NO SE TRATA DE GRECIA, SE TRATA DE TODOS NOSOTROS
Antes de nada: Si la Unión Europea
ha de ser salvada de las garras de esa jauría de neoliberales que sientan sus
culos en Bruselas, los tratados europeos han de ser reformulados para que jamás
sea posible lo que estamos viendo ante nuestros ojos: que se tire por la borda
el Estado Social sin que nadie sea responsable por ello.
Es necesario constitucionalizar el
Estado de Bienestar, impedir que la globalización y la innovación tecnológica
cuestionen su núcleo, introducir límites bien definidos a la destrucción de
derechos y a los procesos de privatización. Tiene que haber recursos legales
para que implementar ciertas políticas sea castigado no sólo por las urnas. Tal
y como los comunistas estaban prohibidos en la antigua República Federal
Alemana sin que nadie se rasgara las vestiduras, también el extremismo
neoliberal, hoy con asiento en el BCE y otras instituciones europeas debe ser
perseguido sin paños calientes.
No es un punto de vista
descabellado. Al fin y al cabo la ortodoxia neoliberal ha hecho un uso
torticero de los Tratados europeos para darle forma legal, obligatoria, a su
muy peculiar punto de vista. Una y otra vez esa ortodoxia ha puesto en práctica
la Ley del Embudo. No se han parado en barras. Han puesto en obra todos los
recursos disponibles y han estado a punto de eliminar de la escena las visiones
alternativas del mundo.
La asunción por España de la absoluta
prioridad de pagar la deuda pública es un pequeño ejemplo, si se quiere menor.
Peor fue el artículo
104 del Tratado de Maastricht, el que consagró, nos recuerda Juan Torres, la
absurda prohibición de que los Bancos centrales financiaran a los gobiernos. El artículo 135 de la Constitución
española se ha inscrito por ovejunos legisladores en el corazón moral de España
por chantaje de Merkel. Pero el caso es que ese artículo prohíbe buena parte de
la historia europea del siglo XX, prohíbe a Keynes y prohíbe la moderada
política propia de la socialdemocracia. Lanza el mensaje de que sólo es buen
europeo el que comulga copiosamente las obleas del mercado.
Si esto es así, y me temo que es
así, entonces sólo queda o la posibilidad de la derrota, ceder a los Treinta
Tiranos, o hacer un órdago a la grande. Romper con la lógica de la actual
deriva europea. No puede ser que en la tormenta los bancos sean lo primero,
antes que el hambre de los niños, la pensión de los viejos o la salud de la
gente. Hay que recordar que en el origen de la crisis estuvo la desregulación
financiera y que el poder del dinero es lo que hay que atajar por pura cordura,
porque el capitalismo sin límites conduce directamente al precipicio. El
capitalismo es más justo y funciona mejor cuando tiene contrapesos.
Lo que está en juego con Syriza es
la puesta en cuestión del doble estigma de Europa en estos momentos: la Santa
Alianza entre el neoliberalismo y la hegemonía alemana. No se trata de Grecia.
Se trata de todos nosotros. Para esa gente de Bruselas la absoluta prioridad
griega ha de ser pagar la deuda: rescatar a los bancos antes que pagar
medicinas, pensiones o salarios. Syriza es el retorno de la socialdemocracia en
su versión más clásica. Pero eso es lo inadmisible a los ojos del neoconservadurismo
europeo. “Democracia dentro de los límites del mercado”: esa frase parece una
chanza grotesca al estilo del soldado Schwejk, pero es en realidad una
expresión de Merkel.
Ocho de cada diez alemanes están
convencidos de que la brecha entre ricos y pobres es una amenaza para la
democracia, relata Rafael Poch en su imprescindible libro “La Quinta Alemania”
(Icaria, 2013) quien también informa que entre 2008 y 2009 el gobierno alemán
rescató a sus bancos con 480.000 millones de euros. No es extraño, si se sabe
que al 50% más pobre de la sociedad alemana le corresponde el 1% de la riqueza
y al 10% más rico el 53%. Con la austeridad también los trabajadores alemanes
se han empobrecido mientras sus ricos concentran más y más riqueza.
Echar basura sobre Grecia, no sobre
su oligarquía impune, sino sobre todas sus gentes sólo sirve para difuminar que
lo que la UE está haciendo es aprovechar el shock para cambiar el modelo social a la
medida de grandes bancos y empresas. Sin embargo, como de un modo tan hermoso
lo ha dicho Alexis Tsipras “prevaleceremos
porque Grecia es el país de Sófocles, quien con ‘Antígona’ nos ha demostrado
que hay momentos donde la ley más grande es la justicia”.
Si Alemania quiere imponer una Pax
Cartaginesa a Grecia es porque el pensamiento de derecha no tolera la menor
objeción. No es que no pueda discutirse la mayor, es que tampoco pueden
discutirse los detalles. Schäuble ha querido humillar a Varoufakis a la vista
de todos. Quería hacer constar quien manda, quien tiene el poder y la autoridad,
que debe ser incontestada, como ha de serlo la Austeridad.
¿La Austeridad? Pero ¿por qué los ricos se hacen
cada vez más ricos? ¿Por qué ellos no pueden practicar también la austeridad?
¿Por qué los bancos no han de quebrar y los accionistas perder su dinero? ¿El
capitalismo sólo lo es para los de abajo? Una de las preguntas que uno se hace
una y otra vez es esta: quién y cuándo tuvo la ocurrencia genial de inventar
eso de que los pobrecitos de abajo habían vivido por encima de sus
posibilidades para ocultar el latrocinio, la inepcia y la corrupción de los
plutócratas. La austeridad no es más que la campaña publicitaria de las
finanzas para que la gente financie sus orgías.
Quiero creer que a estas alturas de
la película poca gente quedará que dude de que lo que llaman austeridad no es
ni más ni menos que el intento de acabar con el Estado Social europeo. Si a
usted, querido lector, le preguntan cómo se imagina España o Europa dentro de
diez o veinte años, tendrá que ser muy tonto para suponer que con las políticas
en curso los salarios o las pensiones van a ser más altas, que se habrá acabado
el trabajo precario o que los bienes públicos –la sanidad, la educación, la
ayuda a dependientes, etc.- habrán mejorado.
Su nivel de estupidez no puede
hacerle imaginar que en pleno paraíso neoliberal los ricos pagarán impuestos
como usted lo hace o que se habrán acabado los paraísos fiscales. Quiero pensar
que hasta el más tonto del pueblo sabe ya que la austeridad es una estafa. No
se olviden, cuando vayan a votar, que no sólo les roban. Además les toman el
pelo.
Lo que Alemania y sus corifeos
buscan con Grecia es que suceda la tragedia, que el horror se vuelva
irredimible. Puede ser que la vida sea oscura y terrible, como se aprende
cuando se lee a los clásicos helenos, pero sería ridículo que el destino tomase
la forma de Schäuble o Draghi, o de dos petimetres como Dijsselbloem y Weidmann
cuyo principal mérito, por cierto, es su hoja de servicios a los respectivos
partidos.
La fantasía recurrente de Alemania
es disponer de un Imperio. Si por sus líderes fuera la Europa de hoy se dividiría entre
la nueva Roma, pulcra y hacendosa, y esas hordas de vagos y corruptos que se
dispersan y divagan por el Sur, poco atentos a las mot d´ordre que les llegan de Capitanía. Es poco probable que el
porvenir sea piadoso con este nuevo avatar de esa antigua pulsión. Pero, en
todo caso, se me viene a la memoria el título de un delicioso libro “Catálogo
de necedades que los europeos se aplican mutuamente”.
Es cierto que, con el ladrillo, una
parte de España se volvió tonta y otra estuvo a punto, pero los banqueros
alemanes sabían tan bien como los españoles que aquella burbuja tenía que
explotar. Y la ignoraron, recogiendo beneficios. También es su responsabilidad.
Es sabido que Draghi ayudó, desde Goldman Sachs, a falsear las cuentas de
Grecia. En fin. Todo esto es de un cinismo fenomenal, fabuloso, abrumador.
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