Jordi Pigem
es el filósofo de nuestro tiempo. Así lo demuestra en su libro Buena Crisis (Ed. Kairós y Ara Llibres), donde realiza un fiel
retrato del especial momento en que nos ha tocado vivir. Sus recetas
a los grandes retos se pueden resumir en dos líneas: acabar con el
divorcio entre el ser humano y el resto de la naturaleza y empezar a
buscar la felicidad en la creatividad, la solidaridad y las
relaciones humanas. El consumismo y el materialismo son el pasado, ha
llegado la época del postmaterialismo. Pigem ha sido profesor del
Schumacher College, colaborador de Raimon Panikkar, Fritjof Capra…
Y lo más importante: es muy buena gente.
Buena
Crisis es el título de tu último libro. Normalmente crisis se suele
asociar a algo negativo pero tú apuntas a algo positivo.
La palabra
crisis viene de un término médico empleado para describir el
momento en el cual el paciente se sana o empeora. Si se sana, se
decía tradicionalmente que el paciente había tenido una crisis
feliz, favorable o una buena crisis.
Estamos en un
sistema que ya estaba enfermo y ha entrado en crisis, es decir, puede
empeorar y volverse más hacia la sed de control, la violencia, la
alienación o bien puede transformarse hacia un mundo más sano, más
sensato, más ecológico, más justo y más sabio.
Es útil darnos
cuenta de que esto nos da un poder de actuación que antes no
teníamos. En una situación estable puedes intentar cambiar cosas y
nada se mueve. En cambio en una situación de crisis todo está en
transformación y es mucho más fácil incidir en el curso de
las cosas.
Ahora todo está
fluyendo y es mucho más fácil orientar los cambios en el sentido
que creamos que son positivos. La única certeza que podemos tener es
de que nada se quedará igual.
En un mundo en
donde cada vez hay más desigualdades y formas de explotación cada
vez más sutiles, el hecho de que llegue una crisis como esta es una
campanada que nos despierta. La bonanza económica y la posibilidad
de consumir cada vez más eran como un soborno a nuestra consciencia
que nos hacía ignorar los problemas terribles del mundo, a nivel de
derechos humanos y de crisis ecológica, por ejemplo. Creíamos
que como yo cobro a final de mes y me puedo comprar lo que quiera, el
sistema funciona.
Del mismo modo
que hemos creído que la economía es la clave del bienestar de una
sociedad, creíamos que el consumo era la clave del bienestar humano.
Ahora sabemos que no es así. Y al desmontarse todo este sistema de
creencias, todos los problemas que ya estaban ahí, pero que la
sociedad prefería ignorar, ahora nos miran a la cara.
Es
una medicina amarga…
Sí, pero nos
despierta de un estado de sopor. El sistema era como un gigante
sonámbulo que avanzaba estrujando ecosistemas, comunidades y el
equilibrio del planeta bajo sus pasos. Ahora el sistema se desmonta y
nos damos cuenta de que tenemos la oportunidad insólita, increíble
y privilegiada de poder cambiar el mundo.
Pocas
generaciones han podido sentir que sus decisiones pueden afectar el
futuro, no solo de su comunidad local sino del conjunto de la Tierra.
Estamos en un momento muy duro y muy difícil pero también podemos
pensar que es un gran privilegio haber venido a la Tierra en este
momento. Tener una vida humana en esta época de transformación
enorme, con todas las posibilidades ilimitadas que ello conlleva, es
la experiencia más interesante que se puede pedir.
El
materialismo ha tenido una serie de manifestaciones políticas, como
el capitalismo y el comunismo. ¿Qué tipo de organización social
puede emanar de este nuevo paradigma holístico?
La visión
holística del mundo lleva por naturaleza a sistemas de gobiernos
mucho más descentralizados. El poder está en las comunidades
locales. Se trata de una sociedad en donde no hay estructuras
jerárquicas, no hay personas que lideran al conjunto de la
población, sino que cada uno es capaz de tomar mayor responsabilidad
por lo que hace y consume, por su impacto en la comunidad local y en
el conjunto de los ciclos de la tierra.
Creo que esta
crisis marca el principio del fin de la globalización económica y
eso abrirá espacios de diversidad cultural que hasta ahora se habían
ido sofocando. Permitirá una mayor diversidad de maneras de actuar
en sintonía con los ritmos de cada ecosistema. De hecho, es
así como las culturas han ido evolucionando siempre: en sintonía
con los ritmos climáticos y biológicos del ecosistema que las
acoge, cosa que ahora prácticamente no tenemos en cuenta.
Ahora mismo lo que tenemos a nivel político es la gran transición desde estructuras rígidas y jerarquías centralizadas a toda una serie de iniciativas participativas que van a ir surgiendo a nivel local.
Todo esto
comporta fomentar la participación ciudadana y la recuperación de
maneras autosuficientes de vivir. Recuperar oficios que se estaban
perdiendo, recuperar variedades agrícolas locales que se estaban
abandonando. Hay que fortalecer estas comunidades locales y dejar que
las estructuras más globales sean solo como un paraguas protector,
no como una pirámide que acumula el poder en su cúspide. Sería un
poder que emerge de abajo a arriba, no de arriba a abajo.
¿A
nivel simbólico estaríamos hablando de pasar de la fórmula
piramidal al trabajo en red?
Sí, exacto. La
pirámide es una metáfora que vale mucho para los sistemas que hemos
creado hasta ahora, tanto políticos como empresariales. Pero la
naturaleza no funciona así. El concepto de pirámide puede asociarse
con nociones teológicas que proclaman un dios superior que está por
encima de la Tierra. La versión del cristianismo que ha triunfado
(que no es por ejemplo la de San Francisco) es muy jerárquica y se
ha vuelto compatible la visión del mundo hasta ahora hegemónica, en
la que destaca la competición y la lucha por la supervivencia, todo
se rige por leyes mecánicas y lo que tiene más fuerza triunfa.
La visión
holística nos revela que todas las cosas están íntimamente
relacionadas y todo depende de todo lo demás. Es una visión mucho
más compatible con la idea de red. Cada acto, como una piedra que
cae en un estaque, genera ondas que luego se van expandiendo. En esta
crisis, las pirámides se derrumban y las redes se fortalecen. Todos
sabemos que las estructuras piramidales ya no funcionan.
Inventar
estructuras piramidales es un experimento de la humanidad que hemos
comprobado que no funciona. Y no funciona ni siquiera para los que
están arriba, muchos de los cuales están colmados de
insatisfacción.
Ahora nos toca
probar formas nuevas de organización. Sabemos que el cosmos y la
vida funcionan en red. Cuanto más funcionemos en red nosotros, más
fluiremos con la naturaleza y mejor nos irá.
¿Es
el universo un lugar acogedor?
Los pueblos
indígenas tradicionales se han sentido parte de su ecosistema
inmediato y del Universo. Cuando miran a la Luna y al Sol, los ven no
solo como parte de su cosmología, sino de su mitología y de su
propia familia… De esa percepción primordial del mundo, en la cual
nos sentíamos instintivamente hermanos de las plantas, los
animales y los astros… hemos pasado a una visión mecanicista en la
que consideramos que lo único real es lo que se puede medir, lo que
se puede cuantificar. Eso da lugar a un mundo que puede ser
controlable y eficiente en muchos sentidos, pero donde todo lo que no
es cuantificable, todo lo que tiene que ver con la creatividad, la
imaginación, el arte, la espiritualidad, nuestras relaciones, el
amor… todo ello se percibe como una cosa accesoria y poco
importante. Si creemos que lo más propiamente humano es un añadido,
creamos un mundo inhumano y hostil.
Es curioso que las conclusiones a las que está llegando la ciencia de vanguardia coinciden con las filosofías espirituales más tradicionales. Parece que los científicos y los místicos acaban entendiéndose al final del trayecto.
Dos premios
Nobel de Física del siglo XX, Schrödinger y Wigner,
independientemente llegaron a la conclusión de que ciertos
experimentos de física contemporánea solo podían explicarse
satisfactoriamente si pasamos a considerar que el fundamento de la
realidad no es la materia y la energía, sino la conciencia y la
percepción. Eso significa un giro de 180 grados en cómo vemos el
mundo desde hace siglos. Y esto no lo dicen maestros espirituales,
sino premios Nobel de Física. Hay, como mínimo, paralelismos entre
la visión del mundo que han cultivado las filosofías no dualistas
de diversas escuelas budistas, taoístas e hinduistas, y la visión
que nos presenta la física contemporánea.
La física ha descubierto cosas que los propios físicos no son capaces de asimilar en su vida cotidiana.
La visión del
mundo que emerge de la física cuántica borra la visión de que
existen entidades separadas. La mayoría de los físicos viven en una
especie de doble vida. Cuando están trabajando con la física
cuántica, abrazan la visión de radical interdependencia de todas
las cosas, pero cuando están en su vida cotidiana, todo vuelve a
estar fragmentado y muchas cosas se siguen rigiendo por los valores
tradicionales.
Nuestra cultura todavía no ha sabido integrar lo que hace ya cien años comenzó a emerger de la física cuántica y más recientemente de la neurobiología.
Tenemos la base científica para una visión holística, en la cual nos damos cuenta de que todas las cosas son interdependientes y en la que la actitud más natural y más efectiva es cooperar y no competir. De ello puede nacer espontáneamente una actitud que no es de control sino de participación de los ciclos de la naturaleza.
Del
control, al fluir. ¿Cómo podemos aprender a fluir? Supongo que la
confianza es la clave ¿no?
Sí, la
confianza es parte de este proceso. Si nos sentimos separados del
mundo y separados los unos de los otros, la única manera efectiva de
actuar es controlar y competir. Es una actitud basada en la
desconfianza. Pero la palabra confianza puede tener la connotación
de ingenuidad. Yo usaría la palabra participación, en el sentido de
que nos sentimos parte de una red de ciclos, de una red inagotable de
múltiples ciclos y de ese modo podemos sentirnos parte del conjunto
del universo y parte del milagro continuo de renovación de la vida.
Pasar de esta actitud de control a una actitud de fluir es lo que te permite dejarte guiar por tu creatividad. También es una actitud mucho más sana. Se puede medir fisiológicamente cómo una persona que intenta controlar tiene mucha más tensión que una persona que siente que participa en el fluir de las cosas, que está naturalmente más relajada.
En una visión del mundo en la cual las cosas están separadas hay que unirlas con vínculos de control o con leyes mecánicas que rijan su funcionamiento. Una visión más participativa nos lleva a fluir con los ciclos de la naturaleza y con los ciclos de las relaciones humanas.
Hay
pensadores que opinan que los humanos ya no podemos reintegrarnos en
los ciclos de la naturaleza, que la expulsión del Paraíso es
definitiva
La raíz del
problema que tenemos hoy en día es el dualismo entre nosotros y el
mundo, que se manifiesta por ejemplo como dualismo entre la humanidad
y la naturaleza. La clave para conseguir un mundo que funcione es
superar ese dualismo.
Hay actitudes
que parten de la idea de que los humanos estamos aquí para
administrar el planeta. Parten de la arrogancia de creer que saben
cómo funciona el planeta.
Pero tal como
nosotros respiramos sin ser conscientes de todos los procesos ligados
a nuestra respiración y tal como nuestro corazón late sin que
nosotros sepamos cómo, nadie sabe en detalle cómo funcionan los
innumerables ciclos en continua transformación que constituyen la
naturaleza.
La naturaleza es
líder en tecnología porque todo lo que crea es mucho más complejo,
mucho más bello y mucho más eficiente que lo que creamos nosotros.
Creer que nosotros podemos controlar artificialmente el equilibrio
ecológico de la Tierra es de una gran ingenuidad y arrogancia.
Los seres
humanos de los países ricos y de las elites ricas de los países del
Sur hemos vivido de un modo que nadie nunca antes había vivido.
Volar, adaptar la temperatura de cada sala a lo que nosotros queramos
y regular todo lo que ocurre a nuestro alrededor, importar comida de
la otra punta del mundo y disponer de todo tipo de artilugios
electrónicos… son comodidades que ni siquiera los grandes
emperadores tenían, pero hemos terminado creyendo que esta era la
manera natural de vivir.
¿La
solución pasa por vivir con menos?
La economía
convencional sigue ignorando que depende de la naturaleza. La
inminente escasez de recursos energéticos clave nos obliga a
reconocer que la vida que hemos estado llevando en las últimas
décadas no es sostenible. Si queremos perdurar como una especie
integrada en los ciclos de la tierra, hemos de consumir menos energía
y hemos de aprender a vivir mejor con menos, ser más felices con
menos.
No hay ninguna
alternativa energética viable que sea capaz de proporcionar el nivel
del consumo que hemos tenido hasta ahora. Pero eso no es una mala
noticia, porque esta sociedad de consumo es una fuente de adicciones
y de problemas psicológicos que antes no existían. Hay que
reaprender a vivir mejor con menos energía externa y en cambio
potenciar nuestras energías interiores: la creatividad, la
solidaridad…
Hemos de limitar
nuestro impacto en el medio, pero hay mil cosas que son ilimitadas:
la amistad, la solidaridad, la imaginación, la creatividad, el arte,
la capacidad de aprender… siempre las podemos potenciar.
Todo lo que no
depende de una base material, no tiene límites. Darnos cuenta de que
estamos en un mundo de posibilidades ilimitadas abre la puerta a
darnos cuenta de que el mundo que podemos crear tampoco tiene
límites. Tal vez nos espera un mundo que ahora mismo no podemos
imaginar. Tiene el potencial de ir a peor o a mejor. Podemos vivir
una mala crisis o una buena crisis. Nos espera un mundo que no será
como este. Contribuir a que sea un mundo mejor está en nuestras
manos, y en nuestro corazón.
Por Alberto D.
Fraile Oliver Revista Namaste
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