DISFRUTAR PENSANDO
Este artículo quiere ser un plan de batalla y una hoja de
ruta para alcanzar el fin de empezar o volver a disfrutar pensando. Sé que
parece difícil, pues cada vez parece haber más gente que ha renunciado a pensar
de puro sufrimiento. Pero es precisamente porque es difícil que tenemos que
intentarlo.
¿Le gustan Los Simpson? A mí sí. Y no solo porque sean tremendamente divertidos, sino además porque son una radiografía extraordinaria de la sociedad norteamericana, que conviene conocer, dada su relevancia planetaria. Whitehead dijo que toda la filosofía occidental era una serie de notas al pie de la obra de Platón; pues bien: toda la crítica social, política e individual sobre Estados Unidos es una serie de notas al pie de Los Simpson.
En uno de sus capítulos, el incomparable Homer Simpson dice:
«En este mundo hay tres tipos de personas: los que saben contar y los que no
saben contar». Nos encantan esas dicotomías, ¿verdad? En general, son una
bobería, porque cualquier fenómeno humano suele ser más complejo que lo que
puede ser descrito en dos opciones. Sin embargo, para explicar qué quiero decir
con lo de «disfrutar pensando» tengo primero que concretar a qué pensar me
refiero, y eso comporta hablarle de una dualidad que sí me parece que exista:
hay un pensamiento rápido —intuitivo y de bajo coste— y otro lento —reflexivo y
que exige invertir un esfuerzo—.
Llamamos propiamente pensar a lo segundo; lo primero que
conviene hacer, por lo tanto, es intuir y automatizar en lo que se pueda, para
reflexionar en lo demás. Y, por encima de todo, renunciar a ideologías, dogmas
y seguidismos. Filosofar no es más que eso: pensar largo y profundo en aquello
que lo exige. Para lo demás, ligereza y superficialidad nos bastan.
¿Y qué me dice del disfrute? ¿Cuál es su principal problema?
Que se acabe, naturalmente. El problema del disfrute es de durabilidad. Si las
drogas son un problema es esencialmente porque su efecto se acaba y después te
hunden, y el placer del alcohol tiene el mismo defecto. ¿Cómo disfrutar más
pensando? Dirigiéndonos a un gozo que virtualmente no se acabe, un disfrute que
no solo no nos dañe, sino que nos mejore. Tal cosa existe, y se accede
precisamente mediante el pensamiento profundo que funda tres ocupaciones
principales: amar, aprender y crear. Son, además, tres de las cosas por las que
realmente merece la pena vivir; y no puede uno abordar ninguna de estas tres
vías de disfrute sin apelar a las otras.
Amar, por ejemplo, implica ineludiblemente aprender. No
puede amarse lo que no se conoce, y amar, en sí, es un aprendizaje. Quien ama
crea ese amor, que es un elemento nuevo en el mundo, algo que antes no existía.
Aprender exige amar el objeto de aprendizaje y el propio proceso de aprender;
de lo contrario, todo se olvida y nada cala. Y aprender es crear en mí un
conocimiento antes inexistente. Crear, finalmente, solo es posible amando el
campo en el que uno crea y la propia creación generada. Y sin duda es imposible
crear sin pasar por un proceso previo de aprendizaje.
¿Qué tienen en común amar, aprender y crear? Que estoy fuera
de mí. Me oriento al otro, se me impone la realidad de la que aprendo, me
objetivo en mi obra. Ese desinterés me libera. Ahí reside toda la magia y todo
el disfrute del pensar en profundidad. Y es asimismo una de las claves para
vencer la ansiedad que acogota a tantos, especialmente a los jóvenes,
embarcados en un demencial proyecto de autorrealización, felicidad propia,
cumplimiento de los propios sueños, etc. Pensar para aprender, crear y amar es
un disfrute libre. Cuando estás pensando no necesitas dinero para ello y te
gobiernas a ti mismo. Por ser libre eres libre hasta de ti mismo. Y eso es
absolutamente maravilloso.
Este pensar que es un disfrute enfrenta diversos obstáculos.
Para empezar, el pensamiento es social. No solo pensamos libremente en un acto
supremo de libertad: también queremos influir, a veces manipular. También
tenemos limitaciones físicas, relacionadas con la atención, la sobrecarga
cognitiva y en ocasiones la rumia mental (nuestra tendencia a «rayarnos», que
dirían los más jóvenes). Nuestros recursos cerebrales son los que son, y no
puede ser órgano de disfrute lo que es órgano de tortura.
Ahora bien, esto ¿cómo se hace en la práctica? ¿Cuál es el
método —el camino— para disfrutar pensando? Voy a tratar de ofrecer un marco
volviendo un instante a Los Simpson. ¿Ha pensado alguna vez por qué
su protagonista se llama Homer (Homero)? Lo crea o no, Homer Simpson es un
contemporáneo Ulises. Olvídese por un momento del modo en que es deformado por
la caricatura: es un Ulises que supera pruebas y se mete en embrollos junto a
diversos personajes, a los que de algún modo lidera. Marge es Penélope, e Ítaca
es su hogar. Los estadounidenses tienen una relación conflictiva con la
familia; y un profundo anhelo de encontrar un hogar (son colonos, pioneros,
conviene no olvidarlo). Lisa es Telémaco, y pueden encontrar al resto de
personajes de la Odisea disfrazados en los distintos capítulos. ¡Los griegos,
siempre los griegos!
¿Se acuerda del comentario de Whitehead sobre Platón? Pues
me dispongo a demostrar que estaba en lo cierto: lo esencial sobre pensar para
amar, aprender y crear —sobre disfrutar pensando— se encuentra en uno de sus
diálogos, El banquete: Estamos en Atenas, hay un banquete, o sea,
una fiesta casera con unos tipos que se juntan para comer, beber y conversar.
Están Agatón, Aristófanes, Aristodemo, Erixímaco, Fedro, Pausanias, y por
supuesto Sócrates.
En un momento dado, despiden a la hetaira y eligen un tema
sobre el que pronunciarse por turnos: Eros, el dios del amor. Las exposiciones
se suceden, todas brillantes. Aristófanes habla del mito del andrógino, según
el cual el ser humano proviene de un ser circular dividido en dos mitades,
razón por la que buscamos sin cesar a nuestra media naranja; la expresión tiene
aquí su origen. Llega por fin el turno de Sócrates, que, para empezar, hace
algo revolucionario en la cultura del gineceo: declara que todo lo que sabe
sobre el amor se lo explicó una mujer, Diotima de Mantinea. Hay que ser muy
valiente para decir y escribir eso en la época del gineceo.
Lo que Diotima le enseña a Platón sobre Eros tiene una
cuádruple vertiente, Uno, Eros no es un dios, sino un daimon, es
decir, una entidad que está entre lo divino y lo humano, y por lo tanto
imperfecta (de ahí proviene el término eudaimonia, la felicidad).
Dos, Eros es hijo de Poros, la abundancia, y Penía, la pobreza, y por lo tanto
para amar no basta con tener recursos, también hay que tener ganas —se crea
desde los medios, pero también desde la necesidad—. Pobreza de estímulos y
riqueza de deseos: así se ama y se piensa, y eso explica por qué la tecnología
«móvil» nos aleja de ello (nos abruma de estímulos y fagotiza nuestro deseo) y
la tecnología «libro» nos acerca. Tres, el amor no es amor a la belleza, sino a
la creación, a la generación de belleza. Y puesto que para Platón lo bueno, lo
justo y lo bello son aspectos diversos de la misma cosa, aquí tenemos unidos de
nuevo amar, aprender y crear. Y cuatro, la belleza que habita en nosotros la
damos a luz, por así decirlo, en presencia de más belleza, es decir, que los
demás son nuestras parteras, y que amor, aprendizaje y creación dependen por
completo de las compañías.
Pues bien, este es el método de Platón, de Sócrates, de
Diotima para disfrutar pensando: arrimarse a lo bello. En términos prácticos
comporta, me parece, dos cosas, que en realidad son una: buenos libros y buenas
compañías, es decir, buenas conversaciones. Más allá del azar, sobre el que
nada puede hacerse, de la calidad de nuestras conversaciones depende la calidad
de nuestras vidas. Y eso no lo pueden decidir Elon Musk, Mark Zuckerberg o
Zhang Yiming; no debemos dejarles. Tampoco podemos dejar que elijan de qué
hablamos, los politicastros de turno, con esa inmoderada costumbre suya de marcarnos
la «agenda mediática». Son muchos nuestros males achacables a la clase
política, que con honrosas excepciones se ha convertido en directora de un
circo espectacular, zafio e inútil. Pero de entre lo peor destaco que esté
reclamando casito a cada instante, que colonice nuestras conversaciones.
Le propongo también que apliquemos nuestro pensamiento a lo
importante: se disfruta a tope cuando hay gravedad en los asuntos. Dios, la
bondad, la felicidad, la moral, el sentido vital o las drogas; pensar en lo que
importa mucho añade sabor a nuestras vidas, y esa misma es la clave etimológica
de lo que pretendemos: «sabor» es la misma raíz de sabiduría. Ojalá sepamos
también extender este manto disfrutón del pensar a la esfera pública. Nunca ha
necesitado tanto la sociedad civil que extendiésemos esta práctica.
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