KIRIKOU Y LA HECHICERA
LA SABIDURÍA QUE HACE AMIGOS
La cinta 'Kirikou y la hechicera' explora con inteligencia y
sensibilidad la fe en la vida, el camino que cada persona está llamada a
recorrer en su existencia o el sentido de la verdadera sabiduría
Fui a ver esta película a los doce años de modo totalmente
distraído, sin esperar encontrarme con enseñanzas que nunca abandonarán mi
vida. Quizá porque las enseñanzas que auténticamente convierten al ambiente en
silencio y lo inundan de sabiduría no son enseñanzas, no prescriben
cómo evaluar el mundo, sino que provocan conocerlo como si se tratara
de uno mismo. Kirikou y la hechicera es una producción
franco belga de 1998, escrita y dirigida por Michel Ocelot. En este ambiente
donde tiene soberanía la inteligencia más libre posible.
Para analizar qué trata esta película, no de enseñar, sino de ser en nuestra inteligencia, conviene revisar su argumento. Vamos a un pueblo africano atemporal y aespacial, que en cierta medida podría estar en muchos mundos y momentos históricos.
Las aventuras de Kirikou empiezan desde su nacimiento mismo,
porque sus primeras palabras las dijo en el vientre de su madre y se dio a luz
solo. Sale entonces a conocer su aldea, afligida ésta por el dominio de la
poderosa bruja Karaba y su ejército de fetiches animados, quien buscando causar
el mayor mal posible, aparentemente secó el manantial cercano y se comió a
todos los hombres que fueron a luchar en su contra. El tío de Kirikou es el
último joven con vida, y su sobrino deja por primera vez su casa para salvarlo
de su intento de enfrentar solo a la bruja, escondiéndose en su sombrero para
aconsejarle. Karaba cree que se trata de un objeto mágico, y pide tomarlo a
cambio de dejar a la aldea en paz, aunque acaba descubriendo el engaño.
Las amenazas de la bruja se renuevan. Llena de desprecio por
las mujeres, reclama el poco oro que les queda, castigando con sus fetiches a
la única que se arriesgó a esconder una joya en la tierra de su casa, quemando
la vivienda ante la mirada de los aldeanos indefensos. También intenta
secuestrar a las niñas y a los niños, primero usando una canoa encantada, luego
a través de un árbol maldito. Vemos cómo los consejos de Kirikou son desoídos
por su pequeño tamaño, pero su criterio le permite advertir los engaños de la
bruja y salvar a sus compañeros.
Sin entender por qué la bruja es mala, no puede evitar
precisamente ponerlo en duda. Su madre piensa más bien que hace cosas
malas, y para cada acción debe haber una causa. Todas las personas creemos
poder manipular las cosas, por eso advierte el Tao te King de
Laozi:
Quien pretende el gobierno del mundo y transformar éste,
se encamina al fracaso. El mundo es un vaso espiritual que no se puede
manipular. Quien lo manipula lo empeora, quien lo tiene lo pierde.
La madre de Kirikou aprueba la curiosidad de su hijo como
una manera de ver más allá de esa ilusión de control que nos vuelve maniqueos
frente a las situaciones y las demás personas:
—Madre, ¿sabes por qué la bruja Karaba es mala?
—No lo sé, ella no es la única.
—Es verdad, algunos de los niños a los que he salvado no son buenos conmigo.
—Tienes razón, siempre hay gente que nos desea el mal, aunque nunca se lo
hayamos hecho. Hay que saberlo como que el agua moja y como que el fuego quema.
—Hay que estar prevenido. De todos modos, ella es mucho más mala que los demás.
—O tiene más poder.
Kirikou se propone empezar su desafío a Karaba revisando la
fuente del manantial que se presume maldecido. Gracias a su pequeño tamaño,
logra entrar en una tubería seca, descubriendo una enorme criatura en una cueva
interior que había estado bebiéndose el agua. Con un atizador al rojo vivo,
revienta y mata al animal, logrando que el agua fluya de nuevo, aunque Kirikou
casi se ahoga. Esto revela una diferencia entre la imprudencia y la búsqueda de
soluciones, que depende de estar atento a lo impredecible de las cosas,
no de idealizarlas o temerles.
Esta confianza resolutiva también implica romper con
la ilusión que ha creado la propia bruja sobre sí misma, dejándose ser
imaginada por la gente. La opinión de la madre de Kirikou es que el único capaz
de ayudarlo es su abuelo, el sabio que vive en la montaña prohibida, dentro del
gran termitero, detrás de la choza de Karaba. El riesgo es que la bruja prohíbe
el paso a cualquiera, ayudándose del fetiche vigía en la cima de su casa, que
no duda en alertar a su ama en cualquier momento. Kirikou, con la artimaña de
esconderse entre la falda de su madre, se acerca lo más posible a la montaña y
se adentra en un túnel debajo de la tierra, encontrando madrigueras donde tiene
que enfrentarse a una zorrilla, se hace amigo de unas ratas de palma, y
consigue llegar al otro lado de la choza de Karaba sin ser visto. Una vez ahí,
viaja a través del bosque y luego a la montaña, donde tiene que enfrentarse a
una abubilla y más tarde a un peligroso jabalí.
Finalmente, llega al gran termitero donde vive su abuelo.
Para la madre de Kirikou, la autoridad del sabio precisamente es suprema por
no ser autoridad. El sabio sabe porque explica las cosas tal y como
son, nuestra inteligencia cuando es libre no interviene en ellas ni
siquiera con la imaginación, no las fuerza a ser distintas por el miedo o el
deseo, y las deja explicarse a sí misma. La bruja por eso oculta el
gran termitero, porque necesita que la gente crea tonterías. Eso es
lo que verdaderamente la hace fuerte, sin importar si la magia es un fenómeno
real o no. No puedo evitar remitirme al “principio de parsimonia” del fraile y
filósofo Guillermo de Ockham:
—Normalmente la explicación más simple es la mejor.
—No hay que postular la existencia de entidades innecesarias para la
explicación.
—Siempre tenemos que intentar explicar lo desconocido en términos de lo
conocido.
El abuelo de Kirikou es sabiduría porque aprecia infinitamente algo que, si no se pierde, nos iguala a lo esencial de nuestro propio nacimiento y el de la realidad a cada instante: la voluntad de aprender. No todos los viejos son sabios, porque hay también una ilusión en lo que es ser un viejo, mientras el único hecho no es otro que el paso del tiempo. El hombre anciano de la aldea asegura saberlo todo, y a la pregunta de por qué Karaba es mala, contesta que porque es una bruja. El único hecho de por medio es que Karaba puede hacer magia. En cambio, un sabio auténtico no pretende ser sabio.
A la pregunta sobre por qué
la maldad de la bruja, el abuelo de Kirikou relata que Karaba se volvió cruel y
obtuvo sus poderes malignos gracias a una espina que un grupo de hombres le
clavaron en la espalda y que la hace sufrir atrozmente. La bruja tampoco se
come a los hombres ni creó o envió a la criatura que se bebía el agua del
manantial. Sólo dejó a las personas juzgarla para ser temida. Un sabio
auténtico admite lo que conoce:
—Abuelo, ¿tú lo sabes todo?
—No. Sé algunas cosas.
Ocelot insiste sobre sus personajes que Kirikou, a diferencia
de la Karaba, no tiene ningún poder especial. Su abuelo asegura
que controlar el mundo y la propia vida son otra cosa y coinciden.
Uno sencillamente puede despertar al mundo y eso es bastante
para no necesitar nada más:
—A veces me canso un poco de tener que luchar siempre yo
solo y me siento un poco pequeño y tengo un poco de miedo. ¿Abuelo, puedes
darme un amuleto contra la bruja?
—No. Tu fuerza reside en la ausencia de amuletos, la bruja conoce el mundo de
los amuletos y le es más fácil engañar a los hombres que se creen protegidos y
no desconfían, en cambio no sabe qué hacer ante la verdadera inocencia y ante
una inteligencia siempre despierta y libre.
El sabio reconoce la incomprensión, no es malo no
saber, como tampoco querer saber más. Esta curiosidad es la
propia profundidad de lo que existe, su unión íntima. Parte de ella se sumerge
en la oscuridad, pero eso no debe causar angustia o frustración. Es
posible admirar el misterio. Haces bien en preguntar por qué a cada respuesta.
Pero de por qué en por qué nos remontaríamos hasta la creación del mundo y,
contigo, aún más allá.
El pueblo “Serer” de Senegal tiene una noción interesante de
Dios, común a la de otros pueblos de África. “Roog” es la realidad suprema, la
fuente de la vida a la que todo vuelve, el punto de partida y conclusión, el
origen y el final, como en una historia, cualquiera. Los practicantes de la
religión tradicional Serer no adoran directamente a Roog, no tiene un lugar de
culto porque nada y todo es Roog, eligiendo en su lugar adorar a las y los
“pangool”, la vida en las formas de la naturaleza y de las vidas humanas de los
ancestros. Roog es un ser incorpóreo y hermafrodita, masculino como femenino,
padre y madre, antiguo, abuelo y abuela, así como siempre nuevo, como
lo fue Kirikou al nacer y lo sigue siendo su abuelo que nunca ha dejado de
aprender. Estas definiciones no son sólo arquetipos, sino la identidad de
cada una de nosotros en todo lo que puede ser una experiencia. La propia
libertad que es Roog me recuerda otra frase de Laozi:
La suprema bondad es como el agua, todo lo favorece y a
nada combate. Se mantiene en lugares que desprecia el hombre. Su corazón es
profundo, su espíritu, generoso, su palabra, veraz, su gobierno, justo, su
trabajo, perfecto, su acción, oportuna. No combatiendo con nadie, nada se le
reprocha.
Retomando el argumento de la película, Kirikou decide
arriesgar su vida para retirar la espina de la espalda de Karaba, quien
temerosa de volver a pasar por el mismo dolor, jamás permitiría que alguien
intentara ayudarla. De regreso al otro lado de la montaña, el pequeño héroe
entra a la casa de la bruja a través del sótano para recuperar las joyas
robadas a las mujeres. Cuando una serpiente fracasa en detenerlo, Karaba decide
asesinar ella misma al ladrón con su lanza envenenada y recuperar lo robado. El
fetiche vigía la advierte que las joyas fueron enterradas en el bosque. Su paso
entre las flores y los árboles causa que se marchiten. Sin embargo, Kirikou
planeó un truco: en el momento en que la bruja expuso su espalda al inclinarse
para desenterrar su tesoro, saltó sobre su espalda para arrancarle la espina de
una sola vez con los dientes.
Karaba suelta un alarido de dolor, libera todo el
sufrimiento que se negaba a ver y revivir, el grito de un parto hacia
un futuro distinto. La oportunidad de volver a cambiar es también la
oportunidad de ser ella misma. Kirikou, a quien la mujer prometió recompensar
en agradecimiento, le pide que se case con él, pero Karaba objeta que es
demasiado joven. Entonces, se conforma con un beso, pero ese roce sobre sus
labios, aun mágico, le hace crecer instantáneamente, convirtiéndose en un
adulto libre para casarse. Vestido con plantas del bosque, regresa con su
prometida a la aldea, pero la gente se resiste a reconocerlo. Su madre interviene
en su favor, admirando lo guapo que se ha puesto.
Sin embargo, los aldeanos no están dispuestos a perdonar a
Karaba y exigen matarla como venganza. Inesperadamente, todos los hombres
desaparecidos regresan en procesión al son de los tambores tam-tams,
acompañados por el sabio de la montaña, quien explica que la mujer no se los
comía, sólo los había transformado en objetos obedientes, los fetiches.
Finalmente, una vez más toda reunida y con renovadas fuerzas, la aldea se
regocija con el regreso de los desaparecidos, y Kirikou abraza a su amada
Karaba.
Las aventuras de Kirikou son una película sobre el encanto
de la realidad, que incluye los horrores de la naturaleza como la sequía, la
enfermedad, la crueldad peligrosa de los animales y las personas, la
ignorancia, el rencor y los celos humanos, ocultando en el centro de la noche y
el día la necesidad del corazón de ser corazones, crear amigos,
comunidad, un universo vivo de mutuo respeto entre los seres. La inteligencia
en estado puro no sólo está abierta a aprender, sino que ayuda a los
demás a hacer lo mismo. De esa manera crea amigos, porque trasciende los
prejuicios y retorna a las relaciones todas sus oportunidades.
Como decía el Imam Husáin ibn Ali:
El hermano que se beneficia tanto a él como a ti, es el
hermano que con su hermandad desea que perdure vuestra fraternidad y el
propósito de su amistad no es destruir vuestra hermandad. Éste alguien lucha
por beneficiarse tanto a él como a ti; ya que en caso de que vuestra amistad se
complete, vuestra vida se volverá dulce, y si disminuye, la felicidad de los
dos será destruida.
La aldea no podía perdonar a Karaba porque no sabía quién
era. Y Karaba no podía perdonar, porque se había olvidado de lo que podía ser.
Nadie podía ayudarla a arrancarse la espina, porque no creía que nadie querría
ayudarla como iguales. La resolución de
la película tiene como lectura alegórica: la historia de un trauma de
violación en grupo. Kirikou alcanza la edad adulta, y por tanto la virilidad,
una vez que retira la espina que sometía a Karaba a ser la bruja,
es decir, redimiendo con su virilidad el mal hecho a ella por otros hombres, la
noción negativa que tenía de las personas como seres sin amor. Superando las
relaciones violentas entre los sexos, caracterizadas por una concepción del
hombre autoritario, del que esta mujer se venga en un exceso opuesto,
convirtiéndolo en un objeto, un ser esclavizado, causando terror en la
aldea: llega la reconciliación de los sexos desde relaciones pacíficas.
La sabiduría en Kirikou parte de la prudencia. Los hombres
habían sido orgullosamente confiados al enfrentar a la bruja, pero también,
como contraparte, la aldea se condenó por mucho tiempo al sometimiento por
miedo a conocer a la verdadera mujer. La prudencia es no añadir
nada a las situaciones, las personas y las cosas, convertirlas en
fetiches que, o deforman el deseo con la imaginación, o pretenden
ocultar la realidad como si se tratara de un misterio terrible. Son opuestos y
complementarios dos pasajes de la película, el del árbol maldito, cuando
Kirikou advierte a las niñas y los niños que puede ser peligroso, y el de la
pedida de matrimonio:
1
—Mira ese árbol. Nunca había visto nada igual.
—Entonces no te acerques. Puede ser una trampa de la hechicera.
2
—No quiero casarme con nadie. Bruja o no, nunca seré el sirviente de alguien.
—Si fueras mi esposa, nunca serías mi sirviente.
—Eso es lo que dicen todos los hombres antes del matrimonio.
—No soy como todos los hombres.
—Eso es cierto, pequeño Kirikou.
Ser prudente es inteligencia. Si no contamos con nada conocido para explicar un misterio, estamos indefensos. Pero la inteligencia sin realidad, sin voluntad de conocer, dando por hecho el futuro, se vuelve una sospecha insoportable y la soledad. Que algo verdaderamente se nos muestre implica y ayuda a superar el prejuicio y el miedo.
Finalmente, la inteligencia
puede convertirse en el reino de la amistad auténtica, de cuidado mutuo. Esto
también implica crecer en la medida del sabio. Ser sencillo, no esperar que la
realidad sea de ninguna forma específica, es confiar verdaderamente en ella y
en los demás. Sólo así, uno se vuelve todo siendo uno mismo.
El sabio de la montaña y Kirikou se parecen al filósofo
cínico Diógenes, el perro. Cuando Alejandro Magno le ofreció cualquier cosa del
mundo, Diógenes sólo pide que no le tape el sol. La inteligencia es
suficiente, no necesita, y sólo ella puede compartir infinitamente. Esa es la
manera en que el sabio infinitamente recibe, llega al sol sin poseerlo.
Como enseñó Laozi:
Lo sencillo, cuando se divide, modela todos los útiles.
Alejandro Massa Varela (1989) es
poeta, ensayista, dramaturgo e historiador. Entre sus obras se
encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y
hedonismo; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para
un shunga de la fantasía y las obras de teatro Bastedad
o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? y El cuerpo del Sol o Diálogo
para enamorar al Infierno.
Canal de YouTube del autor: Asociación
de Estudios Revolución y Serenidad
https://pijamasurf.com/2023/08/kirikou_y_la_hechicera_o_la_sabiduria_que_hace_amigos/
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