LA PRÁCTICA DE LO SALVAJE
Una indagación sobre
la libertad
Gary Snyder (1930) es
un escritor multifacético, poeta, ensayista y traductor, con una extensa obra
que ha recibido múltiples premios, sin que eso le haya impedido ser leñador,
marinero, granjero, monje budista, pionero del movimiento hippie, activista medioambiental,
profesor universitario, viajero y sobre todo gran caminante de montañas azules
que a su vez caminan. Un auténtico rebelde político y espiritual en un siglo
que ha hecho tanto para borrar las huellas de la insumisión primordial que
anida en los rincones más salvajes del alma humana y de los bosques acosados
por el progreso capitalista. En castellano sólo tenemos traducidas dos de sus obras:
La mente salvaje y el aquí
presente La
práctica de lo salvaje.
A este texto le calzan muy mal las clasificaciones en que encasillamos las obras literarias: no es exactamente un ensayo, aunque tiene mucho de ese talento, no es un relato de viajes, o memorias autobiográficas, aunque también las alberga, como también contiene poesía, historia y análisis socio-ambiental, e indagación espiritual y pasión utópica.
Yo diría que es un libro-río con afluentes diversos como el ambientalismo y la ecología profunda, el budismo arcaico y ácrata, el animismo, el chamanismo de los pueblos originarios norteamericanos cuya espiritualidad, tan fuertemente enraizada en la tierra, emerge en muchas de las páginas y meandros de este profundo y apasionado viaje al que nos invita Snyder. En ese sentido la foto de la portada del libro me parece tan apropiada como afortunada.Tratándose de un libro así de original y único no haré una
crítica al uso, sino un viaje personal por las aguas de este río, rescatando
aquí y allá algunas perlas que me resonaron a lo largo de la navegación y que
ojalá sirvan para invitarte a que también te atrevas a adentrarte en sus
emocionantes aguas, sabedor que “no todos los seres perciben las montañas y las
aguas de la misma manera”, que “cada tipo de ecosistema es un mandala
diferente, una imaginación diferente” y que “la libertad del agua depende sólo
del agua”.
El protocolo de la libertad
Las profundidades de la mente, el inconsciente, son nuestras
áreas salvajes interiores, y ahí es donde ahora hay un lince.
El mundo no sólo observa, también escucha, los demás seres
no lamentan que se les dé muerte y servir como alimento, pero esperan que
digamos “por favor y gracias” y odian ser desperdiciados. El primer mandamiento
y el más difícil viendo la forma en que tratamos a los animales en nuestro
mundo occidental, es el que condena el arrebatar y maltratar otras vidas sin
necesidad. Del maltrato enfermizo y antiético que perpetramos contra los
animales surge una fuente ilimitada de mala suerte para nuestras sociedades.
Esa descortesía de pensamiento y acción hacia los otros y hacia la naturaleza
reduce la probabilidad de convivencia y comunicación entre especies, que son
esenciales para nuestra supervivencia física y espiritual.
El protocolo: “la experiencia del vacío engendra compasión”.
Una vida comprometida con la simplicidad, una audacia
apropiada, el buen humor y la gratitud, pródiga en el trabajo y el juego y
también caminar mucho, nos acercan al mundo existente y su completitud.
El lugar, la región y el procomún
El procomún es la tierra indivisa que pertenece al conjunto
de los miembros de una comunidad local, es el contrato que un pueblo establece
con su propio sistema natural. Karl Polanyi describe cómo los cercamientos de
los comunes en el siglo XVIII generaron desposesión y pobreza desesperante a
una población campesina que fue desarraigada y que así se tuvo que convertir en
la primera clase trabajadora de la historia, los cercamientos fueron una
tragedia tanto para el campesinado como para los ecosistemas, que contribuyeron
a la degradación tanto de las tierras de labor como de su entorno salvaje. La
historia ambiental euroasiática demuestra que la mejor administración de la
tierra comunal era la local. La deforestación brutal e irreversible de la cuenca
del Mediterráneo es consecuencia del mal uso del procomún por los poderes que
despojaron de su gestión a las comunidades locales.
Snyder llama a “la recuperación del procomún, una curiosa y
elegante institución social dentro de la cual los seres humanos mantuvieron
existencias políticas libres entretejidas en la red de los sistemas naturales”.
El nivel superior del procomún es la biorregión.
Perspectivas biorregionales
Nuestro vínculo con el mundo natural transcurre en un lugar,
y debe enraizarse en un sustrato local de información y experiencia, en este
sentido la sentencia de un viejo crow: “creo que si la gente se queda el tiempo
suficiente en un lugar, incluso los blancos, los espíritus les empezarán a
hablar. Es el poder de los espíritus que vienen de la tierra. Los espíritus y
los viejos poderes no se perdieron, sólo necesitan que la gente se quede lo
suficiente y comenzarán a hacer notar su influencia”.
El biorregionalismo es el acceso del “lugar” en la
dialéctica de la historia, “también podríamos decir que hay ‘clases’ a las que
no se ha considerado hasta ahora —animales, ríos, rocas y praderas— y que están
hoy entrando en la historia”. La excepcionalidad humana, y por lo tanto su
aislamiento narcisista, es característica de las religiones monoteístas judía,
cristiana y musulmana, pero las religiones asiáticas, las populares, el
animismo y el chamanismo estiman —o por lo menos toleran— la diversidad. La
perspectiva biorregional incluye el pluralismo cultural y el multilingüismo,
buscando un equilibrio virtuoso entre “un pluralismo cosmopolita y una profunda
atención a lo local. El nacionalismo es lo opuesto: el impostor, el títere del
Estado, el fantasma de sonrisa bufa de la comunidad perdida”. El
biorregionalismo no atiende sólo a lo rural, sino que también “pretende la
reparación de la vida en los barrios urbanos y potenciar criterios sostenibles
para las ciudades”.
Gramática parda
Al noroeste de Alaska, en la escuela de Kobuk, Snyder se
encuentra un poster con la lista de valores del pueblo inupiaq: Humor, generosidad, humildad, trabajo duro,
espiritualidad, cooperación, roles familiares, evitar conflictos, buena caza,
habilidades domésticas, amar a los niños, respetar la naturaleza, respetar a
los otros, respetar a los mayores, responsabilidad con la tribu, conocer la
lengua, conocer el árbol genealógico… “son valores fundamentales y eternos
de nuestra especie que, ajustándolos un poquito por aquí y por allá,
funcionarían en cualquier parte”, añade él.
Lo que llamamos cultura occidental es muy
breve en comparación a lo que llamamos primitivo y
conceptualizamos como Prehistoria, que “se está revelando como un área de
conocimiento de gran riqueza y en continua expansión, en la que obtenemos un
destello de la profundidad de nuestra primordial raíz humana”. Precisamente
después de leer a Snyder me adentré en El Amanecer de Todo de
Graeber y Wengrow, que confirma y documenta arqueológicamente esta fértil
intuición de Snyder acerca del peso y la importancia antropológica de nuestro
pasado paleolítico, pero eso sería materia de otro artículo.
Para nuestro querido beatnik la naturaleza
salvaje sigue estando inextricablemente trenzada con el ser y la cultura pese a
toda nuestra modernidad, “nuestro próximo diálogo será entre todos los seres
hacia un discurso de las relaciones ecológicas”. Esta perspectiva biocéntrica
no es para él menospreciar lo humano, antes al contrario: “el estudio correcto
de la humanidad es qué significa ser humano… los osos grizzlies, las ballenas,
los macacos o las Rattus preferirían mil veces que los humanos
(especialmente los euroamericanos) se conocieran a sí mismos en profundidad
antes de pretender investigar a los osos y los cetáceos. Cuando los humanos se
conocen a sí mismos, el resto de la naturaleza está ahí. Es parte de lo que los
budistas llaman Dharma.”
En el pasado, en esos climas y ecologías de los últimos 10 u
11 mil años del Holoceno, el multilingüismo generalizado garantizaba el
cosmopolitismo del mosaico mundial de pequeñas naciones basadas en las
biorregiones, esas pequeñas naciones que vivían en los intersticios de los
grandes imperios que sí han dejado grandes y monumentales restos arqueológicos,
sobre los que se ha falseado el relato histórico que nos hemos contado acerca
de la Prehistoria. Pero más allá hay, según Thoreau, una “gramática parda”, una
forma de sentido común y de lenguaje de “la naturaleza, presente por doquier
con tanta belleza y tanto afecto hacia sus hijos como el leopardo”. Cuando los
pensadores occidentales sostienen que el lenguaje es un don exclusivamente
humano “se equivocan, los multifacéticos y sutiles cosmos del universo han
encontrado su enlace en las estructuras simbólicas, dejándonos miles de
gramáticas pardas del lenguaje humano.”
Buena, Salvaje, Sagrada
La “buena” tierra se convierte en propiedad privada, lo
salvaje y sagrado se comparte. En muchos rincones del mundo los pueblos nativos
y los campesinos luchan, con todo en su contra, frente a las grandes
corporaciones multinacionales para evitar una nueva ronda de extractivismo, de
deforestación, de explotación petrolífera, y defienden sus tierras no sólo
porque hayan sido siempre su hogar, “sino porque para ellos esos lugares son
sagrados”.
El egoísmo humano no es un reflejo de lo salvaje y de la
naturaleza, sino que “la civilización misma es el ego echado a perder que se ha
institucionalizado en la forma del Estado, tanto occidental como oriental. No
es la naturaleza como espejo de caos lo que nos amenaza, sino la presunción del
Estado de haber creado orden.”
Lo sagrado hace referencia a lo que nos ayuda a salir de
nuestro pequeño infierno, ese que llamamos individualidad, y volver
a religarnos “al mandala universal completo de montañas y ríos… No hay prisa
por llamar a las cosas sagradas. Creo que deberíamos tener paciencia y dar a la
tierra mucho tiempo para que nos hable, o lo haga la gente del futuro. El canto
de un pájaro carpintero, la cháchara divertida y apresurada de una ardilla
gris, el sonido de una bellota sobre el tejado de un granero, son suficientes.”
El eterno caminar de las montañas azules
Las montañas siempre han sido un espacio para la libertad y
la iluminación: “quienes huyen de la cárcel, de los impuestos, del servicio
militar, se unen a los ermitaños y a los monjes en las colinas, las montañas o
los territorios salvajes han servido en todas partes como refugio de la
libertad espiritual y política”.
Snyder cita un poema escrito en 1240 por el poeta chino
Dogen Kigen titulado El Sutra de las montañas y las aguas:
El poder imperial
carece de autoridad sobre los sabios de las montañas… Si dudas de que las
montañas caminan, desconoces tu propio caminar… Todas las aguas aparecen al pie
de las montañas orientales. Sobre todas las aguas están todas las montañas. Se
camina dentro y se camina más allá sobre las aguas. Todas las montañas caminan
con los dedos de los pies sobre todas las aguas y chapotean allí.
Los bosques antiguos del lejano Oeste
El autor fue testigo directo de la tala y destrucción de
muchos de los grandes bosques primarios del Oeste norteamericano, los habitó y
conoció de cerca, conoció las luchas que Richard Powers tan bien retrata en su
imprescindible El Clamor de los Bosques, y de ahí la hondura de sus
reflexiones: “un bosque antiguo es algo más que madera: un palacio de
organismos, un cielo para muchos seres, un templo donde la vida investiga a
conciencia su propio rompecabezas, la red que lo mantiene unido es el micelio:
los filamentos de los hongos que median entre las puntas de las raíces de las
plantas y la química de los suelos, captando los nutrientes. Esta asociación es
tan vieja como las plantas con raíces. El bosque se sostiene gracias a esta red
soterrada”. Defiende con vehemencia poética y pasión a los viejos árboles: “una
comunidad necesita que sus ancianos se preserven, de la misma manera que no
puede surgir cultura de una población de niños de guardería, un bosque no puede
desarrollar su potencial natural sin los árboles semilleros, la micorriza, los
cantos de los pájaros y los depósitos mágicos de pequeñas heces que son el
regalo de los viejos a los jóvenes”, y lo mismo ocurre entre nosotros los
animales humanos: “la sabiduría tradicional de la naturaleza salvaje va
desapareciendo al mismo tiempo que la culturas humanas pobladoras. Cada una
tiene su propio humus de costumbres, mitos y sabiduría tradicional que ahora se
desvanece con rapidez, una tragedia para todos nosotros”.
En el camino, fuera del sendero
Cerca del final empieza a extraer conclusiones de toda una
larga vida de indagación de la libertad: “hay caminos a seguir, y hay uno que
no se puede seguir, no es un camino, es la naturaleza salvaje. Hay un ‘ir’,
pero no un caminante: no hay destino, sólo el campo abierto… deambular
alejándose del sendero es la práctica de lo salvaje, es ahí donde
paradójicamente damos lo mejor de nosotros mismos. Aun así, necesitamos caminos
y senderos, y los mantendremos siempre. Primero debes estar en el camino, antes
de poder echar a andar en otro sentido y adentrarte en lo salvaje”.
La mujer que se casó con un oso
El autor recoge una historia o cuento mítico sobre la
profunda conexión de los pueblos originarios de algunos lugares de Norteamérica
con los osos, en concreto con los osos grizzlies una historia relatada en 1948
por Maria Johns, una anciana ciega de la etnia tlingit, a la antropóloga
Catherine McClellan que recogió once versiones de esta historia en un estudio
publicado en 1970 titulado: La mujer que se casó con un oso: la pieza
maestra de la tradición oral indígena.
Es una larga, tremenda y conmovedora historia de las
relaciones entre el mundo de los humanos y el mundo de los osos que puede
remover a cualquier lector o lectora (quizá más a ellas) algo primordial o
telúrico que tenemos enterrado en el inconsciente, incluso si somos “blancas
europeas” dónde lamentablemente el símbolo antropomorfo del “hermano oso” ha
sido tan perseguido y casi erradicado del imaginario colectivo por el
catolicismo, como casi exterminados físicamente los propios osos. No intentaré
resumir, es imposible, esta poderosa historia que nos revela el potencial que
todavía contienen las cosmovisiones indígenas norteamericanas para curar y
reparar la inmensa fractura espiritual del antropocentrismo colonialista y
patriarcal en el que nos asfixiamos y agonizamos tristemente.
El autor concluye su análisis de la conmovedora historia:
Esto sucedió hace mucho tiempo. Desde entonces, los hombres
han tenido buenas relaciones con los osos. Todos los años a mitad de invierno,
en bosques nevados alrededor del mundo, muchas gentes han cazado, celebrado y
festejado junto a los osos. Osos y hombres han compartido verano tras verano
los campos de bayas y los ríos salmoneros sin grandes dificultades. Los osos
han sido cuidadosos de no cazar ni elegir a humanos como presas, si bien
pelearán sin son atacados.
Su historia tuvo otras consecuencias: la esposa del oso fue
recordada como una diosa bajo muchos nombres y se contaron muchas historias
sobre sus hijos y lo que les aconteció en el mundo. Pero este tiempo se ha
acabado. Los osos están siendo diezmados, los humanos están en todas partes y
el mundo verde está siendo desgarrado, arrasado y reducido a cenizas por el
avance de un mundo gris que no parece tener fin. Si no fuera por unas cuantas
gentes ancianas de los tiempos de antaño, ni siquiera conoceríamos este cuento.
(Reproduzco estas palabras cuando el humo de los incendios
de Canadá tiñe todo el cielo de colores apocalípticos incluso en Nueva York, y
algo duro y frío me aprieta el corazón.)
Supervivencia y sacramento
“La extinción de cualquier especie, peregrinas todas ellas
de 4.000 millones de años de evolución, es una pérdida irreparable. El final de
la sucesión de tantas criaturas con las que hemos viajado hasta aquí es motivo
de profunda tristeza y pesar. La muerte puede ser aceptada, y hasta cierto
punto, transformada, pero la pérdida de un linaje y su futura descendencia es
algo que no puede aceptarse. Deberá ser rigurosa e inteligentemente resistida…
No es sólo la vida de un linaje específico sino la de ecosistemas completos
—una forma de cuasi organismos de mayor tamaño— la que está en juego”, citando
a Soule y Wilcox (Conservation Biology, 1980) golpea nuestra conciencia
así: “La muerte es una cosa, poner fin al nacimiento es otra”. Y añade “nuestro
problema más inmediato, nuestra disputa, es con nosotros mismos. Sería
presuntuoso pensar que Gaia está especialmente necesitada de nuestros rezos y
buenas vibraciones, son los seres humanos los que están en peligro. No sólo en
el plano de la supervivencia de la civilización, sino, más esencialmente, en el
plano del corazón y del alma. Corremos el riesgo de perder nuestras almas.”
Comparando con Thoreau el sabor de las manzanas cultivadas y
el de las silvestres, pontifica: “Retornar a la naturaleza salvaje significa
tornarse áspero, austero, silvestre, duro, resistente, sin abono y sin poda, y
todas las primaveras, escandalosamente hermoso al florecer. Prácticamente toda
la población contemporánea es de género cultivado, pero podemos errar de nuevo
por los bosques”.
Y reivindica la Ecología Profunda: “los pensadores de la
ecología profunda insisten en que el mundo natural tiene valor por derecho
propio, que la salud de los sistemas naturales debería ser nuestra primera
preocupación y que esto supone también el mejor servicio a los intereses
humanos. Saben perfectamente que las culturas primarias de todo el mundo son
nuestros maestros en estos valores… La civilización es parte de la naturaleza,
nuestro ego juega en los prados del inconsciente, la historia tiene lugar en el
Holoceno, la cultura humana está enraizada en lo primitivo, nuestro cuerpo es
un mamífero vertebrado, y nuestra alma vaga por territorio salvaje.”
Concluye su emocionante navegación con una epifanía sobre el
acto que compartimos con todos los seres vivos de Gaia desde las bacterias a
las ballenas: la alimentación y “la primera y última práctica de lo salvaje”
que le debería ir aparejada, la Gracia.
Todo aquel que haya vivido privó de la vida a otros
animales, arrancó plantas, recogió frutas y se alimentó. Las culturas
primitivas tenían sus propias maneras de tratar de entender el precepto de no
dañar. Sabían que privar de la vida requería gratitud y cuidado. No hay muerte
que no sea alimento de alguien, vida que no sea la muerte de alguien… La
religión arcaica es matar a Dios y comérselo. O comérsela. La trémula cadena
alimenticia, la red trófica, es la escalofriante y hermosa condición de la
biosfera. Las culturas de subsistencia viven sin excusas… Una economía de
subsistencia es una economía sacramental, dado que ha confrontado uno de los
problemas más críticos de la vida y la muerte: tomar la vida de los otros para
alimentarse… Comer es un sacramento… También nosotros seremos ofrendas; todos
seremos comestibles…
Y acaba compartiendo la pequeña oración budista que elevan
antes de las comidas en su casa:
Veneramos los tres tesoros: los maestros, lo salvaje y los
amigos, y damos gracias por esta comida, trabajo de muchas gentes y entrega de
otras formas de vida.
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