LOCURA SOCIAL Y SALUD MENTAL
Las razones de que la
preocupación por esta cuestión haya pasado a primer plano son alarmantes
indicadores del deterioro de la salud psicológica
El día 10 de octubre, es el Día Mundial de la Salud Mental. Desde hace algún tiempo el debate público sobre la salud mental está dando visibilidad a uno de los principales talones de Aquiles de nuestro sistema de bienestar social y de la senda hacia el avance y progreso humano.
Las razones de que esta preocupación haya pasado a primer plano son los alarmantes indicadores del deterioro de la salud psicológica de la población, atribuible a una variedad de causas entre las que se encuentran las secuelas que dejó la pandemia, los efectos secundarios del abuso de las redes digitales, el aumento del consumo de sustancias adictivas como el cannabis y el horizonte apocalíptico que dibujan tanto el hipercalentamiento del planeta como la recaída mundial en el belicismo.
Esta visibilización tiene sin duda efectos positivos para el sector de los
profesionales que nos dedicamos a esta rama de la salud pública por
cuanto reivindica la falta de recursos al tiempo que denuncia el estigma y la
vergüenza que experimentan las personas que padecen estos efectos, así como sus
allegados.
No me voy a ocupar en repasar las referidas estadísticas
espeluznantes. Tan solo diré una de las más alarmantes como ejemplo: el suicido es
la segunda causa de muerte externa
en nuestro país. Antes bien, la reflexión que considero más
necesaria, en estos momentos, es aquella que nos ayude a entender las raíces sociales de la enfermedad
mental, pues solo una apropiada interpretación de los hechos
nos aportará pistas en el camino a trazar para el tratamiento y la solución del
problema.
No son pocos los artículos que consideran las condiciones materiales de vida de las personas como la principal variable que desencadena las patologías mentales. Nadie puede dudar de que, en efecto, muchos de los problemas psicológicos surgen como consecuencia del desgarro interior de las personas al estar expuestas a situaciones continuadas de estrés.
Como psicoterapeuta y
consultora de equipos humanos he podido ser, a lo largo de dos décadas,
observadora privilegiada y acompañante de numerosas personas que sucumben
víctimas de situaciones laborales
que se tambalean, de inestabilidades
relacionadas con su economía o vivienda, de relaciones de pareja
que penden en la cuerda floja o de la violencia a la que niños y mujeres son
sometidos, entre otros muchos dramas.
¿Qué predispone al deterioro del bienestar interior?
Pero no
caigamos en las trampas del simplismo que a menudo pregonamos
desterrar de los análisis. Si estas variables fueran las únicas a tener en
cuenta, las personas que tienen una vida acomodada y resuelta no estarían
familiarizadas con la vulnerabilidad mental. Mas, solo a alguien desconocedor
de esta rama de la salud se le ocurriría considerar la fragilidad de la psique
humana de manera unidimensional.
Sobre la base de mis investigaciones y mi propia experiencia
profesional, puedo afirmar que el modelo
de sociedad que hemos ido forjando entre todos es el elemento que más
predispone a las personas al deterioro de su bienestar
interior. Y, sin embargo, resulta escandaloso que este factor clave no esté
recabando todavía la atención de los políticos y analistas.
Tan solo citaré, a modo de ejemplo, algunos aspectos del
modelo social al que me refiero como raíz última del problema que nos ocupa:
además del ya señalado fomento del consumo del
cannabis y el alcohol;
los bajísimos niveles de tolerancia
a la frustración; la obsesión por evitar, a toda costa, la dificultad;
la cultura de la crítica a los demás y la propia autocomplacencia; la
minusvaloración y cancelación de la vertiente espiritual de la persona;
la viralización de los podcasts y
vídeos de gurús pseudocientíficos y desnortados como referentes y
fuentes de inspiración; la otorgación de la máxima centralidad al individuo en
detrimento de la comunidad; la estigmatización del silencio o, en el otro
extremo, su sacralización como la gran panacea del bienestar; la aceptación de
que la condición humana conlleva a veces pasarlo mal; la evasión del deber de
trabajar, sin espera de contrapartidas, por una sociedad mejor; el azuzamiento
de la polarización; la normalización
del odio y el egocentrismo; el descuido de relaciones personales
auténticas y sin máscaras; la anomia y el repudio de toda disciplina; el
enaltecimiento del culto y cultivo del cuerpo, etc.
A mi modo de ver, son estos valores los que han cocinado el
verdadero caldo de cultivo del actual estado en el que se encuentra nuestra quebrantada salud
mental. Pues no solo debilitan interiormente a las personas, sino
que contrarían el propio funcionamiento de la mente humana. Uno podría pensar,
en un primer momento, que la responsabilidad de fomentar a escala colectiva
valores contrarios a estos pertenece a nuestros políticos como
depositarios de nuestra representación. Si no es por conciencia, sí
al menos por su interés utilitarista: para poderse ahorrar cerca del 4% del PIB
mundial (según la OMS) que
invierten para afrontar las devastadoras consecuencias de unos bajos niveles de la salud mental.
Pero mucho me temo que estar por la labor de la
transvaloración de los actuales valores no es privativo de nuestros gobernantes.
Que las personas desarrollemos una comprensión
más holística y científica de la condición humana, y nos esforcemos en
llevarla a plenitud, no es cosa de la política, sino de cada uno de nosotros.
Rosa Rabbani
Doctora en Psicología Social, terapeuta
familiar, coautora de 'Efímero' (RBA, en prensa) y premio
'Equidad-Diferencia' de la Generalitat de Catalunya.
https://blogs.alimente.elconfidencial.com/tribuna/2024-10-10/locura-social-y-salud-mental_3979712/
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