UN PEQUEÑO GESTO
Cada vida es un viaje. Es una certeza que camino no hace tanto, a mis cuarenta y largos ya, pero es que las cosas llegan cuando tienen que llegar. Ni antes ni después. Cada vida es un viaje con un solo destino –no hagas trampas ni vayas hasta el último párrafo de esta carta en busca de ese epitafio, déjame contarte antes, ten paciencia–. El destino último que esconde ese viaje en realidad es siempre el mismo, pero el camino hasta él tiene infinitos desvíos y circunvalaciones.
Atajos ajenos a los mapas (donde serpentea la senda de lo vivido) pero también áreas de descanso donde aparcar la tristeza. A veces campo a través (respirando aire puro) y a veces agobiadísimo, en mitad de un metro atestado de gente, cruzando líneas subterráneas en ciudades imaginarias.
Mi odisea la imaginé siempre como un éxodo en busca de
grandes gestos, montañas altísimas, aventuras más grandes que la vida
misma, como Ulises en el maravilloso poema Ítaca, de Kaváfis. «Pide que el camino sea largo, lleno de aventuras,
lleno de experiencias. Pide que el
camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues
–¡con qué placer y alegría!– a puertos nunca vistos antes». En aquella travesía
nunca hubo espacio para cuidar a los míos, ni para regar las plantas (se me
morían), ni para tratar de hacer del mundo un lugar mejor, más bello, más
justo. De eso ya se encargarían los demás –además, para qué perder tiempo
tratando de cambiar las cosas si la gente no cambia (¿no?)–.
Si las cosas son como son, que cada palo aguante su vela, si
yo tan solo anhelo incandescencia. Es mucho más fácil mirar hacia otro lado, no
hacerte más preguntas de las necesarias, decirte a ti mismo que tan solo estás
aquí de paso y no saber (ni querer saber) qué pasará con los amaneceres que
están por venir. Ya se apañarán las generaciones que vengan. Que yo ya tengo
bastante con lo mío.
Hasta que un día, cansado ya de entusiasmos vacíos de
entrañas, me paré a mirar cerquita, y no había nada. La casa sin
flores, la escarcha en el sentir, la sensación (que corta como un cuchillo) de
no estar haciendo las cosas bien. De no ser quien podría ser. Entonces llegó la
consciencia, las ganas de llenar mis días de pequeños gestos: adoptar un
animal, cuidar las playas que amo, comprar productos honestos, caminar un
poquito más cada día, separar el papel del plástico, decirle a mi madre todos
los días «Buenos días, mamá».
Ahora lo sé. Solo hay un viaje. Perdonar y perdonarte. Hacer
de ti la mejor versión posible. Estar en paz contigo y con tu gente. Dejar el
planeta un poquito mejor de cómo estaba cuando viniste. Escuchar desde el
corazón. Con el corazón abierto de par en par. Un pequeño gesto cambia
el mundo.
«En el momento en el que fueron cortadas, las flores ya
están abocadas a morir. Pero, dependiendo del agua, vivirán más. Aunque parecen
bonitas, empiezan a marchitarse, solo que no se ve: los tallos se estiran todo
lo posible, pero no llegan a tocar el agua. Empiezan a caer los pétalos y el
polen, que ya no fecundará nada. Pero caen en la sombra, por lo que, a la luz,
a simple vista, todo está bien. No pretendemos la perfección que hubiera sido
no cortar las flores, pero con el pequeño gesto de rellenar el vaso de
agua...». Laura Velasco (@filledusoleil).
Jesús Terrés (@nadaimporta) es periodista y escritor. Sus newsletters llegan a miles de personas en todo el mundo. Es autor de Nada importa (Círculo de Tiza) y Buscaba la belleza (Destino). Aquí puedes leer la extensa charla que mantuvimos con él.
1 comentario:
Siempre es de agradecer el poder leer, aquello lo bello, que impregna mi Ser. Las bellas palabras siempre comportan bellos sentimientos, bellos pensamientos. De añadir si es menester, y que vendría como jarrón con agua a la bella flor, citar a mi apreciado Don Roberto Assagioli , el cual dijo algo bello y magistral: La vida no es certeza, es aventura.
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