taza o en una camiseta. Querer la
satisfacción sin el compromiso y el resultado sin el camino, es como desear
correr una maratón sin entrenar (podríamos atrevernos, pero nos haremos mucho
daño).
A veces nos enamoramos de la idea o del resultado sin preguntarnos
si estamos preparados para atravesar el proceso. No obstante, si alzamos tanto
el listón, tenemos que estar dispuestos a realizar el esfuerzo correspondiente.
Soñar en grande está bien, pero cada sueño tiene una factura emocional y
práctica que debemos estar dispuestos a pagar.
No es cuestión de renunciar a metas ambiciosas, sino entender
que implican renuncias, tiempo, paciencia y disciplina. El éxito sin esfuerzo
es una fantasía que solo existe en las películas o en los mensajes motivacionales.
Y si no estamos dispuestos a realizar ese sacrificio,
tampoco pasa nada. No tiene sentido exigirnos hasta rompernos o dejar partes
importantes de nosotros por el camino. A veces, bajar un poco el listón no es
rendirse, sino ser realistas con nuestro tiempo, energía o circunstancias.
La madurez psicológica también implica ser capaces
de separar el grano de la paja. O sea, reconocer qué queremos de verdad y qué
queremos solo por presión social. No todo en la vida tiene que ser épico, hay
pequeños logros que nos aportan satisfacción y felicidad.
De hecho, para Epicteto, la verdadera libertad y felicidad
no proviene de alimentar grandes deseos, sino más bien al contrario. Creía
que “la felicidad no consiste en adquirir y gozar, sino en no desear
nada”.
Por supuesto, es difícil llegar a ese nivel de “nihilismo
aspiracional”. La clave está en encontrar un equilibrio: elegir objetivos que
nos ilusionen y asumir el esfuerzo que conllevan mientras dejamos ir deseos que
realmente no están en sintonía con nuestra identidad, sino que responden a las
expectativas sociales de lo que se supone que debemos lograr o ser.
En la vida no hay atajos, pero hay caminos que podemos
recorrer más ligeros de peso cuando dejamos de exigirnos imposibles. La
felicidad no proviene de tenerlo todo inmediatamente, sino de comprometernos
con lo que elegimos y ser honestos con lo que podemos dar y lograr en cada
etapa de nuestra vida. Ese es el mayor éxito – aunque no siempre lo parezca.

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