FILOSOFÍA Y POLÍTICA DEL BUEN VIVIR (XI)
"La sociedad occidental en los últimos dos siglos, y, especialmente, en las últimas décadas, ha construido una forma de vida absolutamente incompatible con la lógica de los sistemas naturales. En el plano material, lo que hemos celebrado como avance y progreso ha crecido socavando las bases materiales que sostienen el mundo vivo, arrasando la especie humana como parte de él, y repartiendo los beneficios temporales de ese metabolismo económico de forma enormemente injusta" (Yayo Herrero)
Ante
el colapso civilizatorio que se nos avecina, no es sensato recurrir a
soluciones de décadas o siglos anteriores, ya que precisamente son
estos erróneos enfoques los que tenemos que cambiar. El peligro del
colapso nos obliga a ir replanteando todos nuestros modos de vida,
sin opciones alternativas. En ese sentido, y de cara a los posibles
programas que desde la izquierda transformadora podamos plantear, es
evidente que el enfrentamiento contra esta situación tiene que estar
contemplado, so pena de quedar como absolutamente incoherente con las
necesidades imperantes. De hecho, la tendencia desde hace algunos
años en los programas políticos de la izquierda es a contemplar
cada vez con más intensidad las medidas de corte ecológico y
eco-socialistas que se deberían implementar, pero siempre se hace
desde una tibieza manifiesta que no se corresponde con la urgencia
del problema.
Hemos
llegado a un punto donde no sólo es que tengamos que difundir un
programa claramente anticapitalista, sino que hemos de difundir por
todos los medios y con absoluta prioridad mensajes en contra de la
lógica del crecimiento y del consumo, los patrones capitalistas por
excelencia, y precisamente los que nos han traído hasta aquí.
Debemos comenzar a acostumbrarnos a vivir en un mundo donde los
recursos estarán muy limitados, lo que dará como consecuencia la
existencia de sociedades altamente heterogéneas en sus demandas y
necesidades. A estas alturas de la película, el capitalismo ha
provocado ya daños irreparables en nuestros ecosistemas, por lo cual
ya no sería posible frenar el desastre, sino que simplemente nos
queda resistir el embate lo mejor posible.
Sin
embargo, nuestra sociedad es tan ciega y tan sorda, a la vez que tan
irresponsable, que aún continúa hablando de "crecimiento"
económico, de modelos energéticos insostenibles, y creyendo (en
contra de toda lógica científica) que la humanidad será capaz, en
último momento, de frenar los efectos del caos climático y del
agotamiento de los recursos. Lo cierto es que, como resultado del
agotamiento energético, hemos de asumir sin atajos la idea del
decrecimiento como algo inevitable. Hasta los propios postulados del
Socialismo se deben adaptar, ya que las clásicas consignas
revolucionarias del control obrero de la producción, de la
planificación de la economía mundial, etc., eran válidas cuando
aún no habíamos destruido los equilibrios ecológicos.
Ahora
lo prioritario es cómo afrontamos las consecuencias del colapso, y
nos adaptamos a él lo mejor posible. Por ejemplo, una hipotética
expropiación forzosa de ciertos medios de producción por parte de
la clase trabajadora no solucionaría los problemas de la
contaminación y del uso de modelos energéticos insostenibles. La
sociedad no está preparada para estos problemas, y lo peor de todo
ello es que no estamos haciendo nada para prepararla. Desde los
medios de comunicación dominantes no se da eco a los mensajes
ecológicos con la suficiente entidad, y como adelantábamos
anteriormente, ni siquiera las propuestas programáticas de cierta
parte de la izquierda reflejan de verdad la urgencia del problema, y
la imperiosa necesidad de migrar hacia modelos de vida y de energía
sostenibles. La izquierda tradicional tiene ante sí misma un enorme
desafío que no está reconociendo, y que se encuentra en el seno
mismo de sus lógicas de pensamiento, y de sus organizaciones.
Hemos
dejado que el capitalismo se desarrolle tanto, provoque tantos
estragos y desequilibre hasta tal punto los ecosistemas naturales,
que ya no será posible recuperarlos del todo, sino que únicamente
nos quedará aprender a vivir de otra manera, si no queremos ser los
protagonistas de la próxima extinción. El colapso civilizatorio
implicará la muerte de todos nuestros sistemas de organización
política y social, los cuales han adquirido hoy día, gracias a la
globalización, una dimensión planetaria. Sólo nos queda difundir
los mensajes de alerta por todo el mundo, lo más rápidamente que
podamos, y comenzar a pensar en estrategias que sirvan para un mundo
en vías de colapsar. No pretendemos crear más alarma social que la
necesaria, pero sí contribuir a no seguir ocultando por más tiempo
la debacle que se avecina, y la urgencia de abandonar los sistemas de
producción y consumo vigentes hasta hoy.
Se
imponen modelos de organización social más simples, más pequeños
y más austeros, para poder afrontar mejor las crisis climáticas,
alimentarias y energéticas que se desencadenarán. La adaptación al
caos climático y al agotamiento físico de los combustibles fósiles
deben constituir la centralidad estratégica de los modelos de vida
que deberán imponerse. La crisis ecológica que se ha producido ante
nuestras propias narices, y que nosotros hemos provocado, a
pesar de la tremenda envergadura que posee, no ha despertado en
ninguna corriente política (quizás con la excepción del
Eco-Socialismo y sus referentes teóricos y políticos) la necesidad
de propuestas concretas que puedan abordarla. Todavía una gran parte
de la izquierda, como antes hemos reseñado, sigue anclada a un
conjunto de propuestas absolutamente anacrónicas y miopes con
respecto a la realidad ecológica que vivimos.
Hay
que insistir, por tanto y sobre todo, a las organizaciones de la
izquierda de nuestro país, para que dejen de mirar para otro lado,
de confeccionar programas cortoplacistas, con tal de no querer
exponerse a los riesgos de una posible espantada de votantes. La
realidad está aquí, y no podemos cambiarla. Ignorarla tampoco es
una buena opción, ya que se nos volverá en nuestra contra. Debemos
ser fieles a nuestra vocación de pretender cambiar el mundo para
mejorarlo, y en esta época de expansión sin límites del
capitalismo, arrasando con todo, no nos queda más remedio que
denunciar la grave crisis climática que padecemos, y la necesidad de
enfrentarse al agotamiento de los recursos y a los efectos y
consecuencias que se derivarán de todo ello. No debemos subestimar
el problema, ni maquillarlo con efectivos retoques por aquí y por
allá, ni diseñar atajos para esquivar sus terribles efectos.
Nada de eso es coherente con nuestro sentimiento de militancia en la
izquierda política.
No
podemos ser cobardes, ignorantes o inocentes. Sólo nos queda ser
realistas y valientes. La ingenuidad de muchos planteamientos de
cierto sector de la izquierda sólo demuestra su profunda ignorancia
en los asuntos climáticos y energéticos, o simplemente, sus
egoístas miras electorales a corto plazo. Necesitamos programas
políticos realistas, de amplias miras, valientes y decididos, con un
abanico de propuestas que planteen estrategias contundentes frente al
aluvión de problemas que se avecinan. En este sentido, desde esta
humilde tribuna hacemos un llamamiento a partidos políticos,
organizaciones obreras, sindicatos, movimientos sociales,
organizaciones vecinales, asociaciones de consumidores, asociaciones
profesionales, de mujeres, de estudiantes, de pensionistas, mareas
ciudadanas en una palabra, para que consideren la prioridad de
entender la envergadura de la crisis ecológica que nos atraviesa.
Pero
tengamos claro, no obstante, que a pesar de la profunda revolución
en todos los órdenes que el colapso civilizatorio nos impondrá,
ello no significa que no podamos alcanzar en el futuro condiciones de
vida dignas para la humanidad. Lo que estamos asegurando es que
nuestros modelos actuales de producción y de consumo, nuestros modos
de vida, hábitos y costumbres, nuestra arquitectura social en una
palabra, van a colapsar por los motivos aducidos, y que tendremos que
buscar alternativas de vida sobre el planeta que sean coherentes con
la adaptación necesaria. Pero a pesar del inevitable decrecimiento
al que estamos abocados, esto no implica que nuestras condiciones de
vida tengan que deteriorarse. El capitalismo nos ha impuesto valores
y principios, comportamientos, esquemas de vida, sueños y
percepciones equivocadas, que ahora hay que ir derribando. Pero es
muy posible que en dicha tarea, vayamos encontrando otros modos de
vida más justos y sostenibles.
Lo
que entendemos por "riqueza", "progreso",
"civilización", etc., se va a venir abajo, pero eso sólo
quiere decir que hemos abusado de unos modelos absolutamente
depredadores sobre el entorno natural que el ser humano había
encontrado. Es nuestra misión intentar adaptarnos a otros modos de
vida, que también traerán consigo otros valores, otros principios y
otros pilares donde sustentar nuevas civilizaciones. En este sentido,
el colapso al que estamos haciendo referencia no tiene por qué ser
necesariamente un concepto pesimista, sino que también puede ser
constructivo, entendido como una oportunidad para sanear nuestros
modelos fundamentados en el expolio de las personas, los animales y
los entornos naturales. Los colapsos son siempre consecuencias de
modelos agotados y contradictorios, insostenibles, y esto es
precisamente lo que nos está ocurriendo. Continuaremos en siguientes
entregas.
RAFAEL SILVA
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