8/4/19

No es suficiente para conseguir dar una vuelta a los hábitos de consumo.

¿A DÓNDE VA EL CONSUMO CONSCIENTE?


El 73% de las consumidoras tomamos decisiones de consumo por motivos éticos. Y las “alternativas de consumo”, que cuentan con cientos de miles de usuarias, piensan en cómo crecer. 

En 1983 la ONU declaró el 15 de marzo como el Día Internacional de los Derechos de las Personas Consumidoras. Esta declaración es fruto de décadas de trabajo del movimiento consumerista, que en España coge fuerza en los 80 del siglo pasado, y del cual Facua, ADICAE, o la OCU son algunas de sus organizaciones más conocidas, representando a cientos de miles de asociadas.

El consumerismo busca que nos organicemos para defender colectivamente nuestros derechos ante los abusos y las malas prácticas empresariales. Pero no es la única propuesta que nos apela en nuestro rol de consumidoras. La otra gran corriente que pretende nuestra implicación es el consumo consciente, al que dedicamos este artículo. 

¿QUÉ ES EL CONSUMO CONSCIENTE?


Según un reciente informe de la OCU, el 73% de la población española toma algunas de sus decisiones de consumo teniendo en cuenta criterios sociales y/o ambientales (otro estudio habla de 9 de cada 10”). En eso consiste la propuesta del consumo consciente (o consumo responsable), en incluir nuestros valores éticos entre los motores de nuestras elecciones de consumo. No se trata de dejar completamente de lado otras motivaciones (como las clásicas “3 bes” —bueno, bonito, barato—), pero sí de que calidad, precio o comodidad no sean los únicos criterios que nos muevan.

El consumo consciente se extiende más significativamente en nuestro país desde finales del siglo pasado. El ahorro energético, la reducción de residuos, la movilidad sostenible o el comercio justo fueron las prácticas más conocidas en sus inicios. Con el tiempo han ido ganando terreno alternativas como el consumo agroecológico (tiendas, mercados, cestas a domicilio, grupos de consumo), la banca ética o las cooperativas eléctricas.

Como vemos, hay algunas diferencias entre el consumerismo y consumo consciente. El consumerismo nace principalmente para la defensa de los intereses de las consumidoras ante las empresas y administraciones públicas. El consumo consciente, por su parte, está más vinculado tanto a la creación de alternativas, también empresariales, por lo que no ve a todas las empresas como “posibles enemigos”, sino que se compromete con el apoyo a las más afines a sus valores. 
Además, está más imbricado con otros movimientos sociales (ecologismo, justicia global y altermundismo, economía solidaria), y juntos apuestan por una transformación más profunda del modelo socioeconómico, además de por estilos de vida más frugales (con propuestas como el Buen Vivir, la simplicidad voluntaria o el movimiento slow). Afortunadamente, las diferencias entre la visión de ambos movimientos se van reduciendo, apostando cada vez más el movimiento consumerista también por las alternativas de consumo consciente.

EL CONSUMO CONSCIENTE EN CIFRAS

Además de los citados porcentajes de personas que conocen o practican en alguna medida la propuesta, conviene que conozcamos las cifras de algunas de las “alternativas de consumo” más específicamente comprometidas con el cambio de modelo socioeconómico.

La banca ética cuenta en España con más de 200.000 clientes. El comercio justo facturó 35 millones de euros en 2015, aún lejanos del gasto per cápita en Suiza, sesenta veces superior. Las cooperativas eléctricas “verdes” superan los 100.000 contratos (Som Energia ya pasa de 90.000 contratos).

En el campo alimentario, los grupos de consumo agroecológico rondan las 160 iniciativas solo en Cataluña, y podemos afirmar que el resto del Estado suma algún que otro centenar más. Estas experiencias abastecen a decenas de miles de familias o “unidades de consumo”. Además de los grupos de consumo hay un fenómeno en expansión, el de las “tiendas cooperativas” que, gracias a su oferta y horarios más amplios, pueden llegar a un mayor número de personas. La mayor de las iniciativas, Landare, cuenta con 3000 socias y dos tiendas en la Cuenca de Pamplona. 

EL IMPULSO DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

En 2018 nació la mayor comercializadora eléctrica verde y 100% pública,  Barcelona Energia, que puede dar servicio en su área metropolitana a 36 municipios y 20.000 particulares. Este proyecto se enmarca en la Estrategia para la Transición Energética del Ayuntamiento de Barcelona, que prevé acabar el mandato habiendo destinado 130 millones de euros a diferentes medidas en este sentido.

También en esta legislatura, ayuntamientos como Barcelona, Madrid y Zaragoza han estrenado diversas “estrategias de impulso” novedosas. De la economía solidaria, del consumo responsable y, en el caso de Barcelona, también de la soberanía alimentaria.

También merece la pena destacar el proyecto MARES, promovido por el Ayuntamiento de Madrid y ocho iniciativas de la ciudad, que cuenta con 4,8 millones de euros de la Unión Europea para impulsar proyectos de economía social entre 2017 y 2019. Y los programas Singulars y Ateneus Cooperatius de la Generalitat de Catalunya, que en 2017 destinaban 12 millones de euros al sector.
Y las citadas son solo algunas de las numerosas políticas innovadoras que se están llevando a cabo en los últimos años en estos campos. Si tuviésemos que destacar una línea de acción, quizás sería la de la Compra Pública Responsable, tanto por la importancia cuantitativa de la compra de las administraciones públicas (que ronda el 18% del PIB en España), como por su capacidad de fortalecer a la economía solidaria las alternativas de consumo con volúmenes de compra y contratación significativos. 

LA ECONOMÍA SOLIDARIA Y EL SALTO DE ESCALA

Entre las denominadas economías transformadoras encontramos bastante diversidad. Entre estas propuestas destaca la economía solidaria, tanto por su mayor compromiso con valores y prácticas “alternativas” (ausencia de lucro, capital repartido, gobernanza democrática), como por su apuesta por generar redes y mercados sociales”. Es un sector en auge, que está creciendo gracias, además de a su propio trabajo, al calor de la mayor sensibilidad ciudadana propiciada por “terremotos sociales” como el 15M o el Procés, y gracias también al impulso de las mencionadas políticas públicas.

En este contexto, el debate más reseñable en el seno de la economía solidaria es el de la apuesta por el salto de escala, que se concreta, por ejemplo en proyectos de nuevos supermercados cooperativos y otros espacios comerciales(como Geltoki Iruña) que buscan poder llegar a nuevos sectores. 

UN POCO DE REALISMO

Como señalaba muy lúcidamente Isidro Jiménez, de El Salmón Contracorriente, pese a que el 80% de las ciudadanas declara preferir el pequeño comercio a las grandes superficies, esto no se transforma la mayoría de las veces en cambios globales de hábitos.

Así, en alimentación, las grandes cadenas (supermercados e hipermercados) acaparaban en 2018 el 59% del mercado. Y una sola empresa, Mercadona, acumula casi tantas ventas como el resto de grandes cadenas juntas. Las tiendas tradicionales, como carnicerías, pescaderías, fruterías, panaderías… ya están  por debajo del 15% de la cuota de mercado.

También crece el comercio digital, con nefastas consecuencias ambientales y de concentración de la riqueza, bajo el predominio de gigantes como Amazon.
Estamos pues ante un escenario paradójico. Mientras que aumentan tanto la conciencia social y la práctica del consumo consciente como el alcance de las alternativas de consumo, esto no es ni de lejos suficiente para conseguir dar una vuelta global a la tortilla de los hábitos generales de consumo.

Como nos explica el área de Consumo de Ecologistas en Acción, no podemos crecer en base a discursos moralistas solo aptos para las más concienciadas. Como consumidoras conscientes necesitamos alternativas razonablemente competitivas. Opciones que, sin dejar de lado compromiso y valores, y posibilidades relacionales y comunitarias, sean también mínimamente cómodas y asequibles, al alcance de sectores sensibilizados pero no militantes.

Y estas alternativas no podrán ocupar un porcentaje significativo del mercado sin la alianza con otros movimientos ciudadanos (sindicales, vecinales...) y sin políticas públicas cada vez más ambiciosas que, como explica Rubén Surinach, tienen que ser un árbitro que favorezca sin complejos a las iniciativas y prácticas más comprometidas con la economía y el empleo local de calidad, la justicia social, y la sostenibilidad ambiental.

Toni Lodeiro

PARA SABER MÁS...

Publicaciones divulgativas

Mapas de alternativas locales
Pam a Pam (Cataluña), Zentzuz kontsumitu (Vitoria), el callejero de REAS Navarra, el mapa del Mercado Social de Aragón, el artículo Consumo para a xente (Galiza). Os animamos a añadir más en comentarios.

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