DESIGUALDAD
Atrapados en un modo de vida que no favorece la calidad de vida
Las consecuencias ecosociales de la propuesta civilizatoria
del capitalismo son ya de tal magnitud y gravedad que urge más que nunca
reconsiderar su sentido y fundamento.
Las sociedades modernas en las que hoy vivimos están centradas en la convicción de que los ingresos y las posesiones materiales son la base de una vida buena. Sin embargo, tras varias décadas operando, esta asunción, lejos de habernos conducido a un mundo más justo y seguro, está precipitándonos en una espiral de insostenibilidad y malestares crecientes que dificulta enormemente la posibilidad de construir vidas dignas y buenas para todas las personas.
El modo de vida capitalista, caracterizado por ser altamente
productivista, consumista, acelerado, competitivo e individualista, está
fragilizando y aislando a las personas al tiempo que altera el clima de la
Tierra y degrada sus ecosistemas, generando ambientes cada vez más tóxicos que
afectan a nuestra salud física y mental. Se trata, en definitiva, de un modo de
vida contaminante, insalubre y excluyente que amenaza con derrumbar las
condiciones para una vida buena al socavar las bases sociales y ecológicas que
la hacen posible. Apremia pues reconocer que la población vive arrastrada por
un modo de vida que, paradójicamente, no está favoreciendo su calidad de vida.
Bajo estas premisas, el Informe Ecosocial sobre Calidad
de Vida en España, publicado por el Área Ecosocial de FUHEM, ha desplegado
un minucioso análisis encaminado a reunir y caracterizar en nuestro país el
estado y las tendencias de numerosos aspectos ligados al modo de vida imperante
para, posteriormente, evaluar sus efectos sobre la calidad de vida de las
personas desde una perspectiva ecosocial. La conclusión de este trabajo es que
el vigente modo de vida no está contribuyendo en lo real a la calidad de vida
de los españoles al no poder garantizar para amplios sectores de la población el
acceso a varios bienes y servicios esenciales -como la alimentación o la
vivienda- así como el florecimiento de unas relaciones sociales e
interpersonales significativas y gratificantes, y la disposición de tiempos
adecuados para la autonomía en entornos sociales y naturales seguros.
Un modo de vida que precariza y empobrece a una fracción
significativa de la población
La precarización laboral y la pobreza monetaria son, sin
duda alguna, dos de las principales barreras que impiden lograr en España una
vida buena para todas las personas. Las dinámicas propias del capitalismo
español han impulsado en las últimas décadas un proceso de precarización
laboral basado en el desempleo, la temporalidad y la parcialidad que ha ido
degradando las condiciones de trabajo de gran parte de la población.
Esta precarización al alza, atravesada en los años recientes
por el fenómeno emergente del pluriempleo, la persistencia de horas
extraordinarias no reconocidas y otras formas abusivas de contratación como los
falsos autónomos o las formaciones en prácticas no remuneradas, ha llegado
hasta el punto de que ni siquiera la tenencia de un empleo puede garantizar a
día de hoy la suficiencia económica mínima a través de la cual hacer frente a
los gastos cotidianos más básicos y elementales relacionados con el acceso a
una alimentación adecuada, al agua para el consumo y el saneamiento, a la
electricidad o a una vivienda digna.
La imposibilidad de satisfacer adecuadamente muchas de estas
necesidades fundamentales representa una fuerte barrera que actualmente impide
a más de una cuarta parte de la población española alcanzar una vida autónoma,
segura y saludable al encontrarse en situación de riesgo de pobreza o exclusión
social.
Un modo de vida que ensancha las desigualdades y agranda
la injustica
La desigualdad es transversal a todas las facetas y
actividades de la vida social y tiene implicaciones importantes sobre la
calidad de vida de las personas a través de las consecuencias que despliega
sobre la salud, la vida social, la democracia y la sostenibilidad.
La desigualdad económica en España ha aumentado
considerablemente en los últimos lustros, fundamentalmente por la concentración
del ingreso y la riqueza en los sectores más ricos de la sociedad. Así, entre
2012 y 2019 la participación en la renta nacional del 1% más rico se incrementó
en casi cuatro puntos porcentuales, superando en 2019 en 2,7 puntos los
ingresos salariales del 50% de la población con menor renta. Dicho en otras
palabras: el crecimiento de las rentas del capital se ha producido
mayoritariamente en nuestro país a costa de la caída de las rentas del trabajo.
Como no podía ser de otra manera, esta creciente desigualdad
afecta significativamente a la salud y cohesión social, constituyéndose en una
fuente importante de ansiedad, frustración y malestar que tiene incluso
repercusiones sobre la esfera ambiental al impulsar pautas de consumo
ostentatorio y dinámicas de emulación social que acaban intensificando la
extralimitación ecológica en curso al elevar los requerimientos energéticos y
materiales de la economía española.
Un modo de vida que origina y agrava muchos problemas
ambientales
Las dinámicas de producción y consumo que caracterizan
nuestro modo de vida contribuyen a las tendencias locales, regionales y
globales de insostenibilidad a través del choque con los límites ecológicos en
las distintas escalas en que estos se manifiestan.
El enorme aumento de la urbanización en España, sucedido
mayoritariamente en las grandes áreas metropolitanas del interior y en la franja
litoral mediterránea y vasca, ha hecho que, desde finales de los años 80 y
hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008, las superficies
artificiales del país hayan crecido en algo más del 3% anual, afectando a la
integridad y variedad de muchos ecosistemas en abierta competencia con otras
especies.
Asimismo, la situación geográfica de España hace que los
efectos del cambio climático se estén comenzando a sentir ya a través del
incremento de eventos meteorológicos extremos como las olas de calor, la sequía
o las tormentas explosivas, así como del aumento del nivel del mar (que ha sido
de 16 cm en el Mediterráneo desde que hay registros), la intensificación de los
incendios forestales o la alteración irreversible de muchos ecosistemas (como
los glaciares del Pirineo, que han reducido su extensión en una quinta parte
desde 2011). Al cambio climático se unen además los cambios de uso del suelo
ligados fundamentalmente a la urbanización y a la agricultura intensiva para
acelerar aún más los procesos erosivos del suelo fértil de nuestro país, que
hacen que, a día de hoy, el 37% de la superficie nacional esté ya en riesgo de
desertificación.
Paralelamente, el transporte motorizado privado y las
actividades industriales están generando problemas crecientes de contaminación
del aire en muchos entornos urbanos del país, sobre todo por la emisión de
óxidos de nitrógeno y de partículas. Además, a la contaminación química del
aire hay que añadir los altos niveles de ruido que soportan más de 9,4 millones
de personas en España, especialmente en las aglomeraciones urbanas, donde
también existen niveles considerables de contaminación lumínica.
Un modo de vida que polariza el territorio desarticulando
a su población
Las dinámicas territoriales ligadas al modo de vida de las
sociedades industriales tienen implicaciones demográficas y sociales que se han
hecho enormemente patentes en nuestro país durante el último siglo. De este
modo, la realidad geográfica de España está hoy marcada por una fuerte
polarización territorial de la que afloran enormes desequilibrios
poblacionales, económicos y laborales que dibujan un país de dos velocidades en
lo que a oportunidades y servicios básicos respecta.
En el momento actual, el 90% de la población española vive
concentrada en el 30% del territorio (fundamentalmente en espacios urbanos y
mayoritariamente en ciudades de más de 50.000 habitantes). En el otro extremo,
5.002 municipios de los 8.131 que hay en España tienen una población menor a
los mil habitantes, y casi la mitad cuentan con una densidad de población
inferior a los 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado, que es el umbral fijado
por la Unión Europea para identificar territorios en riesgo de despoblación.
Estos intensos desequilibrios poblacionales, que tiene en el
envejecimiento y en la masculinización del medio rural dos de sus principales
características, no solo conllevan implicaciones socioeconómicas sino también
socioecológicas, con unas regiones especializadas en la extracción de recursos
y el vertido de residuos, y otras centradas en la acumulación y el consumo.
Esta marcada dualidad está provocando que en las zonas más vaciadas del país
estén aflorando diversos conflictos ecosociales relacionados con megaproyectos
extractivistas, energéticos y alimentarios (minería asociada a la transición
energética, huertos solares, parques eólicos, monocultivos intensivos, macrogranjas) cuyos
impactos ambientales y socioculturales están siendo muy relevantes.
Un modo de vida que ha ser urgentemente cuestionado
El modo de vida imperante bajo el capitalismo, además de
erosionar las bases sociales y naturales sobre las que descansa, tiene graves
consecuencias sobre la salud y el bienestar de las personas que urge resolver
si de verdad queremos construir sociedades más justas y sostenibles que
realmente estén centradas en la calidad de vida humana.
Vivimos arrastrados por un modo de vida que promociona
jornadas laborales maratonianas, en malas condiciones y con bajos sueldos, que
nos dejan exhaustos y sin tiempo con el que conciliar y desarrollar otros
proyectos vitales. Las consecuencias sobre la salud física, emocional y mental
de las personas no tardan en aflorar en forma de cansancio crónico,
alteraciones del sueño, soledad, aislamiento social, estrés, ansiedad o
depresión; malestares todos ellos que desembocan en un elevado consumo de
psicofármacos y en una tasa de suicidios que es cada vez mayor.
En las sociedades del rendimiento y la eficiencia en las que
vivimos, nos hallamos atrapados, a fin de cuentas, por unas dinámicas sociales
altamente competitivas e individualistas que, basadas en una permanente
comparación social, no nos hacen más libres y saludables sino más bien todo lo
contrario. Y por si todo esto fuera poco, el modo de vida consumista y
despilfarrador que el capitalismo ha levantado tiene tras de sí una factura
ecológica absolutamente inasumible que está alterando gravemente nuestros
ecosistemas al tiempo que provoca el declive de otras especies, contamina las aguas,
el aire y la tierra, y recrudece los efectos de unos eventos meteorológicos que
cada día son más extremos.
Hay que decirlo alto y claro: el modo de vida que el
capitalismo ha creado no contribuye verdaderamente a la calidad de vida, pues
promueve una noción economicista y mercantil del bienestar que está destruyendo
los cimientos ecológicos y comunitarios que hacen posible la vida buena.
La necesaria tarea de repensar la vida buena en tiempos
de cambio e incertidumbre
En una civilización que está en rumbo de colisión contra los
límites planetarios se torna crucial repensar lo que entendemos por vida buena,
avanzando hacia una comprensión ecosocial de la misma que esté basada en la
aceptación de que somos seres interdependientes y ecodependientes. Esto significa
reconocer, en la práctica, que no puede haber a largo plazo prosperidad y
bienestar para los seres humanos sin unos ecosistemas sanos y funcionales, y
sin unas relaciones sociales asentadas en el respeto de los derechos humanos y
la justicia social.
Las consecuencias ecosociales de la propuesta civilizatoria
del capitalismo son ya de tal magnitud y gravedad que urge más que nunca
reconsiderar su sentido y fundamento. Ningún modo de vida que impida o amenace
la salud y autonomía de las personas y la integridad y funcionamiento de los
ecosistemas puede ser admisible.
Preocuparse acerca de la vida buena significa, por tanto y
ante todo, discernir entre aquellos determinantes que amenazan el mantenimiento
de la vida y aquellos que propician su florecimiento y calidad. En los albores
del Antropoceno, y ante los tiempos líquidos que nos dibuja el incierto porvenir,
resulta más acuciante que nunca formalizar y promover una nueva concepción de
bienestar que esté enraizada en la justicia y en la sostenibilidad; esto es,
una vida buena y justa para todas las personas que florezca y transcurra dentro
de los límites ecológicos del planeta.
https://www.elsaltodiario.com/desigualdad/atrapados-sinrazon-un-modo-vida-no-favorece-calidad-vida
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