16/7/21

Un revulsivo para reinventar la militancia vecinal y la intervención social y comunitaria

EL FIN DEL CONTROL POLICIAL

El libro `El fin del control policial´ de Alex S. Vitale mapea la extensión del poder policial y ofrece medidas concretas para sustituir a la Policía en la gestión de problemas sociales. En España queda pendiente una reflexión en el movimiento vecinal y en la intervención social sobre la policialización urbana.

Desde Metropolice seguimos con mucha atención las iniciativas alrededor del programa político Defund the Police, lanzado por el movimiento Black Lives Matter en 2020. Dos años antes de la irrupción de dicho programa se publicaba The end of policing, traducido y publicado recientemente por Capitán Swing como El fin del control policial. El libro es un magnífico análisis del crecimiento de la institución policial en los últimos cuarenta años y un desgranamiento pormenorizado de las áreas de trabajo que ha ido colonizando, mostrando su ineficacia y el daño social que provocan sus intervenciones.

En su lugar, Vitale plantea una serie de acciones prácticas y realistas, tanto a nivel público como comunitario, para abordar los problemas relacionados con las drogas, el sinhogarismo o el trabajo sexual sin la intervención de la Policía.

En el Estado español, el programa de decrecimiento policial apenas empieza a sonar entre los movimientos sociales, cuando no se ve como un exotismo norteamericano. En su lugar, las únicas propuestas desde la izquierda tienen que ver con el control de los aspectos más violentos del poder policial y con la reforma de los cuerpos (formación y proximidad).

Las CUP han planteado la fiscalización externa de las fuerzas de seguridad en Cataluña, así como la limitación de su armamento en la gestión de las manifestaciones. Sin embargo, el programa de decrecimiento y redistribución del presupuesto policial no ha sido apropiado hasta el momento por formaciones políticas ni por organizaciones vecinales y sociales.

La lectura del libro de Vitale puede ser un revulsivo para reinventar la militancia vecinal y la intervención social y comunitaria en nuestro contexto. Permite a los actores presentes en los problemas de los barrios (militantes vecinales, personal de la intervención social) identificar la penetración de lo policial que ha experimentado su trabajo en el contexto neoliberal, así como poner en valor lo que estos mismos actores pueden ofrecer —con más recursos, más participación, análisis más complejos y una buena dosis de imaginación— para conseguir unas ciudades y unos barrios más justos, cohesionados y confiados.

La llegada de partidos progresistas a las instituciones en el Estado español nunca ha supuesto un decrecimiento policial, sino la implementación del kit de reformas al que te refieres en tu libro (formación en diversidad, policía comunitaria, rendición de cuentas). ¿Por qué crees que una agenda progresista y transformadora debería dejar de apostar por las reformas policiales?

Incluso los partidos políticos “progresistas” de Europa han aceptado, en lo esencial, los parámetros del neoliberalismo según los cuales el Estado cede cada vez más poder a los agentes del mercado y, luego, gestiona los problemas sociales que se derivan del clima de austeridad. Es más fácil, tanto para equilibrar los presupuestos como para producir legitimidad estatal, cultivar una narrativa liberal que redefine los problemas sociales como problemas de delincuencia, y que da poder a la Policía para gestionar esos problemas, bajo el amparo de una ideología de producción de seguridad pública y protección del estado de derecho.

Ese marco es tan poderoso que incluso los políticos anti-austeridad no pueden, o no quieren, desafiarlo directamente. Por lo tanto, cuando la Policía produce violencia y racismo, la solución es siempre restaurar su legitimidad en consonancia con esta narrativa dominante del “estado de derecho” y la “seguridad pública”, a través de reformas de tipo procedimental, diseñadas para devolver la confianza del público a la Policía, no para desmantelar la hegemonía de los mercados.

Planteas que es un mito que la Policía exista para proteger a la ciudadanía: la experiencia de las poblaciones racializadas, tanto en Estados Unidos como en España, es justo la contraria. ¿Cómo transformarías este enunciado en un mensaje capaz de replicarse y viralizarse por fuera de círculos activistas?

Es muy difícil, porque muchos sectores sociales se benefician del actual estado de cosas. Temen perder privilegios, seguridad personal y riqueza material a manos de quienes están en el lado perdedor del modelo económico. El primer reto es generar más solidaridad entre quienes están en ese lado perdedor y no ganan nada del control policial, sino que son objeto de su función represiva, ya se trate de trabajadores organizados, comunidades de inmigrantes, refugiados, comunidades LGBTQ, etc. Estos colectivos pueden encontrar una causa común en el papel que desempeña la Policía como debilitador de su poder y de su seguridad.

El siguiente paso es construir un análisis que reconozca que esto no se debe sólo a la falta de profesionalidad de la Policía, sino a que la Policía ejecuta e implementa un sistema de desigualdad, que estas desigualdades y opresiones están directamente interrelacionadas y que, por lo tanto, la única solución es una transformación más profunda del Estado, que lo convierta en una fuente de producción de bienestar humano y no de ganancias privadas.

En el libro afirmas que la ciudadanía no demanda Policía, sino intervención institucional sobre problemas abandonados por las políticas neoliberales. ¿Qué factores explican que en Estados Unidos se haya extendido la demanda de redistribución del gasto policial para políticas sociales e inversión comunitaria?

Durante décadas los líderes políticos les han dicho a las comunidades que enmarquen sus problemas de seguridad pública como algo que tiene que ser gestionado por la Policía. En ese contexto es lógico que la gente intente movilizar a la Policía para una amplia gama de actividades no tradicionales, realizadas bajo la apariencia de policía comunitaria.

Si las comunidades no pueden conseguir servicios sociales de verdad, entonces intentarán que la Policía preste esa función. Por eso ahora la Policía dirige programas para jóvenes, da asistencia a personas sin hogar, contrata a trabajadores sociales para que trabajen con ellos, etc. Es un error, porque esto reproduce la lógica de que, en última instancia, hablamos de problemas de delincuencia. Además, demasiado a menudo estos servicios prestados a través de la Policía acaban desempeñando un papel en actividades de vigilancia y de represión, lo que socava su eficacia y fomenta la agenda criminalizadora.

Analizas temas sobre los que hoy trabaja la Policía (drogas, migraciones, personas sin hogar, conflictos escolares, trabajo sexual, etc.) para demostrar su inocuidad a la hora de resolverlos y sus efectos nocivos en esos campos. ¿Podrías citar las experiencias de sustitución de la policía que más te hayan impactado?

Portugal despenalizó las drogas y dejó el problema en manos de las autoridades sanitarias, y consiguió mejores resultados en materia de salud pública. Los votantes del estado de Oregón aprobaron recientemente una medida similar. Esto reducirá el poder de la policía, y salvará vidas.

La ciudad de Austin, Texas, decidió hace poco detraer dinero del presupuesto policial para cubrir los costes de funcionamiento de un nuevo centro de apoyo a la vivienda, que albergará a personas que vivían en la calle y eran objeto habitual de atención policial, y les proporcionará asistencia social para ayudarles a mantener su vivienda.

Muchas ciudades de Estados Unidos han empezado a crear equipos no policiales de salud mental que puedan responder a crisis conductuales, de manera que no lo haga la Policía. Los primeros resultados en ciudades como Denver son muy positivos. Se están salvando vidas y se está ahorrando dinero.

A la hora de plantear alternativas al trabajo policial sugieres su sustitución por otras figuras propias del trabajo social y la acción comunitaria. ¿Podrías explicar qué claves deben impregnar a la intervención social para que no acabe reproduciendo el trabajo policial por vías blandas?

Debemos asegurarnos de que las estrategias que se adoptan para abordar los problemas de seguridad pública responden a dos objetivos. En primer lugar, deben diseñarse con una participación y supervisión comunitarias que sean significativas, y no a través de una planificación centralizada. En segundo lugar, no deben obstaculizar las iniciativas que aspiran a construir el poder político necesario para abordar cambios estructurales más amplios.

¿Qué impresión te merece la evolución del programa Defund the Police impulsado por el movimiento Black Lives Matter?

Defund the Police es congruente con la idea de reorientar radicalmente las prioridades del Estado, alejarlas de los sistemas de coerción y control, y acercarlas a la solidaridad y a los cuidados. Existe una importante resistencia política a estas ideas, pero cada vez en más ciudades se percibe presión política para avanzar en esta dirección. Un número creciente de candidatos electorales está, además, haciendo suyas estas ideas, y ganando elecciones.

Ninguna ciudad estadounidense ha llevado a cabo una transformación total, pero dos han dado ya grandes pasos en esta reorientación política: San Luis y Minneapolis. Ambas ciudades siguen gastando enormes cantidades de dinero en Policía, pero han iniciado un proceso de creación de un amplio abanico de iniciativas de seguridad pública no policiales que, con el tiempo, les permitirán reducir el alcance del modelo policial.

Alex S. Vitale es profesor de Sociología, coordinador del Proyecto de Policía y Justicia Social en el Brooklyn College y profesor invitado en la London Southbank University.

https://www.elsaltodiario.com/metropolice/alex-s-vitale-si-las-comunidades-no-pueden-conseguir-servicios-sociales-intentaran-que-la-policia-preste-esa-funcion  

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