TODOS PENSAMOS…
… PERO ¿SABEMOS PENSAR BIEN?
Pensar parece ser una actividad innata que hacemos los seres
humanos. Pensar incluso parece algo fácil. Si lo estamos haciendo todo el día,
¿o no? Pensamos qué ponernos por la mañana, cómo ir al trabajo, cómo podemos
vender más, o cómo ser mejores en nuestro ámbito. Pero ¿usar la cabeza es
pensar? ¿De verdad sabemos pensar bien? Es más, la sociedad en la que vivimos
¿favorece o no el pensamiento?
En los últimos años parece que cada día pensamos menos. Reuniones de media hora, que se suceden una detrás de otra, sin tiempo para nada. Espacios de tiempo que no dejan lugar a la reflexión, solo a la acción, a tomar decisiones rápidas, no meditadas. Porque prima la acción sobre el pensamiento, pero sin pensamiento, no tenemos acción, solo descontrol y caos.
Nos dejamos llevar por las circunstancias, por el
cortoplacismo y dejamos de fomentar nuestro pensamiento crítico. Y esta es una
característica vital que deberíamos potenciar si queremos sobrevivir en este
entorno cada día más complejo e incierto que nos ha tocado. El 93% de los
reclutadores buscan esta habilidad en sus candidatos según un análisis de
la Asociación de Colegios y Universidades de EEUU. Porque no se trata
de tener muchos conocimientos enlatados, sino de saber pensar bien.
Pero ¿qué necesitamos para pensar bien? Necesitamos un
elemento sencillo-complejo: el tiempo. Porque para pensar bien, lo primero que
necesitamos es tiempo. Tiempo para leer. Tiempo para escuchar a los demás.
Tiempo para desgranar la información. Tiempo para reflexionar. Tiempo para
cuestionarnos las cosas. Y aquí reside el principal problema del porqué no
estamos pensando bien, porque si algo nos falta en este siglo es tiempo.
No tenemos tiempo para reflexionar, ni para debatir, ni para
cuestionarnos a nosotros mismos. Y aunque no tenemos tiempo para pensar, nos
encanta opinar de todo. Y por eso nos vemos obligados a utilizar un mecanismo,
una heurística, que nos ayuda a reducir la complejidad del mundo para poder
agilizar nuestra toma de decisiones. Con esta heurística eliminamos la escala
de grises, la complejidad, y la sustituimos por el blanco y negro. Y así
dividimos el mundo en dos opciones A o B. Reduciendo los problemas complejos a
preguntas que se contestan con un simple sí o con un no.
Pero el pensamiento crítico, el bueno, es lo que ocurre
entre ese sí y ese no. Los problemas complejos solo se responden con preguntas
que tengan múltiples respuestas. Para pensar bien tenemos que poder valorar
todas las opciones, todos los ángulos. Si no existen opciones, desconfía.
Pero esta forma de pensar implica estar dispuestos a no
tener razón, a que las respuestas que obtengamos vayan en contra de lo que
creemos. Pensar bien implica ser lo suficientemente maduros para contrastar lo
que pensamos con el pensamiento de los demás, y si al final no llevamos razón,
tener la capacidad para aceptarlo.
Una forma de pensar que está reservada solo para unos pocos.
Porque la gran mayoría solo busca argumentos que les den la razón en todo lo
que piensan. Por eso nos gusta reducir nuestro mundo al blanco y al negro,
porque así es más fácil posicionarse, así no hay que valorar diversas opciones,
así no gastamos energía para tomar decisiones.
Pero esto no es pensar, es una ilusión, no es real.
Según José Carlos
Ruiz, autor de El arte de pensar, pensar bien es lo único que
nos puede hacer recuperar el equilibrio. Porque ahora estamos desequilibrados.
Nos dejamos llevar por la emoción y no por la razón.
Para poder pensar bien tenemos que aprender a pensar de
fuera adentro, y no de dentro afuera. Cuando pensamos de dentro afuera, estamos
utilizando nuestra visión de túnel eliminando una parte de la realidad que es
vital que no olvidemos. Para pensar bien hay que tener en cuenta a los demás,
al otro y al entorno. Los demás nos ayudan a poner el mundo en perspectiva.
Pero para eso necesitamos dejar al otro entrar en nuestra
mente, en nuestro pensamiento. Si piensas que el único inteligente eres tú, te
estás equivocando y mucho. Déjate aconsejar, trabaja en equipo, escucha al
otro, y no te escuches siempre a ti mismo. Es más, ignórate de vez en cuando y,
estarás pensando mejor de lo que lo has hecho en toda tu vida.
Si solo te haces caso a ti mismo, te estarás aislando
intelectualmente y poco a poco irás perdiendo la conexión con la realidad.
Seguirás pensando, eso seguro, pero ¿estarás pensando bien?
Raquel Espantaleón
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