El
73% de las consumidoras tomamos decisiones de consumo por motivos
éticos. Y las “alternativas de consumo”, que cuentan con cientos
de miles de usuarias, piensan en cómo crecer.
En
1983 la ONU declaró el 15 de marzo como el Día Internacional de los
Derechos de las Personas Consumidoras. Esta declaración es fruto de
décadas de trabajo del movimiento consumerista, que en España coge
fuerza en los 80 del siglo pasado, y del cual Facua, ADICAE, o la OCU
son algunas de sus organizaciones más conocidas, representando
a cientos de miles de asociadas.
El
consumerismo busca que nos organicemos para defender colectivamente
nuestros derechos ante los abusos y las malas prácticas
empresariales. Pero no es la única propuesta que nos apela en
nuestro rol de consumidoras. La otra gran corriente que pretende
nuestra implicación es el consumo consciente, al que dedicamos este
artículo.
¿QUÉ
ES EL CONSUMO CONSCIENTE?
Según
un reciente informe de la OCU, el 73%
de la población española toma
algunas de sus decisiones de consumo teniendo en cuenta criterios
sociales y/o ambientales (otro estudio habla de “9
de cada 10”).
En eso consiste la propuesta del consumo consciente (o consumo
responsable), en incluir nuestros valores éticos entre los motores
de nuestras elecciones de consumo. No se trata de dejar completamente
de lado otras motivaciones (como las clásicas “3 bes” —bueno,
bonito, barato—), pero sí de que calidad, precio o comodidad no
sean los únicos criterios que nos muevan.
El
consumo consciente se extiende más significativamente en nuestro
país desde finales del siglo pasado. El ahorro energético, la
reducción de residuos, la movilidad sostenible o el comercio justo
fueron las prácticas más conocidas en sus inicios. Con el tiempo
han ido ganando terreno alternativas como el consumo agroecológico
(tiendas,
mercados, cestas a domicilio, grupos de consumo),
la banca
ética o
las cooperativas
eléctricas.
Como
vemos, hay algunas diferencias entre el consumerismo y consumo
consciente. El consumerismo nace principalmente para la defensa de
los intereses de las consumidoras ante las empresas y
administraciones públicas. El consumo consciente, por su parte, está
más vinculado tanto a la creación de alternativas, también
empresariales, por lo que no ve a todas las empresas como “posibles
enemigos”, sino que se compromete con el apoyo a las más afines a
sus valores.
Además, está más imbricado con otros movimientos
sociales (ecologismo, justicia global y altermundismo, economía
solidaria), y juntos apuestan por una transformación más profunda
del modelo socioeconómico, además de por estilos de vida más
frugales (con propuestas como el Buen Vivir, la simplicidad
voluntaria o el movimiento slow).
Afortunadamente, las diferencias entre la visión de ambos
movimientos se van reduciendo, apostando cada vez más el movimiento
consumerista también por las alternativas de consumo consciente.
EL
CONSUMO CONSCIENTE EN CIFRAS
Además
de los citados porcentajes de personas que conocen o practican en
alguna medida la propuesta, conviene que conozcamos las cifras de
algunas de las “alternativas de consumo” más específicamente
comprometidas con el cambio de modelo socioeconómico.
La
banca ética cuenta en España con más de 200.000 clientes. El
comercio justo facturó 35 millones de euros en 2015, aún lejanos
del gasto per cápita en Suiza, sesenta veces superior. Las
cooperativas eléctricas “verdes” superan los 100.000 contratos
(Som Energia ya pasa de 90.000 contratos).
En
el campo alimentario, los grupos de consumo agroecológico rondan las
160 iniciativas solo en Cataluña, y podemos afirmar que el resto del
Estado suma algún que otro centenar más. Estas experiencias
abastecen a decenas de miles de familias o “unidades de consumo”.
Además de los grupos de consumo hay un fenómeno en expansión, el
de las “tiendas
cooperativas” que,
gracias a su oferta y horarios más amplios, pueden llegar a un mayor
número de personas. La mayor de las iniciativas, Landare,
cuenta con 3000 socias y
dos tiendas en la Cuenca de Pamplona.
EL
IMPULSO DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
En
2018 nació la mayor comercializadora eléctrica verde y 100%
pública, Barcelona
Energia,
que puede dar servicio en su área metropolitana a 36 municipios y
20.000 particulares. Este proyecto se enmarca en la Estrategia
para la Transición Energética del Ayuntamiento de Barcelona,
que prevé acabar el mandato habiendo destinado 130 millones de euros
a diferentes medidas en este sentido.
También
en esta legislatura, ayuntamientos como Barcelona, Madrid y Zaragoza
han estrenado diversas “estrategias de impulso” novedosas. De la
economía solidaria, del consumo responsable y, en el caso de
Barcelona, también de la soberanía alimentaria.
También
merece la pena destacar el proyecto MARES, promovido por el
Ayuntamiento de Madrid y ocho iniciativas de la ciudad, que cuenta
con 4,8 millones de euros de la Unión Europea para impulsar
proyectos de economía social entre 2017 y 2019. Y los
programas Singulars
y Ateneus Cooperatius de
la Generalitat de Catalunya, que en 2017 destinaban 12 millones de
euros al sector.
Y
las citadas son solo algunas de las numerosas políticas
innovadoras que
se están llevando a cabo en los últimos años en estos campos. Si
tuviésemos que destacar una línea de acción, quizás sería la de
la Compra
Pública Responsable,
tanto por la importancia cuantitativa de la compra de las
administraciones públicas (que ronda el 18% del PIB en España),
como por su capacidad de fortalecer a la economía solidaria las
alternativas de consumo con volúmenes de compra y contratación
significativos.
LA
ECONOMÍA SOLIDARIA Y EL SALTO DE ESCALA
Entre
las denominadas economías
transformadoras encontramos
bastante diversidad. Entre estas propuestas destaca la economía
solidaria, tanto por su mayor compromiso con valores y prácticas
“alternativas” (ausencia de lucro, capital repartido, gobernanza
democrática), como por su apuesta por generar redes y “mercados
sociales”.
Es un sector
en auge,
que está creciendo gracias, además de a su propio trabajo, al calor
de la mayor sensibilidad ciudadana propiciada por “terremotos
sociales” como el 15M o el Procés, y gracias también al impulso
de las mencionadas políticas públicas.
En
este contexto, el debate más reseñable en el seno de la economía
solidaria es el de la apuesta
por el salto de escala,
que se concreta, por ejemplo en proyectos de nuevos supermercados
cooperativos y otros espacios comerciales(como
Geltoki Iruña) que buscan poder llegar a nuevos sectores.
UN
POCO DE REALISMO
Como
señalaba muy lúcidamente Isidro Jiménez, de El
Salmón Contracorriente,
pese a que el 80% de las ciudadanas declara preferir el pequeño
comercio a las grandes superficies, esto no se transforma la mayoría
de las veces en cambios globales de hábitos.
Así,
en alimentación, las grandes cadenas (supermercados e hipermercados)
acaparaban en 2018 el 59% del mercado. Y una sola empresa, Mercadona,
acumula casi tantas ventas como el resto de grandes cadenas juntas.
Las tiendas tradicionales, como carnicerías, pescaderías,
fruterías, panaderías… ya están por
debajo del 15% de la cuota de mercado.
También
crece el comercio digital, con nefastas consecuencias ambientales y
de concentración de la riqueza, bajo el predominio de gigantes
como Amazon.
Estamos
pues ante un escenario paradójico. Mientras que aumentan
tanto la conciencia social y la práctica del consumo consciente como
el alcance de las alternativas de consumo, esto no es ni de lejos
suficiente para conseguir dar una vuelta global a la tortilla de los
hábitos generales de consumo.
Como
nos explica el área
de Consumo de Ecologistas en Acción,
no podemos crecer en base a discursos moralistas solo aptos para las
más concienciadas. Como consumidoras conscientes necesitamos
alternativas razonablemente competitivas. Opciones que, sin dejar de
lado compromiso y valores, y posibilidades relacionales y
comunitarias, sean también mínimamente cómodas y asequibles, al
alcance de sectores sensibilizados pero no militantes.
Y
estas alternativas no podrán ocupar un porcentaje significativo del
mercado sin la alianza con otros movimientos ciudadanos (sindicales,
vecinales...) y sin políticas públicas cada vez más ambiciosas
que, como explica Rubén
Surinach,
tienen que ser un árbitro que favorezca sin complejos a las
iniciativas y prácticas más comprometidas con la economía y el
empleo local de calidad, la justicia social, y la sostenibilidad
ambiental.
Toni
Lodeiro
PARA
SABER MÁS...
Publicaciones
divulgativas:
Mapas
de alternativas locales:
Pam
a Pam (Cataluña), Zentzuz
kontsumitu (Vitoria),
el callejero
de REAS Navarra,
el mapa
del Mercado Social de Aragón,
el artículo Consumo
para a xente (Galiza).
Os animamos a añadir más en comentarios.
Recursos
especializados:
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