LA
ECONOMÍA DE LA ATENCIÓN
“Somos
menos felices y menos productivos que nunca porque somos adictos”
“Te
ha llegado un correo, un mensaje, un hechizo, un paquete. Hay un
usuario nuevo, una noticia nueva, una herramienta nueva. Alguien ha
hecho algo, ha publicado algo, ha subido una foto de algo, ha
etiquetado algo. Tienes cinco mensajes, veinte likes, doce
comentarios, ocho retuits. Hay tres personas mirando tu perfil,
cuatro empresas leyendo tu currículum, dos altavoces inalámbricos
rebajados, tres facturas sin pagar. Las personas a las que sigues
están siguiendo esta cuenta, hablando de este tema, leyendo este
libro, mirando este vídeo, llevando esta gorra, desayunando este bol
de yogur con arándanos, bebiendo este cóctel, cantando esta
canción.”
Así
rapta tu cerebro, tu voluntad, tus horas de sueño, de amor y de
paseo “la economía de la atención” de la que habla la
periodista española Marta Peirano en su último libro revelador: El
enemigo conoce el sistema.
Así
también sus dueños se enriquecen, como cuenta en sus páginas. Y
tienen trabajando a los mejores cerebros del mundo para aumentar las
ganancias mientras les entregamos todo. “El precio de cualquier
cosa es la cantidad de vida que ofreces a cambio”, dice.
Desde
los noventa, en que descubrió la escena Hacker en Madrid, hasta hoy,
no ha dejado de mirar la tecnología con ojo agudo, crítico y
pensante. Su libro relata desde los inicios libertarios de la
revolución digital hasta su temible y potencial dictadura, que
avanza a pasos agigantados, sin que nos demos mucha cuenta.
Marta
Peirano es una de las protagonistas de los diálogos del Hay Festival
Cartagena.
Dices
que la economía de la atención nos roba horas de sueño, de
descanso, de vida social, ¿cómo la explicarías?
La
economía de la atención o el capitalismo de vigilancia gana dinero
consiguiendo nuestra atención. Es un modelo de negocio que depende
de que instalemos sus aplicaciones, para tener un puesto de
vigilancia en nuestras vidas. Puede ser una smart tv, un móvil en el
bolsillo, un altavoz inteligente, una suscripción a Netflix, a
Apple.
Y
quiere que las uses el mayor tiempo posible, porque así estás
generando datos que los hacen ganar dinero. Mientras más generas,
más valioso es su banco de datos.
¿Qué
datos se generan mientras veo una serie, por ejemplo?
Netflix
tiene muchos recursos para lograr que en vez de ver un capítulo a la
semana, como hacíamos antes, veas toda la temporada en una maratón.
Su propio sistema de vigilancia sabe cuánto tiempo pasamos viéndola,
dónde la paramos para irnos al baño o hacernos la cena, cuántos
episodios somos capaces de ver antes de quedarnos dormidos. Eso les
ayuda a refinar su interfaz.
Si
llegamos al capítulo cuatro y nos vamos a la cama, saben que es el
punto de desconexión, entonces llaman a 50 genios para que lo
resuelvan y en la siguiente serie nos quedemos hasta el capítulo
siete.
¿Los
mayores cerebros del mundo trabajan para lograr que perdamos la
voluntad?
Todas
las aplicaciones que existen se basan en lo que hasta ahora era el
diseño más adictivo, el de las tragaperras que hace que un sistema
produzca la mayor cantidad de pequeños acontecimientos inesperados
en el menor tiempo posible. En la industria del juego se llama event
frequency. Cuanta
más alta es la frecuencia, más rápido te enganchas, pues es un
loop de dopamina. Cada vez que hay un evento, te da un chute de
dopamina, cuantos más acontecimientos encajas en una hora, más
chutes, que es lo que te genera adicción.
¿Cada
tweet que leo, cada posteo de Facebook que llama mi atención, cada
persona de Tinder a la que doy like, es un evento?
Son
eventos, y en la psicología del condicionamiento existe el
condicionamiento de intervalo variable, en el que no sabes lo que va
a pasar. Abres Twitter y no sabes si vas a retwittear y te vas a
convertir en la reina de tu pandilla durante los próximos 20
minutos.
El
que no sepas si vas a tener premio, castigo o nada, hace que te
enganches más deprisa.
La
lógica del mecanismo provoca que sigas intentando, para entender el
patrón. Y cuanto menos patrón hay, más se atasca tu cerebro y
sigue, como las ratitas de las cajas de Skinner, que fue quien
inventó el condicionamiento de intervalo variable. La rata le da a
la palanca de manera obsesiva, tanto si sale comida como si no.
Los
adultos pueden entenderlo, pero ¿qué pasa con los niños que llegan
a tener síndrome de abstinencia cuando no están enganchados a
Instagram, YouTube, Snapchat, Tik Tok?
Las
redes sociales son como máquinas tragaperras, que están
cuantificadas en forma de likes, de corazones, de cuánta gente ha
visto tu post y genera una adicción especial, porque es lo que dice
tu comunidad, si te acepta, si te valora. Cuando esa aceptación, que
es completamente ilusoria, entra en tu vida, te vuelves adicta,
porque estamos condicionados para querer encajar en el grupo, nuestra
vida depende de que se nos acepte y se nos valore. Han
conseguido cuantificar esa valoración y convertirla en un chute de
dopamina.
¿Se enganchan los niños?
Más rápido que nadie y no es
que no tengan fuerza de voluntad, es que ni siquiera entienden por
qué puede ser malo para ellos.
No
dejamos que nuestros hijos beban Coca Cola y coman gominolas, porque
sabemos que el azúcar es dañino, pero les damos pantallas para que
se entretengan, porque así no tenemos que interactuar con ellos.
¿Y
qué podemos hacer?
Interactuar
con ellos. Un niño que no tiene una pantalla se aburre. Y un niño
aburrido, molesta, si tú no estás dispuesto a interactuar con tu
hijo, porque a lo mejor prefieres estar haciendo otras cosas.
¿Mirando
tu propia pantalla, por ejemplo?
Vemos
familias enteras pegadas al móvil y lo que está pasando es que cada
uno está gestionando su propia adicción. Todo el mundo sabe que las
tragaperras son malas, que la heroína es mala, pero con Twitter, con
Slack, con Facebook, no lo saben, entre otras cosas, porque también
se han convertido en herramientas de productividad.
Entonces
yo, que soy periodista, cuando veo el Twitter es porque necesito
estar informada. La peluquera en el Instagram estará mirando cómo
se lleva el pelo, hay una excusa para todos.
La
adicción es la misma, pero cada uno juega distinto y nos decimos que
no es una adicción, sino que estás al día y que eso aumenta tu
productividad.
¿Nos
podríamos calificar como adictos tecnológicos?
No
somos adictos a la tecnología, somos adictos al chute de dopamina
que ciertas tecnologías han infiltrado en sus plataformas. Esto no
es un accidente, es deliberado.
Hay
un señor que da clases en Stanford a quienes montan startups para
generar ese tipo de adicción.
Hay
consultores en el mundo que van a las empresas para explicar cómo
provocarla. La economía de la atención utiliza la adicción para
optimizar el tiempo que pasamos delante de las pantallas.
Esto
también ocurre con la comida, como cuentas en el libro, nos
manipulan con los olores, los ingredientes y nos culpamos por
carentes de voluntad y de auto control…
Es
casi un ciclo de maltrato, porque la empresa contrata a 150 genios
para crear un producto que te produce adicción instantánea.
Te
hackean el cerebro para que la combinación exacta de grasa, azúcar
y sal le genere bienestar, pero como no aporta nutrición al cuerpo,
nunca se te pasa el hambre y tienes una especie de cortocircuito: tu
cerebro te está diciendo dame más, esto es bueno, pero el resto de
tu cuerpo dice tengo hambre.
Como
el anuncio de Pringles, “Once you pop you can’t stop”, (Cuando
haces pop, ya no hay stop) lo cual es absolutamente cierto, porque
abro un frasco y hasta que no me lo he comido entero, no puedo pensar
en otra cosa.
Luego
ellos te dicen, bueno, esto es porque tú eres un gocho, tienes gula.
¡El pecado de la gula! Como no sabes controlar, te voy a vender un
producto que puedes comer y comer y no te va a engordar, los yogures
cero, la Coca-Cola zero. Ganan por todos lados y la culpa es parte de
ese proceso. Ahora mismo en Silicon Valley hay un montón de gente
que hace aplicaciones para que pases menos tiempo usando las otras
aplicaciones. Ése es el yogur.
Esta
toma de conciencia, de comprender cómo funciona, ¿ayuda?, ¿es el
primer paso?
Pienso
que sí y también darte cuenta de que tu adicción no tiene que ver
con el contenido de las aplicaciones.
No
eres adicto a las noticias, eres adicto al Twitter, no eres adicto a
la decoración de interiores, eres adicto al Pinterest, no eres
adicto a tus amigos ni a sus maravillosos hijos cuyas fotos postean,
eres adicto al Instagram.
La
adicción la genera la aplicación y cuando lo entiendes, empiezas a
verlo de otra manera. No es falta de voluntad, están diseñadas para
ofrecerte loops de dopamina, que te dan una satisfacción inmediata y
te arrastran de cualquier otra cosa que no te la da, como por ejemplo
jugar con tu hijo, pasar un rato con tu pareja, irte al campo o
terminar un trabajo, que requieren una curva, porque hay
satisfacción, pero no es inmediata.
De
todo lo que cuentas, manipulaciones, vigilancia, adicciones, ¿Qué
es lo que más te atemoriza?
Lo
que más me preocupa es la facilidad con la que se convence a la
gente de que renuncie a sus derechos más fundamentales y que llegue
a decir ¿a quién le importan mis datos?, ¿a quién le importa
dónde he estado? cuando hace 40 años había gente muriendo por el
derecho a reunirse con otros, sin que el gobierno supiera quiénes
eran, por el derecho a tener conversaciones privadas en la intimidad,
o el derecho de que tu empresa no sepa si en tu familia hay un
enfermo de cáncer.
Nos
ha costado mucha sangre conseguirlo y ahora lo estamos abandonando
con una ligereza que no es natural, es implantada y alimentada por un
ecosistema que se beneficia de esa ligereza.
Cuando
uno manda un correo sabe que lo pueden a leer, pero es verdad que
pensamos ¿a quién le va a importar lo que escribo? ¿Importa de
verdad?
Realmente
no le importa a nadie, hasta que le importa, porque todo ese material
queda almacenado y si está disponible para el gobierno, éste tendrá
herramientas para contar cualquier historia sobre ti, sin que lo
puedas rebatir.
Puede
decir que tales días estuviste con cierta persona y tú no sabes ni
dónde estabas, ni quién es esa persona, pero los datos lo cuentan y
probablemente son ciertos, pero la historia no lo es.
Si
el gobierno te quiere meter presa porque haces un fanzine que no le
gusta, puede buscar la manera de vincularte a un terrorista. ¿Cómo?
pues a lo mejor vuestros hijos fueron juntos al colegio durante un
tiempo y puede demostrar que las matrículas de vuestros coches
coincidieron una y otra vez en la misma carretera durante tres años.
En ese sentido tus datos son peligrosos.
Dices
en el libro que “Cada día se generan 2,5 quintillones de datos, en
parte enviando colectivamente 187 millones de correos y medio millón
de tuits, viendo 266.000 horas de Netflix, haciendo 3,7 millones de
búsquedas en Google o descartando 1,1 millones de caras en Tinder”,
¿qué pasa con todo eso?
Estamos
obsesionados con nuestros datos personales, mis fotos, mis mensajes,
pero el valor real es estadístico, porque tus mensajes más los de
3.000 millones de personas más, le dicen a una empresa o a un
gobierno quiénes somos colectivamente.
Ellos
los utilizan, primero para poner personas susceptibles a disposición
de los publicistas. Y segundo, para crear predicciones, porque este
es un mercado de futuros.
Saben
que cuando en un país de ciertas características sube el precio de
la electricidad entre un 12% y un 15%, pasa tal cosa, pero si sube
entre un 17% y un 30% pasa otra. Las predicciones sirven para
manipular e ir ajustando tus actividades, para saber, por ejemplo,
cuánto puedes putear a la población con el precio de las cosas
antes de que se te rebelen o se te empiecen a suicidar en masa.
Como
lo que estalló en Chile, que empezó con una pequeña subida
en el precio del pasaje de metro, pero la gente siguió
protestando…
A
lo mejor el gobierno chileno no lo está procesando de esa manera,
pero Facebook lo está haciendo, Google lo está haciendo, porque
toda la gente que está en la calle tiene el móvil en el bolsillo. Y
lo han llevado durante los últimos años de su vida.
Facebook
sabe en qué barrios han pasado qué cosas y por qué, cómo se reúne
la gente y cómo se dispersa, cuántos policías tienen que llegar
para que la manifestación se disuelva sin que haya muertos.
Todos
los móviles hablando a la vez permiten saber cómo puedo hacer lo
que quiero sin que se levante de la población. Y después predecir
lo que pasa, para acallarla lo antes posible.
Pero
¿quién está dispuesto a prescindir del móvil, de internet? ¿Cuál
es el camino del ciudadano normal?
El
problema no es el móvil, no es Internet. Todas las tecnologías de
las que somos dependientes son las herramientas de la vida
contemporánea, voluntariamente las ponemos en nuestros móviles,
pero no requieren de la vigilancia para funcionar, ni necesitan
vigilarte para darte un servicio. No tienen por qué, lo que pasa es
que la economía de los datos es muy golosa.
¿Es
tan jugoso el negocio que lo van a hacer igual aunque intentemos
poner límites?
Es
muy difícil que un gobierno pare los pies a tecnologías que le
facilitan un control tan interesante de la población. Pero la idea
es exigir que eso pase, porque no debería ser así.
Si
ahora mismo desactivas todos los sistemas de geolocalización de tu
móvil, te van a seguir geolocalizando, solo que tú no vas a saber
dónde estás, lo único que haces es desactivarlos para ti.
Igual
que cuando en Facebook o en Twitter bloqueas a alguien para que no
vea lo que posteas, o lo bloqueas para todos, entonces solo lo ves
tú… y Facebook. Lo que pasa en sus centros de datos, pasa para ti
y para ellos. No puedes bloquear a Facebook, porque estás en
Facebook.
¿Estás
planteando que tenemos que rebelarnos y exigir la privacidad?
Pero
no contra las empresas. Es natural que aprovechen una fuente de
financiación tan barata y gloriosamente efectiva.
Lo
que no es natural es que un gobierno que está diseñado para
proteger los derechos de sus ciudadanos lo permita. Y es que cada vez
más gobiernos han llegado al poder gracias a ese tipo de
herramientas, por eso no van a controlarlas, salvo que teman que les
quiten el poder con los mismos trucos sucios que usaron ellos.
Entonces,
¿qué es lo que hay que hacer? Pienso que empezar a convertir ese
tema crucial en un tema político a nivel local y general, es decir,
acción colectiva, acción política.
¿Está
ocurriendo este debate en alguna parte del mundo?
En
las primarias demócratas de la campaña presidencial 2020 de Estados
Unidos, está siendo uno de los temas cruciales. Se debate si estas
empresas deben ser gestionadas de otra manera o ser divididas, porque
además son monopolio.
Sin
embargo, en Europa y en Latinoamérica nos hemos hartado de hablar de
las fake news, de su efecto, de las campañas tóxicas. En España ha
habido tres elecciones generales en tres años y ningún político
habla de esto.
¿El
sistema es nuestro enemigo entonces?
Estamos
integrados y dependemos de sistemas que no sabemos cómo funcionan ni
lo que quieren de nosotros. Facebook, Google y otros, dicen querer
que nuestra vida sea más fácil, que nos pongamos en contacto con
nuestras personas queridas, que seamos más eficientes y trabajemos
mejor, pero su objetivo no es ese, no están diseñados para eso,
sino para chuparnos datos, manipularnos y vendernos cosas.
Nos
explotan, y encima, estamos menos conectados, somos menos felices y
menos productivos que nunca, porque somos adictos.
*Esta
entrevista es parte de la versión digital del Hay
Festival Cartagena 2020,
un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en
esa ciudad colombiana entre el 30 de enero y
el 2 de febrero.
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