Nuestro destino, profundo, secreto e ignorado
La
ley general del despliegue del Universo,
que tiende hacia organismos y entes cada vez más complejos, rige en
todos los estadios de la evolución. Una molécula es la unión y
coordinación de múltiples átomos, una célula viva es la unión y
coordinación de múltiples moléculas bioquímicas.
Por
ello es muy razonable suponer que el siguiente paso de la evolución
en la categoría de la Inteligencia que hemos alcanzado, será
probablemente la unión o coordinación de múltiples inteligencias
individuales: eso es lo que intuyó Teilhard
de Chardin denominándolo
la “Cristogénesis”,
concepto que puede también denominarse Supermente, Gran Mente
Global, o el cristiano “Cuerpo de Cristo”.
En
cada etapa sucesiva del proceso evolutivo general, que empezó en la
sopa de quarks en el Big Bang, cada nivel evolutivo lleva incorporado
en su diseño, los anclajes, (innecesarios para su uso en ese nivel),
pero que serán precisos para realizar el siguiente salto evolutivo.
En
el ser
humano,
esos elementos-anclajes actualmente poco útiles en el presente
estadio dominado por la conciencia individual, pero muy necesarios
para una situación futura, constituyen una parte de los esquemas
mentales que Jung denominaba “arquetipos”.
Son
circuitos neuronales enterrados en la profunda mente inconsciente,
que contienen informaciones y procesos comportamentales que quedan en
la reserva para su posible utilización en un futuro. Y es por ello
que Eliade,
siguiendo en esto a Jung,
afirma en “Lo
sagrado y lo profano”,
que la vida
religiosa del hombre moderno, es ahora “inconsciente”: Solo el
inconsciente es todavía “religioso”.
En
el hombre uno de esos anclajes – arquetipos que prefiguran su
evolución siguiente, sería el instinto comunal, que tuvo una gran
importancia en el estadio del hombre primitivo, que vivía en
pequeñas hordas familiares,
y cuya supervivencia dependía casi absolutamente de la comunidad.
Pero
en la actual fase evolutiva de inteligencia egoica autoreflexiva
individual, este instinto social ha quedado sepultado por el fuerte
individualismo propio de nuestra nueva estructura mental, aunque
permanece enterrado en la profundidad de nuestra mente y
aflora de cuando en cuando en mayor o menor medida, a través de la
“empatía” y de la tendencia a la solidaridad humana.
Leo
en David
López: “Según
Simone Weil, sería el arraigo “quizás la más importante
necesidad del ser humano”.
El ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y
natural en la existencia de una colectividad, de la que conserva
ciertos tesoros del pasado y ciertas premoniciones del futuro”.
Y
concretamente, uno de nuestros fuertes instintos soterrados, como
intuyó Simone,
sea el de la nostalgia y añoranza de una futura, (ya presente en
forma larvada todavía), pertenencia, incardinación y participación
en una “colectividad humana con tesoros del pasado y premoniciones
del futuro”.
Sería
un instinto-arquetipo profundo y subconsciente de “arraigo” que
tendríamos, de pertenecer a algo mucho más complejo y evolucionado
que nuestra simple individualidad.
Esta
hipótesis daría una explicación histórico-psico-biológica, de
algo que muchos espirituales, poetas y sabios han intuido: una
sensación de soledad y de carencia de una conexión a algo que no se
sabe muy bien lo que es, pero que se intuye y se añora.
Y
según algunos psicólogos evolutivos, esta necesidad de pertenencia
a un colectivo cohesionado por creencias
comunes,
ha sido la razón de que las religiones ritualizadas tradicionales,
hayan triunfado en la cultura humana desde los albores de la
historia, otorgando a sus integrantes una ventaja competitiva
respecto al resto.
Pedro
Rodea,
en su libro “El
Libro del espejo”,
también abunda en esta idea. Dice: “La enfermedad del
aislamiento, consiste esencialmente en que la comunicación con
nuestro verdadero Ser Real está cortada… Ello se traduce en que
nuestra sensación más profunda es la de estar incomunicados…
“solos”, sumidos en una dolorosa soledad…Nosotros podemos no
ser enteramente conscientes de que el pozo de toda nuestra
frustración es esta sensación profunda de estar incomunicados…Pero
si vamos de acá para allá buscando un no se sabe muy bien qué…
si tenemos la sensación de ser como un animal enjaulado al que la
sed de libertad no le permite estar quieto… entonces debemos
escuchar al médico…, al experto…”
“La
enfermedad del aislamiento y de la incomunicación no se cura
hablando sin parar con otros aislados e incomunicados… la
enfermedad del aislamiento y de la incomunicación no se cura yendo
sin parar de una esquina a otra de la jaula… Tampoco se cura con
disfrutes y deleites… ni con un amor humano que quite el aliento…
La enfermedad del aislamiento y de la incomunicación se cura
únicamente restaurando la comunicación con nuestra verdadera
Naturaleza Real”. (La larga cita se justifica por lo perfecta y
exacta de su magnífica descripción. No se puede decir mejor).
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