SOLO, NO PUEDES
Desterrar el
individualismo para luchar contra la soledad
En un mundo que
ensalza la idea del hazte a ti
mismo, dejar de lado el individualismo y asumir nuestra interdependencia
es una forma de combatir la soledad no deseada: saber que el camino hacia al
éxito pasa por cuidar de nuestras relaciones con los demás nos ayuda a seguir
creciendo.
Según las cifras facilitadas por OpenAI, ChatGPT recibe más de diez millones de preguntas cada día. Para resolverlas, bebe del conocimiento de miles de fuentes: el funcionamiento de la inteligencia artificial es extraordinariamente complejo pero, en resumen, aprenden por repetición y acumulación de lo que hemos creado y compartido los humanos. Antes de empezar a escribir este texto, le pedimos a una inteligencia artificial que crease la imagen de «una persona de éxito». Nos dio cuatro opciones: todas ellas eran hombres –cuestión que da para otro artículo–, todas ellas vestían traje y todas ellas aparecían solas.
No podemos echarle la culpa a la máquina porque, como
decimos, hereda lo que somos, incluidos nuestros sesgos. Si le hubiésemos
pedido lo mismo a un grupo aleatorio de gente, es posible que los resultados no
fueran muy distintos. Al fin y al cabo, durante siglos, ha sido la sociedad la
que ha moldeado nuestra percepción del éxito como algo masculino, competitivo,
individual e individualista. Como
una cima a la que llegas solo. Pero también un camino en el
que te sientes solo. Aunque de esto no se escriban tantos
mensajes motivacionales.
La presión por ser autosuficientes influye en nuestra forma de ver el mundo, en la forma en la que nos relacionamos con los demás y también en la forma en la que nos vemos a nosotros mismos. «Hemos comprado el marco individualista de que lo que verdaderamente tiene impacto en tu biografía es lo que tú decides y lo que tú haces, ignorando que la mayor parte de las cosas que nos pasan y de las elecciones aparentemente voluntarias están condicionadas por nuestro nivel socioeconómico y nuestro contexto», nos decía la psiquiatra Marta Carmona, coautora de Malestamos: cuando estar mal es un problema colectivo, en el que se aborda precisamente el impacto de ese individualismo exacerbado en la salud mental de la sociedad en su conjunto.
Y añadía: «Mientras mantengamos el mantra de que lo importante
es el sujeto, será muy difícil salir de esta situación, y esas narrativas producen monstruos y
sociedades terriblemente hostiles en las que nadie quiere vivir».
Uno de esos monstruos tiene nombre propio y se llama soledad no deseada. Según el
Observatorio Nacional de la Soledad No Deseada –una iniciativa promovida por la
Fundación ONCE–, más del 13% de los españoles mayores de 16 años se sienten
solos. «Las sociedades antiguas no
aislaban al individuo del grupo social. Por eso no podía sentir la soledad.
Ahora con la sociedad individualista –particularmente desarrollada por la
sociedad de consumo– los individuos ya no tienen la obligación de estar
integrados en el grupo. En consecuencia, el sentimiento de soledad es
inevitable porque soportan toda la carga de la construcción de sus propias
vidas», apunta el filósofo Gilles Lipovetsky.
La soledad del oficinista de fondo
La concepción social del éxito como algo individual, como la
imagen de la persona hecha a sí misma, refuerza el sentimiento de
soledad. Una idea que apuntala la idea de que triunfar –socialmente entendido
con alcanzar determinado rango profesional o acceder a un gran número de bienes
materiales– no tiene necesariamente una traducción directa en bienestar
emocional: la presión por alcanzar ese estatus o por cumplir con el estándar
puede hacernos desconectar de los demás, aislarnos. Porque al enfocarnos en lograr las metas
personales, dejamos a un lado la consciencia de que somos seres sociales que
necesitan del otro.
En el año 2017, Igor Grossman, profesor de Psicología
Científica de la Universidad de Waterloo (Canadá), y Michael Varnum, de la
Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos), realizaron un estudio
para analizar en profundidad las causas del auge del individualismo en los
últimos 150 años. Su conclusión es que
está ligado estrechamente a la generalización de los trabajos de oficina y las
profesiones liberales. «El
individualismo crece según lo hace la demanda de trabajos de oficina y
desciende la de los oficios manuales», explican los autores, que apuntan
a que cuando los trabajos de oficina o de cuello blanco sustituyeron a los
trabajos cooperativos vinculados a la clase obrera (de cuello azul), el
individualismo comenzó a exacerbarse.
En los últimos años, a ese individualismo propiciado por el
modelo laboral y las estructuras de las oficinas, se le ha añadido otro
elemento en ocasiones catalizador de la soledad: el teletrabajo. Si antes de la llegada de la pandemia ni siquiera
el 5% de los trabajadores tenían esa modalidad laboral, la última Encuesta de
Población Activa (EPA) eleva esa cifra hasta el 15%. Dejar de ir a la oficina
ha conllevado, para muchas personas, una merma importante en materia de socialización
ya que han desaparecido los chascarrillos en la hora de la comida, los
trayectos compartidos o el afterwork tras la jornada.
De hecho, desde el Observatorio Estatal de la Soledad
No Deseada apuntan a la soledad laboral como nueva
emergencia sanitaria a tener en cuenta en tiempos de teletrabajo, algo que
también incluyen documentos como el Índice de Tendencias en el Trabajo
elaborado por Microsoft. Para combatirla, además de iniciativas individuales
como intentar interesarse más por la vida de los compañeros o acudir a los
eventos sociales, el fomento de una
cultura corporativa más fuerte por parte de las compañías juega un papel
fundamental.
Soledades
individuales, soluciones colectivas
El individualismo que pone énfasis en la autonomía personal
y la autosuficiencia ha moldeado las sociedades contemporáneas. Así, ha ido
extendiéndose la idea de que el éxito es una meta que debe alcanzar una persona
por sí misma, que depender de
otros es una señal de debilidad o fracaso y que las redes de apoyo
como la familia o las amistades no son en realidad tan importantes. Esto,
además de contribuir a un sentimiento de desconexión social al priorizar siempre
lo individual, a menudo desemboca en una paradoja precisamente para quienes
logran el éxito: han triunfado, pero se sienten solas y sin apoyo, sin nadie
con quien compartirlo. Dicho de otra forma, al priorizar la
autosuficiencia y la independencia, es difícil que existan relaciones
personales genuinas y se fomenta el aislamiento.
Ante un problema complejo como la soledad no deseada, no
existen soluciones sencillas. Aunque es difícil desterrar definitivamente la
idea del éxito como algo individual, sí se puede subrayar la idea de que la
realización personal no es incompatible con cuidar las conexiones que nos atan
a los demás: conocer y valorar la
interdependencia es clave para nuestra estabilidad y bienestar emocional.
Entender que la realización individual y el éxito se
construyen sobre la base de una red colectiva nos permite revalorizar los
vínculos y reconocer que, al cuidar de los otros, también nos cuidamos a
nosotros mismos. O, como resume el filósofo Josep María Esquirol, necesitamos
entender que la interdependencia no es un defecto ni una debilidad.
Depender de los
demás es un regalo, una suerte, un don. Por suerte, nadie se sostiene en
pie solo. Para vivir, uno necesita de la confianza de los demás, de su mirada y
de su reconocimiento
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