16/10/24

Depender de los demás es un regalo, una suerte, un don: Nadie se sostiene en pie solo

SOLO, NO PUEDES                                   

Desterrar el individualismo para luchar contra la soledad

En un mundo que ensalza la idea del hazte a ti mismo, dejar de lado el individualismo y asumir nuestra interdependencia es una forma de combatir la soledad no deseada: saber que el camino hacia al éxito pasa por cuidar de nuestras relaciones con los demás nos ayuda a seguir creciendo.

Según las cifras facilitadas por OpenAI, ChatGPT recibe más de diez millones de preguntas cada día. Para resolverlas, bebe del conocimiento de miles de fuentes: el funcionamiento de la inteligencia artificial es extraordinariamente complejo pero, en resumen, aprenden por repetición y acumulación de lo que hemos creado y compartido los humanos. Antes de empezar a escribir este texto, le pedimos a una inteligencia artificial que crease la imagen de «una persona de éxito». Nos dio cuatro opciones: todas ellas eran hombres –cuestión que da para otro artículo–, todas ellas vestían traje y todas ellas aparecían solas.

No podemos echarle la culpa a la máquina porque, como decimos, hereda lo que somos, incluidos nuestros sesgos. Si le hubiésemos pedido lo mismo a un grupo aleatorio de gente, es posible que los resultados no fueran muy distintos. Al fin y al cabo, durante siglos, ha sido la sociedad la que ha moldeado nuestra percepción del éxito como algo masculino, competitivo, individual e individualista. Como una cima a la que llegas solo. Pero también un camino en el que te sientes solo. Aunque de esto no se escriban tantos mensajes motivacionales.

La presión por ser autosuficientes influye en nuestra forma de ver el mundo, en la forma en la que nos relacionamos con los demás y también en la forma en la que nos vemos a nosotros mismos. «Hemos comprado el marco individualista de que lo que verdaderamente tiene impacto en tu biografía es lo que tú decides y lo que tú haces, ignorando que la mayor parte de las cosas que nos pasan y de las elecciones aparentemente voluntarias están condicionadas por nuestro nivel socioeconómico y nuestro contexto», nos decía la psiquiatra Marta Carmona, coautora de Malestamos: cuando estar mal es un problema colectivo, en el que se aborda precisamente el impacto de ese individualismo exacerbado en la salud mental de la sociedad en su conjunto. 

Y añadía: «Mientras mantengamos el mantra de que lo importante es el sujeto, será muy difícil salir de esta situación, y esas narrativas producen monstruos y sociedades terriblemente hostiles en las que nadie quiere vivir».

Uno de esos monstruos tiene nombre propio y se llama  soledad no deseada. Según el Observatorio Nacional de la Soledad No Deseada –una iniciativa promovida por la Fundación ONCE–, más del 13% de los españoles mayores de 16 años se sienten solos. «Las sociedades antiguas no aislaban al individuo del grupo social. Por eso no podía sentir la soledad. Ahora con la sociedad individualista –particularmente desarrollada por la sociedad de consumo– los individuos ya no tienen la obligación de estar integrados en el grupo. En consecuencia, el sentimiento de soledad es inevitable porque soportan toda la carga de la construcción de sus propias vidas», apunta el filósofo Gilles Lipovetsky

La soledad del oficinista de fondo

La concepción social del éxito como algo individual, como la imagen de la persona hecha a sí misma, refuerza el sentimiento de soledad. Una idea que apuntala la idea de que triunfar –socialmente entendido con alcanzar determinado rango profesional o acceder a un gran número de bienes materiales– no tiene necesariamente una traducción directa en bienestar emocional: la presión por alcanzar ese estatus o por cumplir con el estándar puede hacernos desconectar de los demás, aislarnos. Porque al enfocarnos en lograr las metas personales, dejamos a un lado la consciencia de que somos seres sociales que necesitan del otro.

En el año 2017, Igor Grossman, profesor de Psicología Científica de la Universidad de Waterloo (Canadá), y Michael Varnum, de la Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos), realizaron un estudio para analizar en profundidad las causas del auge del individualismo en los últimos  150 años. Su conclusión es que está ligado estrechamente a la generalización de los trabajos de oficina y las profesiones liberales. «El individualismo crece según lo hace la demanda de trabajos de oficina y desciende la de los oficios manuales», explican los autores, que apuntan a que cuando los trabajos de oficina o de cuello blanco sustituyeron a los trabajos cooperativos vinculados a la clase obrera (de cuello azul), el individualismo comenzó a exacerbarse.

En los últimos años, a ese individualismo propiciado por el modelo laboral y las estructuras de las oficinas, se le ha añadido otro elemento en ocasiones catalizador de la soledad: el teletrabajo. Si antes de la llegada de la pandemia ni siquiera el 5% de los trabajadores tenían esa modalidad laboral, la última Encuesta de Población Activa (EPA) eleva esa cifra hasta el 15%. Dejar de ir a la oficina ha conllevado, para muchas personas, una merma importante en materia de socialización ya que han desaparecido los chascarrillos en la hora de la comida, los trayectos compartidos o el afterwork tras la jornada.

De hecho, desde el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada apuntan a la soledad laboral como nueva emergencia sanitaria a tener en cuenta en tiempos de teletrabajo, algo que también incluyen documentos como el Índice de Tendencias en el Trabajo elaborado por Microsoft. Para combatirla, además de iniciativas individuales como intentar interesarse más por la vida de los compañeros o acudir a los eventos sociales, el fomento de una cultura corporativa más fuerte por parte de las compañías juega un papel fundamental.

Soledades individuales, soluciones colectivas

El individualismo que pone énfasis en la autonomía personal y la autosuficiencia ha moldeado las sociedades contemporáneas. Así, ha ido extendiéndose la idea de que el éxito es una meta que debe alcanzar una persona por sí misma, que depender de otros es una señal de debilidad o fracaso y que las redes de apoyo como la familia o las amistades no son en realidad tan importantes. Esto, además de contribuir a un sentimiento de desconexión social al priorizar siempre lo individual, a menudo desemboca en una paradoja precisamente para quienes logran el éxito: han triunfado, pero se sienten solas y sin apoyo, sin nadie con quien compartirlo.  Dicho de otra forma, al priorizar la autosuficiencia y la independencia, es difícil que existan relaciones personales genuinas y se fomenta el aislamiento.

Ante un problema complejo como la soledad no deseada, no existen soluciones sencillas. Aunque es difícil desterrar definitivamente la idea del éxito como algo individual, sí se puede subrayar la idea de que la realización personal no es incompatible con cuidar las conexiones que nos atan a los demás: conocer y valorar la interdependencia es clave para nuestra estabilidad y bienestar emocional.

Entender que la realización individual y el éxito se construyen sobre la base de una red colectiva nos permite revalorizar los vínculos y reconocer que, al cuidar de los otros, también nos cuidamos a nosotros mismos. O, como resume el filósofo Josep María Esquirol, necesitamos entender que la interdependencia no es un defecto ni una debilidad.

Depender de los demás es un regalo, una suerte, un don. Por suerte, nadie se sostiene en pie solo. Para vivir, uno necesita de la confianza de los demás, de su mirada y de su reconocimiento

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