VIVIR
MEJOR CON MENOS
Descubre las ventajas de la nueva economía colaborativa
Una gran mayoría de
ciudadanos es cada día más consciente de que el modelo económico actual hace
aguas; consecuentemente, buscan y proponen fórmulas alternativas basadas en la economía
colaborativa.
Este libro expone por
qué consumir más no equivale necesariamente a vivir mejor, y plantea un nuevo
modelo en el que el consumo se entiende como un medio para el bienestar, y no
como un fin en sí mismo.
Se
analizan las ventajas y alternativas de la nueva economía colaborativa en
sectores como la movilidad, el turismo y las finanzas, entre otros; y vislumbra
los profundos cambios que este nuevo modelo económico puede aportar a nuestra
sociedad.
VIVIR MEJOR CON MENOS - Albert
Cañigueral
Capítulo y medio gratuito de muestra
Más información sobre el libro en http://www.consumocolaborativo.com/libro
1.
¿Cuántas cosas poseemos?
Mi viaje en primera persona
Lo pequeño es hermoso: la economía
como si la gente importara
El capitalismo hiperconsumista como
fuente de desigualdades
Vivir mejor con menos, ¿de verdad?
2.
El nuevo paradigma: el consumo colaborativo
El consumo colaborativo es una
realidad
No se trata de que no compres nada se
trata de que no tengas que comprarlo todo
Bienvenido a la era de la economía
colaborativa
Los 3 motores del cambio
No es una revolución, es un
renacimiento en red
3.
¿Cómo formar parte de la economía
Mis primeras experiencias
Los compartidores
La movilidad compartida
El viajero colaborativo
Finanzas participativas
Aplicando los principios colaborativos
en otros sectores
Y más y más
4.
La sociedad colaborativa
5.
Tu turno
_________________________________________________________
1
- ¿CUÁNTAS COSAS POSEEMOS?
Algún día miraremos atrás al siglo XX
y nos preguntaremos por qué poseíamos tantas cosas Bryan Walsh, Time Magazine
Mi
viaje en primera persona
No recuerdo muy bien cómo, unos diez
años atrás, recibí un correo electrónico que contenía el texto que sigue a
continuación:
Un viajero llegó de visita a la casa
de un sabio maestro. Al entrar, se dio cuenta de que la morada del anciano
consistía de un colchón en el suelo y unos pocos libros. Extrañado, el viajero
le preguntó:
—Disculpe, ¿dónde están sus muebles?
El anciano miró con calma al visitante
y le respondió con otra pregunta: —¿Y dónde están los suyos?
—Pero si yo solo estoy aquí de paso
—replicó el viajero.
El maestro sonrió levemente y
continúo:
—Yo también estoy de paso en esta vida, y mal
haría en cargar mi existencia con todos los armarios de mi pasado.
Esta historia tiene muchas
interpretaciones posibles, en función de lo que uno entienda por «los armarios
de mi pasado». En mi caso, la interpretación fue literal, ya que justo había
terminado mi tercera mudanza en Barcelona esa misma semana. En cada mudanza
había podido experimentar que, sin querer ni ser consciente de ello, iba
acumulando un montón de cosas. El resultado era que mover «los armarios de mi
pasado» a un nuevo hogar resultaba cada vez más complicado.
Lo cierto es que no le di mayor
importancia a la anécdota y seguí con mi vida, trabajando desde casa para una
pequeña multinacional dedicada al sector de la televisión digital. Al cabo de
casi cinco años llegó la oportunidad de ser trasladado a la oficina de Taipéi,
capital de Taiwán, y tras algunas dudas iniciales decidí, junto con Anna,
aceptar la propuesta e irnos para allá.
¡De nuevo otra mudanza! Tuvimos que
desmontar los muebles y poner en cajas todas nuestras posesiones. Aquel montón
de bultos acabó distribuido en tres casas distintas de varios familiares que
amablemente nos cedieron algo de espacio. Si no lo habéis hecho nunca, os
garantizo que es una sensación extraña almacenar en un sitio todo aquello que
has estado usando casi a diario durante los últimos años, sabiendo que a nadie
le va a servir para nada.
Con solo un par de maletas cada uno
volamos a Taiwán a finales de 2009, sin ser ni remotamente conscientes de que
la experiencia de vivir allí cambiaría nuestra manera de pensar.
Visto ahora, pasados unos años, he
descubierto que en tu entorno habitual resulta casi imposible frenar y
reflexionar sobre el modo en el que vives. Como si fueras un hámster, vas
haciendo, y la inercia del día a día te lleva a permanecer en la rueda
autoimpuesta, corriendo siempre dentro de ella, porque es justo lo que la
sociedad a la que perteneces espera que hagas. La ruta está trazada y solo hay
que seguirla: estudios, trabajo, coche, pareja, casa, niños, etc. Si «lo haces
bien», una vida tranquila y feliz está casi garantizada.
En Taipéi, al vivir en una cultura muy
diferente, se me presentó la oportunidad de frenar y bajar de la rueda. Pude
observar otra sociedad y otra cultura, con calma y desde fuera. Los taiwaneses
dedican mucho tiempo y esfuerzo a obtener dinero para comprar y acumular cosas,
que realmente no necesitan, en sus diminutas casas. Por el contrario, cada vez
dedican menos tiempo y espacio a la familia, a los amigos e incluso a ellos
mismos. Los lazos económicos se han separado cada vez más de los lazos
sociales, y esto ha generado tensiones evidentes que todo el mundo asume como
inevitables. Resulta siempre más fácil criticar a otras culturas que a la
propia, pero lo cierto es que los españoles y la gran mayoría de pueblos de
todo el mundo hacemos exactamente lo mismo que los taiwaneses.
Especialmente durante la segunda mitad
del siglo XX hemos sido sociedades hiperconsumistas, acumuladores sin sentido
ni límite. La percepción social del individuo se generaba en base a sus
posesiones materiales y a menudo por comparación directa con los vecinos y
amigos. A cualquiera que se atreviera a cuestionar estos «principios» básicos
se le cataloga, como mínimo, de hippy.
Siguiendo estos «principios» se
producen situaciones que solo se pueden calificar de absurdas. Para empezar,
muchísima gente paga un alquiler mensual por uno o varios trasteros en sitios
remotos, donde almacena las posesiones que ya no le caben en casa. Se empieza
alquilando por un mes, pero en realidad es muy probable que esas personas nunca
más vayan a usar nada de todo aquello. También entra en la categoría de lo
absurdo la gente que pierde la vida por defender sus posesiones o que se suicida
por no ser capaz de hacer frente a sus deudas. ¿Qué significa realmente
«poseer» algo o estar «en deuda» por un préstamo? ¿Tiene sentido morir por
ello?
Volviendo al hilo de la vida en
Taiwán, después de casi dos años en la isla, decidimos que era el momento de
regresar a Barcelona. Gracias a los ahorros acumulados, obtenidos en gran parte
por el hecho de comprar de manera muy selectiva durante este tiempo, nos
pudimos permitir el gran lujo de cumplir un sueño: regresamos a casa viajando
siete meses por el mundo.
En la mañana del 3 de octubre de 2011
nos convertimos en viajeros, como el de la historia que abre el capítulo,
pensando en todo momento en que «solo estoy aquí de paso» . Tener esta idea en
la cabeza te hace actuar de manera muy diferente. Preparar la mochila para un
viaje de siete meses es otra experiencia muy recomendable. Durante ese tiempo
nuestras posesiones se limitaron a la ropa y los objetos que cabían en dos
mochilas «grandes», de 12 y 15 kilos, y en dos mochilas pequeñas para el día a
día. Esos meses fueron sin duda de los más intensos e interesantes de mi vida.
Pude extraer dos conclusiones, muy básicas pero a la vez interesantes:
a. «El acceso a las cosas es mejor que
la posesión de las mismas.» Para movernos durante el viaje usamos todo tipo de
transporte público y alquilamos motos/coches/furgonetas según los
necesitábamos. Para alimentarnos cocinamos usando los utensilios disponibles en
la infinidad de casas y hostales por los que pasamos. Cuando la actividad lo
requería, alquilamos ropa especial, mientras que las guías de viaje eran
regaladas, intercambiadas o compradas de segunda mano, etc. No ser propietarios
de aquello que usábamos no supuso ningún problema, sino al contrario, y
encontrarse con otros viajeros en la misma situación generaba un sentimiento de
camaradería un tanto especial.
b. «Las cosas más importantes de esta
vida no son cosas.» Es evidente que no tiene sentido «invertir» dinero en
souvenirs si te quedan cinco meses de viaje por delante. Por el contrario «invertir»
en las relaciones sociales y las experiencias vitales tenía todo el sentido del
mundo. La «inversión» en cultivar estas relaciones sociales nos facilitó ser
alojados en casa de amigos (o amigos de amigos, o amigos de gente que conocimos
por el camino). Además del ahorro económico que ello supuso, también nos
permitió conocer las culturas locales de una manera muy directa. El tiempo que
dedicamos a estar y hablar con la gente local y con otros viajeros nos
enriqueció de una manera difícilmente explicable en palabras y totalmente
imposible de «calcular» en dinero.
¡Ojo! ¡No estoy defendiendo que
vivamos durante toda la vida con lo que cabe en una mochila! Hay que entender
que el viaje fue una situación extrema, que duró algunos meses y me permitió
reflexionar a fondo acerca de la acumulación de bienes y el hiperconsumo que se
considera «lo normal».
¿Qué otras maneras de vivir existen en
el siglo XXI que me parezcan interesantes? ¿Cómo quiero vivir yo?
Lo
pequeño es hermoso: la economía como si la gente importara
Evidentemente yo no he sido ni mucho
menos el primero en entrar a reflexionar sobre los peligros y problemas del
hiperconsumo. Prueba de ello es que al poco de regresar a Barcelona cayó en mis
manos un libro llamado Lo pequeño es hermoso , escrito en 1973. El autor, E. F.
Schumacher, ya advertía acerca de los riesgos de una sociedad distorsionada por
el culto al crecimiento desmedido y a la acumulación de bienes materiales.
Sus palabras resuenan con una fuerza
inusitada al cabo de más cuarenta años:
«El desarrollo de la producción y la
adquisición de riqueza personal son los fines supremos del mundo moderno.»
«No hay virtud en maximizar el
consumo, necesitamos maximizar la satisfacción.»
«Los economistas ignoran
sistemáticamente la dependencia del hombre del mundo natural.» «Cualquier cosa
que se descubra que es un impedimento al crecimiento económico es una cosa
vergonzosa, y si la gente se aferra a ella se le tilda de saboteadora o
estúpida.»
El autor ya apuntaba lo miope que
resulta medir el progreso de un país en función de su producto interior bruto
(PIB), un indicador que pone todo su foco en calcular el incremento de la
producción y la compraventa de bienes y servicios, a la vez que ignora de
manera sistemática el bienestar real de los ciudadanos. El gran problema es que
luego usamos el PIB para el desarrollo de las leyes y las políticas económicas.
Recientemente hay quien incluso ha defendido que la crisis económica en la que
estamos inmersos ha sido una «crisis de medida», porque hemos puesto toda
nuestra atención en el PIB y nos hemos olvidado de las cosas realmente
importantes.
En nuestra sociedad tendemos a evaluar
la bondad de casi cualquier actividad humana, únicamente en función de
parámetros económicos. Simplificando mucho: si gano dinero, es bueno; si pierdo
dinero o si podría ganar dinero y no lo gano, debería replantearme la manera de
hacer las cosas. Debido a esta manera de evaluar las actividades tiene todo el
sentido económico destrozar la selva amazónica para obtener minerales o
practicar agricultura intensiva.
El
capitalismo hiperconsumista como fuente de desigualdades
Debido a que argumentos como los que
acabo de describir fueron básicamente ignorados, se terminó imponiendo el
capitalismo hiperconsumista salvaje que nos ha llevado a un crecimiento suicida
y que ha venido provocando crisis tras crisis.
Una de las características más
visibles de este capitalismo, en su voracidad de consumo creciente, es que no
soporta que un producto sea usado por más de un individuo. Mejor que cada uno
tenga el suyo propio. Mejor que esté guardado en un almacén a que otro lo
utilice. Pero lo mejor, lo mejor de todo, es que una persona compre un artículo
y no lo vuelva a usar jamás. Que lo tire. Que haga crecer las bolas de basura
que este planeta no sabe cómo digerir, y que compre uno nuevo.
Siendo justos, debemos reconocer que
el capitalismo hiperconsumista fue positivo, al menos, durante un tiempo. En
gran medida hay que agradecerle que hoy vivamos en un mundo fundamentalmente
abundante y con un alto grado de confort material, especialmente en los
llamados países desarrollados. El problema se presenta cuando por el mismo
funcionamiento de este capitalismo —es decir, nuestras propias creencias,
hábitos y reglas de cómo compartimos esta abundancia—, conseguimos hacer el
mundo artificialmente pobre y escaso para gran parte de la población, y
absurdamente abundante para una minoría.
Respira profundamente. Ahora imagina:
¿cómo sería el mundo si tuvieras acceso a muchas de las cosas de tu día a día
(bienes, servicios, conocimiento) del mismo modo que tienes acceso al aire que
respiras? Suena a ciencia ficción, ¿no es cierto? El aire es abundante y
gratuito, por lo que no compites por respirar más que el de al lado, ¿no es
verdad? ¿Te puedes imaginar un mundo donde todo sea abundante y gratuito? A mí
me resulta muy difícil. Tenemos tan integrados los principios capitalistas
basados en la escasez (de bienes, servicios y conocimiento), que imaginar una
sociedad que funcione bajo otro paradigma económico parece quedar relegado al
campo de la ciencia ficción.
Vamos al caso contrario: imagina que
el aire para respirar fuera un recurso escaso. ¿Puedes imaginar que solo unos
pocos tuvieran y gestionaran la mayor parte del aire para respirar y que el
resto de la población tuviera que competir por lo que les queda? Nada más cerca
de la realidad si sustituyes «el aire» por «el capital». Los veinte españoles
más ricos acumulan una fortuna superior a la que tienen en conjunto el 20 por
ciento de las personas más pobres de España. Al amparo de la crisis, España ha
sido el país de la OCDE en el que más han aumentado las desigualdades sociales.
Por su diseño, el sistema capitalista dispara estas desigualdades económicas en
la sociedad, tanto en lo relativo a las desigualdades patrimoniales (propiedad
del capital) como en lo referente a las desigualdades de ingresos
(principalmente por el trabajo). Ello repercute directamente también en la
relación de poderes en la sociedad. Niveles de desigualdad económica similares
a los actuales han llevado a más de una civilización al colapso.
Va siendo hora de ir pensando en hacer
algo diferente. Yo me niego a aceptar que los paradigmas económicos que generan
abundancia para la gran mayoría de los ciudadanos sean ciencia ficción. Tenemos
la imperante y urgente necesidad de reorientar la economía para ponerla al
servicio y a la escala de las personas. Una sociedad con las personas en el
centro.
Vivir
mejor con menos, ¿de verdad?
Ya sabemos que consumir más no equivale
necesariamente a vivir en mejores condiciones. En este nuevo paradigma el
consumo es entendido como un medio para el bienestar humano y no un fin en sí
mismo. Cuanto menor sea el esfuerzo en recursos para realizarlo, más
beneficioso es para el ser humano, que dispone de más tiempo para realizar
otras actividades que le permiten desarrollarse y tener una vida interesante.
Hay que enfocarse en un crecimiento «inteligente», que asuma que los recursos
son limitados. Hay que construir una economía en la cual las actividades no
estén basadas en fabricar y comprar más productos, hay que establecer métricas
de uso y eficiencia frente a las métricas de producción y consumo que se usan
actualmente.
Lo estás viviendo en tus propias
carnes: el modelo económico actual hace aguas por todos lados. Por ello
millones de ciudadanos de todo el mundo estamos proponiendo y experimentando
multitud de modelos alternativos. Muchos de estos modelos no se rigen
exclusivamente por las leyes de mercado que los economistas conocen, lo que
dificulta la comprensión y evaluación del fenómeno. Por suerte yo no soy
economista, y, en realidad, no es necesario serlo para participar y entender
los beneficios de la sociedad colaborativa.
En el siguiente capítulo explico las
ideas generales del consumo colaborativo y de la economía colaborativa que
recupera los conceptos de compartir, colaborar, reutilizar, reciclar. Algo
milenario, nada que no se haya hecho antes, pero que ha tomado una escala,
velocidad y eficiencia solo posible gracias a la tecnología moderna y las
comunidades que se generan alrededor de intereses y necesidades comunes.
En el tercer capítulo entramos en la
parte práctica de cómo «Vivir mejor con menos». Partiendo desde mi propia
experiencia como usuario, explico las ventajas de la nueva economía
colaborativa en sectores como la movilidad, el turismo y las finanzas, entre
otros.
En el cuarto capítulo reflexiono
acerca de cómo la economía colaborativa, usuario a usuario y proyecto a
proyecto, está labrando cambios profundos en el conjunto de nuestra sociedad.
Estos cambios aún resultan muy complejos de entender en su globalidad, pero
daré algunas pistas de cómo será la sociedad colaborativa.
Antes de seguir, detente un instante y
pregúntate:
• ¿Cuándo fue la última vez que usaste
ese taladro que compraste y tienes en casa? ¿Sabes cuánto tiempo lo vas a usar
durante toda tu vida?
• ¿Puedes calcular el porcentaje del
tiempo que tu coche se pasa estacionado? ¿Y el dinero que eso te cuesta al cabo
del año?
• ¿Y ese vestido que solo has usado en
una boda? Mejor no empecemos a pensar en la ropa y los juguetes de los niños.
Algunas respuestas las encontrarás en
el capítulo siguiente.
2
- EL NUEVO PARADIGMA: EL CONSUMO COLABORATIVO
Nunca cambias las cosas combatiendo la
realidad existente. Para cambiar algo construye un nuevo modelo que haga
obsoleto el modelo actual. Richard buckminster Fullersh
El
consumo colaborativo es una realidad
En mis conferencias hago las preguntas
acerca del taladro y el coche al público para ilustrar el potencial del consumo
colaborativo. Las respuestas son impactantes: un taladro es usado unos doce
minutos en toda su vida útil, y el coche está estacionado el 95 por ciento del
tiempo. Tener aparcado un coche tiene un coste de entre 5.000-7.000 euros al
año cuando se incluye la depreciación del vehículo.
Cuando leí por primera vez acerca de
estos datos, aún vivía en Taiwán y me interesé por explorar más en profundidad
estos conceptos, sobre todo desde el ángulo de la eficiencia económica. Tras
leer el libro What’s mine is yours: the rise of collaborative consumption (Lo
mío es tuyo: el crecimiento del consumo colaborativo) de Rachel Botsman, y
otras lecturas relacionadas, y experimentar casualidades diversas acabé creando
el blog http://www.consumocolaborativo.com/
en junio de 2011.
El blog se ha convertido al cabo de
tres años en la referencia del tema en lengua castellana, y yo mismo, en un
experto, consultor y portavoz del movimiento, lo que me ha llevado a escribir
este libro.
En este papel de «portavoz», una de
las preguntas más habituales por parte de la prensa a la que debo responder es:
¿cómo se define el consumo colaborativo? No puedo dar una definición muy
formal, pero me gusta explicar que «es lo que se ha hecho toda la vida con los
familiares y amigos, casos como “vámonos de fin de semana a la montaña en el
mismo coche” o “déjame 100 euros que el mes que viene te los devuelvo”, o si
tus hermanos o primos tienen hijos, te dan la ropa o la canastilla del bebé.
Toda esa colaboración que se da a pequeña escala en círculos de confianza,
cuando se le añade internet y las redes sociales, toma una nueva dimensión y
una nueva velocidad inimaginable hasta el momento. Es a esto a lo que llamamos
consumo colaborativo».
El consumo colaborativo propone
compartir los bienes frente a poseerlos, y focalizarse en poner en circulación
todo aquello que ya existe. Pasar de entender el consumo como propiedad a
entender el consumo como acceso y uso. Es sencillo y complicado a la vez pero,
si lo sabemos hacer, será posiblemente revolucionario. Te animo desde ya a
participar en algunos de los servicios de consumo colaborativo de los que
hablaré. Esta experiencia personal se convierte en la puerta de entrada para
comprender de primera mano el nuevo paradigma de la economía colaborativa.
No
se trata de que no compres nada; se trata de que no tengas que comprarlo todo
El consumo colaborativo es ya una
realidad; los ejemplos son muy variados y se multiplican cada día.
Sin ir más lejos, puedes compartir
trayectos en coche (BlaBlaCar, Carpooling, Amovens, etc.), la wifi con los
vecinos (es legal, simplemente habla con ellos), la bicicleta con los
conciudadanos (Bicing en Barcelona), e incluso la casa con desconocidos a lo
largo y ancho del mundo (Airbnb, CouchSurfing, etc.). También puedes participar
en el intercambio, la reutilización y la compraventa de objetos de segunda mano
(SegundaMano.com o la aplicación Wallapop para móviles), o en la donación entre
particulares (de libros, ropa, electrodomésticos, muebles, juguetes... en
NoLoTiro.org).
Compra de forma colectiva alimentos
sanos, sabrosos, saludables y cercanos, organizados en grupos de consumo
(LaColmenaQueDiceSi o YoComproSano). Participa en comunidades y espacios de
trabajo compartidos ( coworking ) donde las competencias de las diferentes
personas se potencian. Financia proyectos en algunas de las más de cincuenta
plataformas de crowdfunding . También puedes compartir tu bien más valioso, el tiempo,
y ofrecérselo a otros en bancos de tiempo, o simplemente comparte tus ideas y
conocimientos con otros.
La suma de estas iniciativas está
cambiando la relación cultural con la posesión de los objetos, y las prácticas
de consumo colaborativo se están convirtiendo rápidamente en «normales». El
antiguo estigma asociado a las palabras «alquilar» o «compartir» está
desapareciendo para pasar a ser sinónimo de un consumo más inteligente,
eficiente, humano y divertido.
Los beneficios económicos, sociales y
medioambientales de estas prácticas convencen cada día a más y más personas.
Espero que al concluir la lectura de este libro tú seas, si no lo eres ya, uno
de ellos.
No está claro quiénes fueron los
pioneros de este tipo de ideas, pero CouchSurfing (que permite alojarse de
manera gratuita en casa de desconocidos) y Zipcar (flota de alquiler de coches
por horas) son los ejemplos a los que se hace referencia de manera habitual. El
propio eBay es considerado como el abuelo del consumo colaborativo, ya que
introdujo los mecanismos de reputación digital que muchas de las otras
plataformas han tomado como modelo a seguir.
Finalmente, la empresa que debido a su
escala e impacto en todo el mundo es considerada como el buque insignia del
movimiento es Airbnb, que permite pagar por alojarse en casa de desconocidos y
que ya se codea de tú a tú con las mayores cadenas hoteleras del mundo.
Aunque hace unos años los críticos
usaban palabras como «neocomunistas», «hippies digitales» o «moda pasajera», el
empuje definitivo al reconocimiento del consumo colaborativo fue su inclusión
en la «lista de las diez ideas que cambiarán el mundo», que publica la revista
Time .
La lista se confeccionó con aquellas
ideas que «pueden hacer frente a nuestros problemas más graves: las guerras,
las enfermedades, el desempleo y el déficit». No está mal, ¿verdad?
Como explicaré en el próximo capítulo,
varios de estos proyectos han llegado a una escala industrial y han despertado
el interés de los sectores afectados, las escuelas de negocio y las
administraciones, que se encuentran ante el difícil papel de intentar encajar
todas estas nuevas actividades en la realidad existente.
Cuando tengo que explicar esta
disrupción a las empresas describo el consumo colaborativo como «el último ejemplo
del valor que Internet aporta a los consumidores». Son las mismas prácticas que
hemos llevado a cabo en el entorno web durante la última década y que están
empezando a saltar al espacio físico. Si la cultura digital ha cambiado para
siempre la industria del entretenimiento y los medios de comunicación, lo mismo
está empezando a ocurrir con la movilidad, el turismo, las finanzas, etc. Los
usuarios nos encontramos mediante las plataformas de consumo colaborativo en
Internet (que facilitan el encuentro de oferta/demanda, la escala, los pagos y
la generación de confianza) para crear comunidades donde intercambiamos valor
fuera del entorno web. La tecnología nos permite obtener aquello que
necesitamos los unos de los otros, de manera muy directa y sin necesidad de
recurrir a las empresas tradicionales que deben replantearse su función en la
sociedad.
Un detalle importante que destacar es
que el consumo colaborativo no viene a reemplazar por completo el sistema
actual, sino que simplemente lo complementa ofreciendo más opciones y
normalizando estas nuevas pautas de consumo. Se abre un abanico de opciones que
nos permiten vivir mejor con menos. Antes parecía que la única opción era la
compra de cosas nuevas con euros. Ahora resulta completamente normal plantearse
si aquella cosa debes comprarla nueva o de segunda mano, si la puedes
intercambiar o si la puedes alquilar por unas horas.
Como concluía la revista The Economist
en un artículo dedicado a la sharing economy : «it’s time to start caring about
sharing»; es decir, es hora de empezar a preocuparse por compartir.
Más información sobre el libro:
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