22/11/23

Desde cría tenía la inquietud de preguntar cosas, darle vueltas a temas fundamentales

CUESTIONARSE LAS COSAS              

Es placentero y no hay que tener miedo a la falta de respuestas

Imagina la posibilidad de que pudieras cogerte un año sabático y mudarte a una pequeña isla del Mediterráneo para no hacer nada. Nada de lo que se considera productivo, claro, porque hacer se pueden hacer muchas cosas. Entre ellas, muchas preguntas. Muchas reflexiones sobre nuestro tiempo libre y cómo lo vivimos, sobre el turismo, sobre el trabajo y sobre lo difícil que nos resulta salir de la dictadura de la productividad.

De todo eso va Gozo (Siruela, 2023), un libro a caballo entre la novela y el ensayo lírico, que supone el debut narrativo de la poeta y filósofa Azahara Alonso. Una invitación a la calma, a volver a aprender a respirar, y una reivindicación de nuestro derecho perdido al dolce far niente.

Una de las reflexiones es en qué momento renunciamos al placer de no hacer nada. ¿Por qué nos cuesta tanto parar?

Sí, es la primera pregunta que planteo en el libro. Pero no tanto no hacer nada absolutamente sino algo que creo que es más asequible y también más satisfactorio, -dependiendo de la personalidad y del carácter o los intereses de cada persona- que es hacer lo que queremos.

Por eso, la primera pregunta plantea el acceso a la propia vida, a la verdadera vida en las vacaciones. Porque en las vacaciones creo que no es necesario no hacer nada. En mi caso personal, que no es exactamente el de la narradora o el de la protagonista, sí hay algo en común con ella, que es: tengo tiempo para hacer esas cosas que a mí me hacen feliz y que normalmente no puedo ni planteármelo, ni pensarlo, cuando tengo que estar X horas trabajando.

¿Deberíamos poder disfrutar todos de un año sabático de vez en cuando? Parar para respirar, para tomar conciencia de nosotros, para disfrutar del tiempo… Porque el tiempo es un concepto que no tenemos muy claro, si no es el que dedicamos a algo productivo.

Sí, es tiempo perdido todo lo que no es algo orientado a un resultado visible, aunque sea simbólicamente.

No sé qué pensar. Supongo que sí, que, por una parte, acceder a un año sabático sería superenriquecedor para toda la población. Pero una cosa que estoy comprobando con el libro es que siempre se critica como si la persona que lo ejerce, en realidad, fuera una pequeña burguesa que se lo puede permitir, etc.

Yo creo en el tiempo reconquistado del paro, por ejemplo. Hacer de la necesidad virtud. Cuando no podemos trabajar, cuando nos despiden, cuando no sostenemos más la vida en un trabajo y nos vamos, ese tiempo, en lugar de vivirlo con la angustia del tiempo perdido, vivirlo con esa sensación de «voy a hacer algo que me apetezca», porque, además, sé que voy a seguir trabajando, no voy a dejar de trabajar.

El planteamiento, es más enriquecer ese tiempo, el no agobiarse con el imperativo superfatigoso de la productividad. Hacer una burbuja un poco más conquistada por nosotros.

El trabajo es otro de los temas que tratas y das una cita muy descriptiva de Franco Berardi: «Los trabajadores ya no existen. Existe su tiempo». ¿Cómo nos hemos dejado llevar a esto? ¿Cuál es el concepto de trabajo que deberíamos tener?

Yo también me pregunto lo mismo, cómo nos hemos dejado llevar por eso. Y creo que este momento, además es un momento muy clarividente en ese volver a dejarnos llevar por la rutina.

Para mí está siendo un poco incómodo que, como autónoma también y como persona superprecarizada, me está costando comunicar que, fuera de un horario de oficina, no trabajo. Y me doy cuenta de la vorágine en la que estamos casi todos; en el mismo error. Y en vez de intentar salir, intentamos que todos respondamos correos a las 12 de la noche. A mí esto me parece terrorífico.

En cuanto al concepto de trabajo, estos días estoy leyendo el ensayo de Eudald Espluga, No seas tú mismo, y me hacía mucha gracia —porque estoy muy de acuerdo— una pregunta que es mucho más reveladora que muchas respuestas: «¿A quién le interesa que a mí el trabajo me haga feliz?». A mí me interesa un trabajo que sea un empleo, que tenga un horario muy claro, que no tenga capital simbólico… Que esté más asociado a lo que entendíamos antes por un empleo: eso que te permite vivir, que te permite tener una vida fuera, con las necesidades básicas cubiertas y con cierta holgura para poder disfrutar.

El modelo que tenemos ahora, en la cultura, creo que es mucho más terrible, porque hay una disponibilidad, una disposición del tiempo —por lo que se confirma la cita de Berardi— que, en realidad, no se corresponde con la remuneración y que nos tiene con una fatiga increíble, un cansancio en el que no se ve el final, yo por lo menos.

Tu libro transmite calma, que es algo que también hemos perdido. Invita a la reflexión y vuelve los ojos a la filosofía. De hecho, citas a muchos filósofos. ¿Por qué es tan necesario que recuperemos la filosofía? ¿Y qué estamos perdiendo al dejarla de lado?

Creo que hay mucha resistencia a esa pérdida. O, por lo menos, es una resistencia bastante fuerte por parte de quienes la defienden en los currículos escolares. Y se produce precisamente porque desde esas instancias políticas se intenta eliminar algo que es ineliminable.

Yo estudié y me licencié en Filosofía porque, desde que era muy cría, había unas inquietudes que son supernormales, como preguntar por cosas, una forma de darle vueltas a cuestiones que son fundamentales… Y eso se canalizó por una vía que es la del pensamiento. Eso está permeando también otros campos como la historia o el arte. Por eso creo que es tan humano que es imposible de eliminar.

Otra cosa es que haya un interés por no tenerlo dentro de esos currículos, porque en apariencia no hay una salida laboral directa, que parece que es lo que interesa de la población, sobre todo: que pueda trabajar y que sea fuerza de trabajo, aunque sea intelectual o cognitiva.

Creo que habrá todavía una resistencia y que, aunque se eliminase la filosofía, que sería ya lo peor del mundo, permanecería en esta capacidad y en esta “tara”, que tenemos de pensar las cosas. Por algo somos humanos. Luego eso se hace más riguroso o se plantea de muy diferentes maneras. Por eso hay poemas que son muy filosóficos, en el mejor sentido y en el más riguroso también, novelas, etc., y al final aparece en las conversaciones entre amigos.

Han dicho de tu libro que es un «canto a la reconquista de pequeñas rebeldías y apetencias no domesticadas». ¿Debemos recuperar el hedonismo al que hemos renunciado en pos del crecimiento y de la productividad?

Sí, claro. Y lo digo por mí misma la primera, por eso insisto en que es ficción. Yo no escribí ese libro porque sea una persona sosegada y tranquila, soy todo lo contrario. Lo escribí en un momento en el que la productividad, el pluriempleo forzado y esa precariedad de la que hablaba me hicieron pensar en contraste con la experiencia de diez años anteriores en una isla, y después incorporándome al mundo laboral.

Al menos, no deberíamos eliminar el hedonismo por completo, que se pudiera acceder a él en equilibrio; a cierta calma, a la recuperación de la salud mental. Eso me parece un mínimo para, a partir de ahí, poder hacer otras cosas. Poder avanzar en más derechos laborales o en otro tipo de implicación con esas vocaciones. Pero parece un deseo casi imposible, o cada vez más difícil de alcanzar.

Sufrimos de horror vacui. Quizá habría que darle la vuelta porque tanta información, tanta oferta de ocio, al final nos crea ansiedad. ¿Qué podemos aprender de ese vacío?

A mí me gusta mucho pensar esa parte en algo que es muy revelador, que son las vacaciones, el tiempo; no ya el que sobra al día o a la semana, si es que sobra, sino eso que esperamos con tanta ansia, principalmente en verano: quince días o un mes que, en teoría, dedicamos a lo que nos apetece. Y tiene que ver con el hedonismo que decíamos antes. ¿Hay una capacidad de hedonismo o la hemos perdido en el horror vacui de saber que tenemos muchas opciones y, al final, nos agobiamos y no hacemos ninguna, o una pensando en las otras?

Esas vacaciones o ese ocio de verano para mí es una especie de ocio reglamentado. Si no hago ciertas cosas, no estoy aprovechando el tiempo, aunque sea tiempo libre. O sea, también el tiempo libre tiene una marca de obligatoriedad o de necesidad de hacer ciertas cosas, cuando su contraste no tiene por qué ser no hacer nada y estar tumbada en un sofá quince días, sino, a lo mejor, ir a la biblioteca de tu ciudad, que hace seis meses que no vas por falta de tiempo; quedar con alguien a quien tampoco ves por lo mismo o darte un paseo por un parque de tu ciudad. Que resulta que está lleno de turistas superobnubilados porque no es el de su ciudad, y entonces les sorprende. Pero a ti, que no vas desde hace meses, te puede sorprender igual.

Tengo un poco esa sensación; o, por lo menos, es lo que yo intento hacer, una mirada no estresada que renueva las cosas. Y es una pena tener que escapar constantemente a otros sitios para sentir que aprovechamos el tiempo, y volver agotados.

El turismo es otra de las reflexiones que te planteas. Es una enorme lista de cosas que hacer y ver cuando eliges un destino, listas también de destinos ideales para hacerte fotos en Instagram… ¿Podemos decir que hemos perdido el placer de viajar?

Yo siempre viajo a los sitios que me gustan, que son dos. A mí lo que me gusta es sentir que vivo en ese lugar. Lo que me gusta es tener esa sensación de estoy viviendo aquí; tengo este día libre y qué haría. Pues bajar a hacer la compra, tomarme algo aquí, pasear por este sitio y ver a los amigos que viven allí…

Pero el imperativo de hacer check en todas las cosas a mí me sorprende. Porque quizá no nos guste lo mismo. Hay una pátina de uniforme cuando viajamos. Es decir, nos ponemos una especie de uniforme, que parece que es la riñonera, los calcetines altos y la gorra, y no nos ponemos a pensar: pero si en tu ciudad hace sol y no te tapas, ¿por qué vas a otra ciudad y lo haces? Que está genial, pero me sorprende ese cambio.

A mí este tema es el que más me preocupa como persona que vive en el sur de Europa, que cada vez va a estar más conquistado por esa marea de gente que se renueva cada mes o cada X tiempo.

¿Deberíamos recuperar el gozo de poder hacernos preguntas? Porque quizá eso implique también recuperar nuestro tiempo, de alguna manera, ¿no?

Totalmente. Yo creo que hay algo placentero en plantearse las cosas, en cuestionárselas. En preguntarse cómo funciona un reloj o el ordenador que utilizamos, y no tener tanto miedo a la falta de respuesta o a la exigencia —creo que positiva— que exige saber algo más de lo que nos rodea.

Ocurre igual con las personas. Supongo que todos sentimos más placer cuando intimamos más con alguien que no conociendo superficialmente a más cantidad de personas.

Sí, las preguntas implican muchas más cosas, y para algunas personas, como yo, es un problema. Pero en otros casos es un juego, tiene algo ahí lúdico. Y creo que recuperar la capacidad del juego puede ser liberador.

Yorokobu - 21 noviembre 2023 / 

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