23/4/20

Sentirnos de verdad, ser conscientes de nosotras mismas, vivir, no evadirnos.


¿Y SI CONTAMOS LOS VIVOS?
A mediados de marzo se decretó la cuarentena por parte del gobierno. Estado de Alarma, como si lo de antes no fuese alarmante. Confinamiento, como si nuestros espacios y movimientos no fuesen ya estrictos. Aislamiento social, como si quedasen vínculos. A mediados de marzo se decretó la cuarentena oficial, que puso fin a la cuarentena cotidiana. 
La lógica invisible que sustenta nuestro mundo parece haberse mostrado explícita, como si pudiésemos notar cómo nos encierra entre sus extremidades el Leviatán1. Creo que se hace presente en el coche que patrulla, en la trabajadora precaria, en la sanitaria sin protección, en el chivato de balcón, incluso en el aplauso de las ocho, pero a mí se me presenta en la noción del tiempo.
¿Ha cambiado tanto todo de verdad? Tengo un horario que creo diseñado para que pase el tiempo rápido. Me duermo de madrugada, entre las cuatro y las cinco, y me despierto a la que antes era mi hora de comer. Cuanto menos tiempo despierto mejor, y cuando lo estoy, evadiéndome y dejándome arrastrar por el vacío negro de alguna pantalla. El tiempo como enfermedad, la tecnología como 'suero'. Si ya estábamos abandonando la piel, el tacto, esta situación no da otra alternativa que abandonarnos del todo, en una videollamada.

Sobrevivir al tiempo, ¿antes no lo hacía? Cuando empezaba a mover la pierna en clase de forma nerviosa, cuando también me sumergía en alguna pantalla. Cuando esperaba una fecha, las vacaciones, un cumpleaños, acabar el cuatri, el fin de semana, una victoria, a una persona. Antes también esperaba, como ahora espero, a que nos permitan hacer algo más que trabajar (o hacer trabajos de clase) y ver Netflix (el ocio prefabricado es tan obligatorio como el trabajo). Una espera de una situación diferente, que pensamos como una meta, como salir del confinamiento o como independizarse, existiendo entre medias un tiempo que se desea veloz, rápido, acelerado, para poder alcanzar el objetivo, siempre provisional (y normativo), pues luego vendrá otro, como buscar trabajo o formar una familia. La vida como una huida hacia delante en la que vivimos en el futuro dejando de lado nuestra situación presente.
Pero el tiempo no ha sido impuesto ahora, el tiempo ya era un problema antes, en la muñeca del Leviatán está el reloj de pulsera. El horario tampoco era una cuestión de voluntad. Evadirnos en nuestra cotidianidad tampoco era un deseo. Si incluso antes también hacía cola, no la veía, era invisible, pero esperaba un determinado tiempo en una fila imaginaria de personas para hacerme con una beca, para hacerme con un piso asequible y la haré desgraciadamente para ser contratado. Es esa espera eterna, un cruce de dedos permanente para que el tiempo pase rápido hacia alguna fecha o situación que alcanzar. Pienso en mi padre, que no vive hoy más que como una espera hacia su jubilación, en una cola de personas agotadas, con callos en las manos y compleja salud mental.
No hay ninguna normalidad a la que volver. Esto es, en esencia, la normalidad. Siento pena y estoy desorientado ¿y si nos sentimos confinadas al salir? ¿y si no acaba nunca esta sensación? Todas las mañanas actualizan la cifra de muertos pero ¿no deberíamos preguntar si queda alguien vivo? Pienso en todo lo que nos perdemos por seguir el espectáculo, por seguir en su cuarentena (en su tiempo, que tampoco es suyo), porque nuestros cuerpos y nuestras emociones sean puestas a disposición del Capital y del Estado. Sentirnos ajenas, fuera de nosotras mismas. ¿Cuánta vida nos cuesta nuestro salario o nuestros estudios? Pasamos la vida muertos por vivir, ¿nos dará tiempo a echarnos de menos en esta huida acelerada?
¿Será que imaginamos poco? ¿Que no deseamos? ¿Por eso queremos volver a la normalidad? No quiero estar siempre con el ceño fruncido, ni volver al mercado de bienestar, pues ese mercado nunca estará lo bastante bien para dejar satisfechos a quienes buscan lo que no está ahí, lo que el mercado precisamente elimina. Quiero pensar que algún día lograremos sentirnos libres, no en una espera perpetua, ajenos a la mirada del cálculo jerarquizante, reventar las estrechas posibilidades de morir en vida, sentirnos de verdad, ser conscientes de nosotras mismas, vivir, no evadirnos.
No existen hoy las palabras para describirlo, deberían inventarse entonces. Si bien es cierto que me puedo sentir en espacios y vínculos que hacen coger oxígeno. Dimensiones de mi vida que considero experimentadas por mí, a voluntad propia, en positivo, feliz, no creo que estas experiencias puedan ser plenas en su mundo mediatizado por el valor. Algunxs creemos todavía en una idea que permita derrotar al invisible, como dice Gata Cattana, todo lo demás es estar muerto.
1 Monstruo marino fabuloso descrito en la Biblia como inhumano y destructor y que se toma como representación de demonio. Es el título de la obra más importante del filósofo inglés T. Hobbes, donde el Leviatán se proyecta como un poder organizado de forma común cuya función es “regentar” las cosas públicas y que se funda a partir de la suma de voluntades individuales libres que deciden actuar para adquirir ventajas comunes. Se proyecta como un Estado, con tanto poder para sí mismo, que la libertad queda muy limitada.
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