¿Cómo
es formar parte de una cooperativa de consumo agroecológico? Este
artículo pone la mirada en el interior de estas comunidades para
mostrar qué es lo que pasa cuando se decide unirse a un proyecto
cooperativo de este tipo.
Una
de les claves para sentirse a gusto practicando el consumo consciente
es vivirlo
desde el positivismo.
Esto pasa por disfrutar del proceso, no culpabilizarse por las
incoherencias ni culpabilizar a los demás o no sentirse mal si no se
consiguen los propósitos. Las emociones positivas nos refuerzan la
persistencia y el mantenimiento de lo que estamos haciendo. Y si se
vive en compañía o en una comunidad más grande, siempre será
mucho más fácil.
Es
el caso de los protagonistas de este artículo. Gisela y Albert de El
Brot
(Reus), Hilari, Francesc y Míriam de La
Magrana Vallesana (Granollers),
Montse, Bea y Jaume de Som
Alimentació (Valencia),
Jon e Izaskun de Labore (Bilbao
y Oiartzun) y Kim, François, Carla y Ann del Park
Slope Food Coop (Nueva
York) hablan de sus experiencias en los grupos de consumo de los que
forman parte. Llegó el momento en el que quisieron dar un giro en su
comportamiento en el consumo decidieron cambiar ciertos hábitos en
compañía de un grupo de más gente.
Este
artículo es un abstracto del reportaje que se publicó en
el cuaderno
56 “De la tierra al plato”.
El artículo Cooperar
para alimentarnos complementa
este artículo, aportando aspectos más teóricos.
Sería
imposible dibujar un retrato robot para describir el perfil más
común del socio o la socia de una cooperativa o un supermercado
cooperativo. La
diversidad abunda y cada caso tiene sus particularidades.
Es precisamente en la heterogeneidad donde está la riqueza, porque
facilita que todo el mundo pueda hallar la manera de crear vínculos
y de conectar y encajar con los proyectos y las personas que
participan en ellos. No obstante, sí que existe una tendencia a
tener una sensibilidad por el entorno y estar o haber estado
vinculado con algún movimiento social o cultural. En este sentido,
Bea asegura que “una vez empiezas a conocer todo lo que te puede
aportar participar en proyectos afines a tu manera de pensar, es
difícil no volverlo a hacer”. Ha hecho voluntariados de
agricultura ecológica en granjas con el sistema del woofing
y ha participado en huertos urbanos.
Montse,
su compañera en Som Alimentació, siempre ha estado vinculada con
las asociaciones de familias del colegio y el instituto de sus hijos.
Ella también coincide en decir que “empiezas participando en un
grupo con unos objetivos de mejorar las cosas o practicar
alternativas de vida y poco
a poco te vas contagiando del espíritu de participación y
colaboración”.
Pero el resto de variables son muy diferentes: la edad, la profesión,
la situación familiar, el lugar donde se vive, el nivel adquisitivo
y la manera de pensar son aspectos que pueden influir en la
forma de consumir.
En
este sentido, hay quien siente un fuerte compromiso
con la justicia social o el medio ambiente,
otras personas se ven condicionadas por motivos
económicos o
por ambos motivos. En Nueva York, por ejemplo, sede del Food
Coop, las etiquetas de los productos de los supermercados
convencionales y otros establecimientos sitúan su origen a miles de
kilómetros de distancia y, lo que más preocupa a muchos
americanos, a precios desorbitados. Teniendo en cuenta estas
circunstancias, a mucha gente le resulta más económico alimentarse
a base de hot dogs, hamburguesas, cortes de pizza, ensaladas
hiperazucaradas y cookies de talla XXL, en lugar de hacerlo a base de
un plato de verduras, de legumbres, carne, pescado o fruta y frutos
secos, que es lo que suele predominar en la dieta mediterránea.
En los Estados Unidos, una comida sana y a precios razonables puede
ser difícil si no se conocen las alternativas, como las cooperativas
de consumo, que están proliferando cada vez más, o el supermercado
cooperativo más famoso de Nueva York: el Park
Slope Food Coop.
En
muchas cooperativas, además de pagar la cuota anual, hay que aportar
unas horas de trabajo que
se deben realizar durante un mes o un año. Hacer el pedido,
descargar los productos, colocarlos en las estanterías o estar en la
caja son algunas de las tareas que se tienen que asumir. Ahora bien,
la realidad es muy diversa y cada cooperativa tiene su propio
funcionamiento en lo que se refiere a las horas de trabajo y el tipo
de tareas.
La
Magrana, Labore o El Brot no piden una dedicación obligatoria.
Entienden que el compromiso debe ser voluntario y no
todo el mundo puede aportar las mismas horas de trabajo,
ya que dependerá de la motivación individual o del momento vital en
el que se encuentre cada uno. “La vida está llena de cambios y eso
puede condicionar la dedicación a la cooperativa, no siempre se
tendrá el mismo tiempo y ganas de contribuir al proyecto”, dice
Hilari. En La Magrana, por ejemplo, es muy frecuente ver como parejas
que inicialmente estaban muy activas y participaban en más de una
comisión de trabajo, en el momento que tienen hijos la crianza les
absorbe el tiempo que antes dedicaban a la cooperativa. Estos
casos pueden ser frecuentes: la gente quiere seguir formando parte
del proyecto y consumiendo, pero reduciendo o directamente eliminando
las horas de dedicación.
Para
evitar que se viva el trabajo para la cooperativa como una obligación
o un trámite, en La Magrana han optado por recomendar dos
horas de trabajo voluntario al año y ofrecer un abanico de
participación muy amplio.
Así creen que todo el mundo puede encontrar su espacio y cuando
quiera. Este modelo les funciona y reconocen que “cuando se
necesitan manos, aparecen”.
Labore
tampoco reclama un compromiso elevado, todo funciona a partir de la
idea del voluntariado y tanto Jon como Izascun aseguran que les
funciona, porque “a
la gente, al final, le gusta participar en lo que se siente suyo”.
Eso sí, de las labores que representan más horas y que se tienen
que hacer diariamente se suele ocupar el equipo motor de manera
voluntaria, ya que, según Jon, “hay que dar ejemplo”.
En
Som Alimentació y Food Coop, en cambio, asumir trabajo de la
cooperativa sí que es obligatorio. A Jaume le gusta trabajar porque
cree que la sostenibilidad del proyecto depende en buena medida de
“la sostenibilidad social, tanto a escala interna entre las socias
como hacia el exterior con otras clientas, proveedoras, empresas,
vecinas…”. Considera que el
trabajo cooperativo es la base del proyecto y
que hace más fácil la toma de decisiones como colectivo. Montse
dice que “pide mucho esfuerzo, pero se recompensa a medida que el
proyecto se va construyendo”.
El
caso del Park Slope Food Coop es bastante más excepcional por una
cuestión de volumen. A pesar de que las cifras puedan ser modestas
si se enmarcan en el contexto de una ciudad como Nueva York (la
ciudad tiene más de ocho millones de habitantes y, de estos, 17.000
son socios de la cooperativa), una
comunidad de tantos miles de personas requiere una organización
excelente.
En este caso, todo el mundo tiene que dedicar tres horas mensuales de
trabajo, que se destinan siempre a la misma tarea.
Ann,
que trabaja en el Food Coop desde hace más de diecisiete años,
enseguida detectó que era necesario formar
a las personas que se apuntan a la cooperativa en las tareas que se
les adjudican;
de manera que, dentro del paquete de bienvenida a la
cooperativa, además de explicar la historia del proyecto, cómo
funciona, los criterios de selección de los productos, de dónde
vienen, etc., también se lleva a cabo una pequeña formación sobre
la tarea que realizarán los recién llegados.
Carla
considera que esta
formación es muy útil por
dos razones principales: porque aprendes
qué tienes que hacer y
porque te
pone en contacto, por primera vez, con tus compañeros de turno.
Y esto, según ella “es fantástico, porque te permite empezar a
conocer a la gente con quien compartirás como mínimo tres horas
mensuales”. Kim disfruta estando en la caja cobrando porque le ha
ayudado a potenciar su agilidad con los números (a pesar de que la
caja registradora no obliga a hacer ninguna suma ni resta, si no
quieres), y porque le gusta ver qué compra la gente: “A veces me
inspiran y cojo ideas para hacer mi compra, ¡por aquí pasa mucha
gente!” Y es que el ritmo del Food Coop no decae ningún día de la
semana, abre en horario intensivo de ocho de la mañana a siete u
ocho de la tarde y en los pasillos y en las cajas siempre se trabaja
a pleno rendimiento.
Los
cambios, los aprendizajes, los propósitos o los nuevos hábitos, si
son en compañía, se viven mucho mejor. Por eso, unirse a una
cooperativa de consumo es una muy buena opción si estamos a punto de
dar un paso (más) en la práctica del consumo consciente, porque,
compañía, se encuentra seguro. “Se crea un vínculo muy fuerte
cuando trabajas codo a codo. Hay mucho sentimiento en el hecho de
comprar en Som Alimentació. Es tu supermercado, que hemos financiado
y construido entre todas”, dice Bea.
A
Jaume se le abrió un nuevo mundo cuando se hizo socio de Som
Alimentació, “todas las personas son nuevas para mí, y eso hace
de esta aventura un camino todavía más apasionante, si es que lo
puede ser”. Montse es una de estas personas de la que habla y para
ella es muy natural que aparezcan afinidades con el resto de miembros
de la cooperativa, puesto que si además de consumir formas
parte de alguna comisión, compartes
muchos momentos que fortalecen las relaciones.
En
La Magrana, siempre que se celebra asamblea se ofrece servicio para
cuidar a los niños; de este modo no corren el riesgo de que alguien
no pueda asistir porque no puede dejar a las criaturas solas. Pero
esta iniciativa traspasó la utilidad momentánea durante las
asambleas y motivó la creación de la comisión de crianza. Las
familias con niños necesitaban este espacio para compartir
inquietudes, sobre todo las que tienen que ver con la alimentación
de sus hijos. Las ideas o necesidades que detecta la comisión se
comparten con la cooperativa, y así es como han podido incorporar
determinados alimentos en el catálogo o compartir recetas con un
toque más infantil. Una cosa parecida ha pasado en Nueva York; Carla
está embarazada y otras compañeras de su turno también, y cree que
eso ha motivado que se hayan unido más: “tenemos ganas de hacer
algo como colectivo de mujeres que nos encontramos en una situación
similar”.
El
aprendizaje también es uno de los pequeños tesoros de formar parte
de una cooperativa.
Para algunas generaciones no es ningún descubrimiento que en
invierno (al menos en el de nuestro país) no se cosechan berenjenas
o que si las heladas llegan en enero no hacen mucho daño, pero que
en cambio sí que pueden ser traidoras si se producen en la
primavera, cuando empiezan a brotar las flores y a crecer los
frutos.
Mucha
gente ignora esta sabiduría popular porque en los supermercados se
puede encontrar de todo,
sin importar el peaje ambiental que haya que pagar. Esta peligrosa y
a menudo falsa necesidad de la inmediatez, la niña de los ojos de la
sociedad líquida de la que habla Zygmunt Bauman; todo es efímero,
veloz, consumible y nos empuja a querer cualquier producto aquí y
ahora sin pararnos a pensar qué puede suponer este capricho para el
planeta y para la economía.
“Quiero
tomates en enero, pero no es temporada; la última semana no he
podido comprar naranjas, resulta que las lluvias en Valencia han
afectado a la recolecta; este año las patatas son muy pequeñas, se
ve que con el frío que ha hecho, han salido más pequeñas… y así
un montón de cosas.” Izaskun es de Bilbao y se considera, como
dice ella, muy “urbanita”. Antes no tenía ningún tipo de
contacto con el mundo rural pero Labore le ha redescubierto que todo
tiene su ritmo y que no nos podemos creer más sabios que la
naturaleza.
Ser
socio de una cooperativa implica mucho más que tener un lugar donde
ir a comprar. De hecho Gisela no duda en absoluto cuando dice que “El
Brot es más que una tienda” porque siempre se aprenden cosas
nuevas. A ella le ha servido para cambiar la manera de entender el
mundo. Reconoce que ya tenía una manera de pensar y un espíritu
crítico cultivado, “pero siempre se aprenden cosas nuevas”.
Albert también ha recorrido un camino similar: desde hace años ha
estado vinculado con iniciativas sociales, pero estar directamente
involucrado con El Brot le ha permitido conocer más de cerca el
funcionamiento cooperativo o profundizar en la soberanía
alimentaria.
Míriam
no puede esconder que formar
parte de La Magrana la hace feliz y contenta.
No se trata solo de tener acceso a unos productos de calidad, sino
también de conocer gente, descubrir proyectos, participar en la vida
del municipio o impulsar el cambio social. Entiende que a veces se
pueden tener reticencias a la hora de dar el paso para implicarse en
una cooperativa, “pero se tiene que hacer, la gente tiene que
entrar y ver el mundo que hay detrás de estas puertas”.
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