17/4/19

Cómo ser felices si la solución a nuestros problemas comporta decisiones ajenas?

EL NEGOCIO DE LA FELICIDAD 
El fraude del siglo XXI

La felicidad es el trending topic del siglo XXI. Se ha convertido en una de las construcciones culturales con mayor influencia sobre la vida diaria de millones de personas. Un volumen ingente de publicaciones académicas, y también otras sin ese rigor, ha situado como verdad científica una lógica que coincide sospechosamente con los postulados neoliberales: el bienestar es una cuestión individual que ha de procurarse cada persona por su cuenta y riesgo. 

Presentada como una meta aséptica y neutral por divulgadores de todo tipo —desde expertos de la llamada psicología positiva a charlatanes de medio pelo, pasando por innumerables libros de autoayuda—, la promesa de la alegría esconde un fondo profundamente ideológico que persigue la disolución de los vínculos sociales. Y lo más grave es que se ha adoptado como receta válida por gobiernos e instituciones que pretenden marcar su rumbo atendiendo a lo que miden supuestos índices de felicidad.

En el invierno de 2013, la corporación multinacional de bebidas refrescantes Coca-Cola anunció el lanzamiento de una página web con más de 400 estudios sobre felicidad y salud que pretendía ser un referente en el campo de la investigación acerca del bienestar. Lo hizo a través del llamado Instituto Coca-Cola de la Felicidad, integrado en una iniciativa de la división española de la compañía que en 2010 y 2012 ya había organizado en Madrid dos ediciones de un evento denominado Congreso Internacional de la Felicidad.

Entre la maniobra publicitaria y la generación de una imagen de marca amigable, bajo la coartada filantrópica de responder al creciente interés sobre el tema, Coca-Cola se sumó a una agenda global que propone ser feliz como respuesta a todos los males.

Margarita Álvarez es una de las 50 mujeres más poderosas de España, según la revista Forbes, y también fue incluida en el listado de las 100 mujeres más influyentes en nuestro país en 2016, elaborado por la plataforma Mujeres&Cia, en la categoría de Directivas. 
Álvarez creó y presidió el Instituto Coca-Cola de la Felicidad entre enero de 2008 y marzo de 2011. Acaba de publicar Deconstruyendo la felicidad, un libro cuyo propósito, según se lee en la nota de prensa difundida por la editorial Alienta, es “ayudarte a averiguar si realmente existe la felicidad y, si es así, determinar dónde se puede encontrar”. La nota añade que en sus páginas no hay “reglas ni pautas: solo conocimiento. Porque saber y tener información sobre algo tan relevante te ayudará a entender cómo funciona el cerebro, cómo te utilizan tus pensamientos y cómo puedes identificar y aceptar todas tus emociones para afrontar mejor las circunstancias de la vida”.

Parece poco probable que la idea de ser feliz que maneja Álvarez guarde relación alguna con la que puedan tener, por ejemplo, las más de 800 personas afectadas desde 2014 por el ERE de la embotelladora de Coca-Cola en la planta de Fuenlabrada (Madrid). La suya, más bien, es otra de las voces privilegiadas que han participado durante los últimos 30 años en la construcción y propagación de una noción de felicidad que reposa en el entusiasmo, la voluntad y la superación individual como herramientas para llegar a ella. Libros de autoayuda, talleres de pensamiento positivo y charlas motivacionales han difundido la especie de que ser feliz está a tu alcance y solo tienes que desearlo. En el tiempo de la crisis económica mundial más grave desde el crac del 29, estos discursos han encontrado un público desesperadamente receptivo al que se le ofrece bienestar simplemente mirando a su interior, sin tener que relacionarse con nadie. Aunque esto último no es del todo así: esa felicidad prometida pasa necesariamente por pagar, pues lo que hay detrás de ella tiene poco de altruista.

Se considera que es una elección personal y que, para ser feliz, una persona simplemente tiene que decidir serlo y ponerse a ello a través de una serie de guías, consejos, técnicas, ejercicios que proponen los que se suponen expertos en estos campos: científicos, psicólogos, coaches, escritores de autoayuda y una gran cantidad de profesionales que se mueven en el mercado de la felicidad”, explica Edgar Cabanas a El Salto. Este doctor en psicología e investigador de la Universidad Camilo José Cela de Madrid es el autor, junto a Eva Illouz, de Happycracia (Paidós, 2019), un ensayo que aplica el bisturí a los argumentos empleados desde la ciencia de la felicidad, que ignoran cuestiones sociales, morales, culturales, económicas, históricas o políticas para presentar unas tesis aparentemente objetivas. 
“Mientras la vocación de esta idea de felicidad es producir seres completos, realizados, satisfechos, lo que queda es una permanente insatisfacción: la felicidad está conceptualizada como una meta que nunca se alcanza, que nunca se llega a materializar. Es siempre un proceso constante que embarca a la persona en una búsqueda obsesiva de formas de mejorarse a uno mismo, su estado emocional, la administración de sí mismo en el trabajo, en la educación, en la intimidad”, sostiene Cabanas.

En este sentido, la investigadora Sara Ahmed, que publicó hace una década La promesa de la felicidad, traducido al español esta primavera por la editorial argentina Caja Negra, apuntaba en marzo en una entrevista a El Salto que “la felicidad, como promesa de vivir de una determinada manera, es una técnica para dirigir a las personas”.

Precisando aún más, Fefa Vila Núñez, profesora de Sociología del Género en la Universidad Complutense de Madrid, señala que esta concepción “nos empuja, nos ordena y dirige hacia el consumo vinculado a una idea de vida sin fin, forjada en un hedonismo sin límites donde melancolía y tecnofilia se unen en un abrazo íntimo para forjar la idea de logro, de éxito, de inmortalidad, de un placer infinito para aquel sujeto que no se salga del camino marcado”. En su origen, ella encuentra una “maquinaria de felicidad” activada después de la I Guerra Mundial y relacionada con un “capitalismo de consumo” que ha ido modelando la idea de felicidad hasta nuestros días.

LA ECUACIÓN DE LA FELICIDAD

El libro de Margarita Álvarez cuenta con dos firmas invitadas muy significativas: el prólogo es de Marcos de Quinto, exvicepresidente de Coca-Cola España y número dos por Madrid de Ciudadanos para las elecciones generales, y el epílogo corre a cargo de Chris Gardner, cuya historia siempre es usada como ejemplo por la psicología positiva. Un caso de excepción convertida interesadamente en norma, la biografía de Gardner va de la pobreza al éxito empresarial y quedó retratada en la pel·lícula En busca de la felicidad, protagonizada en 2006 por Will Smith. Gardner es hoy un multimillonario que se dedica a la filantropía y a dar conferencias sobre cómo la felicidad depende de la voluntad individual. “Si quieres, puedes ser feliz” es su mensaje.

Un nombre clave en el desarrollo de la ciencia de la felicidad es el de Martin E.P. Seligman. Elegido presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología en 1998 (APA, en sus siglas en inglés), puede ser considerado uno de los fundadores de la psicología positiva, ya que participó en su manifiesto introductorio publicado en el año 2000. Seligman proponía un nuevo enfoque sobre la salud mental, alejado de la psicología clínica y enfocado en promover lo que él consideraba positivo, la buena vida, para encontrar las claves del crecimiento personal.

En su despacho de la APA, Seligman pronto empezó a recibir donaciones cuantiosas y cheques con varios ceros procedentes de grupos de presión conservadores e instituciones religiosas interesadas en promover la noción de felicidad que promulgaba esta nueva corriente de la psicología. La difusión por parte de los medios de comunicación y otros canales de algunas de sus publicaciones generó la impresión de que existía una disciplina científica que aportaba claves inéditas para alcanzar el bienestar. La repercusión de estas teorías fue mundial. Sin embargo, sus objetivos, resultados y métodos han sido criticados por su falta de consenso, definición y rigor científico. “Más que engaño, yo diría que puede ser peligroso en términos sociales y políticos; y decepcionante en términos personales”, valora Cabanas, que apunta al mercado, las empresas y la escuela como agentes principales en la elaboración y divulgación de unas nociones que entroncan directamente con valores culturales arraigados en el pensamiento liberal estadounidense.

Seligman llegó a formular una ecuación que explicaría la proporción de factores que dan como resultado la felicidad. Esta sería la suma de un rango fijo (la herencia genética), elementos de la acción voluntaria y circunstancias personales. Su fórmula otorga al primer factor el 50%, a lo volitivo el 40% y únicamente el 10% restante a cuestiones como el nivel de ingresos, la educación o la clase social. Siguiendo esta receta, la psicología positiva se ha mostrado categórica al considerar que el dinero no influye sustancialmente en la felicidad humana.

En La promesa de la felicidad, Ahmed resumió la tautología que sustenta al campo de la psicología positiva. “Se basa en esta premisa: si decimos ‘soy feliz’ o hacemos otras declaraciones positivas acerca de nosotros mismos —si practicamos el optimismo hasta que ver el lado amable de las cosas se convierte en rutina—, seremos felices”.
De la página web presentada por Coca-Cola como el gran archivo sobre la felicidad no queda absolutamente nada cinco años después.

FELICIDAD INTERIOR BRUTA

Desde 2013, el 20 de marzo se celebra el Día Internacional de la Felicidad. La Asamblea General de la ONU decretó en su resolución 66/281 de 2012 esa fecha para reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno. Se trata de una medida controvertida, por la dificultad para encontrar baremos objetivos que cuantifiquen el grado de felicidad y por las repercusiones derivadas de su conversión en faro de las acciones de gobierno, por delante de otras metas como la reducción de las desigualdades, la lucha contra la corrupción o el desempleo. En otras palabras: el riesgo de que la administración preste más atención a un gurú del mindfulness que a los sindicatos es real.

Las formas de hacer política basadas en la felicidad —opina Cabanas— suponen ensalzar las cuestiones individuales y desdibujar las sociales, objetivas y estructurales. Vienen a hacer énfasis en que lo más importante es la forma en que se sienten los individuos, como si la política se redujera a hacer sentir bien o mal, como si no se tratara de cuestiones de discusión moral o ideológica”.

Tras firmar algunos de los recortes presupuestarios más importantes en la historia del país, con especial incidencia en el gasto social, a finales de noviembre de 2010 el primer ministro británico David Cameron propuso la elaboración de una encuesta para medir la felicidad de los ciudadanos, con la idea de difundir en la opinión pública que el bienestar se encuentra en otras variables distintas al Producto Interior Bruto. Es una iniciativa recurrente en distintos países, que se puede entender como una cortina de humo para distraer la atención. 

En 2016, el primer ministro y vicepresidente de Emiratos Árabes Unidos, Sheikh Mohamed ben Rashid Al Maktoum, anunció la creación del Ministerio de la Felicidad para generar en el país “bondad social y satisfacción como valores fundamentales”. Asimismo, situó esta novedad en el marco de una serie de reformas entre las que destacaba que se permitiría al sector privado hacerse cargo de la mayoría de los servicios públicos. 

En su informe 2017/2018 sobre Derechos Humanos, Amnistía Internacional concluía que Emiratos Árabes Unidos restringe arbitrariamente el derecho a la libertad de expresión y de asociación, que continuaban en prisión decenas de personas condenadas en juicios injustos, muchas encarceladas por sus ideas políticas, y que las autoridades mantenían a las personas detenidas en condiciones que podían constituir tortura. También señalaba que los sindicatos seguían estando prohibidos y que los trabajadores migrantes que participaban en huelgas podían ser expulsados, con la prohibición de regresar al país durante un año.

Emiratos Árabes Unidos ocupa el puesto 21 de un total de 156 países en la edición de 2019 del informe anual sobre felicidad mundial que Naciones Unidas publicó el mismo 20 de marzo. Se trata de la séptima entrega de un estudio que este año pone el foco, según sus autores, en la relación entre felicidad y comunidad, en cómo la tecnología de la información, los gobiernos y las normas sociales influyen en las comunidades. Finlandia, Dinamarca y Noruega se sitúan en el podio de este peculiar ranking, mientras Israel y Estados Unidos —dos países con enormes tasas de desigualdad y pobreza; el primero, además, sostenido sobre la discriminación de la población palestina— alcanzan los puestos 13 y 19 respectivamente. La felicidad en España sube en un año del 36 al 30 en un listado para cuya confección se tienen en cuenta variables como la esperanza de vida saludable, el apoyo social, la libertad para tomar decisiones, la generosidad o la percepción de corrupción.

De los meandros que entrecruzan política y felicidad sabe bastante la filósofa Victoria Camps, senadora por el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) entre 1993 y 1996 y ganadora del Premio Nacional de Ensayo en 2012 por El gobierno de las emociones. En su opinión, la búsqueda de la felicidad es “un derecho, expresado de diferentes formas: el derecho a la igualdad, a tener una protección por parte de los poderes públicos para que esa libertad necesaria para escoger una forma de vida la tenga todo el mundo, no solo unos pocos”. Por eso considera que la política no debe garantizar la felicidad sino “que podamos buscar la felicidad”. Ella entiende que el modelo de Estado de bienestar “iba en ese sentido de proteger socialmente a los más desprotegidos, redistribuir la riqueza e igualar las condiciones de felicidad”. Para esta filósofa, el Estado de bienestar está en crisis pero cree que “era un buen modelo y que habría que potenciarlo e intentar adaptarlo a las nuevas necesidades y corregir todo aquello que no está funcionando”.

Camps conversa con El Salto a propósito de su reciente ensayo, titulado precisamente La búsqueda de la felicidad (Arpa Editores, 2019). Como filósofa, marca distancias entre su disciplina y la palabrería de autoayuda: “Creo que están en las antípodas una de otra. La filosofía no da recetas, sino que plantea cuestiones y obliga a profundizar, a pensar, a encontrar soluciones”.

También recuerda un factor que el paradigma de la psicología positiva tiende a olvidar: “Las condiciones materiales afectan bastante. Ya lo decía Aristóteles muy claramente: la felicidad no está en la riqueza, en el honor, en el éxito, pero todo eso es necesario para ser virtuoso. O como decía Bertolt Brecht, primero hay que comer y después hablar de moral”.

Y reflexiona sobre algunos aspectos nocivos consecuencia de esa promoción de la felicidad como objetivo ineludible: “Lo que se busca es que la gente esté contenta y no moleste mucho. En todos los ámbitos —en la política, en la empresa, en la educación— se busca por vías muy similares a las de la autoayuda, muy simples, que no tienen nada que ver con la felicidad. En la política, todas las medidas antipopulares, difíciles de explicar aunque sean buenas para las personas, son difíciles de proponer porque dan miedo al político, que prefiere que la gente esté contenta con medidas mucho más simples”.

A LA FELICIDAD POR LA HUELGA

En una entrevista publicada en la web de El Salto en junio de 2018, el músico asturiano Nacho Vegas hablaba de reivindicar la infelicidad, ya que, en su opinión, “hay veces que parece que vivimos en esto que Alberto Santamaría llama capitalismo afectivo en el que algunas empresas miden cuánto les cuesta la infelicidad de sus trabajadores y se dedican, con estos rollos motivacionales y de coaching, no a crear felicidad, porque el capitalismo no puede hacer eso, sino a cambiar la respuesta de la gente ante la infelicidad”.

Alberto Santamaría es profesor de Teoría del Arte en la Universidad de Salamanca y el año pasado publicó En los límites de lo posible (Akal), un intento de rastrear la actividad de los agentes que posibilitan que la creatividad, las emociones o la imaginación conformen un mapa afectivo necesario para la prosperidad económica. “Las empresas se dan cuenta de que la infelicidad, la depresión, son problemas gravísimos. Ahora bien, lo que buscan no es una solución directa, sino que la estrategia se basa en reforzar esa doble dinámica de relación mercantil y deseos. Por ello lo que la narrativa empresarial nos vende es que el único lugar donde de verdad seremos felices es en el trabajo”, contesta a El Salto.

Para Isabel Benítez, socióloga y periodista especializada en la cuestión del trabajo y conflictos laborales, la respuesta que las empresas ofrecen ante la infelicidad de las plantillas es un “mecanismo sofisticado de domesticación que busca productividad, directa al intentar mejorar la satisfacción y movilizar los recursos emocionales propios, internos de las trabajadoras; pero también productividad indirecta: reducir la conflictividad laboral, la articulación colectiva del malestar común”.

En su opinión, es “harto difícil” que en el trabajo asalariado se encuentre una posibilidad de realización personal-profesional, aunque precisa que “a nivel individual hay quienes sí lo consiguen a pesar de la inestabilidad, la arbitrariedad, la falta de perspectiva, la ausencia de control sobre el qué, cómo y para qué de tu trabajo”.

Benítez escribió junto a Homera Rosetti La huelga de Panrico (Atrapasueños, 2018), un libro sobre la experiencia de la huelga indefinida que entre octubre de 2013 y junio de 2014 mantuvo la plantilla de la única fábrica de Panrico en Cataluña. Ella cree que los momentos de organización, ganar posiciones y lograr cambios en lo laboral son fuente de satisfacción y crecimiento para los trabajadores, pese a todos los obstáculos.

Por eso considera que la huelga no deja indiferente a nadie: “Es una alteración de la normalidad donde se incrementa la sociabilidad entre trabajadores, se pone a prueba la capacidad de análisis y de organización colectiva, y se descubren habilidades ‘ocultas’: creatividad a todos los niveles para pensar —dónde, cuándo, cómo presionar a la empresa, para dirigirte al resto de compañeras, para activar solidaridades externas a la empresa o centro de trabajo—, para hacer —construir barricadas, campamentos—, negociar, estrategia. Las huelgas, los procesos de lucha colectiva, cambian a las personas que participan. Son momentos de mucha tensión y emoción, en todos los sentidos”.

YO NO QUIERO SER FELIZ

Pero a mí me sabe tan mal”, dice la letra de una canción del grupo de rock Los Enemigos que reconoce la incomodidad propia ante quien puede sonreír cuando lo exige la ocasión, quien distingue el principio del final y sabe hacia dónde va. Ante quien, en suma, es tan feliz y encaja. La canción, incluida en el disco La vida mata (1990), se puede leer como un anticipo del hastío por la imposibilidad de alcanzar esa meta de la felicidad que se sugiere como ideal desde tantos frentes. También, de algún modo, como una reacción.

Casi treinta años después de su grabación, Edgar Cabanas observa que en España se está generando una conciencia crítica. “El otro discurso gana, porque es más simplista, traducible a titulares, integrable en políticas de empresa, comercializable, pero está habiendo un caldo de cultivo crítico que intenta hacerle frente”, señala el coautor de Happycracia.

La profesora Vila Núñez entiende que “mientras haya resistencia, no hay triunfo” aunque no tiene dudas de que estamos en una nueva fase del avance del capitalismo, “un estadio sofisticado definido por el asalto al deseo, a la propia subjetividad. Un infierno a la medida de nuestro deseo, nos recordaría hoy, si estuviese entre nosotras, Jesús Ibáñez. Ya no solo somos cuerpos disciplinados sino deseos expropiados, cuerpos sin memoria”.

Según su parecer, en la sociedad que afirma el imperativo de la alegría “ya nada tiene sentido porque nada tiene principio ni fin, solo existe el ¡ya!, el just do it!, porque no hay recuerdos ni compromisos, no somos nadie, no venimos de ninguna parte y no vamos a ninguna parte, este es el estado de la cuestión, es el cuento del estado de las cuentas. Sísifo arrastrando la piedra que al llegar a la cumbre siempre puede volver a caer”.

A finales de 2018 se publicó La vida de las estrellas (La Oveja Roja), segunda novela de Noelia Pena. Un relato acerca de las otras realidades que la imposición del arquetipo de persona triunfadora, hecha a sí misma y feliz pretende ocultar. Lo que le interesaba, cuenta la escritora a El Salto, era “arrojar un poco de luz sobre algunas problemáticas y conflictos a los que no siempre queremos mirar de frente, como la enfermedad, la soledad, el aislamiento o el maltrato. La proliferación de enfermedades como la ansiedad y la depresión evidencia que este sistema no nos deja vivir: nos exprime y asfixia. ¿Qué sucede cuando una depresión nos impide ir a trabajar o cuando perdemos un trabajo? Nuestra seguridad se tambalea y con ella el modelo de vida que proyectamos alrededor del éxito profesional”.

Pena entiende que el gran problema social sigue siendo la emancipación y en el libro aborda esta cuestión. Pero asegura que no se propuso que sus personajes fuesen el contrapunto a lo que prescribe la psicología positiva: “Lo que puede verse en las problemáticas de los personajes de la novela es la dimensión colectiva de los malestares contemporáneos. A pesar del individualismo creciente, gran parte de nuestros problemas tienen una dimensión social: la soledad de los personajes, sin ir más lejos, especialmente los mayores. 

Tanto el mindfulness como los libros de autoayuda intentan convencernos de que cambiando nuestra mente podemos cambiar la realidad e individualmente podemos conseguir la felicidad, pero ¿cómo ser felices si la solución a nuestros problemas no es individual, sino que comporta decisiones ajenas, ya sean políticas, médicas o bien apuntan a estructuras de poder asentadas desde hace siglos o a la violencia sobre nuestros cuerpos por parte de otras personas?”. La respuesta a esta pregunta es, posiblemente, la más importante de todas las que se buscan a lo largo de la vida.



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