9/4/19

Actualmente existimos para servir a la economía, cuando debería ser a la inversa

LA FILOSOFÍA SLOW
Slow cities’, ‘slow sex’, ‘slow food’, ‘slow life’, ‘slow work’, podemos hablar del movimiento slow como una filosofía de vida, una filosofía de la lentitud; no olvidemos quien ganó la carrera entre la tortuga y la liebre. Prueba a ir más despacio.

El capitalismo ofrece un billete de ida hacia la extenuación, para el planeta y quienes lo habitamos. Podemos vivir mejor si consumimos, fabricamos y trabajamos a un ritmo más razonable. Al centrar la puntería en el falso dios de la velocidad, alcanza el corazón de lo humano en la era del chip de silicio. El beneficio máximo del movimiento Slow sólo se conseguirá si vamos más allá y reflexionamos sobre nuestra manera de hacerlo todo. Un mundo realmente lento requiere nada menos que una revolución del estilo de vida.

El tiempo no puede colonizar nuestras vidas, sino que hay que devolverlo a las personas para que pueda ser un tiempo vivido plenamente. /Más/, /antes/ y /más rápido/ no son sinónimos de /mejor/, y educarnos para la lentitud significa ajustar la velocidad al momento y a la persona.

Partidarias del buen vivir, las denominadas ciudades Slow tienen como premisa adueñarnos del tiempo para disfrutarlo de un modo inteligente. El movimiento de Slow Cities (Cittaslow) se organiza para certificar aquellas ciudades donde la obligación es comer bien, dedicarnos al placer, el cuidado del medio ambiente, el patrimonio y sobre todo la filosofía de disfrutar la vida en todo momento, y optimizando nuestro tiempo

Slow Food es la respuesta de vanguardia a los efectos degradantes de la cultura de la comida industrial y rápida -fast food- que estandariza las técnicas de producción y la oferta de productos, nivelando y homogeneizando los sabores y los gustos.

El movimiento por una comida lenta promueve una nueva cultura del placer basada en la lentitud, el conocimiento, la hospitalidad y la solidaridad. Sus objetivos son claros: reencontrar el placer de la buena mesa, incentivar la buena gastronomía y el buen vino, y propiciar la educación de los sentidos para redescubrir la riqueza de los aromas y los sabores.

Protege la biodiversidad profundamente amenazada por el uso de agroquímicos, agrotóxicos y transgénicos, apoyando y promoviendo la producción orgánica. Intenta impedir la desaparición de alimentos y sistemas de producción artesanal, favoreciendo el desarrollo de innumerables microeconomías de regiones marginales. Enfrenta la estandarización de la comida y los sabores artificiales de una cultura que impone el consumo a la vez que el empobrecimiento de los sentidos.

El slow sex una forma de disfrutar de nuestros cuerpos donde se valora más la calidad que la cantidad, extenso juego previo, mientras susurramos a nuestras parejas y miramos a los ojos, emparentado con el sexo tántrico, la seducción se empareja con el placer de descubrir a través de los sentidos.

El coste humano de este ‘turbocapitalismo’; actualmente existimos para servir a la economía, cuando debería ser a la inversa. La actual cultura del trabajo está minando nuestra salud mental.

“ ¿No pueden comprender los trabajadores que, al trabajar en exceso agotan sus fuerzas y las de su progenie que están extenuados y, mucho antes de que les llegue el momento, son incapaces de hacer nada; que absorbidos y brutalizados por ese vicio, ya no son hombres sino fragmentos de hombres que matan todas las bellas facultades de su interior para no dejar viva y floreciente más que la furiosa locura del trabajo?”

Paul Lafargue. El derecho a la pereza (1883)



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