ENCADENADA
Lo
malo (o bueno) que tiene la militancia, aunque solo se lleve a cabo
en un campo determinado, es que te provoca un aumento progresivo de
la conciencia en todas las áreas de tu vida.
Una
vez que te cuestionas algo al respecto de tus creencias, tu
comportamiento o tu relación con los demás, es tan solo una
cuestión de tiempo que termines haciéndolo con prácticamente todo
lo que vives cada día.
Por
eso no es nada extraño, por ejemplo, que alguien que un día toma la
decisión de no comer carne termine también implicado en otra causa
que no tenga nada que ver con los animales.
Llevo
un tiempo dándole vueltas a algo porque siento que algo en mí y en
mi comportamiento me está impidiendo ser realmente feliz.
El
primer “cuento infantil” que recuerdo en la voz de mi madre fue
“Juan Salvador Gaviota”. Así que no es extraño entender por qué
mi mayor ansia en esta vida es la de conseguir alcanzar la
inalcanzable pero maravillosa libertad.
Par
mí, mayores niveles de felicidad siempre van precedidos de mayores
niveles de libertad. Es una unión indisoluble.
A
medida que mi conciencia se ha ido haciendo más grande, mi
autoanálisis ha aumentado exponencialmente y de pronto un día he
encontrado un error de ejecución vital que me ha dejado el sistema
operativo expulsando humo gris por todos los poros de mi cuerpo.
He
detectado que mi nivel de consumismo irresponsable me está jodiendo
la vida.
No
soy una persona excesivamente gastadora, entre otros motivos porque
por motivos exógenos no te tengo demasiado dinero disponible para
derrochar.
Pero
es cierto que eso no me ha impedido convertirme en una enfervorecida
consumista Low Cost.
Mi
vida, creo que como la de todo el mundo, está llena de momentos de
ansiedad, tristeza y desánimo. En muchas ocasiones, de nuevo igual
que todos, muchas situaciones me han aplastado como un rodillo
gigante que estuviera empeñado en hacer de mí una masa fina de
empanada.
Hay
días en que todo se vuelve tan oscuro que termino por cerrar los
ojos para no echar de menos la luz.
Así
que, en una gestión nada original de mis emociones y de mí misma,
me dediqué a comprar un nuevo pintalabios, unos bolígrafos de
colores o ese jersey tan bonito que veía no sé dónde. Cosas todas
ellas que ni necesitaba ni me hacían sentir mejor más allá de unos
breves instantes en los que mi cerebro recompensaba el hecho de
adquirir nuevas posesiones.
Fue
sencillo darse cuenta de lo negativo y perjudicial de ese
comportamiento. Era algo evidente. Pero no era tan evidente que no
era suficiente con cambiar eso y que tenía que dar un paso más allá
y asumir la segunda derivada de mi esclavismo consumista, la
responsabilidad.
El
mundo se va a la mierda. Los océanos están llenos de basura. Hay
países pobres donde las personas tienen que convivir entre los
restos de productos destartalados del Primer Mundo.
El
aire cada vez está más sucio y es evidente que la naturaleza está
harta de soportar al maldito ser humano haciéndole daño.
Mi
nuevo pintalabios innecesario es también la condena de mi planeta y
de muchas de las personas que viven en él.
Y
de paso, es mi propia condena.
He
cambiado tiempo de mi vida por algo que no necesito y que no me hace
feliz. Me he esclavizado un poco más cambiando vida y libertad por
conseguir que durante unos momentos disminuya un poco mi ansiedad
vital.
No
me pregunten cómo se hace la transición del consumismo a la
libertad porque yo aún no lo sé.
Pero
el primer paso para dejar de ser esclavo es darse cuenta de que uno
está encadenado.
Por
ahora me he dado cuenta de que estoy encadenada, y de que mis cadenas
pesan muchísimo.
Ahora
me toca pensar en una estrategia para librarme de ellas y compartir
este descubrimiento por si alguien más va por la vida atado a la
infelicidad y aún no lo sabe.
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