“La
“libertad” capitalista es la libertad del fuerte de dominar, o
sea, de explotar, al débil”
José
López
Carlos Fernández Liria y Luis Alegre
“Si no desarrollamos un espíritu crítico y un sentido de búsqueda de la información alternativa a las vías formalmente establecidas, estamos condenados a la desinformación, a la incapacidad para comprender nuestro mundo y, por tanto, incapacitados para actuar en libertad” Pascual Serrano
Hermosa
palabra, libertad. Usada desde los más remotos tiempos de la
Historia de la Humanidad, cobra en los tiempos actuales, cuando somos
rehenes de este salvaje y cruel capitalismo, un significado muy
especial. Hablamos de un concepto de tan alto nivel que ha sido
abordado por filósofos, pensadores y escritores de todas las épocas.
Para empezar, nuestro Diccionario de la Real Academia Española
de la Lengua nos da bastantes acepciones en torno al significado de
este término. La más general de todas ellas nos dice que Libertad
es la “Facultad
natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no
obrar, por lo que es responsable de sus actos“.
A
continuación, nos ofrece otras curiosas acepciones, tales como
“Facultad
que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir
cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres“.
Sustanciosa y comprometida definición, como puede comprobarse,
a poco que la interioricemos un ratito, ya que cabría
preguntarse por ejemplo qué son “naciones
bien gobernadas“,
en qué consisten las “buenas
costumbres“,
o de sacar como consecuencia que el principio de legalidad se sitúa
por encima del principio de libertad…pero ¿qué ocurriría
entonces cuando el principio de legitimidad, superior al de
legalidad, es violado en dichas “naciones
bien gobernadas“?
¿Deberíamos superponer en dichos casos el principio de libertad? Lo
dejo a la reflexión de los lectores y lectoras.
También
nos dice el Diccionario que libertad es “prerrogativa,
privilegio o licencia“,
“osada
familiaridad“,
y nos habla de las distintas variantes contextuales del concepto,
aplicadas por ejemplo a “libertad
de culto“,
“libertad
de pensamiento”
o “libertad
de conciencia“.
Antes de continuar, pensemos si disfrutamos de verdad todas estas
“libertades” en nuestra actual sociedad. Y después de otras
tantas, considera finalmente tres acepciones que me gustaría
destacar: aquélla que se refiere a que la libertad es la “Falta
de sujeción o subordinación“,
el “Estado
de quien no está preso“,
y el “Estado
o condición de quien no es esclavo“.
Quizá sea ésta última la que puede originar más debate, porque el
sentido de la “esclavitud” también debe ser actualizado con los
tiempos. Reflexionemos hasta qué punto nos podemos considerar
“esclavos” de muchos aspectos del mundo que nos rodea: de nuestro
trabajo, de las nuevas tecnologías, del consumo, del sistema…
esclavos del sistema. La palabra “Libertad” también tiene
relación con “Liberar”, de hecho procurar la liberación de algo
o alguien nos conduce a conseguir su libertad, como cuando hablamos
de “liberación de la mujer”.
¿Toda
“libertad” es buena? Quizá sí si lo consideramos únicamente en
el sentido ontológico del término, pero a poco que razonemos y
extrapolemos, comprobamos que hay que poner muchos matices, y acotar
muchas situaciones. Pondremos un ejemplo. La expresión “Libertad
de elección de centro educativo” (de los padres en relación con
sus hijos) pudiera parecer de entrada un concepto positivo y deseable
pero vamos a citar sobre esto las afirmaciones de Rosa Cañadell: “El
derecho a elegir, cuando hablamos de servicios públicos, no debería
existir por varias razones: primero porque no es posible que la
Administración pueda garantizar todas las preferencias individuales;
segundo, porque el dinero público no puede utilizarse para
satisfacer los intereses personales, sino que debe servir para
garantizar la igualdad del servicio para todos los ciudadanos y
ciudadanas; y tercero, porque el derecho a elegir no es más que el
privilegio de unos pocos que tienen la posibilidad de hacerlo, bien
porque su dinero se lo permite (y pueden pagar un centro privado o
privado concertado) o bien porque su situación social les permite
tener acceso a mayor información, con lo que pueden buscar las
estrategias adecuadas para matricular a sus hijos en el centro que
deseen. Por tanto, la libertad de elección no es más que una
estrategia para situar a la educación dentro del mercado y, como
todo lo que funciona según las leyes del mercado, los efectos
negativos recaen siempre sobre las clases con menos recursos“.
Parece
que vamos entrando ya en un terreno donde podemos concluir que la
libertad en las sociedades occidentales, en ese “mundo libre”
(que Occidente fabricó para intentar diferenciarse de Oriente,
cuando en parte de éste reinaba el comunismo), es un auténtico
mito. No existe como tal, al menos considerada en su plena acepción.
Palabras como “autonomía”, “independencia”, etc., se quedan
cuando menos muy rebajadas si nos fijamos en nuestra inclusión en la
órbita de instituciones supranacionales (UE, ONU, OCDE, OMC…), que
controlan nuestra vida, nuestros modos de funcionar como sociedad.
Son los mismos organismos que a nivel internacional condenan,
hostigan y amenazan a los países que, precisamente intentando hacer
uso de su libertad, diseñan un sistema social y económico distinto
al capitalismo, tal
como le está ocurriendo a Venezuela.
Vivimos
por tanto bajo una ilusión de “libertad”, cuando en realidad
somos parte de una verdadera dictadura, el capitalismo, una
sofisticada y muy perfeccionada dictadura, pero una dictadura al fin
y al cabo. Y así, las democracias occidentales, al estilo
“parlamentario”, son en realidad democracias burguesas que están
diseñadas para que gobiernen alternándose en el poder varias
formaciones políticas (normalmente dos, Republicanos y Demócratas
en USA, PP y PSOE en España, etc.), donde ninguna de ellas cuestiona
realmente las bases profundas del sistema. El eminente pensador
norteamericano Noam Chomsky define a los Demócratas y Republicanos
como “las
dos alas del único partido que existe, el partido capitalista”.
Y
así, detrás de la perversa fachada de “Democracia” que nos
venden (basada sólo en el hecho de que votamos cada 4 años), una
minoría muy poderosa y reducida, una pequeña élite social, es la
que verdaderamente toma las decisiones, y tiene el control sobre el
funcionamiento del poder y sus instituciones. Cuando la mayoría de
las personas piensan, creen que lo hacen libremente, pero esto no es
así. En
realidad, piensan y sienten como el pensamiento dominante les ha
ordenado que deben hacerlo. Para
esto, desde pequeños nos bombardean con millones de mensajes
subliminales (en la escuela, en los medios de comunicación…), para
que nuestra mente vaya limitándose en su capacidad de imaginación y
pensamiento, y los encorsete en los límites del pensamiento
dominante.
¿Dónde
está entonces la libertad? La libertad bajo los sistemas
capitalistas occidentales es sólo un espejismo, una ilusión. Si
fuésemos conscientes de la cantidad de instituciones, medios de
comunicación, empresas, bancos, organismos, gobiernos, etc., que nos
“ordenan” cómo tenemos que pensar, seguramente nos sorprendería.
Actualmente,
quizá la parcela más restrictiva en cuanto a su libertad, sea la
libertad de expresión. Y no sólo por las consecuencias de la actual
“Ley Mordaza”, auténtico corsé para coartar los deseos de libre
manifestación de ideas y opiniones, sino porque no podemos expresar
libremente nuestras opiniones sin que ese acto tenga funestas
consecuencias, y no por vulnerar principios morales o éticos
básicos, sino por transgredir los límites que el sistema considera
aceptables, ocultos, pero estrechos y bien definidos. Sobran los
ejemplos que podemos poner de este asunto, tirando sólo de la
casuística ocurrida durante los últimos dos o tres años. Podemos
expresarnos “libremente” siempre que no traspasemos ciertos
parámetros ideológicos, pues de lo contrario nuestro discurso será
demonizado y atacado. ¿Existe entonces libertad, si nuestras ideas
son censuradas y perseguidas?
El
sistema capitalista juega con el concepto de libertad, intentando dar
legitimidad a un montón de aspectos que no han de tenerla, para
justificar así la validez de sus planteamientos. Y a partir de
aquí, comienzan a inundarnos otros términos, de acepción
parecida, pero con muchos matices, que vienen a complicarnos la vida,
más que a facilitárnosla. Términos que han aparecido de unos años
acá, y que han cobrado mucha fuerza en nuestra sociedad,
“liberalización”, “flexibilización” o “desregulación”,
entre otros. Son conceptos que poseen mucha relación entre sí, y a
su vez pueden entenderse como matices a la idea de libertad expresada
a ámbitos distintos.
En
realidad, son trampas que nos pone el sistema, para conducirnos por
su camino, que no es otro precisamente que la ausencia de libertad.
¿Ha sido buena la liberalización de las telecomunicaciones? ¿Ha
sido buena la flexibilización del mercado laboral? ¿Ha sido buena
la desregulación del mercado financiero? Desregular significa dejar
sin regla (norma, ley) a algo que la tenía anteriormente, y que era
de obligado cumplimiento para todos, por lo cual prevalecerá la ley
del fuerte sobre la del débil. En última instancia, la ilusión de
libertad que podamos sentir que nos concede el sistema, sólo es en
realidad la libertad de las clases dominantes.
Porque
según estos nuevos derroteros, libertad tiene mucho que ver con
justicia, y por ende, concluimos que no puede existir libertad cuando
el Derecho (la Justicia) no ampara a todos por igual, ni protege a
los más desfavorecidos, o a los más necesitados. Por ejemplo,
aplicado a la última Reforma Laboral, que desmonta los Convenios
Colectivos e insta la capacidad de negociación de ambos
interlocutores. Una de las definiciones anteriores de libertad que
hemos dado, aludía a la situación de “falta
de sujeción o subordinación“,
por lo que aplicado a este ámbito laboral, ¿alguien se cree que no
existe subordinación entre los empleados con respecto a sus jefes?
¿Realmente la desregulación, flexibilización o liberalización nos
trae mayor libertad? Sin embargo, la tendencia en esta fase del
capitalismo es la de desregular cuantos más aspectos mejor de la
vida económica, obedeciendo al falso y manipulado mantra de la
libertad.
De
esta forma, se van debilitando y derogando las leyes que fueron
surgiendo para defender a los ciudadanos, usuarios, consumidores y
clientes de los abusos del mercado, con lo cual éstos van quedando
cada vez más indefensos ante sus tropelías. Y mientras, por
ejemplo, el Banco de España llamaba a la desregulación del mundo
laboral, permitía que las entidades financieras estafaran a sus
clientes, en aras a la libertad de mercado, y a la ausencia de
intervencionismo público.
Rescato
el ejemplo tan ilustrativo que nos propone Pedro Luis Angosto: “Hasta
hace no mucho teníamos en España, también en otros países de
Europa, una sola y odiosa compañía telefónica que abusaba de su
situación monopolística. Llegó la desregulación del mercado de
las telecomunicaciones y ahora tenemos un puñado de odiosos
operadores que actúan de común acuerdo e imponen sus tarifas sin
que nadie intervenga en ello. ¿Hemos ganado algo los usuarios de
telefonía? Creo que no, antes el Estado regulaba esas tarifas,
recibía una parte sustancial de los beneficios que servían para
inversión pública y había oficinas dónde poder reclamar.
Ahora
todo es virtual y, además de la cantidad de triquiñuelas que
inventan a diario para falsear los recibos para maximizar beneficios,
intentar solucionar un problema con ellas vía teléfono es bastante
más difícil que subir el Anapurna descalzo y con un cilicio en la
cintura. Lo mismo ocurre con las gasistas, con las entidades
financieras antes llamadas bancos, con las eléctricas, con las
petroleras, con las compañías aéreas, todas están desreguladas,
nadie supervisa la calidad de su servicio, ni sus precios, ni sus
abusos quedando el ciudadano al albur de una serie de instancias tan
etéreas como farragosas e inoperantes. En el mundo económico, bajo
el paraguas de la libertad, se ha construido un mundo irrespirable en
el que al usuario sólo le queda la obligación de pagar lo que le
pidan e impongan y el derecho al pataleo, la rabieta, la úlcera o el
recurso a instancias judiciales costosísimas que por ello mismo le
son prohibitivas“.
Creo que queda claro.
La
palabra libertad, por tanto, dentro del capitalismo, ha sido
desnaturalizada, prostituida, desvirtuada, mancillada, y en nombre de
ella, se han cometido y se continúan cometiendo los más viles
atropellos. Bajo su radio de acción, lo único que se procura es
enmascarar el auténtico propósito de las medidas que se van
tomando: dar cada vez más poder a los más poderosos, a costa de
hundir a los más débiles.
La
conclusión que podemos sacar es que no existe libertad en el sistema
capitalista, pues todos los aspectos humanos se subordinan al
Capital. Las fuerzas de producción, la propaganda institucional, los
modos de consumir, de fabricar, de distribuir, los usos y costumbres,
la jurisprudencia, las prácticas comerciales, y sobre todo la
educación, como base de la pirámide que construye un mundo futuro
que asegure la pervivencia de sus dogmas, y la ausencia de
cuestionamiento de los mismos.
En
base a ello, cuando escuchemos ataques a los sistemas socialistas
argumentando que en ellos “no existe libertad”, pensemos
seriamente si, en el fondo, aún con sus posibles y aparentes
restricciones y encorsetamientos, no son sistemas que garantizan más
libertad que el capitalista.
Rafael
Silva
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