3/1/22

Si en vez de lanzar un tuit, cada uno planta un árbol, el cometa se hará más pequeño

DESINTEGRAR EL COMETA

Dicen de la película más mencionada de las últimas semanas que es una sátira, pero yo creo que es una película realista y triste. Todos los defectos, mitos y vicios de nuestra cultura quedan reflejados a poco que uno se detenga en los pequeños detalles, gestos y frases de los diferentes personajes

El guion no deja títere con cabeza y en su primera lectura retrata como un espejo la política estadounidense, las redes sociales como verdaderas fábricas de confusión e ignorancia, la tiranía de las audiencias y del trending topic, la banalización del desastre, el analfabetismo científico, el gobierno de facto de las grandes multinacionales, el capitalismo de la vigilancia, el descrédito de la ciencia en una sociedad que no conoce los límites y la asquerosa doble moral de los más ricos del planeta. Todo está bien representado en tono de parodia, con un ritmo vertiginoso y una música insinuante.

El argumento además es poderosamente familiar y es sumamente sencillo asimilarlo al cambio climático o a la COVID: Una gran catástrofe en forma de cometa lo suficientemente grande para acabar con toda vida en la Tierra, se presenta como un desafío a resolver en apenas seis meses, seis meses que es el tiempo de descuento contenido en los 143 minutos del propio metraje.

Todo esto es muy evidente, pero si ahondamos y ponemos mucha más atención nos daremos cuenta que la película lejos de ser un retrato superficial subraya algunas de las trampas culturales y socioeconómicas que nos impiden tomar las decisiones correctas como sociedades amenazadas por una grave crisis existencial.

El mito del progreso

Así no es muy difícil encontrar en varios momentos de la película una defensa a ultranza del mito del progreso anudado al crecimiento económico. La encontramos cuando el magnate hace una apología apasionada y emotiva de la explotación de los minerales del cometa por su propia compañía y país que supondrá la consecución del definitivo bienestar espiritual y material para el conjunto de la humanidad. La volvemos a encontrar después, en boca de los padres de la doctoranda cuando le dicen escuetamente: «estamos a favor de los trabajos que traerá el cometa». Una frase lapidaria que sintetiza aquella perversa dicotomía entre el trabajo y el medio ambiente que ha comprado el discurso sindical desde mediados del siglo XX.

El mito del progreso capitalista llevado al extremo queda además perfectamente personificado en el delirio del magnate tecnológico cuando le contesta a Randall Mindy: «esto no son negocios, esto es la evolución». Un instante de la película que representa fielmente la megalomanía de las élites de Silicon Valley revestida de filantropía en pos de un nuevo estadio para unos pocos humanos que trascenderán su condición mortal. Una visión terrible del mundo alejada de la Gaia que acepta la muerte como parte del círculo perpetuo de la vida. Una visión que descansa esencialmente en un autoengaño tecnólatra.

Redes sociales

Las redes sociales es otro de los ejes sobre los que gira la película. Este es un submundo demasiado rápido, agresivo, estúpido como una torre de babel que funciona por consignas carentes de profundidad. Un submundo que atrapa la vida pública y secuestra la comunicación. Pero, además, es una jaula que secuestra nuestra atención y un instrumento básico del capitalismo de la vigilancia. Los usuarios somos el producto, mejor dicho, la modificación de nuestro comportamiento es la mercancía.

Y así comprobamos que la herramienta concebida —supuestamente— como instrumento de comunicación y conexión se revela tristemente inútil como altavoz para lanzar ese terrible mensaje que advierte sobre la extinción cercana de la vida en el planeta. Todo el mundo lo repite, pero nadie lo escucha. El paralelismo del esfuerzo de los protagonistas con el ciberactivismo climático en redes de miles y miles de organizaciones ecologistas, activistas, periodistas y científicos es abrumador. Aún a pesar de que llevamos décadas poniendo la calavera del cambio climático encima de la mesa, nadie nos escucha.

Pero no solo eso, además las redes como un teléfono escacharrado distorsionan el mensaje, lo simplifican, lo pervierten, lo niegan, lo contraponen y lo vacían de contenido. Es obvio que no es nuestra herramienta, que las redes sociales, no son una herramienta al servicio de la comunicación de las personas sino al servicio de los intereses económicos de corporaciones gigantes. Pero cabe preguntarse si del mismo modo que el piloto del Enola Gay no estaba preparado para asumir el enorme impacto de su sencillo gesto, cabe preguntarse, si nuestros cerebros de primates tribales están preparados para una conversación global con miles y miles de personas a la vez. Tal vez el entendimiento no es posible. Nuestra tecnología (en realidad antihumana) sobrepasa nuestra conciencia y excede con mucho nuestra capacidad de establecer un diálogo verdadero y fructífero que siempre viene precedido por la necesaria empatía.

Dos caminos: o la asunción o la propaganda

Las múltiples crisis ecológicas que nos amenazan —como el meteorito a punto de impactar— son tan graves que cuestionan una a una las bases de nuestro sistema socioeconómico. Mirarlas de frente, asumir la verdad —mirar hacia arriba— y actuar sobre el problema supone cuestionar la acumulación de capital y la vaca sagrada del crecimiento. Así que solo quedan dos caminos o transformar la economía o cambiar la percepción social del desastre ecológico. El paso del tiempo y el síndrome de referencias cambiantes, y un discurso público casi siempre falaz y manipulador a favor del progreso consiguen que lo que era inadmisible se convierta en deseable. Una dinámica que queda perfectamente retratada en esta película.

Pero ¿en qué mecanismos psicológicos y sociales se apoya ese discurso falaz y desarrollista? Llegados a este punto es muy importante ser conscientes, que la negación es un estado profundamente humano. Es difícil asumir cuestiones tan trascendentes que te ponen enfrente de tu propia muerte y de la de tus seres queridos. Cuestiones que son procesos a veces alejados en el tiempo y en el espacio y que nuestros sentidos demasiados humanos no son capaces de percibir. Y este es el sentimiento base, el estado mental de buena parte de la sociedad sumamente propicio para la propaganda desarrollista y en los casos más extremos para las teorías de la conspiración.

“Y ¿sabéis por qué quieren que miréis hacia arriba? Porque quieren que tengáis miedo”, clama una magnífica Meryl Streep. Y ahí encontramos los ecos de los propagandistas predicando en este oportuno terreno y apelando a dos de los grandes triunfos culturales del capitalismo: la libertad y el miedo (o la —falsa— sensación de seguridad).

Pero el miedo, como el amor, es un mecanismo de adaptación evolutivo que nos permite sobrevivir. ¿Qué clase de sociedad es esta que desoye todas las advertencias de amenaza existencial saltándose los límites de lo racional, de lo lógico, de lo evolutivo y del planeta? ¿Qué clase de sociedad es esta que obvia nuestra naturaleza frágil y vulnerable? Deberíamos tener miedo y afrontarlo. El cambio climático, la Sexta Gran Extinción, la crisis energética comprometen nuestras posibilidades de vida buena como lo hace el cometa en la película. Deberíamos tener miedo, pero no ese miedo paralizante sino ese otro que te empuja a actuar colectivamente con esa conciencia de especie que tan a menudo invoca Jorge Riechmman o que nos recordaba hace unos días Juan Bordera en su compendio “Lo que esconde ‘Don’t look up’ en el año del caos climático”.

No son todos los que están…

No sé si esta película será o no un trabajo de concienciación que se sumará con eficacia al de millones de activistas y comunicadores. Lo que sí que sé es que es en toda regla un guiño al ecologismo y por eso todos los que de un modo u otro nos dedicamos a ser altavoces del desastre climático y ecológico nos sentimos tan identificados.

Pero este retrato es una imagen estrecha, en dos dimensiones, que invisibiliza lo que el foco no ilumina. La humanidad no es ese correchismes que se comunica diariamente mediante memes. Hay millones de personas que sostienen sus vidas, sus familias, sus territorios con esfuerzo y cariño que no son trending topic. Voces del sur, pueblos indígenas, comunidades pequeñas esparcidas por todo el globo que son y serán víctimas, pero que cada vez reclaman con más fuerza un papel en la historia.

No cabe duda de que abordar estas cuestiones, desintegrar el cometa antes de que impacte, requiere de liderazgos valientes, requiere de un esfuerzo mundial y colectivo que cuestione y transforme drásticamente las bases de la sociedad, que desmonte el capitalismo global de arriba a abajo. Pero no debemos olvidar que por cada persona que —en vez de lanzar un tuit— planta un árbol, cuida un huerto, protege una selva, opone su cuerpo a un proyecto extractivista o colectiviza las necesidades de su comunidad, el cometa se hace un poco más pequeño.

ELENA KRAUSE

https://www.15-15-15.org/webzine/2022/01/02/desintegrar-el-cometa/

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